miércoles, 18 de junio de 2008

Nadie escuchó gritar a Manuel "Lalo" Makriyans

"Lalo" fué y és uno de los mejores tipos que conocí en mi vida, recuerdo que me lo presentó Isidoro "Chiro" Pieri, propietario en los años setenta de "Chiros" un boliche bailable de Bahía Blanca, que marcó una época importante por el carisma y la tecnología de avanzada que el local contaba en materia de luces y audio. "Lalo" venía del ámbito de los cines, ya que su padrastro administraba las principales salas cinematográficas de la ciudad y había crecido entre afiches y rollos de películas, un tema que conocía y manejaba a la perfección. Con su cara de niño bueno, porque así era su alma en verdad, "Lalo" se ganó rápidamente el cariño de todos los que en esa época integraban el staff de nuestra agencia publicitaria, donde inmediatamente se convirtió en un miembro más de aquel grupo humano de jóvenes divertidos y llenos de vitalidad que me acompañaban en lo que por entonces fué Palacios Publicidad "La Casa de Las Ideas", un emprendimiento publicitario que hasta estos días no pudo ser igualado por su intenso nivel creativo. Cuando se produjo el cierre de nuestra agencia, "Lalo" fué convocado para trabajar como gerente del laboratorio Prismacolor una empresa perteneciente a los hermanos Wolk. Esta firma estaba dotada de la mejor tecnología en revelado rápido de fotografías y trabajaba intensamente desde Bahía hacia todo el sur y las más importantes ciudades del país. Durante ese tiempo que permaneció a cargo de Prismacolor, "Lalo" crecía económicamente e infaltablemente casi todas las tardes venía a visitarnos a nuestra casa. Elvira felizmente iba saliendo de su enfermedad y mucho ayudaba la presencia de estaba "Lalo" con quién pasábamos inolvidables momentos compartiendo mates con facturas. En ese período también quedaron marcados a fuego en mi alma "Carlitos" Rabanetti, el hermano de Elvira y Leonardo "Chichín" Bérgamo, otro amigo de fierro, todos ellos me demostraron durante muchos años su sincero sentimiento de cariño hacia nosotros.
Cuando a mediados de los ochenta, decidimos irnos a vivir a Mar del Plata, en cada visita a Bahía, siempre solíamos comunicarnos y vernos con "Lalo" quién nunca dejó de hacernos llegar sus buenos deseos navideños mediante la vía postal.
En el 2007, ya de regreso en Bahía, solíamos encontrarnos con frecuencia en el desaparecido "Café Art", un sitio carismático que estaba en calle San Martín al que elegí como "mi oficina", donde nos quedábamos conversando durante horas. En esas charlas noté que mi amigo de tantos años ya no era el mismo, su mirada de niño inocente ahora estaba más triste que nunca.
En los últimos años, luego del cierre de Prismacolor, "Lalo" se había hecho cargo del restaurante del Centro Naval, donde era concesionario. La vida le estaba golpeando duro y es muy posible que ya no resistiera esos embates adversos porque anímicamente no se sentía bién y los distintos intentos que hacía por emprender algo nuevo, lamentablemente no salían como él esperaba.
Introvertido en extremo, era muy difícil que "Lalo" cuente lo que realmente estaba lastimando su alma, cerca de navidad estuvo en nuestra casa, recuerdo que me regaló un hermoso reloj que me había traído de su reciente viaje a Grecia, esto fué antes de su partida hacia Necochea, ciudad a la que amaba y donde vive su madre. Nos despedimos en "Café Art" y al salir nos dimos un abrazo. Era una tarde de mucho calor, recuerdo que me dí vuelta y lo ví cruzar la calle San Martín por última vez. El seis de enero del 2008, su esposa Hilda, me llamó a la medianoche para darme una de las noticias más tristes de mi existencia; el querido Manuel "Lalo" Makriyans había decidido ponerle fin a su vida en Necochea. Creo que era demasiado buen tipo para soportar esta era de locura y ambición sin límites que terminó por hartarlo. Cada noche cuando miro el reloj plateado que me dejó como su última demostración de amistad, rezo por el alma de un chico grande desesperado al que nadie escuchó gritar, y aunque muchas veces me incluyo y culpo por no haber sido capaz de contenerlo con la energía necesaria. También pienso que su decisión ya estaba tomada de antemano y resignadamente solo me queda rezar por él, recordar los momentos felices que pasamos juntos e imaginarlo en el cielo disfrutando de la paz que no pudo encontrar en este mundo.

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