A Héctor lo conozco de casi toda la vida, siempre sobresalía por su aspecto de galán joven. Hasta hoy, sigue usando la mejor ropa y cuida hasta el mínimo detalle de su aspecto para mantener vigente su estilo tan particular. seductor innato,con una mezcla de niño tierno, ingenuo y desamparado desde hace años tiene la virtud de atraer a bellas e interesantes mujeres que son atrapadas por su carisma y espíritu protector. Tengo innúmerables historias vividas junto a Lagonegro, la mayoría de ellas divertidas, ya que su sentido del humor es otra de sus virtudes. La fotografía comenzó a interesarle cuando era apenas un veinteañero y esa profesión le quedaba bién, ya que además de rendirle frutos económicos, permitía su acceso rápido a un sector de la sociedad donde era muy bien recibido, principalmente por las chicas que requerían sus servicios a la hora de registrar imágenes de fiestas de cumpleaños. Héctor trabajó algún tiempo como fotógrafo del diario La Nueva Provincia y más tarde se independizó dedicándose a eventos de todo tipo. Por aquellos tiempos para un muchacho de clase media, era muy difícil poseer un automóvil propio y un vehículo de cuatro ruedas era fundamental a la hora de una conquista femenina. Héctor, con apenas veinte años ya tenía el suyo; un Mércuri 41. Con mucho esfuerzo había logrado cumplir el sueño del "pibe".
El auto era grande, fuerte, de color negro y los que hacíamos "infantería", envidiábamos sanamente el carruaje de Héctor el "conquistador" a quién siempre veíamos rodeado de chicas atractivas. Recuerdo que yo tenía una noviecita, la primera de mi adolescencia, ella vivía en la calle Corrientes y en algunas ocasiones cuando salía de su casa, solía perder el último colectivo de la noche y no me quedaba otra alternativa que la de irme caminando hacia mi hogar. No eran muchas cuadras las que debía recorrer, pero cuando me tocó hacer el servicio militar obligatorio, en ocasiones iba a ver a esa chica con mi uniforme de soldado, calzando unos pesados borceguíes de cuero y Héctor que vivía a pocos metros de la casa de aquella novia, al verme pasar, infaltáblemente, y con una sonrisa irónica, señalándo mis botas me preguntaba; "¿Pesan nó?".
Esas imágenes quedaron grabadas en mí y cada vez que lo veo me acuerdo de aquello y tocamos el viejo tema de los borceguíes. El Mércuri 41 era una especie de hotel alojamiento móvil, su interior era lo suficientemente amplio como para llevar hasta seis personas cómodamente sentadas, aunque en algunas oportunidades podíamos entrar ocho. Cuando llegaban los esperados fines de semana, Héctor, que ya había reunido a varias de sus fieles seguidoras, nos convocaba para salir a bailar y divertirnos en alguno de los boliches que en esa época funcionaban en el barrio Palihue. Cuando estábamos en la penumbra del lugar y en medio de la música lenta y nos habíamos puesto de acuerdo con nuestra ocasional acompañante, en un momento dado, sin necesidad de intercambiar palabra alguna, solo bastaba una seña para que cada uno de nosotros, en respetuoso turno, nos dirigiéramos hacia el Mércuri 41 con nuestra respectiva pareja. En invierno, ese dormitorio rodante se tornaba insoportable y para superar las bajas temperaturas, el previsor Héctor con el fín de atenuar el frío y hacer más confortables los encuentros íntimos, nos dejaba algunas frazadas al alcance de la mano. Ya teníamos 23 años cuando un importante artista plástico me pregunta si conocía algún fotógrafo de nivel para hacer una sesión de desnudos a una chica que él utilizaba como modelo para sus pinturas. Sin dudar lo convoqué a Héctor y una noche nos reunimos los cuatro en un una paupérrima habitación que yo utilizaba como estudio. En realidad, tanto Héctor como yó, estábamos allí movidos por la curiosidad y la motivación que significaba conocer a una modelo tan aúdaz y llevar a cabo fotos que en esa época eran consideradas pornográficas. El pintor y la modelo concurrieron puntualmente, a poco de llegar, la chica comenzó a quitarse toda su ropa y sin pudor alguno, con absoluta naturalidad, mostró su cuerpo escultural y se paró sobre un sillón cama dispuesta a posar para las fotos. Héctor no había llevado ni un mísero flash o una lámpara, entonces decidió utilizar un rollo fotográfico de alta sensibilidad y tomó casi 70 imágenes de esa mujer valiéndose de una simple lamparita que colgaba del techo como único elemento de iluminación. La modelo era muy jóven, se manejaba como una verdadera profesional y atendía seriamente cada una de las indicaciones que le daban el pintor y Héctor. La escena era sumamente extraña, ya que en ese reducido cuarto, todo se desarrollaba como si estuviéramos trabajando en un estudio fotográfico importante. En un momento dado, la chica que parecía estar ajena a todo y daba el aspecto de una estatua casi perfecta nos despertaba sensaciones de alto voltaje, tanto Héctor como yó, pensábamos que seguramente al finalizar, el artista nos invitaría a tener sexo y disfrutar de esa escultura viviente. Finalmente, nada de ésto sucedió y abandonamos los pensamientos mórbidos resignándonos a asumir que tanto ella como el pintor estaban en otra frecuencia muy diferente a la nuestra. Las fotos que tomó Héctor esa noche salieron más que perfectas, creo que superaron todas las expectativas tanto por su calidad de imágen como lo logrado con la luz de una simple lamparita. Héctor seguía con su trabajo en el diario y con frecuencia casi todas las noches nos reuníamos en el "Gran Grill", un famoso y clásico restaurante que estaba ubicado frente a la Plaza Rivadavia, en pleno centro de la ciudad, lugar donde junto a Norbert Degoas, "Pepe" Masagué, "Bocha" Gasparini, Hugo Pipo y otros queridos personajes del periodismo y la radio solíamos quedarnos hasta casi el amanecer. La trasnochada bohemia bahiense era atrapante, casi un vicio para quienes comenzábamos a compartir la mesa de gente destacada y con anécdotas poco comunes. Héctor se casó muy jóven con Estella Maris, una bailarina hermosa del Ballet del Sur. Esa unión duró un breve tiempo, posteriormente él dejó su empleo en la Nueva Provincia y comenzó a trabajar en forma independiente, volví a encontrarme con Héctor en 1982, cuando yo estaba haciendo un programa en tira diaria por LU3 Radio del Sur y simultáneamente produciendo "Cripy" bailables en el Club Olimpo. Me comentó que había puesto una heladería muy bien montada con una franquicia de la popular marca de helados Vito, un exitoso producto nacido en Bahía Blanca. El negocio estaba ubicado en Calle Alsina y Héctor, que había apostado al mismo con una considerable inversión, necesitaba publicidad. Estábamos en verano y el medio ideal era la radio. Para darle una extensión de posibilidades de venta a su heladería, le propuse instalar una heladera comercial en "Cripy", ya que en ese enorme salón, a cada reunión bailable de los Sábados asistían más de 1500 jóvenes de ambos sexos y era una excelente oportunidad para que Héctor se asegure una buena venta de helados. Mi idea le interesó y a la semana siguiente armó un stand con los productos Vito en un sector de "Cripy". Para que se haga cargo de la venta de helados, trajo a una chica muy bonita y sexy con un físico fuera de serie, una elección propia de Héctor. Un Sábado a la noche, hacía mucho calor en la ciudad y ni hablar dentro del ámbito del bailable, donde la alta temperatura se tornaba insoportable. Había muchos chicos bailando y los equipos de renovación de aire no daban abasto al igual que el masivo consumo de bebidas gaseosas. Desde el lugar en el piso superior donde yo animaba los bailes con un micrófono conectado a las consolas de los disc jockeys veía que en el lugar donde funcionaba el expendio de helados, se había formado una fila de chicas y muchachos interesados en consumir, pero no había nadie que los atendiera. La chica o empleada eventual de Héctor, curiosamente no estaba en su puesto de trabajo y se me ocurrió convocarlo a través de los muchos baffles diseminados por todo el recinto, pero ni Héctor ni la joven aparecían. Una idea me asaltó o quizás un presentimiento, bajé rápidamente de la planta alta y fuí directamente a buscarlo en la zona donde funciona la pileta del club y tal como suponía, allí estaban Héctor y la chica en una acción de pasión desenfrenada. Creo que esa noche, afortunadamente los helados que quedaron en el refrigerador no se derritieron y pudieron sobrevivir a las llamas provocadas por Héctor y la fogosa muchacha. A ese emprendimiento le siguieron otros poco afortunados que evidenciaban claramente que a Héctor le convenía continuar con lo que realmente sabe hacer y es su verdadero oficio; la fotografía. Cuando me fuí a vivir a Mar del Plata, dejé de verlo por muchos años, aunque en ocasiones aisladas cuando volvía a visitar a mi familia y amigos, me encontraba con él para tomar un café y ponerme al día sobre su vida, amores y trabajo. Felizmente centró toda su energía en fotografiar quinceañeras y allí sí pudo demostrar que era un profesional distinto a todo lo conocido, convirtiéndose en el número uno al momento de registrar imágenes de jovencitas que lo reclamaban con mucha anticipación. Actualmente, Héctor Lagonegro entre otras de sus tantas actividades, es el fotógrafo exclusivo de la revista "Signos y Marcas". Me divierte mucho salir a hacer notas con él, el tiempo ha pasado, nos unen muchas historias de épocas de oro y continúo sintiendo el mismo cariño por éste personaje bahiense a quién nada le resultó fácil en su vida y que en más de una oportunidad, supo enfrentar situaciones personales muy adversas con actitud y coraje poco comunes. Padre responsable y atento a las necesidades de sus ex parejas, Héctor mantiene intacta su esencia de incansable buscador de emociones nuevas. Juega al golf y en Agosto del 2009, hizo las fotos del casamiento por civil de nuestra hija Virginia.
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