A Julio Berdini lo conocí cuando éramos adolescentes en busca de algún destino cierto. Buena persona, carismático y muy "entrador" con las chicas de Bahía. Su particularidad era el gran parecido que por entonces tenía con el popular actor italiano Vittorio Gassman, puedo asegurar que era idéntico y esta similitud la acentuaba la nariz que Julio poseía en aquellos años. Tiempo después se la operó por alguna razón que desconozco y ya no volvería a ser el doble de Gassman. Cuando nos tocó el servicio militar obligatorio, nos encontramos en el Batallón de Comunicaciones 181, muy cercano al Comando del V Cuerpo. Allí nos hicieron poner en bolas en una sala, junto a unos 300 futuros soldados a la espera de la temida revisación médica, algo que definiría si éramos aptos para cumplir con la patria o nos salvabamos de permanecer un año en el Ejército. Ni Julio ni yó nos veíamos metidos dentro de un uniforme verde, creo que cuando finalizó aquella primera inspección médica, ambos estábamos seguros que nos detectarían algún problema y volveríamos rápidamente a casa como si nada hubiera pasado. Julio siempre permanecía sereno, casi en silencio y elucubrando algo que solo él sabía. Yo intuía que Julio estaba plenamente convencido que se libraría de convertirse en un recluta más. Casi dos meses después, regresamos a la segunda revisación médica. El entorno nos generaba temores diversos, ya que los suboficiales con sus órdenes y gritos imponían su autoridad haciéndonos sentir que si no pasábamos esta segunda oportunidad, nos esperaba una verdadera pesadilla. A mí me descubrieron desviación de columna y pié plano y el dictámen fué "Apto R"(Apto Relativo). Este diagnóstico tenía suficiente peso como para perder la posibilidad de pedir una tercera junta médica y considerarme inevitáblemente incluído en las filas de los "Colimbas", calificativo que se le daba al soldado de acuerdo a su misión en la fuerza (corre, limpia, barre). Definitívamente en esa etapa, tanto Julio como yó fuimos incorporados a pesar de nuestras inconsistentes protestas y al poco tiempo nos encontrábamos corriendo, comiendo locros, sopas tibias, mate cocido, etc. En algún momento nos raparon salvájemente y fuimos a parar a una cuadra gigante junto a más de cien camaradas donde dormíamos sobre bolsas rellenas con paja en camas cuchetas de tres pisos. Nos esperaban los jodidos tres meses correspondientes al período de instrucción, tiempo donde se supone que el recluta en base a diversas prácticas, algunas extremas puede llegar a formarse como un verdadero soldado. Todo esto era teoría de viejos manuales del ejército, porque si bien en los 90 días de instrucción a los que fuimos sometidos, nos hacían correr y saltar desde las seis de la mañana, de poco serviríamos a la hora de una batalla real porque ninguno de los 200 pibes que conformábamos la Compañía, teníamos la mínima idea de cómo disparar un fusil FAL, desarmarlo, atacar a la bayoneta en un cuerpo a cuerpo o simplemente quitar una bala atascada en la recámara del arma.
Julio Berdini protagonizó durante un breve tiempo parte de estas maniobras, luego, le salió una baja sorpresiva y regresó a su vida de civil. Por un lado, la partida de Julio me alegró, pero ya no lo contaría en nuestras charlas y bromas dentro de un área militar donde habíamos sobrevivido gracias a que luchábamos por reirnos de todo lo que sucedía a nuestro alrededor y principalmente porque conservábamos intacto nuestro pensamiento de libertad. Cuando terminó mi período de "Colimba", volví a reencontrarme con Julio, quien tenía la representación de un aditivo para motores de automóviles llamado "Ergonex", quería imponerlo en el mercado local y para éste fín, debía poner en marcha una campaña publicitaria. En esos años, la televisión por aire estaba comenzando a crecer en Bahía y muchos hogares yá disponían de un aparato de TV, aunque anunciar en esos medios resultaba inaccesible para algunos comercios locales por el alto costo de los espacios. Fué entonces que le propuse a Julio realizar un comercial fílmico sonoro con animación incluída para "Ergonex", una experiencia nunca antes realizada en el ámbito de la producción local. Hablamos con Alberto Freinkel, un talentoso camarógrafo bahiense con quien me unía además de una excelente relación de personas, el mismo interés por el cine argentino de vanguardia. Alberto escuchó atentamente la audaz propuesta, un verdadero desafío para la época y la intención era lograr esa pieza con un mínimo presupuesto, algo que a la hora de realizar la animación y los doblajes demandaría todo nuestro ingenio y capacidad. El intento valía la pena, primeramente porque se trataba de algo que a Julio podía servirle y en segundo lugar porque quería probarme a mí mismo. El comercial mostraba a una modelo muy bonita que habíamos convencido para que sea la cara del aviso y ella misma echaba en el motor el aditivo. Luego, el vehículo se ponía en marcha, el capot se abría y del mismo salían dragones que simbolizaban la potencia que adquiría el automóvil gracias a "Ergonex". Finalizadas las tomas con la modelo en exteriores, precisamente en una estación de servicio, con Alberto Freinkel nos encerramos en un pequeño estudio que mis viejos me habían armado en el acceso de la casa paterna e iniciamos la realización del primer dibujo animado superpuesto en imágenes reales que se hizo en Bahía. Los dibujos los trabajé sobre papel transparente de los que se usan como envoltorios en las florerías. Primeramente pasé talco sobre el papel y posteriormente calqué lo que previamente había dibujado en tinta china sobre papeles comunes. Debían respetarse todas las secuencias relacionadas con los movimientos de los dragones, el "cuadro a cuadro", o sea un dibujo para cada toma que duraba aproximadamente un segundo. Freinkel ubicó su cámara de 16 milímetros en lo alto valiéndose de elementos y soportes más que rudimentarios y la iluminación la efectuamos con lamparas comunes de 100 wats. Recuerdo que para esa escena animada que duraría unos diez o doce segundos estuvimos varias horas repitiendo las tomas hasta que finalmente ambos quedamos conformes.
Cuando revelamos la película, Alberto hizo una edición impecable tanto de lo que se vería en vivo, el primer plano del producto y el momento donde los dragones saltaban desde el motor y volaban hacia el exterior. Increíblemente todo había quedado bién, casi perfecto para una película de 30 segundos hecha a pulmón. El doblaje de las voces y los efectos sonoros, se llevó a cabo en Canal 7(Telba) con la locución en off de Víctor Pascuaré. Habíamos quedado más que satisfechos con el comercial de "Ergonex", posiblemente una anticipación más que válida en aquellos primeros pasos de mi carrera como publicista. No se si a Julio le fué bien con "Ergonex", tampoco nos importaba demasiado, porque todos los aquí mencionados estábamos buscando nuestras respectivas puertas en la vida, éramos muy jóvenes, vitales y tanto el error como el acierto formaban parte de aquellos intentos. Siempre admiré la excelente relación de Julio con su hermano y con el transcurrir de los años, fuimos encontrándonos en diferentes momentos manteniendo intacta la sintonía que nos había unido. Algunos ex compañeros de la "Colimba", habían trabajado varios meses para que todos los de la clase 44, nos reuniéramos en una cena de reencuentro, algo que nunca me había resultado atractivo principalmente porque no habíamos estado en Vietnam, solo seríamos un montón de nostálgicos dispuestos a recordar un tramo existencial con anécdotas de relativa emoción. Las mías fueron reales, demasiado audaces, aunque no heroicas y las compartí con pocos camaradas, entre ellos Indalesio Peral, "Mandinga" Montechiari, Daniel Troncoso, el "Narigón" Tomassini", el "Vasco" Goyanarte, el "Petiso" Méndez y Julio Berdini. Aquella cena tan anhelada, finalmente se llevó a cabo hace un par de años, creo y fué realmente frustrante. En primer lugar porque de entrada, varios de los asistentes no nos reconocimos, el tiempo había pasado para todos, estábamos más viejos y ya nada sería igual. Por suerte, todos mis "compinches" de la era militar estaban allí y en un momento, solo bastó mirarnos para entender que debíamos salir de allí inmediatamente. Terminamos en Daytona, hablando del presente y felizmente sin mirar hacia atrás. Habíamos cambiado, a cuarenta años de la "Colimba", éramos otros tipos que poco o nada tenían que ver con los habíamos dejado en el restaurante y en ese pequeño grupo de "fugados", aún se mantenía viva la esencia que de alguna manera nos hizo querernos, entendernos, respetarnos y encontrarnos sin quererlo en cada vuelta de una esquina.
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