Durante este año, sumamente complicado para nuestra sufrida y malversada Argentina sucedieron muchas cosas a las que nuestros mediocres dirigentes no le encuentran o simplemente no quieren encontrarle solución. La inseguridad crece minuto a minuto, lo mismo sucede con el incremento de la pobreza e ignorancia, dos males que generan la propagación del delito, la vagancia, mendicidad e ignorancia en un país que a pesar de los enemigos internos sigue flotando. Así averiada, temerosa, desalentada y sin rumbo cierto, nuestra nación que felizmente aún cuenta con un gran porcentaje de ciudadanos valiosos, intenta encontrar un rumbo o destino sosteniendo el día a día con la fuerza de su voluntad.
Bahía Blanca, no está ajena a los conflictos nacionales y resiste los embates de los sucesivos cambios a los que el habitante común se ve obligado a realizar en su modo de vivir. Aquella ciudad que alguna vez, allá a lo lejos supo ser “La Puerta y Puerto del Sur Argentino”, tal como la bautizó Osvaldo J. Ochoa, hoy mira hacia el cielo esperando el milagro de la ansiada lluvia y alejar el fantasma de la sequía que la viene asolando desde hace muchos, demasiados meses. En medio del variado menú de dificultades, hay emprendimientos que logran mantenerse en base a servicios, eficiencia y creatividad, uno de ellos es el Centro Terapeutico, Doctor Máximo Ravenna que funciona en Gorriti 49 bajo de la dirección de Sergio Erlij y un eficiente grupo de colaboradores. El 27 de Noviembre, cerca de las 21 horas, tuve otra de las grandes emociones de mi existencia, porque allí, ante más de doscientas personas, frente a los reflectores y micrófono en mano, se paró Virginia, nuestra única hija. La ví erguida, segura, hermosa, carismática como siempre e iniciando con su voz clara y particular la conducción de éste festejo. Hubo un momento en que la emoción la embargó, esto duró pocos segundos, pero como buena profesional y acostumbrada a la televisión y radio, lo pudo superar y continuar con su misión. Yo sabía que ese desapercibido quiebre, tenía un porqué, y esto era por el cambio que el doctor Máximo Ravenna y el equipo de Bahía, habían producido en el cuerpo y la mente deVirginia.
Creo que en ese escaso tiempo, Virginia vió las imágenes de su ayer, donde padecía el peso de los kilos de más y el disgusto cotidano de poseer un cuerpo que de ninguna manera le correspondía ni merecía llevar a cuestas.
Fueron muchos años de querer ocultar un físico castigado por los padeceres y dificultades ocasionados por el disparo de glándulas tiroideas, tratamientos fallidos con médicos contraindicados que nunca daban en la “tecla”. Pastillas, grupos de autoayuda, libros y una búsqueda que parecía no tener fín. No olvido su ropa oscura y lo que ella llamaba “caparachos”, algo similar a las pesadas y calurosas armaduras de tela o lana que intentan ocultar el aspecto indeseado.
A ello se le suma el sentirse en inferioridad de condiciones a la hora de presentarse en público, los complejos inmanejables y todo lo que acarrea esa enfermedad llamada obesidad.
Virginia ha escrito en su blog, páginas brillantemente relatadas sobre su propia experiencia y el largo camino recorrido en maximocambio.blogspot.com, sitio que superó las quince mil visitas. Volviendo a la noche de la celebración de los dos años del Centro Máximo Ravenna, la “nueva” Virginia tenía luz propia, estaba embargada por la felicidad de poseer ese anhelado cambio. Nada le fue fácil. Allí jugó su voluntad férrea y ganó finalmente la batalla. Yo me limité a sacarle fotos, seguir atentamente su trabajo y tratar de evitar que me salten las lágrimas, porque allí al frente de la conducción estaba mi "soldadito", el escudero de ayer y hoy, aquella “nena” inteligente que desde los cinco años, aprendió entre otras cosas a crecer entre micrófonos, cámaras de TV, dibujos y música estaba frente a mí y una importante cantidad de personas que la escuchaba con atención absoluta y disfrutándo plenamente de su "Máximo Cambio". En ese evento fluyó de su interior su innegable capacidad de comunicadora excepcional, su esencia de buena hija y por sobre todas las cosas con la virtud real de ser una buena, muy buena persona. Y lo mejor de esta historia, es sentir que Virginia yá vuela con sus propias alas hacia el maravilloso destino que ella merece y ocupándo un lugar legítimamente ganado.
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