En aquellos principios de los años setenta, Isidoro Pieri, más conocido como "Chiro", aún no había aparecido por Bahía. Sí se sabía que había montado en calle Chiclana, altos, al lado del mítico Palacio del Cine, una discoteca de carácerísticas muy singulares para la época. En principio porque ese sitio estaba decorado de una manera diferente y tenía un sistema de audio casi perfecto. "Chiro", vivía en Buenos Aires y el negocio estaba a cargo de su hermano Jorge, con quien yo tenía una buena amistad. El mismo Jorge Pieri, me pide que hagamos algo para levantar el local, ya que no estaba funcionando como él y su hermano deseaban. La realidad era que la confitería no tenía suficiente promoción, además competía con muchos boliches bailables de similares características que ya estaban impuestos y contaban con una clientela fiel y consecuente. Jorge siempre me hablaba de su hermano, tenía por él una gran admiración respeto, pero lo que más le interesaba era poder demostrarle que él podía hacer algo para que el negocio funcione a pleno. Mi primo Norberto Di Luca, era un tipo extraordinario y digo era, porque falleció siendo muy jóven. En nuestra infancia y también en la adolescencia, éramos compinches en todo, incluso coincidíamos en ser acérrimos enemigos de los libros, ya que tanto en la escuela primaria como la secundaria, nos consideraban alumnos mediocres, más bien tirando a pésimos. Ni a Norberto ni a mí nos gustaba estudiar, yo prefería dibujar soldados o hacer caricaturas en los cuadernos y él, solía, a la salida del colegio agarrarse a trompadas con los más "pesados". En la secundaria, habíamos transitado sin pena ni gloria por el Don Bosco y Pedro Goyena. A éste último se lo conocía como el albergue de los deshauciados y allí estuvimos compartiendo bancos con chicos pendencieros que eran capaces de destruir un aula en medio de una "batalla" o practicar lanzamiento de navajas del tipo "Sevillanas" contra los pizarrones y burlarse sin piedad de algunas profesoras o profesores sin importarles las amonestaciones que les caerían encima por su comportamiento salvaje. Norberto era temido por su forma de boxear y cuando yo tenía algún problema con un compañero peligroso, no vacilaba en llamarlo y él se encargaba de pelear por mí, saliendo victorioso de todos los combates. Mi primo terminó la secundaria y se fué a estudiar medicina a la La Plata, ciudad donde tiempo después volvimos a encontrarnos en varias oportunidades. En una de mis últimas visitas, Norberto me comentó que conocía a un músico extraordinario que tocaba una especie de órgano electrónico capaz de lograr el sonido de una verdadera orquesta. Movido por la curiosidad, le pedí que me presente a ese artista y una noche, a eso de las 21 horas, llegamos hasta su casa. Allí me encontré con un hombre delgado, de baja estatura y aspecto de persona tímida. Mi primo le pidió que toque algo y el músico de apellido Robela, se sentó frente a un teclado, posiblemente lo último de la época en ese tipo de instrumentos y comenzó a ejecutar un tema movido. En los dedos de ese músico había talento, velocidad, actitud, todo ese ámbito cobró vida y se transformó en contados minutos, al punto que cerré los ojos y tenía toda la sensación de estar ante una verdadera orquesta.
Quedé maravillado con Robela. Jamás había oído tamaño concierto logrado con un teclado que nada tenía de simple y fué allí donde pensé en Jorge Pieri y el boliche Chiros. A Robela comenzamos a promocionarlo en radio como "El Hombre de los Mil Dedos" y anunciábamos su presentación para un día Viernes a las 23 horas. Jorge confiaba en mi intuición y apostó a la primera actuación de un número en vivo que tendría Chiros. Toda esta puesta en marcha era un verdadero desafío, ya que Isidoro "Chiro" Pieri, aún no había entrado en escena y yo seguía sin conocerlo personalmente.
Robela llegó a Bahía acompañado por mi primo Norberto. Por fín el "Hombre de los Mil Dedos", estaba a punto de debutar en una ciudad difícil y en un boliche poco conocido. A Jorge, dadas las carácteristicas del negocio, se le ocurrió que Robela actúe vistiendo un smóking y buscó alguno de los que usaban los mozos. El problema era el talle, ya que todos los smókings le quedaban grandes y se nos venía encima la hora de la actuación. Ante la urgencia, optamos por colocar en el saco de Robela una larga cantidad de alfileres en línea como para ajustar la prenda de la mejor manera posible a su cuerpo. Si lo mirábamos de frente, el smóking le quedaba impecable, el problema surgía cuando Robela se daba vuelta, porque su espalda parecía una grotesca armadura. Cerca de las 22 horas, ya había público formando fila en el acceso de Chiros. Ninguno de nosotros lo podía creer, una importante cantidad de hombres y mujeres en su mayoría de clase media, estaba pugnando por asistir a un espectáculo cuya promoción había sido un verdadero éxito. A la hora anunciada, Robela, iluminado por los reflectores del boliche, apareció en el escenario, saludó amablemente a la multitud que colmaba las instalaciones e inició su show con fuerza incontenible. Cada vez que finalizaba una interpretación, el público lo ovacionaba y aplaudía de pié. Ya habíamos roto el hielo y el espectáculo se convirtió en un concierto pocas veces visto. La actuación de Robela superó todas las expectativas, el show se extendió casi una hora más de lo previsto y en más de una ocasión, le pedían que repita alguno de los temas. Ante tamaña aceptación, con Jorge decidimos que Robela vuelva a presentarse la noche siguiente, a la misma hora, ya que a la una de la mañana, habíamos hecho un arreglo para presentar al "Hombre de los Mil Dedos" en el Club Sansinena de la vecina localidad de General Daniel Cerri. Cuando Isidoro "Chiro" Pieri se enteró por su hermano de lo que habíamos logrado con un tecladista desconocido, prometió viajar a Bahía para ver personalmente a ese fenómeno de la música. En la noche del sábado, el boliche volvió a llenarse de gente, lo mismo sucedió en el Club Sansinena, donde Robela, ante el fervoroso reclamo del público, tuvo que extender su show durante una hora más. Por esos extraños misterios de la vida, Robela se había convertido en una estrella que en poco tiempo supo cautivar con su talento a un público exigente. Por razones laborales, "El Hombre de los Mil Dedos", debía retornar a La Plata, con mi primo lo acompañamos a la terminal de omnibus y desde esa noche no volví a verlo más. A tantos años de aquello recuerdo con gran cariño a Jorge Pieri quién víctima de una terrible enfermedad fallecería poco tiempo después, vienen a mi memoria los alfileres que ajustaban la parte trasera del smóking de Robela, a mi querido primo Norberto y a un artista singular que durante dos noches colmó de magicas melodías a un local repleto de gente que además de oir sus temas lentos en absoluto silencio, también se contagió espontáneamente y hasta bailó con la sucesión de ritmos que ininterrumpidamente y sin pausas, les ofrecía el imperdible "Hombre de los Mil Dedos".
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