jueves, 21 de agosto de 2008

"El Pozo de Zorro" en la Batalla de Malvinas y cómo se vivió la guerra desde muy lejos.

Muchas veces suelo encontrarme en algún café de Bahía, con algún ex combatiente que estuvo en Malvinas durante el conflicto bélico y siento mucha admiración por ese compatriota que trata de no recordar lo vivido cuando era un muchacho y confiesa que lo que le sucedió lo relata como si le hubiera pasado a otra persona y nó a él. Estos hombres tienen hoy 44 años y fueron llevados a las islas cuando solo tenían 18, siendo simplemente soldados conscriptos que en aquel momento estaban cumpliendo con lo que se llamó servicio militar obligatorio, algo que inevitablemente llegaba cuando estabas por cumplir los 20 e ibas a sorteo. De acuerdo al número, podía tocarte un año en el ejército, uno en aeronáutica y en el peor de los casos, dos en marina y si el número era bajo, te salvabas. Años después, la edad del conscripto se bajó a 18 años, algo inexplicable porque aún es una etapa adolescente. Muchos de estos jóvenes clase 1963 estuvieron en ese desolado y cruel frente de guerra al que fueron transportados en el más riguroso secreto con un despliegue de transportes navales y aéreos de características similares a las del Día "D" en Normandía. Es muy posible que este intento de recuperación de las islas por parte del gobierno militar que tomó la decisión de invadir Malvinas, haya sido un fallido golpe de efecto para tratar de unir al pueblo argentino en una colectiva concientización patriótica y enmascarar con esta acción las distintas fallas que el modelo económico de esos años estaba evidenciando en todos los sectores de la producción, el comercio, la creciente inflación o el empobrecido salario de los ciudadanos. El sorpresivo desembarco de las fuerzas conjuntas generó una gran euforia inicial en la población y los calientes discursos del general Galtieri, enfervorizaban por la contundencia de sus desafiantes palabras a la hora de prometer que Argentina, no daría un solo paso atrás y presentaría batalla.
Una de las primeras medidas que tomó el gobierno militar fué prohibir la difusión en todas las radios de temas cantados en inglés, esto obligó a que en pocas horas, los encargados de programación y discotecas de las emisoras se abocaran a la tarea de rescatar todos los discos existentes de autores nacionales, ya sea en rock, melódicos, tangos y principalmente folklore. De un día para otro, la onda radiofónica se transformó completamente resurgiendo cantantes y grupos que en su momento habían estado prohibidos y ahora cobraban protagonismo. Fué entonces que los Beatles, Rollings Stones, Elvis Presley, The Doors y tantos otros pasaron a la marginalidad. Las banderas argentinas, además de los respectivos mástiles, también ondeaban en casas y comercios como clara demostración patriótica, algo que desde hacía muchos años no se veía en la Argentina.
Mientras en las islas, ocupadas por más de 10 mil hombres, en Bahía Blanca, la vida cotidiana continuaba normalmente y el clima triunfalista al igual que en el resto del país, se mantenía alto. Esto era apoyado por la difusión intensa que los medios gráficos, radiales y televisivos destinaban a la exitosa ocupación y el formidable operativo conjunto llevado a cabo por las distintas fuerzas que intervinieron en el desembarco.
Pero contrariamente a las suposiciones del gobierno, Margareth Thatcher, apodada la "dama de hierro", lejos de amilanarse decidió enviar a la flota británica que ya se estaba estaba preparando para navegar rumbo al lugar del conflicto. Ante esta noticia, los sentimientos comenzaron a cambiar preocupando seriamente a las familias que tenían un hijo, un sobrino o un nieto cumpliendo el servicio militar en Malvinas. Lo mismo sucedía con las esposas y familiares de los pilotos de la aviación militar, naval, conscriptos, oficiales y suboficiales de la Marina de Guerra, Prefectura Naval, Ejército, Infantería de Marina y los muchos civiles que cumplían tareas de mantenimiento en tierra o estaban a bordo de barcos de apoyo.
Mientras este clima de tensa espera transcurría, los ciudadanos hacían su vida normalmente y en los bares, principalmente abundaban bizarros personajes que oficiaban de absurdos "estrategas" de retaguardia y hablaban como si fueran expertos de la talla de Patton, Eisenhower o De Gaulle e improvisaban sobre la mesa un supuesto escenario de la eminente batalla utilizando barquitos hechos con papel de servilletas aconsejando: "yo atacaría por aquí o allá, etc". También hubo un periodista radial bastante conocido en aquellos años destacado como corresponsal en el desembarco que durante una conferencia de prensa dijo: "en Malvinas hay tantos efectivos, artillería y tanques que la isla corre el riesgo de hundirse". Bahía era también una zona de riesgo, ya que la Base Naval de Puerto Belgrano, ubicada a pocos kilómetros de la ciudad desde cuyo puerto de vital importancia entraban y salían tanto el único portaaviones que tenía la marina como los distintos buques de guerra y desde allí también partió para no regresar jamás el legendario crucero General Belgrano. Lo mismo sucedía con la base aeronaval Comandante Espora muy cercana a Bahía y que albergaba a las aeronaves de combate de la aviación naval.
Cuando finalmente en abril la guerra comenzó, tanto la aviación naval como la militar cumplieron un destacado rol en la batalla de Malvinas donde realizaron misiones heroicas atacando valerosamente a los buques de la flota inglesa. Los pilotos que tripulaban los aviones partían desde Río Gallegos con escasa autonomía de vuelo y volando casi a ras del agua para no ser detectados por los radares enemigos, disparaban sus misiles o descargaban las bombas y regresaban al continente, aunque una gran mayoría de ellos lamentablemente no pudo lograrlo.
El hundimiento del crucero General Belgrano se produjo con torpedos del submarino nuclear Conqueror. Como saldo de este ataque, en las heladas aguas del Atlántico Sur, perdieron la vida 323 marinos argentinos. A partir de ese momento la guerra dejó de estar lejos para transformarse en algo muy cercano y doloroso. La posibilidad de que ciudades estratégicas argentinas como Bahía, entre ellas fueran atacadas comenzó a difundirse y esto generó temor y precauciones. Se pusieron en práctica los oscurecimientos totales para que los edificios u objetivos militares no sean detectados desde las alturas por los bombarderos Vulcan. El desconocimiento absoluto de la guerra moderna y las tecnologías modernas utilizadas por ingleses y norteamericanos por parte de quienes manejaban los centros de defensa civil eran lamentables. En plena era del satélite, era obvio que de nada serviría oscurecer calles y domicilios particulares, porque igual nos estaban viendo y nuestros movimientos, en cualquier zona del sur del país, eran rigurosamente vigilados facilitando así la precisión de los ataques aéreos o bombardeos misilísticos de la flota británica.
En un jardín de infantes se construyó un bunker antibombas y los pequeños eran aleccionados sobre cómo comportarse y protegerse cuando se escuchara la alarma antiaérea.
Desde que era casi un niño, mi interés por la segunda guerra mundial y posteriormente Vietnam, me llevó a poseer una importante cantidad de libros y revistas que mucho antes de 1982 hablaban de la existencia y efectividad de los aviones Harriers, las miras infrarrojas, etc. Aquí todo parecía detenerse en el tiempo y se instruía a la población con manuales de los años 40. Solo bastaba documentarse sobre los años de la "Batalla de Inglaterra" cuando la Luftwaffe cruzaba varias veces por día el canal de la Mancha y descargaba toneladas de bombas sobre la resistente Londres y en medio de los incendios, la destrucción y la muerte, la población inglesa se ponía de pié emergiendo desde el horror y con disciplina y patriotismo se abocaba a recoger los escombros esparcidos en las calles para dejar paso a las ambulancias y bomberos. Ni hablar de las temibles y sorpresivas bombas voladoras que eran lanzadas por los alemanes y en la mayoría de las ocasiones caían en la ciudad provocando destrucción y muerte entre los civiles, aún con los esfuerzos de la artillería antiaérea o los Spifttire que generalmente las derribaban en vuelo. Pensar en las alarmas que atormentaban a los ciudadanos ingleses que en forma ordenada se dirigían a los refugios o los subterráneos donde instalaban provisorios dormitorios y permanecían un largo tiempo en las profundidades a la espera del cese del contínuo bombardeo, nos dá una pauta de la actitud probada durante el largo asedio.
Winston Churchill, dirigió la Batalla de Inglaterra con serenidad, valor e inteligencia poco común, no solo exponiéndose al momento de los ataques sino también, hablándo con franqueza a su pueblo prometiéndo aquella histórica frase "Sangre, sudor y lágrimas" que incluyó en uno de sus famosos discursos. Los argentinos no somos guerreros, ni tenemos experiencia en situaciones extremas como las que les tocó vivir a los ingleses en la segunda guerra y nuestras fuerzas armadas de 1982 carecían del armamento y la preparación adecuada para tamaña confrontación que además de inevitable ya se sentía gravemente sobre la humanidad de las tropas destacadas en las islas. La prensa nacional mostraba el éxito de la guerra con titulares triunfalistas como: "Estamos ganando", "Hundimos al Invincible, etc", mientras las radios, la televisión y los medios gráficos exageraban y mentían sobre los reales sucesos que acontecían en el extremo sur, muchos valientes pilotos eran derribados, las islas bombardeadas sistemáticamente, principalmente la pista de Puerto Argentino y se sucedían bajas con una importante cantidad de heridos y muertos. ATC (Argentina Televisora Color) el canal oficial emitió un maratónico programa en vivo destinado a recaudar fondos para la guerra y ante esas cámaras desfilaban artistas famosos, empresarios, comerciantes y gente que aportaba desde dinero, joyas y hasta ropa de abrigo que supuestamente sería de utilidad para los soldados del frente.
Las amas de casa eran invitadas a tejer gorros y bufandas de lana y los niños en edad escolar, fueron motivados para enviarles cartas de adhesión y aliento a los combatientes. Casi nada o muy poco de todo lo reunido en estas colectas llegó a sus destinatarios. Por un breve tiempo, el gobierno de Galtieri sostuvo la euforia patriótica que al 14 de junio fué sepultada por la triste realidad de la rendición incondicional de Menéndez ante el general Jeremy Moore. Esta especie de Pearl Harbour llevó al desastre a lo poco que quedaba de nuestra fuerzas armadas y el anuncio de la capitulación, sumió a la población en otro sombrío desaliento. En ese conflicto perdieron la vida 900 hombres de ambos bandos, quedando un millar de heridos argentinos. Muchos pilotos y marinos dejaron sus vidas en tierra y mar, otros, los que sobrevivieron, sufrieron mutilaciones y graves trastornos psicológicos que aún perduran con la consecuencia de 400 suicidios de postguerra. El duro revés, generó críticas hacia el gobierno de facto y se lo tildó de inepto o cobarde. Las banderas argentinas dejaron de flamear y retornaron a los armarios, la música inglesa volvió a escucharse y a nadie le importó un comino de los miles de chicos que regresaban a su patria. Chicos que crecieron de golpe en medio del constante estallido de la bombas, la metralla y el silbido de misiles o balas trazadoras de los Sea Harriers. Solo tenían 18 años y fueron indiscutidos protagonistas de un hecho histórico; la recuperación de las Islas Malvinas. Lamentablemente la mayoría de estos soldados adolescentes no estaban preparados para una guerra tan despareja. Principalmente porque su instrucción militar no había sido suficiente, tampoco tenían armas adecuadas ni ropa para soportar el severo clima malvinense. Las botas que formaban parte de su equipo eran de cuero (borceguíes) con cordones, inapropiados para el suelo húmedo del lugar. El factor psicológico tenía mucho que ver, ya que los mal llamados "chicos de la guerra" no eran soldados profesionales, sino simples conscriptos. Para ellos las batallas eran algo que solo habían visto en películas de acción y ahora, por esas cosas del destino, estaban comprometidos dentro de ese film. Se llamó "Pozo de Zorro" a una precaria trinchera que los soldados debieron cavar en el duro y húmedo suelo en un amplio perímetro de defensas, algunas bastante alejadas de Puerto Argentino. En esos agujeros miserables dormían y esperaban que en algún momento apareciera el enemigo. ¿Cuanto miedo habrán acumulado esos soldados que debieron crecer de golpe allá, tan lejos?. ¿Cuantos pensamientos habrán asaltado sus mentes en medio del bombardeo incesante? Imagino a los muchachos del "Pozo de Zorro" aplastados sobre la helada tierra , tiritando de frío, deseando que los truenos aterradores de la muerte se detengan de una buena vez. ¿Cuantos de ellos sufrieron el llamado "pié de trinchera", congelamiento de los miembros inferiores con riesgo de amputación?. Los imagino atesorando las cartas y fotos de su familia, extrañando el calor del hogar, pensando en el beso interminable con su primera novia, los deseos no cumplidos que quedaron postergados quien sabe hasta cuando. Pienso en las lágrimas, el dolor e impotencia contenida cuando debían sepultar presurósamente a sus camaradas muertos en aquella inmensa y horrible soledad. Les habían ordenado que el FAL (fusil automático liviano) debía ser en ese trance como una "novia" y a él debían abrazarse. Me pregunto: ¿Cuantas veces esos jóvenes tuvieron la posibilidad de abrazar intensamente a su novia o tener relaciones sexuales con ella? Malvinas los había curtido demasiado rápido y esa "novia" flaca, negra y fría, era en ese momento el viejo fusil fabricación belga, de dudoso resultado a la hora de dispararlo y a este arma se aferraban con el dedo nervioso acariciando el gatillo cuando observaban algún movimiento extraño en el horizonte.
En el continente, la vida de los ciudadanos seguía "normal", los bailes juveniles, los restaurantes y los cafés, donde los "estrategas" habían abandonado sus estúpidas tácticas y parecían ahora sumidos en la resignación de una derrota inminente.
El general Menéndez, el de las botas brillantes y el aspecto prolijo, tomó la decisión de rendirse incondicionalmente. Para la gran mayoría de los argentinos, aquello fué una acción de "perdedores" como si se tratara de un vulgar partido de fútbol. Los soldados regresaron a casa, los escondieron, les prohibieron hablar de lo que habían vivido. Entraron de noche, como con verguenza, sin gloria, sin banderas ni bandas tocando. Los muchachos ingresaron por la puerta trasera y hasta muchos años después no se volvió a tocar el tema Malvinas. Hay muchos libros de combatientes argentinos que estuvieron en el frente y también de soldados ingleses, entre ellos el de Vincent Bradley, un paracaidista inglés que estuvo en la primera línea e intervino en combates cuerpo a cuerpo, relatándo sus vivencias con absoluta crudeza y objetividad. Otra obra digna de leer y conservar es "La Pasión Según Malvinas" impecáblemente narrada por el periodista y corresponsal de guerra Nicolás Kasanzew. Al escribir esto, me viene a la mente la figura de Julio Aro, "el soldado" marplatense, un chico excepcional que fortalecido por el dolor, al regresar supo crecer y rearmarse con su hermosa familia y hasta tener tiempo para solidarizarse con sus compañeros los ex combatientes de su ciudad y ocuparse de sus problemas.
Definitivamente, esos pibes de acero, a los que muchos idiotas llamaron "loquitos de la guerra", demostraron tener las pelotas muy bien puestas a la hora de apretar el gatillo de sus perimidos FAL o las arcaicas metralletas PAM. Hasta el fín de mis días, respetaré y honraré a esos chicos que se hicieron veteranos y aún hoy no les supimos dar su merecido lugar. Posiblemente porque tenemos el culo sucio y como buenos perdedores de la vida que somos, no queremos oir hablar de derrotas ni derrotados. La enfermedad del exitismo nos corroe el alma, quizás por esta inexplicable razón no logramos crecer, mirar hacia adelante y honrar a los que tuvieron en Malvinas su primera sangre y a los que yacen sepultados en las islas en un cementerio sin flores en sus tumbas y donde sopla el viento como si fuera un poderoso aullido de bronca ante la muerte temprana y la imposición del llanto lejano de quienes no los olvidarán jamás.
Por último me pregunto, ¿Cuantos políticos mediocres que en ese tiempo esperaban ansiosos ocupar un lugar en la inminente democracia o los actuales que se llenan la boca hablando de patriotismo se habrían jugado los huevos en aquella batalla? Inútiles serán los intentos por tratar de nó recordar Malvinas porque los espíritus intactos de los heroicos muchachos no lo permitirán ya sea aquí en la tierra como en el cielo.

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