Para muchas personas, la mítica figura de Papá Noel, es solo una fantasía, para los niños, una hermosa ilusión que esperan ansiosos en cada navidad de sus años de inocencia. Pero; ¿Qué sucedería si usted se enterara que realmente el legendario personaje, al igual que los Angeles y los Duendes, existe realmente y hasta concedió una entrevista a un jóven periodista argentino?. El encuentro no fue casual, posiblemente la misteriosa desaparición del clásico trineo, provocó esta inédita nota con un adulto que tuvo el privilegio de tener “cara a cara” a un Papá Noel contrariado y en apuros.
Yo me encontraba en un bar leyendo las noticias de los diarios, mi café aún estaba caliente, me disponía a beber lo que quedaba en el interior del pocillo cuando un hombre robusto, con barba blanca y tupida, se sienta frente a mí. El rostro de esta persona estaba cubierto por gotas de transpiración. Se evidenciaban sus nervios o ansiedad, sus ojos azules no dejaban de mirarme, toda la atención del barbado personaje se había centrado en mí. Desde el primer momento pensé que dentro de ese llamativo traje colorado, había un hombre común que se estaba ganando la vida promocionando alguna empresa. Era un disfraz casi perfecto de Papá Noel al igual que el parecido con las imágenes tradicionales. El hombre mostraba desprolijidad en su cabello largo y cano, busqué dinero en mi bolsillo como para darle una propina y se vaya lo más pronto posible. En estos tiempos no se puede confiar en nadie y menos aún en alguien que detrás de ese disfraz puede ocultar alguna mala intención, también podría tratarse de un mitómano. El personaje pareció adivinar mis intenciones e inmediatamente puso su mano derecha sobre la mesa al tiempo que me dice; “nó, usted se confunde, no necesito su dinero, solo busco su ayuda”. Algo en mi interior me decía que ese extraño visitante no me estaba mintiendo. Su voz se había tornado calma y sus palabras se escuchaban sinceras. ¿En que puedo ayudarlo señor?, le pregunté. Seguidamente, y sin dejar de mirarme fijamente, con inocultable tristeza me dice: “Me han robado el trineo, es la primera vez que me pasa algo así, no está en el lugar donde lo dejé y necesito encontrarlo cuanto antes”.
Traté de serenarme y esperar el momento propicio como para que aparezca un amigo o conocido que me libre de esa alocada situación. El hombre que tenía frente a mí se dió cuenta de mi fastidio, esta vez sonrió con cierta tristeza, su rostro pareció ruborizarse al máximo y mirando hacia la calle dijo: “No quería molestarlo, siento mucho haberme presentado ante usted de esta forma sorpresiva. Le agradezco que me haya escuchado, fue muy amable”.
En ese momento lo único que se me ocurrió fue preguntarle quien era en realidad. No dudó en responderme que él era Papá Noel y solo yo podía verlo, oírlo y dialogar con él. Cuando termino de decirme esto, noto que Carlos, el mozo del bar me estaba mirando con extrañeza y de inmediato caminó hacia mí mesa. ¿me llamabas?, pregunto con su amabilidad de siempre. “Estee…sí, traéme otro café por favor y no sé que va a tomar el señor”, dije mirando hacia mi barbado interlocutor. Carlos pareció no entender nada, miro hacia el sitio que le había indicado y me respondió; “¿qué señor?, te veo solo”.En ese instante tuve ganas de salir corriendo, ahora era yo quien no entendía lo que estaba sucediendo. Todo parecía formar parte de un sueño, aunque el supuesto Papá Noel, seguía frente a mí, ahora más calmo y de alguna manera demostrándome que efectivamente nadie más que yo podía verlo.
Esa prueba había bastado para que comience a creerle, pagué mi café y salimos juntos del bar. Ya en la calle, mi acompañante se puso su gorro rojo con la clásica borla blanca, y con un ademán me indico que crucemos hasta la plaza Rivadavia. Eran las diez de la mañana, el centro de la ciudad estaba lleno de gente y vehículos, pero nadie había reparado hasta el momento en la presencia del supuesto Papá Noel. Ya en la mitad del espacio verde, mientras varios niños y personas mayores caminaban cerca nuestro, se detiene en un sector alfombrado de césped y con gran seguridad me dice: “aquí había dejado mi trineo”. ¿Cuándo ocurrió esto? le pregunté. “fue anoche, me anticipé y quise venir antes ya que el tiempo real no existe para mí y eso me permite manejar mis viajes por el mundo, siempre y cuando sea antes de la Navidad”. Me imaginé en una comisaría, frente a un oficial sumariante intentando hacer una insólita denuncia por la desaparición de un trineo con sus respectivos renos, estaba pensando esto cuando el supuesto Papá Noel me dice, “yo sé donde están mi trineo y los renos, puedo ver el lugar y a los responsables del hecho”. “¿porqué no vamos con la policía y lo recuperamos?”, le sugerí. “nó, usted y yó iremos personalmente a buscarlo, esa es la ayuda que necesito”. En verdad, no me animé a contradecirlo, fuimos en mi auto. Durante el viaje Papá Noel solo se limitó a indicarme el camino. Llegamos por fín a un barrio muy humilde lindero a la ciudad. Las casas eran bajas, no había asfalto y los árboles escaseaban. Entre calles sinuosas y llenas de nubes de tierra impulsadas por el viento, mi acompañante me señala una vivienda al tiempo que dice con su voz ronca y potente; “es allí”. Detuve el vehículo y comenzamos a caminar hacia la casa en un mediodía caliente. Un grupo de chicos estaba jugando con una pelota de fútbol, al verme trataron de dispersarse, solo tres se quedaron y me miraron desafiantes. Con bastante temor caminé hacia los pibes que aparentaban tener unos doce o trece años, aunque sus rostros eran adustos y estaban a la defensiva. Papá Noel había desaparecido de mi vista y allí pensé que yo había sido víctima de alguna alucinación. Pero los tres chicos estaban allí, eran verdaderos y seguían mirándome con cara de pocos amigos queriendo saber el motivo de mi presencia. Les pregunté si ellos se habían llevado el trineo, los renos y los regalos, ninguno me respondió una palabra y me preguntaron si estaba tomándoles el pelo. De pronto, un niño de unos seis años, apareció en la puerta de una especie de galpón ubicado detrás de la casa y se puso a gritar; “los renos tienen hambre”. Esto fue suficiente como para que todos ingresáramos a la construcción y allí estaban los inquietos animales junto al histórico trineo. Una gran cantidad de paquetes de regalos abiertos se veían diseminados por el suelo, ¿porqué lo robaron?, les dije sin disimular mi indignación. El más pequeño de los chicos tenía lágrimas en los ojos y agachó la cabeza con vergüenza, otro de los presentes respondió; “pasamos por la plaza, vimos que Papá Noel estaba dormido y nos llevamos el trineo, siempre salimos a robar, así que ahora es nuestro y los regalos también”, exclamó muy seguro el muchacho. ¿Acaso no se dan cuenta que también robaron la ilusión de miles de chicos? les disparé. “No nos importan los otros chicos, ellos tienen lindas casas, padres ricos, juguetes. Nosotros ni siquiera vamos a la escuela, y nuestros padres viven de juntar cartones”, acotó. Todos permanecimos en silencio, estábamos cosechando los muchos años de sembrar pobreza, falta de educación y descuido de los derechos de los niños. Niños que crecen con resentimiento, sin destino, librados a su suerte y convencidos que robar es una ocupación normal. Pero lo peor era que habían crecido de golpe y estaban perdiendo la magia de la Navidad. Repentinamente los renos se agitaron, los brillantes papeles de los regalos, se acomodaron con sus respectivos moños en las cajas, Papá Noel apareció sorpresivamente sentado en su carruaje y exclamó: “Les dejo sus regalos, muchachos, aún están a tiempo de disfrutar del espíritu Navideño, es su última oportunidad”. Se escuchó el tintineo de los cascabeles y campanitas que ornamentan a los renos voladores y el trineo se elevó lentamente a escasos centímetros del suelo hasta desaparecer por una amplia ventana a medio terminar. Me alejé del humilde barrio con la sensación de haber chocado contra la triste realidad de un país cuyos habitantes gastan su energía en inútiles protestas y solo se comprometen cuando están en riesgo sus intereses y no tienen capacidad de solidarizarse con la realidad que los rodea. Hasta la noche del 24 de Diciembre dudé si realmente aquello había ocurrido, algo me impulsó a mirar hacia el cielo y allí, cruzando velozmente por una luna inmensamente luminosa estaban Papá Noel con su trineo y los renos distribuyendo felices ilusiones. Supe que también para mí, era la última oportunidad, volvía a ser grande, aunque me comprometí a no perder jamás mi alma de niño y poner lo mejor de mí para que algo cambie y volvamos a creer que la felicidad es posible si luchamos por recuperarla y cuidarla.
Pipo Palacios
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