domingo, 5 de julio de 2009

Historias de personajes "Caretas" en Bahía (2); una cena paupérrima y aburrida en una mansión de película.

Existen en la ciudad una gran cantidad de mujeres que gozan de un aparente "buen pasar" que por distintas razones viven solas. Muchas de ellas tienen hijos, frutos de matrimonios o convivencias fallidas, pero resisten, la pelean, insisten y continúan en la búsqueda del "hombre de su vida". Algunas de éstas señoras no han llegado aún a los 50 años, saben que el tiempo otoñal se les viene encima y vuelcan toda su energía, horas y dinero en el casi obsesivo cuidado de su cuerpo. Por ésta razón, proliferan gimnasios y centros de estética en los que apuestan con el fín de lograr su "eterna juventud". Saben que con ayuda de dietas, una rutina aeróbica consecuente, cama solar y ropa exclusiva, podrán lucir como adolescentes, vestirse como ellas y hasta utilizar el léxico de las jovencitas. Se afanan en mostrarse casi perfectas con la ilusión de poder atraer el interés de hombres solos que al igual que ellas, deambulan por distintos bares y boliches bailables en los que se exhiben prolijamente vestidos con la esperanza de encontrarse en algún momento con la mujer deseada. Generalmente cuando estas parejas hacen su "click", el alcohol y el ámbito propicio que genera la semipenumbra de un local nocturno les regalan una breve noche de eufórica alegría y placer donde ambos serán felices por unas pocas horas hasta que la realidad de sus despertares los distancie o acerque. Bahía es una ciudad chica, todo el mundo se conoce y es difícil sostener una mentira, porque en algún momento florecen las verdades de las miserias humanas. Esta porción de la sociedad que no encuentra su destino, vive dependiendo de su terapeuta, aunque generalmente, el psicoanálisis no alcanza. Algunas de estas señoras, son profesionales, propietarias de pequeños o medianos emprendimientos, calificadas empleadas o ex esposas que al separarse de sus maridos legítimos obtuvieron ciertos beneficios económicos, entre ellos alguna propiedad, un vehículo importante más una mensualidad por alimentos que les posibilitan vivir con cierta tranquilidad.
Es frecuente que muchas de ellas se quejen repitiendo con fastidio; "en esta ciudad faltan hombres". Ante este desalentador panorama cercano, un alto porcentaje de "solas", aprendió a manejarse por internet intentándo por ese medio contactos virtuales y esperanzadores con hombres de otros países y éste es el caso de Andrea, una conocida mía que logró contactarse y seducir a un caballero italiano convenciéndolo para que viaje y conocerse personalmente. Cuando confirmó la fecha de arribo de su "galán", Andrea quiso armar una reunión y presentar en sociedad a Gino, el flamante enamorado. Yo la había encontrado de casualidad en una galería céntrica, y muy entusiasmada me contó sobre esta feliz circunstancia invitándome al evento que quince días más tarde, celebraría en la nueva casa cuya construcción había terminado recientemente. Después de casi diez años de matrimonio, Andrea se había separado de un conocido y exitoso empresario local. Con el trascurrir de los días, me olvidé completamente de ese festejo, que en verdad poco me interesaba, hasta que el mismo Viernes, recibo en mi celular un mensaje de Andrea recordándome que no falte. Cuando estacioné frente a la casa, me impresionó la imponencia de la vivienda que además de contar con una arquitectura magnífica, estaba rodeada por un amplio parque, una fuente de agua en el acceso con estatuas de angelitos y una importante y original iluminación que embellecía mucho más el lugar. Andrea me recibió sonriente luciendo un costoso vestido de fiesta con un generoso escote donde la anfitriona exhibía sus turgentes nuevos pechos, dos milagros de las benditas siliconas. Ingresamos al amplio y lujoso living donde unas veinte personas de ambos sexos, todas elegantemente ataviadas, se encontraban reunidas junto a una mesa colmada de bocaditos y bebidas de todo tipo. Allí, Andrea me presentó a Gino, su nuevo amor, un simpático italiano de unos cincuenta años que no paraba de hablar y beber, alternando con los diferentes grupos que habían armado los asistentes.
Casi todos los comentarios giraban en torno a la calidad de los materiales empleados para la edificación de la casa, los pisos de Porcelanato, las maderas de la escalera que conducía a las habitaciones, los azulejos y grifería de los baños ubicados en la planta baja y el buen gusto del decorador que se encargó de elegir el color de cada uno de los ambientes, etc etc. Si bien el clima era distendido y las bebidas, tanto gaseosas, como jugos, vinos y champagne abundaban, en un momento dado comencé a sentir hambre y cuando la empleada de Andrea aparecía con la fuente de los sandwichs de miga, hacia allí iba en procura de algunos de jamón y queso. A poco de haber ingresado a la casa, solo había logrado comer dos y quería más, pero la empleada me dijo que se habían terminado. "¿Que viene después?", le pregunté con poco disimulada ansiedad. "Los dulces, masitas y tortas", me respondió amablemente la mujer. No podía creer que justo esa noche yo tuviera hambre, posiblemente porque no había almorzado al mediodía o imaginé que ese festejo tan especial incluiría como mínimo un buen asado, algo muy común en estos casos. Pero no fué así y la mesa preparada con diferentes dulces, no lograrían calmar mi apetito.
En un momento, la empleada reapareció en el living, me buscó con la mirada y acercándose me dijo en voz baja que la siga hasta la cocina. Después de atravesar un largo pasillo llegamos al gigantesco sector destinado a la gastronomía, donde todo era nuevo y con electrodomésticos dotados de la última tecnología. La buena señora, con cara de cómplice, abrió la heladera y extrajo y sandwich de jamón hecho con pan lactal y sonriéndome me susurra; "mire, con lo último que tenía le preparé esto para usted". Aquel gesto de la sensible empleada era como de resignación, creo que leí en su mente que allí, en esa casa, todo o casi todo era de utilería, porque abundaba la decoración pero escaseaban los alimentos. Después de comer el improvisado sandwich volví a la sala principal, Andrea se estaba sacando fotos junto a su galán italiano que permanentemente y con alevoso ojos de lujuria le miraba las tetas y el traste casi perfecto que el cirujano había esculpido con maestría, no solo en el cuerpo, sino también en el rostro de la ahora rejuvenecida dueña de casa.
Me estaba aburriendo, posiblemente porque no bebo alcohol o porque la gente que estaba allí era demasiado vacía y tampoco hacía esfuerzo alguno por comunicarme con alguno de ellos. Cerca de la medianoche opté por salir a la parte de atrás del parque con la intención de fumar un cigarrillo y de paso observar la gran piscina y el par de fuentes de agua muy originales que se levantaban a sus costados. Seguía sintiendo un molesto vacío en mi estómago, "lo mejor será irme cuanto antes a cenar a un restaurante del centro", pensé. Fué así que casi sin querer, a los pocos segundos estaba caminando hacia la salida. Puse en marcha mi auto y salí despacio, casi como con verguenza, pero en mi interior estaba seguro que ninguno de los que quedaban dentro de la casa, se percatarían ni les importaría mi ausencia. Unos treinta minutos después de aquella "huída", me encontraba instalado en la mesa de un tradicional restaurante de Bahía frente a un sabroso bife de "lomito" con papas doradas al horno. No volví a ver a Andrea, aunque meses más tarde, un amigo de ella me hizo saber que Gino, su "novio" italiano, había regresado a su país debido a que la breve convivencia que habían mantenido, no resultó ser tan feliz como anhelaban y no dió para más debido a las discusiones que con frecuencia, mantenía la pareja. Al parecer, hacía tiempo que Andrea se había quedado prácticamente sin dinero, ya que todo lo que tenía lo había invertido en su casa y lo que recibía mensualmente por parte de su ex marido no le alcanzaba para pagar las cuotas del abultado préstamo bancario que había obtenido con el propósito de finalizar la construcción de su residencia.
Cuando se conocieron por internet, todo parecía venír de maravillas y aunque solo se veían y dialogaban gracias a las limitadas imágenes de la webcam. En los inicios de este idilio virtual, tanto Andrea como Gino, además de mantener una comunicación ardiente y romántica, también aparentaban cierta solvencia económica. El italiano, llegó a decirle que provenía de una tradicional familia dedicada a cosechar y comercializar vinos finos. Andrea le había creído y estaba segura que al encontrar en la red a este playboy itálico supuestamente solvente, todos sus problemas financieros se solucionarían. Gino, en realidad solo era un modesto vendedor de zapatos que cargaba con dos separaciones matrimoniales en su haber y cinco hijos aún pequeños a los que debía continuar alimentándo. La aparición de Andrea, le pareció un milagro y no vaciló en gastar sus ahorros apostándo en su viaje a la Argentina para conocer por fín a la encantadora Andrea, porque estaba seguro que detrás de aquella casa lujosa decorada al más puro estilo Hollywood que con asombro veía en la pantalla, habitaba una mujer adinerada que le permitiría iniciar una vida más próspera en la promisoria América.
La realidad superó a la ficción, demostrándo una vez más que las apariencias engañan. Por suerte, esa noche, gracias a mi repentino y feroz ataque de apetito puse distancia de aquella reunión de gente con espíritu pobre que a toda costa pretendía ser rica.