Corría el año 1977, época del denominado "proceso de reorganización nacional" instalado por la dictadura militar argentina. Miguel era un tipo de barrio, se había criado en Parque Patricios y con un porcentaje de ingenio más un golpe de buena suerte, comenzó a aprovechar la época del famoso "deme dos" surgido en los años de Martínez de Hoz, el ministro de economía que además de impulsar un dólar excesivamente barato, también abrió las compuertas de la importación indiscriminada, decretándo el fín inevitable de cientos de empresas, fábricas e industrias que debieron cerrar sus puertas definitivamente al no poder competir con los productos de todo tipo que llegaban desde el exterior a precios irrisorios y dudosa calidad. Miguel tuvo la iniciativa de desarrollar cadenas de zapatillerías con ofertas de todo tipo en calzado deportivo, chinelas y zapatillas, destinadas fundamentalmente a la gente humilde o de escasos recursos. Los negocios iban creciendo con velocidad considerable gracias a los créditos "blandos" que otorgaban los bancos en ese entonces a quienes además de estar bien relacionados con los funcionarios y direcivos de turno, paralelamente contaban con la "bendición" de los uniformados y ésto los convertía en ciudadanos confiables y patriotas.
Miguel logró una posición económica rápida y considerable transformándose en un comerciante jóven, rico y exitoso. Lo recuerdo como un personaje de gran verborragia, siempre impecáblemente vestido con trajes de muy buena calidad que usaba buenos perfumes, se movía en aviones y elegía alojarse en los más caros hoteles cada vez que viajaba hacia distintas ciudades argentinas para visitar las sucursales de su cadena de calzado.
En más de una oportunidad lo sorprendí observando desde lejos sus locales instalados en el centro de Bahía. A veces oculto detrás de alguna pared o presentándose a última hora de la noche, casi a la hora del cierre comercial. Cuando le pregunté porqué hacía ésto, me respondió: "No puedo ver a mis empleados laburando ocho o más horas por dos mangos, me deprime, lo mismo me sucede cuando en mis tantos vuelos a Europa o Estados Unidos en clase VIP y veo a la pobre gente de clase turística amontonada en asientos incómodos, todos apretados como sardinas en una lata y esperándo que les lleven la comida en esos carritos que empujan las azafatas por los pasillos, tan lentamente que parecen no llegar nunca. En cambio yó, viajo confortablemente instalado en un sillón del sector de la clase única, viendo películas, fumando y compartiéndo la sala exclusiva con unos pocos privilegiados".
Miguel, vivía en un imponente piso en una de las avenidas más caras de Buenos Aires, su oficina estaba lujosamente decorada y poseía automóviles nuevos y de marca, mostrándo una gran debilidad por los vehículos de orígen alemán.
"No sabés como me jode ir con mi Mercedes por la calle y ver cuando paro en los semáforos a pobres personas que andan en autos chiquitos, viejos, miserables, sin aire acondicionado o sin levanta-cristales automático, es terrible, me hace mucho mal, me enferma"- Confesaba Miguel con rostro compungido.
En la era de "la plata dulce", el país estaba plagado de nuevos ricos, tipos muy ignorantes que estaban haciendo mucho dinero y que se creían empresarios iluminados u omnipotentes, pensando que aquel ciclo de abundancia selectiva jamás terminaría y los seguiría favoreciendo. Miguel era uno de ellos ya que más allá del exacerbado egocentrismo que lo caracterizaba, su vida transcurría dentro de una burbuja de oro y no podía disimular la fobia o tristeza que le producían los ciudadanos pobres. Por ejemplo, aquellos trabajadores que viajaban parados en transportes colectivos, en los vetustos trenes, o no tenían otra alternativa que comer a diario en restaurantes baratos. Cuando la dictadura militar iba llegando a su fín y argentina daba muestras de un gran deterioro económico, Miguel fué desapareciendo del ambiente empresarial, dejó de viajar por el mundo y en poco tiempo no se tuvieron más noticias de él. Algunos que lo conocían aseguran que lo tapó la violenta ola de la crísis de los años ochenta, que las deudas lo dejaron en la ruina y los bancos amigos dejaron de serlo quitándole el respaldo. Hace poco, uno de sus ex empleados, me comentó que estando en Buenos Aires había tomado un taxi y que quién lo conducía era nada más y nada menos que el mismo Miguel.
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