Yo era muy pibe por entonces, pero jamás olvidaré a aquel señor con mayúsculas llamado Vicente Levantesi. Lo recuerdo impecáblemente vestido con sus elegantes trajes y dirigiendo la emisora LU3 Radio Del Sur con un profesionalismo poco común. Siempre tenía una sonrisa a flor de labios, su caminar era seguro y se movía por el edificio de la histórica emisora como quien conoce el todo y mucho más de ese mundo mágico y a su vez complejo llamado comunicación radial, donde las voces despiertan sensaciones inexplicables y el vuelo de la imaginación llega a las máximas alturas. Vicente era muy amigo de mi viejo Víctor. Ambos se conocían desde hacía mucho tiempo y solían compartír sus ratos libres en la luminosas mañanas de la inolvidable y cálida Pizzería "Pepito", una firma tradicional ubicada en Alsina al 200, donde a diario solían reunirse empleados, comerciantes y profesionales de todo tipo que junto a clientes habitués se reunían en sus amplias instalaciones para comer aquellas pizzas de sabor único acompañadas por el infaltable Cinzano o Gancia con ingredientes. Sitio donde estallaban risas espontáneas, anécdotas de todo tipo y mesas felices colmadas por personas de una Bahía Blanca que pertenece al nostálgico ayer sin retorno. Vicente Levantesi le puso su sello personal a la emisora que dirigía. En la programación de la radio la ebullición era constante, todo lo que se oía desde el edificio de calle Lamadrid casi Alsina además de novedoso, atrapaba por su estilo diferente. Tiempos en que la ciudad contaba con tres radios comerciales AM como LU7 radio general San Martín, LU2 Radio Bahía Blanca y LU3 que competían fuertemente y en cada una de ellas se movía un amplio universo de programas y personas que volcaban lo mejor de sí en sus variados programas. Cuando pasaba por la legendaria "Pepito" y veía a mi padre charlando animadamente con Vicente, pensaba; "que bueno ser amigo de tamaño personaje". Quizás por esa época yo era muy chico y aún no había llegado el momento de mi oportunidad profesional, pero como ya conté antes, iba "mamando" todo lo que emergía de ese mundo al que pocos años después pude acceder para permanecer en él hasta la actualidad.
En más de dos o tres oportunidades y estando en algún café céntrico junto a Edgardo Levantesi, sobrino de Vicente, cuando llegaba el momento de llamar al mozo para pagarle, éste nos respondía; "está pago, muchachos. El señor Vicente se hizo cargo". Vicente Levantesi era intuitivo, sabía claramente cuando estaba frente al eventual protagonista de un éxito seguro y su percepción a la hora de elegir responsables para los envíos de LU3, era difícil que fallara. En esa onda dejaron su estela luminosa valiosos locutores, conductores de programas musicales, notables periodistas e importantes figuras del radioteatro local que aún no han tenido su merecido, justo y necesario homenaje en la historia de la radiofonía bahiense. Al fallecer Vicente Levantesi, en uno de los estudios de LU3, durante mucho tiempo estuvo colgado un magnífico óleo con su rostro. Aquel era uno de los retratos más perfectos que ví en mi vida, porque además de su realización exacta, poseía una intensa luz propia. Ignoro quien fué el autor de la obra y me pregunto; "¿quien tendrá hoy ese cuadro de Vicente?".
Después LU3, con la llegada de la televisión iniciaría un dificultoso e incierto camino donde surgían nuevos gerentes que hacían lo que podían, pero por alguna razón no encontraban el rumbo correcto. La mística lograda en los gloriosos inicios se iba diluyendo y ya nada volvería a ser igual o comparable. Después de mi paso por LU2 Radio Bahía Blanca, empresa donde inicié mi carrera como conductor de programas musicales, a principio de los años setenta, Oscar "Bibi" Coleffi, quien había sido designado gerente comercial de LU3, me convocó para sumarme a la programación de esa querida radio donde tuve la oportunidad de estar al frente de contenidos como "Desde el Jardín", "Sabor a Vacaciones". "Los MH Positivos", "Domingos en Caravana", "Viva la Gente" y "Cómplice" entre otros, cada vez que entraba al estudio central para iniciar mi tarea frente al micrófono, allí a pocos metros estaba el retrato de Vicente Levantesi y de alguna manera, lo sentía cerca mío, como si su espíritu de hombre de radio, estuviera alentándonos desde algún sitio lejano llamado paraíso, tanto a mí como a los otros jóvenes que trabajábamos en ese edificio habitado por duendes comunicadores.
Las últimas gerencias estuvieron a cargo de Oscar "Bibi" Coleffi, una excelente persona que además de ser un notorio relator deportivo, hasta el final de sus días le puso a la radio toda su pasión para intentar sacarla a flote. Lamentablemente el querido "Bibi", falleció muy jóven. A él, le sucede Pablo B.Serrat otro reconocido hombre de los medios quién deja de existir en la década del noventa.
Hace pocas semanas, en un caluroso Marzo del 2009, entré después de muchos años al edificio de LU3, una elegante y amplia casona donde alguna vez viviera y se inspirara el escritor Eduardo Mallea. Aún, la voz de LU3 Radio del Sur, sigue en el aire. Más débil que en otras épocas, con menor potencia, resistiendo con uñas y dientes a los embates de las sucesivas crísis económicas y las feroces depredaciones sufridas durante varias décadas de pésimas dirigencias. Hoy la emisora está conducida por un grupo de empleados que formó una cooperativa. Entre ellos se encuentra un veterano periodista de apellido Mc Dougall, que en una charla informal me contó los padecimientos que tuvo la radio en su penoso transitar, prácticamente a la deriva donde se instalaron Dios sabe elegidos por quién, una serie de incompetentes interventores que la sumieron a una triste miseria e inexplicable inacción. También me relató que gran parte del material discográfico y equipos desaparecieron "de noche" posiblemente en esos clásicos robos "hormiga", donde los inescrupulosos de siempre, lejos, muy lejos de parecerse minimamente a los artífices verdaderos de la epopeya radial, quisieron tener en el inventario de su alma oscura un pedazo inmerecido de una bella historia a la que nunca pertenecerán, porque felizmente cada capítulo de la misma, solo habita en el fantástico universo de los grandes hombres que la forjaron.
jueves, 30 de abril de 2009
sábado, 25 de abril de 2009
Recordando el paso por nuestras vidas de aquel hermoso niño llamado Víctor Gómez
Esto sucedió a principio de los años ochenta, últimos tiempos de la dictadura militar Argentina. Por entonces, el Patronato de la Infancia de Bahía Blanca, albergaba a muchos niños de ambos sexos, algunos vivían en ese edificio histórico creado por Don Adelino Gutiérrez por su condición de huérfanos o bien porque provenían de hogares carenciados que no podían brindarles las necesidades mínimas que un chico necesita para crecer dignamente como educación, alimentos y un entorno familiar saludable. El Patronato se caracterizó siempre por ser una institución seria que realmente se ocupaba de la infancia y en ese entonces la obra se mantenía con la colaboración de empresas y ciudadanos locales más algún aporte del gobierno provincial. En varias oportunidades las autoridades de turno, nos solicitaban que colaboremos en la difusión de diferentes campañas, algo que tanto yo como mis colegas de la radio hacíamos espontáneamente y con muy buenos resultados. Había allí muchos pequeños, algunos contaban con la visita de sus familiares y otros lo pasaban en soledad, principalmente los fines de semana, fué entonces que la entidad lanzó una campaña para que Sábados y Domingos, la comunidad se acerque al Patronato e invite a un niño a su casa, una manera inteligente de integrar de a poco a los allí alojados a la sociedad y convivir con las familias que se sumaran a esta positiva acción. Recuerdo que durante un día sábado, concurrí al edificio, con la simple intención de visitar a los chicos, cuando uno de ellos, imprevistamente se aferró a mi pierna derecha y con la mirada más inocente, tierna y bella del mundo me dijo; "lleváme con vos". El niño tenía unos cuatro años, sus ojos eran negros y poseían un brillo y expresión poco común. Se llamaba Víctor, igual que mi viejo. No lo dudé y solicité a las autoridades de turno que me permitan llevarlo a casa durante ese fin de semana. Completé unos formularios, donde por 48 horas me hacía responsable del pequeño que resultó llamarse Víctor Gómez. Grande fué la sorpresa primero y la posterior alegría tanto de Elvira como de Virginia cuando me vieron llegar acompañado por el niño, quién rápidamente se integró a nuestra pequeña familia. Lo primero que hicimos ese sábado a la tarde fué comprarle ropa nueva. Al día siguiente, nos ocupamos de llevarlo a pasear y allí nuestro huesped descubrió el mágico encanto de la calesita del Parque de Mayo, donde no se cansaba de dar vueltas y vueltas.
En solo dos días, Víctor pasó a ser un hijo más para nosotros. A mi me decía Papá y a Elvira, Mamá. Cariñoso en extremo y poseedor de una dulzura innata, Víctor también estaba dotado de una gran simpatía y risa contagiosa. El era feliz y nosotros mucho más. Para Virginia pasó a ser el hermanito que no había tenido y gracias a una conversación que mantuve con la jueza de menores, logramos una tenencia temporaria de la criatura. El hecho de ser alguien conocido en los medios, ayudó mucho a la hora de pedir esa custodia limitada, ya que los requisitos necesarios para ello, también contemplaban la inspección de nuestra casa por parte de una visitadora social. A partir de una allí comenzó para nosotros una etapa hermosa donde nuestra existencia cotidiana se había transformado totalmente con las ocurrencias y las inquietudes inocentes del pequeño gran Víctor, el hijo varón que no habíamos podido tener por causas naturales y ahora Dios ponía en nuestro hogar.
Los paseos se repetían, el niño no paraba de sorprenderse con las distintas visitas a un gran salón de juegos infantiles mecánicos que tanto le gustaban. Durante la noche, le encantaba oir cuentos que le relatábamos antes de dormir y un inolvidable rostro de felicidad que parecía estallar cada mañana a la hora del desayuno.
Pero un buen día, me citan en el Juzgado de Menores al que asisto entusiasmado pensando que allí me darían algo más que la tenencia temporal. La Jueza, una mujer jóven y muy comprensiva, me comunica que el padre del pequeño había salido de la cárcel y lo reclamaba, porque lo asistía ese derecho. En pocas palabras, de acuerdo a las leyes, Víctor debía retornar al Patronato y posteriormente a su hogar. Fué aquel el peor día de mi existencia, ya que yo mismo debía encargarme de llevarlo al mismo edificio donde pocos meses antes lo había sacado para llevarlo a nuestra casa.
Cuando me iba aproximando con el auto, Víctor presintió que algo no andaba bien, primero se puso nervioso y luego comenzó a llorar diciéndome; "nó papá, acá nó, vamos a casa". El momento era terrible, nada podía hacer por aquel chico que durante algún tiempo breve que pareció una eternidad, había sido nuestro hijo. La órden del Juzgado era inamovible y si no se cumplía podrían surgir graves complicaciones para mí, ya que había aceptado hacerme responsable del pequeño. Una de las preceptoras de la institución, nos estaba esperando en la puerta de acceso y allí, al verla, Víctor se aferró a mí con todas sus fuerzas y seguía gritando ya de manera desgarradora. La empleada me pidió amablemente que me quede afuera y lo condujo hacia el interior. Los gritos del chico eran cada vez más fuertes. Nada pude hacer, escuché su voz reclamándo mi ayuda hasta que finalmente se fué perdiendo en el largo pasillo. Aquellos gritos aún resuenan en mis oídos, principalmente cuando me rogaba; "papá, papá no me dejes". Ojalá Dios y el destino me pusieran alguna vez delante de Víctor Gómez, hoy, un muchacho ya grande, que alguna vez hace casi 30 años, pudo haber crecido feliz a nuestro lado como un amado hijo que lamentáblemente nos arrebató el destino.
En solo dos días, Víctor pasó a ser un hijo más para nosotros. A mi me decía Papá y a Elvira, Mamá. Cariñoso en extremo y poseedor de una dulzura innata, Víctor también estaba dotado de una gran simpatía y risa contagiosa. El era feliz y nosotros mucho más. Para Virginia pasó a ser el hermanito que no había tenido y gracias a una conversación que mantuve con la jueza de menores, logramos una tenencia temporaria de la criatura. El hecho de ser alguien conocido en los medios, ayudó mucho a la hora de pedir esa custodia limitada, ya que los requisitos necesarios para ello, también contemplaban la inspección de nuestra casa por parte de una visitadora social. A partir de una allí comenzó para nosotros una etapa hermosa donde nuestra existencia cotidiana se había transformado totalmente con las ocurrencias y las inquietudes inocentes del pequeño gran Víctor, el hijo varón que no habíamos podido tener por causas naturales y ahora Dios ponía en nuestro hogar.
Los paseos se repetían, el niño no paraba de sorprenderse con las distintas visitas a un gran salón de juegos infantiles mecánicos que tanto le gustaban. Durante la noche, le encantaba oir cuentos que le relatábamos antes de dormir y un inolvidable rostro de felicidad que parecía estallar cada mañana a la hora del desayuno.
Pero un buen día, me citan en el Juzgado de Menores al que asisto entusiasmado pensando que allí me darían algo más que la tenencia temporal. La Jueza, una mujer jóven y muy comprensiva, me comunica que el padre del pequeño había salido de la cárcel y lo reclamaba, porque lo asistía ese derecho. En pocas palabras, de acuerdo a las leyes, Víctor debía retornar al Patronato y posteriormente a su hogar. Fué aquel el peor día de mi existencia, ya que yo mismo debía encargarme de llevarlo al mismo edificio donde pocos meses antes lo había sacado para llevarlo a nuestra casa.
Cuando me iba aproximando con el auto, Víctor presintió que algo no andaba bien, primero se puso nervioso y luego comenzó a llorar diciéndome; "nó papá, acá nó, vamos a casa". El momento era terrible, nada podía hacer por aquel chico que durante algún tiempo breve que pareció una eternidad, había sido nuestro hijo. La órden del Juzgado era inamovible y si no se cumplía podrían surgir graves complicaciones para mí, ya que había aceptado hacerme responsable del pequeño. Una de las preceptoras de la institución, nos estaba esperando en la puerta de acceso y allí, al verla, Víctor se aferró a mí con todas sus fuerzas y seguía gritando ya de manera desgarradora. La empleada me pidió amablemente que me quede afuera y lo condujo hacia el interior. Los gritos del chico eran cada vez más fuertes. Nada pude hacer, escuché su voz reclamándo mi ayuda hasta que finalmente se fué perdiendo en el largo pasillo. Aquellos gritos aún resuenan en mis oídos, principalmente cuando me rogaba; "papá, papá no me dejes". Ojalá Dios y el destino me pusieran alguna vez delante de Víctor Gómez, hoy, un muchacho ya grande, que alguna vez hace casi 30 años, pudo haber crecido feliz a nuestro lado como un amado hijo que lamentáblemente nos arrebató el destino.
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