Recuerdo que tenía por ese tiempo unos 17 años cuando comencé a frecuentar un conocido y hermoso lugar llamado "Bar Londres" (hoy desaparecido). El sitio era gigantesco y estaba ubicado frente a la Plaza Rivadavia. Allí se reunían distintos grupos de personajes muy particulares que se dedicaban a pensar en "negocios" originales, de bajo presupuesto, poco trabajo y buenas ganancias. Esto había comenzado a finales de los años 60, la mayoría de estos "vendedores de ilusiones", juntaban dos o tres mesas y se pasaban horas tomándo café, whisky y fumando. Se los veía siempre felices, sonrientes y muy bien vestidos con impecables trajes y relojes de calidad. Al poco tiempo pude conocer muy de cerca a un par de ellos y enterarme cómo encaraban sus extraños e intangibles negocios que generalmente ponían en práctica fuera de la ciudad, siendo la región del alto valle de Río Negro y Neuquén uno de sus sitios favoritos. En una ocasión "El gordo Zar" me contó en detalles cómo llevó a cabo la operación "Anteojos Tridimensionales" y en verdad ésto que fué una historia real, es una verdadera obra maestra del "cuento" de "guante blanco". En esa época la televisión abierta avanzaba a gran velocidad y se instalaba como un fenómeno imparable en todas las ciudades del interior argentino y ante ésto, las emisoras radiales además de perder el interés de la audiencia, también comenzaban a sentir una considerable disminución de sus pautas publicitarias. La TV, indiscutiblemente era toda una novedad y las empresas y comercios no dudaban en anunciar en el revolucionario medio que emitía exitosos programas y series en blanco y negro. "El gordo Zar" llegó a Neuquén y comenzó a visitar a los principales negocios de la ciudad con el propósito de ofrecerles una revolucionaria y exclusiva forma de publicitar en la televisión. Su argumento de venta consistía en motivar a los comerciantes mostrándoles primeramente un anteojo de cartón que tenía una lente azul y otra roja, luego, les exhibía una foto cuya imágen se veía confusa y estaba impresa con esos dos colores, pero cuando el ansioso y curioso comerciante se colocaba los lentes bicolor, la imágen aparecía mágicamente en sorprendente tridimensión. "Así se verá su aviso publicitario cuando hagamos la primera transmisión tridimensional de la Argentina", enfatizaba el "gordo Zar""¿Se imagina la foto del frente de su negocio saliendo, explotándo de la pantalla?, ésto será un exito total".
Nadie quería quedarse afuera del impactánte sistema y para participar antes que nada, debían comprar una cantidad mínima de anteojos tridimensionales (500 unidades) que los clientes de la farmacia, polirubro, boutique, zapatería, etc recibirían . gratuitamente para poder ver con ellos estos avisos especiales.
"El gordo Zar" colocaba fácilmente entre 500 y 1000 anteojos por negocio y como éstos eran de cartón a modo de valor agregado y souvenir fidelizador, aseguró que llevarían impreso en ambas patillas el correspondiente logotipo de cada uno de los comercios auspiciantes.
La venta inicial superó todos los cálculos previstos y en menos de una semana, la venta de anteojos y las respectivas placas publicitarias especialmente diseñadas en 3D para cada una de las empresas patrocinantes le proporcionó una increíble ganancia, ya que los incautos anunciadores le entregaron un anticipo del 40% para que el "gordo Zar" arme e imprima los anteojos. Definitivamente, aquellos comerciantes fueron estafados con este original "cuento del tío", el programa jamás salió al aire y como era de esperar, los anteojos prometidos nunca llegaron a destino.
Pocos meses después, este grupo de ideólogos pergeñó otra estafa de audaces características. Esta vez se trataba de porteros eléctricos especialmente creados para estancias y establecimientos rurales que supuestamente se instalarían en las mismas tranqueras de acceso a los mismos. Con planos y diseños en mano que mostraban en prolijas carpetas las bondades de los revolucionarios aparatos, se abocaron a recorrer los campos cercanos a Bahía y entraban a cuanto establecimiento y casa que iban encontrando, ofreciendo a sus propietarios el maravilloso adminículo electrónico que supuestamente les permitiría identificar y dialogar cómodamente desde su vivienda y a una importante distancia con quienes llegaran hasta la tranquera de acceso.
Al igual que en el caso de la publicidad tridimensional, los interesados en contar en lo inmediato con la practicidad de esos maravillosos porteros eléctricos, debían adelantar un 40% a cuenta del armado del novedoso intercomunicador inalámbrico, más los gastos de envío por correo, etc. Obviamente, los desprevenidos e incautos compradores agropecuarios, además del dinero del anticipo también perdieron las esperanzas de contar con los deseados porteros eléctricos en sus tranqueras.
El último gran "cuento del tío" lo protagonizó "Chavi" un personaje pintoresco de la ciudad que estaba necesitando una cantidad importante de dinero y se le ocurrió inventar una rifa para la policía. Una imprenta de poca monta se encargó de imprimir los folletos y talonarios numerados de la supuesta e ilegal rifa destinada a las cooperadoras policiales de distintas localidades aledañas a Bahía. Al comienzo, este fraude funcionaba bién. Las rifas las vendían además del mismo "Chavi" y algunos de sus secuaces en proximidad de los puestos camineros. Allí se instalaban con absoluto descaro y las ofrecían a los automovilistas que se acercaban a los pueblos y disminuían la velocidad de sus vehículos al notar la presencia de la policía caminera. Esto sucedió en 1977 y una mañana, "Chavi" tuvo tan mala suerte que detuvo un automóvil en el que viajaba un alto jefe de la policía, que al descubrir la maniobra fraudulenta en perjuicio de su institución, inmediatamente lo detuvo."Chavi" fué acusado de estafas reiteradas y condenado a cuatro años de prisión que cumplió en una desolada cárcel del sur argentino. Eran tiempos del trístemente célebre proceso militar, años de miedo, sangre y miles de desaparecidos. Desafortunadamente "Chavi" fué a parar a una cárcel de extrema seguridad donde estaban alojados muchos "montoneros" y miembros del ERP que pasaban allí sus inciertos días de encierro en inhumanas condiciones. Cuando salió de la cárcel vino a verme a mi oficina, además de estar irreconocible, el estado físico de "Chavi" era lamentáble. Deteriorado, envejecido y muy mal de salud, nos contaba el calvario que había padecido en esa lejana cárcel sureña. "Los guardias nos sacaban de la celda a mitad de la noche, nos golpeaban sin asco con sus bastones y en cada una de esas requisas, mojaban nuestros colchones y frazadas obligándonos a permanecer desnudos y parados durante horas a lo largo del pasillo de nuestro pabellón. Los hijos de puta simulaban fusilamientos con los compañeros que caían agotados al piso y a algunos los arrastraban hasta el patio para que se mueran por congelamiento. A varios los remataban de un tiro", relataba sin poder contener el llanto. Al salir de ese infierno, aquél popular personaje urbano, estaba prácticamente muerto en vida y Dios hizo posible que "Chavi" alcanzara a viajar a Buenos Aires y tuviera fuerzas suficientes como para llegar hasta la casa de su anciana madre y pasar con ella sus últimos días antes de morir.
El tiempo y las circunstancias hicieron que aquellos famosos "cuenteros" desaparecieran poco a poco de los sitios que solían frecuentar. Se inventaron muchas leyendas sobre el destino de cada uno de ellos y jamás volví a ver a ninguno de ellos. Me pregunto si habrá algún sobreviviente de ese grupo de estafadores idealistas, creativos y audaces que sin ejercer violencia alguna, no vacilában en llevar a la práctica ese tipo de ilícitos que a la distancia y comparándolos con los aberrantes delitos actuales nos parecen de una inocencia absoluta.
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