sábado, 28 de junio de 2008

Argentina y yó, en los años del "Eternauta".

Para quienes en la década del cincuenta éramos pibes, ese género llamado historieta o cómic, nos iba marcando una inmensa ruta de sueños, donde el papel estallaba en cientos de personajes inolvidables. Recuerdo las llamadas revistas Mexicanas, un material gráfico de excelente impresión color con tapas en papel ilustración que en esa época invadieron la argentina con títulos como "La Pequeña Lulú", "El Llanero Solitario", "Lassie", "La Ley del Revólver", "Porky", "Lorenzo y Pepita", "El Pájaro Loco", "Tom y Jerry", "Roy Rogers", "La Zorra y el Cuervo" y cientos de historietas que esperábamos ansiosos todas las semanas. Las Mexicanas eran diferentes a todo lo aquí conocido, posiblemente porque allí y por primera vez, estaban impecablemente dibujados los populares protagonistas de películas y series de televisión que habíamos incorporado a nuestros dorados años de las ilusiones juveniles. En argentina, Dante Quinterno con "Patoruzú" y "Patoruzito" o Divito con "Rico Tipo", ya habían iniciado una ruta exitosa con verdaderas creaciones en blanco y negro, pero a tanta información gráfica le llegaría lo mejor; "El Eternauta", junto a Ernie Pike, "Mort Cinder" y un sinfín de obras maestras que vendrían de la mano del prolífico y genial guionista Héctor Germán Oesterheld y dibujantes de la talla de Hugo Pratt, Enrique Breccia, Solano López, Moliterni, Arturo del Castillo y otros genios de la tinta china que nos mostraban sus logros en las revistas "Hora Cero" y "Frontera", ambas provenientes de la editorial creada por el mismo Oesterheld. Tiempos de un país que estaba cimentando una rica historia propia con producciones gráficas y musicales que comenzaban a identificarnos. Productos de consumo interno derivados del indiscutible y probado talento Argentino. La expansión de esa cultura recreativa en sus diversas formas no tenía límites, continuaba creciendo y hasta estalló un producto nacional llamado Billy Caffaro, cantante singular que se impuso con temas pegadizos como "Pity Pity", "Personalidad" y otros de abrumadora difusión. Por alguna extraña razón, la vida artística del inimitable Caffaro, duró poco tiempo, aunque sus temas son auténticos íconos y en la actualidad se siguen escuchando en la mayoría de las radios. Siguiendo con la cultura musical destinada a los jóvenes de entonces es imposible dejar de mencionar "El Club del Clan", un exitoso programa televisivo donde surgieron Palito Ortega, Violeta Rivas, Lalo Fransen, Nicky Jones, Johnny Tedesco, Raúl Lavié, etc. En la pantalla grande, el denominado nuevo cine nacional, revolucionaba con filmes dirigidos por talentosos como Rodolfo Kuhn, Leonardo Favio, Leopoldo Torre Nilsson, y Armando Bó quienes comenzaron a demostrarle al mundo que en este país, a pesar de los medios limitados, contábamos con guiones, directores y actores que nada tenían que envidiar a la cinematografía europea o norteamericana.
Yo tuve la fortuna de ir creciendo junto a estas manifestaciones artísticas inolvidables que marcaron mi ruta hacia esta profesión maravillosa que me sigue dando de vivir. Ya antes comenté que el "Eternauta" fué y és, uno de mis principales referentes en ese mágico género llamado cómic que aún continúo desarrollando.
Para quienes disfrutábamos de esa nación distendida con la felicidad cotidiana y la curiosidad que despertaba la energía juvenil, íbamos entrando en la adolescencia, con la simple preocupación de usar ropa y calzado de moda y lo más importante para esa edad; las conquistas femeninas, e indiscutiblemente y probado está, las mujeres argentinas fueron, son y serán las más lindas del mundo. En los años del "Eternauta", no se conocía la sicología o la terapia, todo lo hacíamos improvisada y espontáneamente, dejando fluir las atracciones con naturalidad, todo acorde a los medios económicos y recursos con los que cada chico contara a la hora de seducir a una jovencita para finalmente lograr el anhelado objetivo de tener sexo con ella. Femeninas al máximo, bonitas y muy bien vestidas, las chicas de esos años, eran sumamente espontáneas y estaban muy lejos de la histeria cuando llegaba el momento de definir el anhelado contacto de los cuerpo desnudos. Mi táctica siempre fué la de caminar solo o con algún confiable compañero de aventuras, pero jamás beber en exceso ni mezclarme entre grupos de muchachos. Esto me daba buen resultado y me preocupaba siempre de estar impecablemente vestido desmostrándo caballerosidad y respeto por la mujer que en ese momento estaba a mi lado. He tenido más batallas ganadas que perdidas en este campo tan particular y apasionante, ya que siempre el sexo opuesto me ha dado lo mejor de sí. Las mujeres siempre me demostraron ser mejores personas que yó y mucho he aprendido de ellas en ese capítulo fantástico de las relaciones. Confieso que pocas veces me enamoré y tengo mucho respeto por esa palabra que encierra un universo muy grande pero que muchas veces se utiliza con gran facilidad y ligereza. He sido muy amado y posiblemente no correspondí a quienes me entregaban ese sentir, quizás porque además de muy joven era inmaduro y el amor despierta después de un tiempo donde se comparten, sufren y disfrutan buenos y malos momentos y ésto lo comprobaría años más tarde cuando conocí a Elvira.
Los boliches bailables de entonces, nos ofrecían la posibilidad de mostrar destreza y lucirse a la hora de bailar rock o twist, si uno se destacaba en esos rítmos, con seguridad habría llamado la atención entre las chicas y tenía bastante ventaja sobre el resto de los muchachos "competidores" y en mi caso, me había convertido en uno de los campeones de rock and roll de la ciudad.
Luego de las exhibiciones acrobáticas del rock, vendría la prueba de fuego, cuando el disc jockey de turno iba bajando la música, las luces de la pista desaparecían y los temas lentos se hacían oir brindándonos 45 minutos de acercamiento absoluto con la ocasional compañera a quién se le hablaba al oído contactándonos mejilla a mejilla y meciéndonos suavemente en el perímetro de unos 360 centímetros el espacio de seis baldosas normales.
En aquellas incursiones, tanto a mí como a muchos chicos que queríamos ser grandes y ganar, me tocaba el difícil rol de ser un "infante", mi padre jamás tuvo un automóvil en su vida y tampoco le importaron demasiado, pero esto me jugaba en contra, ya que caminar durante interminables cuadras acompañando a una niña a la salida de los bailes, no era lo ideal y menos aún en los crudos inviernos de Bahía Blanca.
Siempre se dijo que el auto era el "tercer testículo del hombre" y en verdad, yo tuve ese órgano que me faltaba recién a los 21 años y andar de a pié, constituía un verdadero desafío donde uno se ponía a prueba utilizando las pocas armas que tenía a mano, además en los sesenta, ser propietario de un vehículo propio era algo soñado, pero inalcanzable. Tengo muchas anécdotas divertidas de ese tramo de vida, una de ellas me tocó sufrirla en Buenos Aires, cuando mi tía Elia, hermana de mi padre, me dijo; "Pipo, hay una chica muy linda que quiere conocerte, le dicen Susanita pura crema y es preciosa". Con mucha habilidad mi tía me puso frente a Susanita, que era hija única de una médico obstetra del barrio de Palermo. Ni bien la conocí, quedé impactado por su belleza y le propuse ir al cine, invitación que aceptó de inmediato.
Como de costumbre, estaba escaso de dinero, apenas me alcanzaba para pagar las dos entradas del cine y comprarle en la sala un bombón helado Noel. El otro problema era el costo de entradas en las películas de estreno, así que opté por llevarla a ver "las Cuatro Plumas" y "Gunga Din", dos películas muy viejas y en blanco y negro que exhibían en una sala de Santa Fé casi Callao a precios populares.
Como la tarde era cálida, nos fuimos caminando y charlando animadamente, pero a las 20 o 25 cuadras, el ánimo de Susanita iba decreciendo y la crema se derretía.
Las películas se cortaban el público silbaba, puteaba y este clima mísero, por más que había elegido que nos sentáramos en la última fila del cine no me permitía llegar a la intimidad de mi bella amiga. Compré dos bombones helados y al terminar la función, emprendimos el camino de regreso, obviamente caminando. Ya cerca del Hospital de Niños, traté de sacarle provecho a la oscuridad reinante intentando besar apasionadamente a Susanita contando con la complicidad de los paredones aledaños del nosocomio, pero la hermosa jóven, me dijo; "No doy más, Pipo. Necesito sacarme los zapatos, me duelen mucho los piés de tanto caminar". El rostro de sufrimiento de Susanita lo decía todo y rompía cualquier encanto. Sus zapatos tenían tacos altos y habíamos emprendido una verdadera maratón de kilómetros. Indudablemente la situación me jugaba en contra, con sus zapatos de charol en las manos, Susanita caminó heroicamente y descalza hasta cerca de donde ella vivía; Avenida Córdoba y Malabia. No me animé a decirle que quería seguir viéndola, su cara extenuada lo decía todo. Nos despedimos en silencio y cuando me dí vuelta para verla por última vez, Susanita se había puesto apresuradamente sus zapatos de tacos altos. Soy demasiado pobre para semejante chica, pensé y regresé al "conventillo del Eternauta", que en ese momento era mi única realidad.
En otra ocasión, había concurrido como de costumbre a bailar a la "Central", la confitería de Bahía Blanca, que cité en páginas anteriores. Era invierno, mes de julio y esa noche conocí a una hermosa chica rubia que tenía increíbles ojos celestes, cuerpo casi perfecto, divertida y con una gran cultura general, algo que la convertía casi en la "Mujer Maravilla". Desde el primer momento, ambos tuvimos conexión y estuvimos juntos hasta que el boliche comenzó a despedir a los asistentes. Cerca de las 5 de la madrugada, me pidió que la acompañe hasta su casa. El frío que hacía a la salida, era realmente insoportable y no contaba con dinero suficiente para un taxi y esto era lo mínimo que podía brindarle a esa increíble chica. Ella llevaba puesto un abrigado tapado de piel y yó, estaba protegido por un sobretodo de muy buena calidad que me había regalado mi tío Osvaldo. Comenzamos a caminar por la calle Brown, yo tenía ganas de orinar, pero aguantaba. Trataba de no pensar en ríos, lagunas o canillas. Nos quedaban unos mil metros para llegar hasta su casa y a mitad del camino, las ganas se incrementaban y no me animé a decirle que debía detenerme con urgencia frente a un árbol para descargar una micción incontenible, me pareció que esto sería un papelón sin retorno. Ya frente al domicilio de la bella rubia, comenzamos a besarnos apasionadamente, en un momento ella me toma con sus brazos del cuello y comienza a apretarse contra mí. Yo sentía un temblor creciente en mi vegiga, el torrente líquido se estaba anunciando y en medio del fuego; splashhhhh, me orino encima. En segundos, mis pantalones mojados por completo quedan adheridos a mis piernas y simultáneamente se inundan mis zapatos. La chica se quedó mirándome atónita y al instante comienza a reirse a carcajadas de la insólita situación. Quedé tan avergonzado que no volví a verla.

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