martes, 22 de diciembre de 2009

Cuando Roberto invitó a su casa a dos exhuberantes señoritas para disfrutar de una noche de "lujuria".

Estos hechos sucedieron a principio de los años ochenta, cuando había montado "Cripy" Bailables en el Salón Bariloche del Club Olimpo, frente a Plaza Rivadavia, en pleno centro de Bahía. Este bailable donde en los tres años y medio que funcionó a pleno, jamás se expendieron bebidas alcohólicas. Esta decisión, que en los inicios generaba cierta desconfianza en mis socios del emprendimiento, no fué un obstáculo para que "Cripy" se convirtiera en un verdadero éxito hasta su cierre en 1985. El nombre lo puse en homenaje a la antológica revista Creepy, editada originalmente por la Warren en los Estados Unidos y paralelamente por Toutain en España. El bailable funcionaba los días sábados unicamente y contaba con un fuerte apoyo publicitario tanto en radio como diario y TV con piezas grabadas muy estridentes y bizarras que se renovaban semanalmente sumándole al evento diferentes temáticas derivadas del comic, entre ellas: La noche de Hulk, Spiderman, etc. Hasta la actualidad, muchos hombres y mujeres que en aquellos tiempos eran adolescentes aún recuerdan con nostalgia el slógan que decía: "Cripy bailables, chicas no pagan" y el hecho singular de no cobrarle entrada a las señoritas, generaba que más de 500 mujeres jóvenes en su mayoría muy atractivas, asistieran a cada reunión. El promedio de concurrentes era de unas 1800 personas, todas adolescentes que se divertían espontánea y sanamente sin la necesidad de "aditivos", solo gaseosas. En ese espectáculo que recuerdo con mucho cariño, trabajaban unas diecisiete personas afectadas a boletería, acceso, seguridad, disc jockeys, sonidistas, iluminadores y encargados de la barra donde se expendían las inofensivas bebidas. En este último sector estaba Roberto como responsable de la caja. Muy responsable y simpático, Roberto se destacaba por su cumplimiento, jamás había faltado en todos los años que funcionó "Cripy", hasta que una noche, pide hablar conmigo a solas y muy misterioso me dice: "Pipo, tengo dos minas terribles que quieren salir conmigo y con Marcelo, además estoy solo en casa, mi esposa y los chicos se fueron por varios días". Sin dudarlo le respondí: "No hay problema Roberto, dejále la caja a Carlos y vayansé yá, estas oportunidades solo se dan una vez". Las dos niñas que estaban dispuestas a salir con Roberto y Marcelo eran dos bellas y esculturas que enfundaban sus atractivos cuerpos en ajustadas calzas de colores y remeras más que livianas. Roberto, Marcelo y las dos señoritas se fueron del local saludándome muy alegremente y me puse feliz pensando en lo bien que lo pasarían estas dos parejas jóvenes y llenas de vida. Cerca de las cuatro de la madrugada y una hora antes de la finalización del baile, veo que Roberto, Marcelo y las dos muchachas ingresan nuevamente al salón. No entendía que había pasado, si solo habían estado ausentes unos cuarenta minutos. Evidentemente algo había salido mal y las caras de los cuatro, no mostraba un ápice de alegría. La verdad la supe a través de Marcelo, quien después del cierre del bailable, se acerca muy contrariado y me cuenta con lujo de detalles lo que había ocurrido en la casa de Roberto. "Ni bien entramos, nos pidió que nos pusieramos "patines", (unos trozos de paño que en esos tiempos se utilizaban para poner un pié en cada uno de ellos y deslizarse para no marcar los pisos de madera encerados). Sin muchas ganas, yo, Roberto y las dos chicas nos pusimos los patines y fuimos hasta la cocina-comedor, donde los cuatro nos sentamos alrededor de la mesa principal. Inmediatamente Roberto trajo una botella de Cognac, cuatro copas y nos pidió por favor que no fumemos porque su esposa tenía un olfato ultra sensible y no quería correr el riesgo que a su regreso, la mujer descubriera que a su casa habían entrado extraños". Marcelo encendió otro cigarrillo y nervioso, continuó con su relato: "Empezamos a tomar el Cognac y de pronto, Roberto apaga las luces. Yo pensé que esa era la señal para entrar en acción y a partir de allí iniciaríamos los primeros mimos con las "minas", pero apareció con una caja grande y con todo cuidado sacó un proyector de diapositivas y armó una pantalla plegable cerca de la pared. Pensé que íbamos a ver fotos eróticas para ir entrando en calor, pero cuando tuvo todo armado, apagó la pequeña luz que había quedado encendida y puso en funcionamiento el proyector. Las imágenes que se veían eran las del casamiento por iglesia de Roberto, creí que se había confundido, pero nó, después siguieron un montón de fotos de la fiesta. No podía creer que esto estuviera pasando, porque estábamos perdiendo un tiempo precioso, y encima se tomaba el trabajo de ir explicando cada secuencia con lujo de detalles".
No me jodas le dije, lo que me contás es una tamañan boludez. "Nó, te juro que es verdad, esperá que llamo a las pibas para que te lo confirmen", me contesta Marcelo al tiempo que al verla cerca de la barra de bebidas, no duda en llamar a una de las chicas que habían asistido a la insólita reunión. Mientras bebía una gaseosa, la sensual muchacha de cabellos negros y lacios, con una sonrisa corrobora todo lo expuesto por Marcelo y sin dejar de reirse, nos dice: "Eso no es todo, después de las diapositivas de la ceremonia religiosa y la fiesta, trajo otro "tambor" y empezó a proyectar las fotos de su luna de miel en Bariloche, ¿podés creerlo?". Realmente aquello era para no creerlo, mientras la chica se fué a bailar música movida a la pista, Marcelo y yo mirábamos ese físico apetecible que se contoneaba provocativa y pensábamos en lo que Roberto se había perdido aquella noche con su inoportuna y estúpida ocurrencia.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Un "papelón" inolvidable: El Poderoso Mercedes Benz que no tenía marcha atrás.

Charly era un tipo que se hacía notar en cualquier parte y esto lo lograba gracias a su físico voluminoso, la ropa llamativa que usaba con frecuencia y también por su vozarrón. Siempre nos contaba historias increíbles que supuestamente había protagonizado en distintas partes del mundo. Se mostraba con aires de suficiencia y su verborragia era natural, tenía matices y aunque en aquella época (1995) tenía todos los síntomas de "estar de regreso", aún mostraba interés por dar una última batalla en el complejo y quimérico mundo del marketing y la publicidad. La mayoría de sus ideas eran extrañas y muy difíciles de aplicar a la hora de llevarlas a la práctica. Pero sus ganas y el carisma que poseía me llevaban a escucharlo y tomar un café con él, oír sus anécdotas y sin querer me iba involucrando en su férrea intención por hacer algo grande y ganancioso. Charly amaba los autos grandes y lujosos. Tenía dos o tres, pero el que más se destacaba era un gigantesco Mercedes Benz blanco que tenía todo el aspecto de una limousine. Con frecuencia decía que en un primer contacto con algún eventual cliente importante, era fundamental aparecer en su empresa con un vehículo llamativo y en lo posible de marca prestigiosa. Al poco tiempo de conocerlo, se nos presentó la oportunidad de ir a llevarle una propuesta a un conocido supermercado de la ciudad de La Plata, Charly se había entusiasmado y lo primero que hizo fué preparar su ostentoso Mercedes. La cita con el propietario del supermercado fué programada para un día Viernes a la tarde. Era el mes de Noviembre y la temperatura era bastante elevada, principalmente en la ciudad de las diagonales. A las dieciseis horas en punto, Charly y yó, entramos a bordo del Mercedes a la playa de estacionamiento de la empresa. El vehículo quedó ubicado en uno de los boxes, ambos estábamos vestidos con saco y llevábamos un maletín conteniendo toda la información relacionada con la campaña publicitaria que íbamos a ofrecer al propietario de la firma.
La reunión duró casi una hora y media, tanto Charly como yó, tuvimos una actuación bastante destacada que casi sobre el final de la entrevista parecía haber convencido casi en un ochenta por ciento al empresario que se había deslumbrado por la cantidad de logros relatados por Charly y más aún cuando éste le dejó su frondosa carpeta de antecedentes. Después de compartir varios cafés y gaseosas con el ejecutivo, nos despedimos efusivamente, acordándo regresar en una semana para que nos dé su respuesta. Cuando estábamos a punto de bajar por la escalera que conducía directamente a la cochera, dirigiéndose a Charly, el comerciante le dice: "Lo felicito por el auto que tiene, realmente está muy bueno, se ven pocos Mercedes así". Mientras le extendía la mano, Charly con una sonrisa le responde: "Sí, soy coleccionista de autos, éste es uno de ellos, pero me gusta mantenerlos impecables".
Ya en el interior del vehículo, Charly me mira y exclama: "¿Ché, este tipo como sabía que vinimos con el Mercedes?". Por las cámaras de video, ¿no vés que tiene cámaras de seguridad por todas partes? le contesto. Charly arrancó el auto, el motor sonaba a la perfección, pero el calor que hacía allí, en esa cochera al aire libre era insoportable. Fué entonces que le pedí que encendiera el aire acondicionado. "No funciona, ningún mecánico dá pié con bola y me lo puede arreglar", me dice con rostro de preocupación. "Bueno, no importa, poné la marcha atrás y rajemos cuanto antes porque nos vamos a cocinar", le pido. En el interior del auto se produce un silencio casi eterno y Charly, completamente abatido y resignado me dice: "tengo que confesarte algo, la marcha atrás no funciona, no nos queda otro remedio que sacarlo empujando". Entre los dos y con mucho esfuerzo, empujamos el enorme y pesado Mercedes blanco hasta dejarlo en posición de salir por el portón principal. Estábamos empapados de sudor e imaginé la cara del dueño del supermercado mirándo a través de las pantallas de sus monitores de TV esa lamentable maniobra. Después de aquel infortunado episodio, por nada del mundo, Charly quiso volver a entrevistarse con el empresario.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

¿Quién le Robó el Trineo a Papá Noel?. Cuento publicado en el número 60 de nuestra revista "Signos y Marcas".

Para muchas personas, la mítica figura de Papá Noel, es solo una fantasía, para los niños, una hermosa ilusión que esperan ansiosos en cada navidad de sus años de inocencia. Pero; ¿Qué sucedería si usted se enterara que realmente el legendario personaje, al igual que los Angeles y los Duendes, existe realmente y hasta concedió una entrevista a un jóven periodista argentino?. El encuentro no fue casual, posiblemente la misteriosa desaparición del clásico trineo, provocó esta inédita nota con un adulto que tuvo el privilegio de tener “cara a cara” a un Papá Noel contrariado y en apuros.
Yo me encontraba en un bar leyendo las noticias de los diarios, mi café aún estaba caliente, me disponía a beber lo que quedaba en el interior del pocillo cuando un hombre robusto, con barba blanca y tupida, se sienta frente a mí. El rostro de esta persona estaba cubierto por gotas de transpiración. Se evidenciaban sus nervios o ansiedad, sus ojos azules no dejaban de mirarme, toda la atención del barbado personaje se había centrado en mí. Desde el primer momento pensé que dentro de ese llamativo traje colorado, había un hombre común que se estaba ganando la vida promocionando alguna empresa. Era un disfraz casi perfecto de Papá Noel al igual que el parecido con las imágenes tradicionales. El hombre mostraba desprolijidad en su cabello largo y cano, busqué dinero en mi bolsillo como para darle una propina y se vaya lo más pronto posible. En estos tiempos no se puede confiar en nadie y menos aún en alguien que detrás de ese disfraz puede ocultar alguna mala intención, también podría tratarse de un mitómano. El personaje pareció adivinar mis intenciones e inmediatamente puso su mano derecha sobre la mesa al tiempo que me dice; “nó, usted se confunde, no necesito su dinero, solo busco su ayuda”. Algo en mi interior me decía que ese extraño visitante no me estaba mintiendo. Su voz se había tornado calma y sus palabras se escuchaban sinceras. ¿En que puedo ayudarlo señor?, le pregunté. Seguidamente, y sin dejar de mirarme fijamente, con inocultable tristeza me dice: “Me han robado el trineo, es la primera vez que me pasa algo así, no está en el lugar donde lo dejé y necesito encontrarlo cuanto antes”.
Traté de serenarme y esperar el momento propicio como para que aparezca un amigo o conocido que me libre de esa alocada situación. El hombre que tenía frente a mí se dió cuenta de mi fastidio, esta vez sonrió con cierta tristeza, su rostro pareció ruborizarse al máximo y mirando hacia la calle dijo: “No quería molestarlo, siento mucho haberme presentado ante usted de esta forma sorpresiva. Le agradezco que me haya escuchado, fue muy amable”.
En ese momento lo único que se me ocurrió fue preguntarle quien era en realidad. No dudó en responderme que él era Papá Noel y solo yo podía verlo, oírlo y dialogar con él. Cuando termino de decirme esto, noto que Carlos, el mozo del bar me estaba mirando con extrañeza y de inmediato caminó hacia mí mesa. ¿me llamabas?, pregunto con su amabilidad de siempre. “Estee…sí, traéme otro café por favor y no sé que va a tomar el señor”, dije mirando hacia mi barbado interlocutor. Carlos pareció no entender nada, miro hacia el sitio que le había indicado y me respondió; “¿qué señor?, te veo solo”.En ese instante tuve ganas de salir corriendo, ahora era yo quien no entendía lo que estaba sucediendo. Todo parecía formar parte de un sueño, aunque el supuesto Papá Noel, seguía frente a mí, ahora más calmo y de alguna manera demostrándome que efectivamente nadie más que yo podía verlo.
Esa prueba había bastado para que comience a creerle, pagué mi café y salimos juntos del bar. Ya en la calle, mi acompañante se puso su gorro rojo con la clásica borla blanca, y con un ademán me indico que crucemos hasta la plaza Rivadavia. Eran las diez de la mañana, el centro de la ciudad estaba lleno de gente y vehículos, pero nadie había reparado hasta el momento en la presencia del supuesto Papá Noel. Ya en la mitad del espacio verde, mientras varios niños y personas mayores caminaban cerca nuestro, se detiene en un sector alfombrado de césped y con gran seguridad me dice: “aquí había dejado mi trineo”. ¿Cuándo ocurrió esto? le pregunté. “fue anoche, me anticipé y quise venir antes ya que el tiempo real no existe para mí y eso me permite manejar mis viajes por el mundo, siempre y cuando sea antes de la Navidad”. Me imaginé en una comisaría, frente a un oficial sumariante intentando hacer una insólita denuncia por la desaparición de un trineo con sus respectivos renos, estaba pensando esto cuando el supuesto Papá Noel me dice, “yo sé donde están mi trineo y los renos, puedo ver el lugar y a los responsables del hecho”. “¿porqué no vamos con la policía y lo recuperamos?”, le sugerí. “nó, usted y yó iremos personalmente a buscarlo, esa es la ayuda que necesito”. En verdad, no me animé a contradecirlo, fuimos en mi auto. Durante el viaje Papá Noel solo se limitó a indicarme el camino. Llegamos por fín a un barrio muy humilde lindero a la ciudad. Las casas eran bajas, no había asfalto y los árboles escaseaban. Entre calles sinuosas y llenas de nubes de tierra impulsadas por el viento, mi acompañante me señala una vivienda al tiempo que dice con su voz ronca y potente; “es allí”. Detuve el vehículo y comenzamos a caminar hacia la casa en un mediodía caliente. Un grupo de chicos estaba jugando con una pelota de fútbol, al verme trataron de dispersarse, solo tres se quedaron y me miraron desafiantes. Con bastante temor caminé hacia los pibes que aparentaban tener unos doce o trece años, aunque sus rostros eran adustos y estaban a la defensiva. Papá Noel había desaparecido de mi vista y allí pensé que yo había sido víctima de alguna alucinación. Pero los tres chicos estaban allí, eran verdaderos y seguían mirándome con cara de pocos amigos queriendo saber el motivo de mi presencia. Les pregunté si ellos se habían llevado el trineo, los renos y los regalos, ninguno me respondió una palabra y me preguntaron si estaba tomándoles el pelo. De pronto, un niño de unos seis años, apareció en la puerta de una especie de galpón ubicado detrás de la casa y se puso a gritar; “los renos tienen hambre”. Esto fue suficiente como para que todos ingresáramos a la construcción y allí estaban los inquietos animales junto al histórico trineo. Una gran cantidad de paquetes de regalos abiertos se veían diseminados por el suelo, ¿porqué lo robaron?, les dije sin disimular mi indignación. El más pequeño de los chicos tenía lágrimas en los ojos y agachó la cabeza con vergüenza, otro de los presentes respondió; “pasamos por la plaza, vimos que Papá Noel estaba dormido y nos llevamos el trineo, siempre salimos a robar, así que ahora es nuestro y los regalos también”, exclamó muy seguro el muchacho. ¿Acaso no se dan cuenta que también robaron la ilusión de miles de chicos? les disparé. “No nos importan los otros chicos, ellos tienen lindas casas, padres ricos, juguetes. Nosotros ni siquiera vamos a la escuela, y nuestros padres viven de juntar cartones”, acotó. Todos permanecimos en silencio, estábamos cosechando los muchos años de sembrar pobreza, falta de educación y descuido de los derechos de los niños. Niños que crecen con resentimiento, sin destino, librados a su suerte y convencidos que robar es una ocupación normal. Pero lo peor era que habían crecido de golpe y estaban perdiendo la magia de la Navidad. Repentinamente los renos se agitaron, los brillantes papeles de los regalos, se acomodaron con sus respectivos moños en las cajas, Papá Noel apareció sorpresivamente sentado en su carruaje y exclamó: “Les dejo sus regalos, muchachos, aún están a tiempo de disfrutar del espíritu Navideño, es su última oportunidad”. Se escuchó el tintineo de los cascabeles y campanitas que ornamentan a los renos voladores y el trineo se elevó lentamente a escasos centímetros del suelo hasta desaparecer por una amplia ventana a medio terminar. Me alejé del humilde barrio con la sensación de haber chocado contra la triste realidad de un país cuyos habitantes gastan su energía en inútiles protestas y solo se comprometen cuando están en riesgo sus intereses y no tienen capacidad de solidarizarse con la realidad que los rodea. Hasta la noche del 24 de Diciembre dudé si realmente aquello había ocurrido, algo me impulsó a mirar hacia el cielo y allí, cruzando velozmente por una luna inmensamente luminosa estaban Papá Noel con su trineo y los renos distribuyendo felices ilusiones. Supe que también para mí, era la última oportunidad, volvía a ser grande, aunque me comprometí a no perder jamás mi alma de niño y poner lo mejor de mí para que algo cambie y volvamos a creer que la felicidad es posible si luchamos por recuperarla y cuidarla.

Pipo Palacios

viernes, 4 de diciembre de 2009

Sueños compartidos con Julio Berdini, La Colimba y el dibujo animado sonoro de Ergonex en la TV de los Sesenta.

A Julio Berdini lo conocí cuando éramos adolescentes en busca de algún destino cierto. Buena persona, carismático y muy "entrador" con las chicas de Bahía. Su particularidad era el gran parecido que por entonces tenía con el popular actor italiano Vittorio Gassman, puedo asegurar que era idéntico y esta similitud la acentuaba la nariz que Julio poseía en aquellos años. Tiempo después se la operó por alguna razón que desconozco y ya no volvería a ser el doble de Gassman. Cuando nos tocó el servicio militar obligatorio, nos encontramos en el Batallón de Comunicaciones 181, muy cercano al Comando del V Cuerpo. Allí nos hicieron poner en bolas en una sala, junto a unos 300 futuros soldados a la espera de la temida revisación médica, algo que definiría si éramos aptos para cumplir con la patria o nos salvabamos de permanecer un año en el Ejército. Ni Julio ni yó nos veíamos metidos dentro de un uniforme verde, creo que cuando finalizó aquella primera inspección médica, ambos estábamos seguros que nos detectarían algún problema y volveríamos rápidamente a casa como si nada hubiera pasado. Julio siempre permanecía sereno, casi en silencio y elucubrando algo que solo él sabía. Yo intuía que Julio estaba plenamente convencido que se libraría de convertirse en un recluta más. Casi dos meses después, regresamos a la segunda revisación médica. El entorno nos generaba temores diversos, ya que los suboficiales con sus órdenes y gritos imponían su autoridad haciéndonos sentir que si no pasábamos esta segunda oportunidad, nos esperaba una verdadera pesadilla. A mí me descubrieron desviación de columna y pié plano y el dictámen fué "Apto R"(Apto Relativo). Este diagnóstico tenía suficiente peso como para perder la posibilidad de pedir una tercera junta médica y considerarme inevitáblemente incluído en las filas de los "Colimbas", calificativo que se le daba al soldado de acuerdo a su misión en la fuerza (corre, limpia, barre). Definitívamente en esa etapa, tanto Julio como yó fuimos incorporados a pesar de nuestras inconsistentes protestas y al poco tiempo nos encontrábamos corriendo, comiendo locros, sopas tibias, mate cocido, etc. En algún momento nos raparon salvájemente y fuimos a parar a una cuadra gigante junto a más de cien camaradas donde dormíamos sobre bolsas rellenas con paja en camas cuchetas de tres pisos. Nos esperaban los jodidos tres meses correspondientes al período de instrucción, tiempo donde se supone que el recluta en base a diversas prácticas, algunas extremas puede llegar a formarse como un verdadero soldado. Todo esto era teoría de viejos manuales del ejército, porque si bien en los 90 días de instrucción a los que fuimos sometidos, nos hacían correr y saltar desde las seis de la mañana, de poco serviríamos a la hora de una batalla real porque ninguno de los 200 pibes que conformábamos la Compañía, teníamos la mínima idea de cómo disparar un fusil FAL, desarmarlo, atacar a la bayoneta en un cuerpo a cuerpo o simplemente quitar una bala atascada en la recámara del arma.
Julio Berdini protagonizó durante un breve tiempo parte de estas maniobras, luego, le salió una baja sorpresiva y regresó a su vida de civil. Por un lado, la partida de Julio me alegró, pero ya no lo contaría en nuestras charlas y bromas dentro de un área militar donde habíamos sobrevivido gracias a que luchábamos por reirnos de todo lo que sucedía a nuestro alrededor y principalmente porque conservábamos intacto nuestro pensamiento de libertad. Cuando terminó mi período de "Colimba", volví a reencontrarme con Julio, quien tenía la representación de un aditivo para motores de automóviles llamado "Ergonex", quería imponerlo en el mercado local y para éste fín, debía poner en marcha una campaña publicitaria. En esos años, la televisión por aire estaba comenzando a crecer en Bahía y muchos hogares yá disponían de un aparato de TV, aunque anunciar en esos medios resultaba inaccesible para algunos comercios locales por el alto costo de los espacios. Fué entonces que le propuse a Julio realizar un comercial fílmico sonoro con animación incluída para "Ergonex", una experiencia nunca antes realizada en el ámbito de la producción local. Hablamos con Alberto Freinkel, un talentoso camarógrafo bahiense con quien me unía además de una excelente relación de personas, el mismo interés por el cine argentino de vanguardia. Alberto escuchó atentamente la audaz propuesta, un verdadero desafío para la época y la intención era lograr esa pieza con un mínimo presupuesto, algo que a la hora de realizar la animación y los doblajes demandaría todo nuestro ingenio y capacidad. El intento valía la pena, primeramente porque se trataba de algo que a Julio podía servirle y en segundo lugar porque quería probarme a mí mismo. El comercial mostraba a una modelo muy bonita que habíamos convencido para que sea la cara del aviso y ella misma echaba en el motor el aditivo. Luego, el vehículo se ponía en marcha, el capot se abría y del mismo salían dragones que simbolizaban la potencia que adquiría el automóvil gracias a "Ergonex". Finalizadas las tomas con la modelo en exteriores, precisamente en una estación de servicio, con Alberto Freinkel nos encerramos en un pequeño estudio que mis viejos me habían armado en el acceso de la casa paterna e iniciamos la realización del primer dibujo animado superpuesto en imágenes reales que se hizo en Bahía. Los dibujos los trabajé sobre papel transparente de los que se usan como envoltorios en las florerías. Primeramente pasé talco sobre el papel y posteriormente calqué lo que previamente había dibujado en tinta china sobre papeles comunes. Debían respetarse todas las secuencias relacionadas con los movimientos de los dragones, el "cuadro a cuadro", o sea un dibujo para cada toma que duraba aproximadamente un segundo. Freinkel ubicó su cámara de 16 milímetros en lo alto valiéndose de elementos y soportes más que rudimentarios y la iluminación la efectuamos con lamparas comunes de 100 wats. Recuerdo que para esa escena animada que duraría unos diez o doce segundos estuvimos varias horas repitiendo las tomas hasta que finalmente ambos quedamos conformes.
Cuando revelamos la película, Alberto hizo una edición impecable tanto de lo que se vería en vivo, el primer plano del producto y el momento donde los dragones saltaban desde el motor y volaban hacia el exterior. Increíblemente todo había quedado bién, casi perfecto para una película de 30 segundos hecha a pulmón. El doblaje de las voces y los efectos sonoros, se llevó a cabo en Canal 7(Telba) con la locución en off de Víctor Pascuaré. Habíamos quedado más que satisfechos con el comercial de "Ergonex", posiblemente una anticipación más que válida en aquellos primeros pasos de mi carrera como publicista. No se si a Julio le fué bien con "Ergonex", tampoco nos importaba demasiado, porque todos los aquí mencionados estábamos buscando nuestras respectivas puertas en la vida, éramos muy jóvenes, vitales y tanto el error como el acierto formaban parte de aquellos intentos. Siempre admiré la excelente relación de Julio con su hermano y con el transcurrir de los años, fuimos encontrándonos en diferentes momentos manteniendo intacta la sintonía que nos había unido. Algunos ex compañeros de la "Colimba", habían trabajado varios meses para que todos los de la clase 44, nos reuniéramos en una cena de reencuentro, algo que nunca me había resultado atractivo principalmente porque no habíamos estado en Vietnam, solo seríamos un montón de nostálgicos dispuestos a recordar un tramo existencial con anécdotas de relativa emoción. Las mías fueron reales, demasiado audaces, aunque no heroicas y las compartí con pocos camaradas, entre ellos Indalesio Peral, "Mandinga" Montechiari, Daniel Troncoso, el "Narigón" Tomassini", el "Vasco" Goyanarte, el "Petiso" Méndez y Julio Berdini. Aquella cena tan anhelada, finalmente se llevó a cabo hace un par de años, creo y fué realmente frustrante. En primer lugar porque de entrada, varios de los asistentes no nos reconocimos, el tiempo había pasado para todos, estábamos más viejos y ya nada sería igual. Por suerte, todos mis "compinches" de la era militar estaban allí y en un momento, solo bastó mirarnos para entender que debíamos salir de allí inmediatamente. Terminamos en Daytona, hablando del presente y felizmente sin mirar hacia atrás. Habíamos cambiado, a cuarenta años de la "Colimba", éramos otros tipos que poco o nada tenían que ver con los habíamos dejado en el restaurante y en ese pequeño grupo de "fugados", aún se mantenía viva la esencia que de alguna manera nos hizo querernos, entendernos, respetarnos y encontrarnos sin quererlo en cada vuelta de una esquina.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Imperdible; el debut en el boliche de Isidoro Pieri, (Chiro) del increíble hombre de "Los Mil Dedos".

En aquellos principios de los años setenta, Isidoro Pieri, más conocido como "Chiro", aún no había aparecido por Bahía. Sí se sabía que había montado en calle Chiclana, altos, al lado del mítico Palacio del Cine, una discoteca de carácerísticas muy singulares para la época. En principio porque ese sitio estaba decorado de una manera diferente y tenía un sistema de audio casi perfecto. "Chiro", vivía en Buenos Aires y el negocio estaba a cargo de su hermano Jorge, con quien yo tenía una buena amistad. El mismo Jorge Pieri, me pide que hagamos algo para levantar el local, ya que no estaba funcionando como él y su hermano deseaban. La realidad era que la confitería no tenía suficiente promoción, además competía con muchos boliches bailables de similares características que ya estaban impuestos y contaban con una clientela fiel y consecuente. Jorge siempre me hablaba de su hermano, tenía por él una gran admiración respeto, pero lo que más le interesaba era poder demostrarle que él podía hacer algo para que el negocio funcione a pleno. Mi primo Norberto Di Luca, era un tipo extraordinario y digo era, porque falleció siendo muy jóven. En nuestra infancia y también en la adolescencia, éramos compinches en todo, incluso coincidíamos en ser acérrimos enemigos de los libros, ya que tanto en la escuela primaria como la secundaria, nos consideraban alumnos mediocres, más bien tirando a pésimos. Ni a Norberto ni a mí nos gustaba estudiar, yo prefería dibujar soldados o hacer caricaturas en los cuadernos y él, solía, a la salida del colegio agarrarse a trompadas con los más "pesados". En la secundaria, habíamos transitado sin pena ni gloria por el Don Bosco y Pedro Goyena. A éste último se lo conocía como el albergue de los deshauciados y allí estuvimos compartiendo bancos con chicos pendencieros que eran capaces de destruir un aula en medio de una "batalla" o practicar lanzamiento de navajas del tipo "Sevillanas" contra los pizarrones y burlarse sin piedad de algunas profesoras o profesores sin importarles las amonestaciones que les caerían encima por su comportamiento salvaje. Norberto era temido por su forma de boxear y cuando yo tenía algún problema con un compañero peligroso, no vacilaba en llamarlo y él se encargaba de pelear por mí, saliendo victorioso de todos los combates. Mi primo terminó la secundaria y se fué a estudiar medicina a la La Plata, ciudad donde tiempo después volvimos a encontrarnos en varias oportunidades. En una de mis últimas visitas, Norberto me comentó que conocía a un músico extraordinario que tocaba una especie de órgano electrónico capaz de lograr el sonido de una verdadera orquesta. Movido por la curiosidad, le pedí que me presente a ese artista y una noche, a eso de las 21 horas, llegamos hasta su casa. Allí me encontré con un hombre delgado, de baja estatura y aspecto de persona tímida. Mi primo le pidió que toque algo y el músico de apellido Robela, se sentó frente a un teclado, posiblemente lo último de la época en ese tipo de instrumentos y comenzó a ejecutar un tema movido. En los dedos de ese músico había talento, velocidad, actitud, todo ese ámbito cobró vida y se transformó en contados minutos, al punto que cerré los ojos y tenía toda la sensación de estar ante una verdadera orquesta.
Quedé maravillado con Robela. Jamás había oído tamaño concierto logrado con un teclado que nada tenía de simple y fué allí donde pensé en Jorge Pieri y el boliche Chiros. A Robela comenzamos a promocionarlo en radio como "El Hombre de los Mil Dedos" y anunciábamos su presentación para un día Viernes a las 23 horas. Jorge confiaba en mi intuición y apostó a la primera actuación de un número en vivo que tendría Chiros. Toda esta puesta en marcha era un verdadero desafío, ya que Isidoro "Chiro" Pieri, aún no había entrado en escena y yo seguía sin conocerlo personalmente.
Robela llegó a Bahía acompañado por mi primo Norberto. Por fín el "Hombre de los Mil Dedos", estaba a punto de debutar en una ciudad difícil y en un boliche poco conocido. A Jorge, dadas las carácteristicas del negocio, se le ocurrió que Robela actúe vistiendo un smóking y buscó alguno de los que usaban los mozos. El problema era el talle, ya que todos los smókings le quedaban grandes y se nos venía encima la hora de la actuación. Ante la urgencia, optamos por colocar en el saco de Robela una larga cantidad de alfileres en línea como para ajustar la prenda de la mejor manera posible a su cuerpo. Si lo mirábamos de frente, el smóking le quedaba impecable, el problema surgía cuando Robela se daba vuelta, porque su espalda parecía una grotesca armadura. Cerca de las 22 horas, ya había público formando fila en el acceso de Chiros. Ninguno de nosotros lo podía creer, una importante cantidad de hombres y mujeres en su mayoría de clase media, estaba pugnando por asistir a un espectáculo cuya promoción había sido un verdadero éxito. A la hora anunciada, Robela, iluminado por los reflectores del boliche, apareció en el escenario, saludó amablemente a la multitud que colmaba las instalaciones e inició su show con fuerza incontenible. Cada vez que finalizaba una interpretación, el público lo ovacionaba y aplaudía de pié. Ya habíamos roto el hielo y el espectáculo se convirtió en un concierto pocas veces visto. La actuación de Robela superó todas las expectativas, el show se extendió casi una hora más de lo previsto y en más de una ocasión, le pedían que repita alguno de los temas. Ante tamaña aceptación, con Jorge decidimos que Robela vuelva a presentarse la noche siguiente, a la misma hora, ya que a la una de la mañana, habíamos hecho un arreglo para presentar al "Hombre de los Mil Dedos" en el Club Sansinena de la vecina localidad de General Daniel Cerri. Cuando Isidoro "Chiro" Pieri se enteró por su hermano de lo que habíamos logrado con un tecladista desconocido, prometió viajar a Bahía para ver personalmente a ese fenómeno de la música. En la noche del sábado, el boliche volvió a llenarse de gente, lo mismo sucedió en el Club Sansinena, donde Robela, ante el fervoroso reclamo del público, tuvo que extender su show durante una hora más. Por esos extraños misterios de la vida, Robela se había convertido en una estrella que en poco tiempo supo cautivar con su talento a un público exigente. Por razones laborales, "El Hombre de los Mil Dedos", debía retornar a La Plata, con mi primo lo acompañamos a la terminal de omnibus y desde esa noche no volví a verlo más. A tantos años de aquello recuerdo con gran cariño a Jorge Pieri quién víctima de una terrible enfermedad fallecería poco tiempo después, vienen a mi memoria los alfileres que ajustaban la parte trasera del smóking de Robela, a mi querido primo Norberto y a un artista singular que durante dos noches colmó de magicas melodías a un local repleto de gente que además de oir sus temas lentos en absoluto silencio, también se contagió espontáneamente y hasta bailó con la sucesión de ritmos que ininterrumpidamente y sin pausas, les ofrecía el imperdible "Hombre de los Mil Dedos".