lunes, 22 de junio de 2009

Insólitas historias protagonizadas por personajes "Caretas" de Bahía (1)

Bahía Blanca, siempre se caracterizó por contar entre sus habitantes con un importante porcentaje de hombres y mujeres apodados "Caretas", gente que se ocupa de vivir para la apariencia o la figuración y pugnan por mostrarse vestidos con costosa ropa de marca, buenos relojes, perfumes, desplazarse con vehículos importantes y poseer casas lujosas dotadas en su interior del máximo de confort. Por alguna extraña razón, este modo de vida acelerado y supérfluo donde se compite por "tener más", se percibe claramente en comunidades de población mediana. En el 2005, tuve la oportunidad de conocer a un hombre jóven, al que llamaré Raúl que tendría en ese entonces unos cuarenta y cinco años. Raúl solía concurrir infaltáblemente al mismo café donde yo asistía casi todos los mediodías. De a poco lo fuí conociendo, era un personaje muy verborrágico, simpático en extremo y me confesaba que a él solo le interesaba mantenerse en forma para conocer mujeres bonitas, ya que había soportado un matrimonio con una separación conflictiva y a partir de aquello no tenía intención alguna de tener una relación en pareja que fuera medianamente seria o comprometida. Posiblemente las malogradas experiencias que había vivido con el sexo opuesto, lo espantaban al momento de definir la psicología femenina, puntualmente la proveniente de mujeres mayores de cuarenta años a quienes catalogaba de "brujas histéricas". Recuerdo que un día sábado de primavera me contó entusiasmado que había destinado todos sus ahorros en la adquisición de un automóvil importado, y a toda costa quiso mostrármelo. El vehículo impresionaba, estaba realmente muy bueno y Raúl lo había estacionado a pocos metros del café donde éramos habitués. Me preguntó si yo estaba con mi auto, le respondí que nó e insistió amablemente en acercarme hasta mi domicilio, distante a solo unas siete cuadras de allí. Por una razón de respeto no quise negarme a que me lleve, ya con su automóvil en marcha, Raúl, continuaba hablándome de las bondades del mismo y la impresión que éste causaba a la hora de aproximarse con ansias de conquista a alguna dama atractiva. "Solo basta arrimar el auto, para que queden impactadas, ese es el primer paso, después suben solas", me decía Raúl con satisfacción. También me confesó que haber concretado su sueño de poseer un auto de tanto valor, también tenía sus contras, entre ellas el alto costo de mantenimiento que significaban los impuestos, seguros, patente, combustible, etc. Sin ánimo de parecer antipático o negativo, le pregunté si se justificaba que haya invertido todo el dinero que tenía en la compra de esa unidad. "la vida es corta, y hay que darse los gustos ahora, antes que sea tarde", me respondió Raúl con una sonrisa. A unos trescientos metros de mi domicilio, me dice; "si no estás apurado, ¿me acompañás hasta una rotisería que está por acá nomás?, quiero comprar algo para almorzar". Nos detuvimos frente al negocio gastronómico y bajamos juntos. Ya en el interior, Raúl le pregunta al empleado; "¿que tenés para darme por cinco pesos?". Obviamente que con esa pequeña cantidad de dinero, lo que podían ofrecerle era escaso, casi mínimo y así fué, porque el encargado le alcanzó un pequeño envase de plástico con un diminuto trozo de pollo con unas pocas papas al horno. "Raúl, eso es muy poco,¿porqué no llevás más?, yo te presto plata", le propuse. "Nó gracias, Pipo, con eso me alcanza, estoy a dieta", contestó amablemente. Desde aquel día no volví a ver a Raúl, aunque me había preocupado aquel episodio de la rotisería, donde se evidenció que su economía se había resentido con la compra del llamativo y costoso automóvil. Meses más tardes, le pregunté a alguien que lo conocía mucho por la vida de Raúl. Esta persona me miró seriamente y con real tristeza me dijo; ¿no te enteraste?, Raúl falleció el mes pasado". La noticia me tomó por sorpresa, aunque sin preguntarle detalles sobre la causa del prematuro deceso de Raúl, su amigo, que estuvo en todo momento junto a él, me confesó que el estrés había sido la causa de su muerte, ya que siempre había sido una persona sana y sin vicios ni excesos. Es muy posible que los nervios le hayan jugado una mala pasada, manifestándose en un cáncer, algo muy común que con frecuencia se dá en gente muy jóven de ésta ciudad. Según los especialistas y estadísticas que se mantienen en absoluta reserva, las causas de éste mal, además de las diferentes formas de contaminación ambiental, también son originadas por angustias, frustraciones, exceso de trabajo y la imparable carrera del consumismo en una época caótica donde el ser humano prioriza al máximo lo material dejándo de lado sus valores espirituales. La gran porción de esa sociedad "Careta" que aún sobrevive, está en vías de extinción, aunque muchos de sus integrantes, parecen no haberse dado cuenta aún que en esta especie de Apocalípsis en el que estamos inmersos, a la hora de la verdad, de nada sirven sus actitudes mediocres, ostentosas y superficiales. Raúl fué una víctima más de éste estilo de vida en extinción, también supe que vivía solo, estaba decepcionado y muy resentido con el sexo opuesto, al punto que solo veía defectos en cada una de las mujeres que iba conociendo en su ruta de "cazador" desenfrenado. La carencia de un nuevo amor medianamente genuino o la larga ausencia de una felicidad que parecía no haber podido encontrar lo llevaron a encerrarse en una máscara de aparente alegría y se dedicó a exhibir posesiones materiales que en realidad no podía sostener. Es factible que en su afán por destacarse ante la sociedad a toda costa, pretendiendo camauflarse de exitoso o triunfador, la situación se le fué de las manos, y esta vez, desafortunadamente, el costo fué muy alto, porque terminó pagando con su jóven vida.

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