lunes, 22 de junio de 2009
Insólitas historias protagonizadas por personajes "Caretas" de Bahía (1)
Bahía Blanca, siempre se caracterizó por contar entre sus habitantes con un importante porcentaje de hombres y mujeres apodados "Caretas", gente que se ocupa de vivir para la apariencia o la figuración y pugnan por mostrarse vestidos con costosa ropa de marca, buenos relojes, perfumes, desplazarse con vehículos importantes y poseer casas lujosas dotadas en su interior del máximo de confort. Por alguna extraña razón, este modo de vida acelerado y supérfluo donde se compite por "tener más", se percibe claramente en comunidades de población mediana. En el 2005, tuve la oportunidad de conocer a un hombre jóven, al que llamaré Raúl que tendría en ese entonces unos cuarenta y cinco años. Raúl solía concurrir infaltáblemente al mismo café donde yo asistía casi todos los mediodías. De a poco lo fuí conociendo, era un personaje muy verborrágico, simpático en extremo y me confesaba que a él solo le interesaba mantenerse en forma para conocer mujeres bonitas, ya que había soportado un matrimonio con una separación conflictiva y a partir de aquello no tenía intención alguna de tener una relación en pareja que fuera medianamente seria o comprometida. Posiblemente las malogradas experiencias que había vivido con el sexo opuesto, lo espantaban al momento de definir la psicología femenina, puntualmente la proveniente de mujeres mayores de cuarenta años a quienes catalogaba de "brujas histéricas". Recuerdo que un día sábado de primavera me contó entusiasmado que había destinado todos sus ahorros en la adquisición de un automóvil importado, y a toda costa quiso mostrármelo. El vehículo impresionaba, estaba realmente muy bueno y Raúl lo había estacionado a pocos metros del café donde éramos habitués. Me preguntó si yo estaba con mi auto, le respondí que nó e insistió amablemente en acercarme hasta mi domicilio, distante a solo unas siete cuadras de allí. Por una razón de respeto no quise negarme a que me lleve, ya con su automóvil en marcha, Raúl, continuaba hablándome de las bondades del mismo y la impresión que éste causaba a la hora de aproximarse con ansias de conquista a alguna dama atractiva. "Solo basta arrimar el auto, para que queden impactadas, ese es el primer paso, después suben solas", me decía Raúl con satisfacción. También me confesó que haber concretado su sueño de poseer un auto de tanto valor, también tenía sus contras, entre ellas el alto costo de mantenimiento que significaban los impuestos, seguros, patente, combustible, etc. Sin ánimo de parecer antipático o negativo, le pregunté si se justificaba que haya invertido todo el dinero que tenía en la compra de esa unidad. "la vida es corta, y hay que darse los gustos ahora, antes que sea tarde", me respondió Raúl con una sonrisa. A unos trescientos metros de mi domicilio, me dice; "si no estás apurado, ¿me acompañás hasta una rotisería que está por acá nomás?, quiero comprar algo para almorzar". Nos detuvimos frente al negocio gastronómico y bajamos juntos. Ya en el interior, Raúl le pregunta al empleado; "¿que tenés para darme por cinco pesos?". Obviamente que con esa pequeña cantidad de dinero, lo que podían ofrecerle era escaso, casi mínimo y así fué, porque el encargado le alcanzó un pequeño envase de plástico con un diminuto trozo de pollo con unas pocas papas al horno. "Raúl, eso es muy poco,¿porqué no llevás más?, yo te presto plata", le propuse. "Nó gracias, Pipo, con eso me alcanza, estoy a dieta", contestó amablemente. Desde aquel día no volví a ver a Raúl, aunque me había preocupado aquel episodio de la rotisería, donde se evidenció que su economía se había resentido con la compra del llamativo y costoso automóvil. Meses más tardes, le pregunté a alguien que lo conocía mucho por la vida de Raúl. Esta persona me miró seriamente y con real tristeza me dijo; ¿no te enteraste?, Raúl falleció el mes pasado". La noticia me tomó por sorpresa, aunque sin preguntarle detalles sobre la causa del prematuro deceso de Raúl, su amigo, que estuvo en todo momento junto a él, me confesó que el estrés había sido la causa de su muerte, ya que siempre había sido una persona sana y sin vicios ni excesos. Es muy posible que los nervios le hayan jugado una mala pasada, manifestándose en un cáncer, algo muy común que con frecuencia se dá en gente muy jóven de ésta ciudad. Según los especialistas y estadísticas que se mantienen en absoluta reserva, las causas de éste mal, además de las diferentes formas de contaminación ambiental, también son originadas por angustias, frustraciones, exceso de trabajo y la imparable carrera del consumismo en una época caótica donde el ser humano prioriza al máximo lo material dejándo de lado sus valores espirituales. La gran porción de esa sociedad "Careta" que aún sobrevive, está en vías de extinción, aunque muchos de sus integrantes, parecen no haberse dado cuenta aún que en esta especie de Apocalípsis en el que estamos inmersos, a la hora de la verdad, de nada sirven sus actitudes mediocres, ostentosas y superficiales. Raúl fué una víctima más de éste estilo de vida en extinción, también supe que vivía solo, estaba decepcionado y muy resentido con el sexo opuesto, al punto que solo veía defectos en cada una de las mujeres que iba conociendo en su ruta de "cazador" desenfrenado. La carencia de un nuevo amor medianamente genuino o la larga ausencia de una felicidad que parecía no haber podido encontrar lo llevaron a encerrarse en una máscara de aparente alegría y se dedicó a exhibir posesiones materiales que en realidad no podía sostener. Es factible que en su afán por destacarse ante la sociedad a toda costa, pretendiendo camauflarse de exitoso o triunfador, la situación se le fué de las manos, y esta vez, desafortunadamente, el costo fué muy alto, porque terminó pagando con su jóven vida.
sábado, 20 de junio de 2009
Junio del 2009, nota de Virginia publicada en "Signos y Marcas"
VIRGINIA PALACIOS y los Signos de su Vida
Hija única, actriz, Astróloga y amante de los animales. Por méritos propios, desde hace 8 años se ganó su propio lugar en LU2 Radio Bahía Blanca, donde integra el panel de "Bienvenidos", también conduce junto a su padre por LU2 AM el programa "Palacios en el Aire" y es la responsable de los horóscopos que todos los meses aparecen publicados en "Signos y Marcas".
-¿Que te llevó a debutar en los medios siendo tan solo una niña?
“Cuando era chica creía que mi papá (Pipo Palacios) era una especie de mago, siempre lo veía en la radio, disfrutando mientras hacía sus programas, produciendo avisos publicitarios, dibujando y yo pensaba: "que trabajo tan divertido tiene", no era como los otros padres que tenían oficios más definidos si se quiere, con horarios y estructuras. Tenía sólo dos años y mi mamá Elvira me llevaba a los estudios de LU3, porque él durante la noche grababa programas para radios de Neuquén, Tandil y Mar del Plata. Crecí entre pilas de discos, equipos de audio y cámaras de televisión. El primer aviso lo hice a los cinco años para Joy Amoblamientos, donde también apareció mi inseparable osito "Feliche", después vinieron los de Nino Pastas, camperas Snoopy de Mar del Plata y otros. Estar ante las cámaras era como un juego más y lo hacía con mucha naturalidad”.
-¿Cómo influyó en tu carrera ser la hija de un hombre de los medios?
“Revisando la larga trayectoria de mi padre, puedo ver que estoy en casi todas las fotos de aquellas épocas. Lo acompañé como secretaria en "TV Juegos" y "El Club de Sapienso" por Canal 9- Telenueva, y asistiéndolo en la producción de programas radiales como "Sabor a Vacaciones", "Desde el Jardín" o "Viva la gente" que se emitían por LU3, y si bien siempre fui una buena estudiante, estar en los medios me hacía sentir importante (se ríe) y era muy divertido para mí, porque hacía algo distinto a los demás chicos. No creo que mis padres hayan influido en mi carrera, sí puedo decir que mi mamá siempre fue más estricta en relación a los temas del colegio y las responsabilidades y mi papá un transgresor que siempre amó la libertad y los nuevos desafíos".
-¿Y vos también fuiste tras esos desafíos?
“Siempre. Cuando terminó el ciclo de "Sapienso", una noche durante la cena mi papá nos anunció: "nos vamos a hacer el sapo a Mar del Plata" y allá fuimos junto a Pablito Ruiz y Rulo Delgado. El programa se emitió en vivo por Canal 10 y duró tres horas, lo conduje junto a mi padre en un estudio repleto de niños con sus familias. Increíblemente, "Sapienso" fue muy bien recibido en “la feliz", que además de ser una ciudad hermosa con un clima que sabe acompañarla en todas las estaciones, está habitada por gente muy cálida y desestructurada. Después de aquella experiencia, mi padre comenzó a trabajar muchísimo, tanto en publicidad como en los medios, así que en muy corto tiempo me encontré viviendo en el barrio Chauvin, convertida en una ciudadana marplatense a los 15 años. Allá terminé el secundario en el Mar del Plata Day School y paralelamente trabajé en LU6 Emisora Atlántica como productora, pero antes, a los 16, conduje sola y por primera vez, un programa infantil en vivo llamado "El Club del Conejo Alejo", donde hizo su debut televisivo el actor Favio Posca en Canal 8. En 1993, a los 21 años, fui la productora integral de "Loter 8", un envío dominical con grupos en vivo donde se sorteaban autos e importantes premios”.
-¿Cuáles son tus recuerdos más felices?
“De mi infancia, muchos, entre ellos estar con mi abuelo Víctor escuchando los tangos de Gardel, viajando los fines de semana a Ingeniero White en tren y acompañándolo a tomar el infaltable vermouth de los sábados a la Pizzería Pepito. También cuando mi abuela Elcira me llevaba a aprender danzas clásicas y españolas para después ir a bailar a los escenarios de distintos pueblos y ciudades de la zona, algo que me gustaba mucho. De mis años de estudiante, lo mejor que pudo pasarme, además de vivir en Mar del Plata con todo lo que eso implica, fue viajar con mis compañeros de la facultad de Psicología a Rosario, Buenos Aires y La Plata, también me embarqué en un periplo a los Estados Unidos donde recorrí durante sesenta días Los Angeles y las Vegas. Esa experiencia la repetí en el 2003 cuando estuve dos meses en Europa, viviendo en Inglaterra, España y Francia, donde pude cumplir mi deseo de visitar la tumba de Jim Morrison en el cementerio de Père Lachaise en París. También fue determinante en mi vida conocer a mi Maestra espiritual Ana María Rivas, con quien me inicié en Reiki y Meditación Trascendental allá por el año 95”.
-¿Cuánto hace que trabajás con el equipo de "Bienvenidos"?
“Empecé el 18 de Junio del 2001 como astróloga elaborando los horóscopos diarios y dando las características de los cumpleañeros, me convocó el entonces director de la emisora, José Omar Trillini y allí se produjo mi regreso a Bahía después de trece años de ausencia. Tiempo después comencé a tener a mi cargo todo lo relacionado con el mundo del espectáculo. Hoy por hoy ambas tareas conviven en la mesa de “Bienvenidos”. En forma conjunta estudié los cuatro años de la Tecnicatura en Actuación en la Escuela de Teatro y actué en obras como "Venecia” bajo la dirección de Antonio Medina y “La Casa de Bernarda Alba” dirigida por Jorge Bedini, que no solo tuvieron gran aceptación por parte del público sino que me llevaron a conocer personas increíbles y vivir experiencias únicas, como ser reconocidos por La Comedia de la Provincia y presentarnos en Tandil y Mar del Plata”.
-¿Qué te impulsó a recibirte de Astróloga?
“Tenia 19 años, justo había abandonado Diseño Industrial luego de 2 años de cursada y me disponía a rendir el ingreso en la facultad de Psicología de Mar del Plata, por otro lado siempre me había generado mucha curiosidad el tema de los astros, de hecho era una gran consumidora de libros especializados. Fue así que mi papá, conociendo mi afición me instó a estudiar los tres años correspondientes, no sé si en broma o en serio me dijo; "estudiá Astrología porque la vida es una gran incertidumbre y todo el mundo quiere saber como le irá en el futuro" (se ríe). La idea me gustó y me recibí de Astróloga, una actividad que poco tiene que ver con la futurología o los horóscopos de las revistas, hay quienes sostienen que todo el saber de la antigüedad está comprendido en la Astrología, y que ésta siempre tiene algo valioso que aportar para entender el significado de la vida. De todas maneras, como decía Santo Tomás de Aquino “los astros inclinan pero no determinan”.
-¿Cuáles son las consultas mas comunes de la gente?
“Se puede hacer una división clara y contundente entre hombres y mujeres, en el caso masculino las preguntas giran en su gran mayoría en torno a cuestiones laborales y económicas, este es un aspecto que preocupa mucho, de hecho hay empresarios que se guían por las predicciones y hacen sus inversiones basándose en la Astrología. En el caso de las féminas la cuestión preponderante es el amor y todo lo concerniente a la pareja. También la soledad. En general, las personas que vienen a verme al consultorio salen muy satisfechas, posiblemente porque les digo la verdad y no lo que quieren escuchar. Esta es una actividad que me ha dado muchas satisfacciones porque he cosechado amistades y conocido gente de todo tipo”.
-¿Dónde preferís trabajar, en radio o televisión?
“La radio tiene el encanto de generar situaciones que la audiencia imagina libremente, en cambio la televisión es más concreta porque te limita a las dimensiones del estudio y todo depende de las imágenes que tengas para mostrar. Trabajar en radio me encanta, "Bienvenidos" es una extensión de mi casa, los compañeros, la gente de técnica, la onda interna y el respeto que existe entre nosotros es invalorable. Con "Palacios en el Aire", me toca el “difícil” rol de contener a mi padre, ya que su estilo es muy lanzado, el juega, se divierte y la gente se engancha. Lo mío es más tranquilo, se podría decir más serio, pero finalmente, la dupla funciona. Ya llevamos más de cuatro años haciendo el trasnoche del domingo”.
-¿Qué cosas te hacen feliz y cuáles no?
“Lo que me hace feliz sin ninguna duda es la cercanía de mis afectos, no sé, soy muy simple, cualquier circunstancia “fuera de programa” como delinear una salida distinta o un viaje con mi pareja o mi familia es algo que disfruto por sobre todas las cosas. No me hace feliz el maltrato hacia los animales, la mentira, la ingratitud, la hipocresía y la soberbia de los que creen saberlo todo y no saben nada”.
-¿Qué hacés en tu tiempo libre?
“Me encanta escribir, ir al cine, leer y pasar tiempo con la gente que quiero (incluidos mis animales). También me gusta tener tiempo para no hacer nada, lo que se dice disfrutar del “ocio creativo”.
-¿Cómo te definís?
“Soy una persona optimista que no se deja vencer por la adversidad, pero también soy muy impulsiva...una ariana con todas las letras, honesta, responsable y directa”.
-¿Cuáles son tus asignaturas pendientes?
“Dos cosas, una es animarme a cantar tangos, uno en especial “Melodía de Arrabal”. Es el tango que mi abuelo me enseñó a los 7 años para que vaya a presentarme en el programa "Si lo sabe Cante" de Roberto Galán, me entrenó muy bien pero me dio vergüenza y desistí. La otra es rendir las materias que me faltan para recibirme de psicóloga”.
Melisa Pesado
Hija única, actriz, Astróloga y amante de los animales. Por méritos propios, desde hace 8 años se ganó su propio lugar en LU2 Radio Bahía Blanca, donde integra el panel de "Bienvenidos", también conduce junto a su padre por LU2 AM el programa "Palacios en el Aire" y es la responsable de los horóscopos que todos los meses aparecen publicados en "Signos y Marcas".
-¿Que te llevó a debutar en los medios siendo tan solo una niña?
“Cuando era chica creía que mi papá (Pipo Palacios) era una especie de mago, siempre lo veía en la radio, disfrutando mientras hacía sus programas, produciendo avisos publicitarios, dibujando y yo pensaba: "que trabajo tan divertido tiene", no era como los otros padres que tenían oficios más definidos si se quiere, con horarios y estructuras. Tenía sólo dos años y mi mamá Elvira me llevaba a los estudios de LU3, porque él durante la noche grababa programas para radios de Neuquén, Tandil y Mar del Plata. Crecí entre pilas de discos, equipos de audio y cámaras de televisión. El primer aviso lo hice a los cinco años para Joy Amoblamientos, donde también apareció mi inseparable osito "Feliche", después vinieron los de Nino Pastas, camperas Snoopy de Mar del Plata y otros. Estar ante las cámaras era como un juego más y lo hacía con mucha naturalidad”.
-¿Cómo influyó en tu carrera ser la hija de un hombre de los medios?
“Revisando la larga trayectoria de mi padre, puedo ver que estoy en casi todas las fotos de aquellas épocas. Lo acompañé como secretaria en "TV Juegos" y "El Club de Sapienso" por Canal 9- Telenueva, y asistiéndolo en la producción de programas radiales como "Sabor a Vacaciones", "Desde el Jardín" o "Viva la gente" que se emitían por LU3, y si bien siempre fui una buena estudiante, estar en los medios me hacía sentir importante (se ríe) y era muy divertido para mí, porque hacía algo distinto a los demás chicos. No creo que mis padres hayan influido en mi carrera, sí puedo decir que mi mamá siempre fue más estricta en relación a los temas del colegio y las responsabilidades y mi papá un transgresor que siempre amó la libertad y los nuevos desafíos".
-¿Y vos también fuiste tras esos desafíos?
“Siempre. Cuando terminó el ciclo de "Sapienso", una noche durante la cena mi papá nos anunció: "nos vamos a hacer el sapo a Mar del Plata" y allá fuimos junto a Pablito Ruiz y Rulo Delgado. El programa se emitió en vivo por Canal 10 y duró tres horas, lo conduje junto a mi padre en un estudio repleto de niños con sus familias. Increíblemente, "Sapienso" fue muy bien recibido en “la feliz", que además de ser una ciudad hermosa con un clima que sabe acompañarla en todas las estaciones, está habitada por gente muy cálida y desestructurada. Después de aquella experiencia, mi padre comenzó a trabajar muchísimo, tanto en publicidad como en los medios, así que en muy corto tiempo me encontré viviendo en el barrio Chauvin, convertida en una ciudadana marplatense a los 15 años. Allá terminé el secundario en el Mar del Plata Day School y paralelamente trabajé en LU6 Emisora Atlántica como productora, pero antes, a los 16, conduje sola y por primera vez, un programa infantil en vivo llamado "El Club del Conejo Alejo", donde hizo su debut televisivo el actor Favio Posca en Canal 8. En 1993, a los 21 años, fui la productora integral de "Loter 8", un envío dominical con grupos en vivo donde se sorteaban autos e importantes premios”.
-¿Cuáles son tus recuerdos más felices?
“De mi infancia, muchos, entre ellos estar con mi abuelo Víctor escuchando los tangos de Gardel, viajando los fines de semana a Ingeniero White en tren y acompañándolo a tomar el infaltable vermouth de los sábados a la Pizzería Pepito. También cuando mi abuela Elcira me llevaba a aprender danzas clásicas y españolas para después ir a bailar a los escenarios de distintos pueblos y ciudades de la zona, algo que me gustaba mucho. De mis años de estudiante, lo mejor que pudo pasarme, además de vivir en Mar del Plata con todo lo que eso implica, fue viajar con mis compañeros de la facultad de Psicología a Rosario, Buenos Aires y La Plata, también me embarqué en un periplo a los Estados Unidos donde recorrí durante sesenta días Los Angeles y las Vegas. Esa experiencia la repetí en el 2003 cuando estuve dos meses en Europa, viviendo en Inglaterra, España y Francia, donde pude cumplir mi deseo de visitar la tumba de Jim Morrison en el cementerio de Père Lachaise en París. También fue determinante en mi vida conocer a mi Maestra espiritual Ana María Rivas, con quien me inicié en Reiki y Meditación Trascendental allá por el año 95”.
-¿Cuánto hace que trabajás con el equipo de "Bienvenidos"?
“Empecé el 18 de Junio del 2001 como astróloga elaborando los horóscopos diarios y dando las características de los cumpleañeros, me convocó el entonces director de la emisora, José Omar Trillini y allí se produjo mi regreso a Bahía después de trece años de ausencia. Tiempo después comencé a tener a mi cargo todo lo relacionado con el mundo del espectáculo. Hoy por hoy ambas tareas conviven en la mesa de “Bienvenidos”. En forma conjunta estudié los cuatro años de la Tecnicatura en Actuación en la Escuela de Teatro y actué en obras como "Venecia” bajo la dirección de Antonio Medina y “La Casa de Bernarda Alba” dirigida por Jorge Bedini, que no solo tuvieron gran aceptación por parte del público sino que me llevaron a conocer personas increíbles y vivir experiencias únicas, como ser reconocidos por La Comedia de la Provincia y presentarnos en Tandil y Mar del Plata”.
-¿Qué te impulsó a recibirte de Astróloga?
“Tenia 19 años, justo había abandonado Diseño Industrial luego de 2 años de cursada y me disponía a rendir el ingreso en la facultad de Psicología de Mar del Plata, por otro lado siempre me había generado mucha curiosidad el tema de los astros, de hecho era una gran consumidora de libros especializados. Fue así que mi papá, conociendo mi afición me instó a estudiar los tres años correspondientes, no sé si en broma o en serio me dijo; "estudiá Astrología porque la vida es una gran incertidumbre y todo el mundo quiere saber como le irá en el futuro" (se ríe). La idea me gustó y me recibí de Astróloga, una actividad que poco tiene que ver con la futurología o los horóscopos de las revistas, hay quienes sostienen que todo el saber de la antigüedad está comprendido en la Astrología, y que ésta siempre tiene algo valioso que aportar para entender el significado de la vida. De todas maneras, como decía Santo Tomás de Aquino “los astros inclinan pero no determinan”.
-¿Cuáles son las consultas mas comunes de la gente?
“Se puede hacer una división clara y contundente entre hombres y mujeres, en el caso masculino las preguntas giran en su gran mayoría en torno a cuestiones laborales y económicas, este es un aspecto que preocupa mucho, de hecho hay empresarios que se guían por las predicciones y hacen sus inversiones basándose en la Astrología. En el caso de las féminas la cuestión preponderante es el amor y todo lo concerniente a la pareja. También la soledad. En general, las personas que vienen a verme al consultorio salen muy satisfechas, posiblemente porque les digo la verdad y no lo que quieren escuchar. Esta es una actividad que me ha dado muchas satisfacciones porque he cosechado amistades y conocido gente de todo tipo”.
-¿Dónde preferís trabajar, en radio o televisión?
“La radio tiene el encanto de generar situaciones que la audiencia imagina libremente, en cambio la televisión es más concreta porque te limita a las dimensiones del estudio y todo depende de las imágenes que tengas para mostrar. Trabajar en radio me encanta, "Bienvenidos" es una extensión de mi casa, los compañeros, la gente de técnica, la onda interna y el respeto que existe entre nosotros es invalorable. Con "Palacios en el Aire", me toca el “difícil” rol de contener a mi padre, ya que su estilo es muy lanzado, el juega, se divierte y la gente se engancha. Lo mío es más tranquilo, se podría decir más serio, pero finalmente, la dupla funciona. Ya llevamos más de cuatro años haciendo el trasnoche del domingo”.
-¿Qué cosas te hacen feliz y cuáles no?
“Lo que me hace feliz sin ninguna duda es la cercanía de mis afectos, no sé, soy muy simple, cualquier circunstancia “fuera de programa” como delinear una salida distinta o un viaje con mi pareja o mi familia es algo que disfruto por sobre todas las cosas. No me hace feliz el maltrato hacia los animales, la mentira, la ingratitud, la hipocresía y la soberbia de los que creen saberlo todo y no saben nada”.
-¿Qué hacés en tu tiempo libre?
“Me encanta escribir, ir al cine, leer y pasar tiempo con la gente que quiero (incluidos mis animales). También me gusta tener tiempo para no hacer nada, lo que se dice disfrutar del “ocio creativo”.
-¿Cómo te definís?
“Soy una persona optimista que no se deja vencer por la adversidad, pero también soy muy impulsiva...una ariana con todas las letras, honesta, responsable y directa”.
-¿Cuáles son tus asignaturas pendientes?
“Dos cosas, una es animarme a cantar tangos, uno en especial “Melodía de Arrabal”. Es el tango que mi abuelo me enseñó a los 7 años para que vaya a presentarme en el programa "Si lo sabe Cante" de Roberto Galán, me entrenó muy bien pero me dio vergüenza y desistí. La otra es rendir las materias que me faltan para recibirme de psicóloga”.
Melisa Pesado
miércoles, 20 de mayo de 2009
Gracias querido amigo Rubén Benítez por esta hermosa entrevista.
EL DIA QUE NUNCA OLVIDARE HOY: RICARDO HECTOR PALACIOS (PIPO)
Encuentros sin fronteras Publicado en La Nueva Provincia el 19/4/09
Para Pipo la realidad es algo más que el superficial decorado que nos rodea y en el que nos movemos.
Tenía apenas cinco años cuando iba caminando por la vereda, en la primera cuadra de la calle Dorrego, y vio ante él la figura del abuelo Próspero, con su impecable traje azul. El abuelo avanzó, extendió sus brazos y lo abrazó. Cuando se separaron, corrió a contárselo a la abuela.
--¡Abuela! ¡Abuela! ¡El abuelo volvió! ¡Me abrazó! -gritó tras abrir la puerta.
Y ella también lo abrazó y se puso a llorar. El abuelo había muerto hacía una semana, y Pipo recordaba que cuando lo alzaron para que lo besara, sus labios sintieron en la carne el frío de la ausencia.
"Hasta hoy me parece verlo -dice--. El abuelo Próspero había pasado cinco años en las trincheras de Europa. Pero nunca habló de la guerra. Murió joven. Tenía 50 años. Era un hombre emprendedor. Creó las empresas de colectivos El Valle y La Acción.
"El descubrió, a pesar de que yo era muy chico, mis dotes innatas para el dibujo. Y me alentó mucho.
"Tras su muerte, me quedé a vivir con la abuela Lucy, para acompañarla. Y viví una infancia muy linda, porque nos hicimos muy amigos. Me llevaba al cine casi día por medio. Ibamos a las radios a 'mirar' las novelas de Rizzo y de Mauret, lo que fue para mí un gran descubrimiento, porque veía cómo representaban los personajes y lograban, rudimentariamente, los efectos especiales. La abuela y yo éramos muy noveleros. Los sabados a la noche escuchábamos el Radio Cine Lux.
"Con el tiempo apareció la lectura: Salgari, Verne, y despertó mi pasión por los comics. Argentina contaba entonces con los mejores dibujantes del mundo. Pero las primeras historietas que admiré fueron las de las revistas mejicanas".
Más adelante, hasta las manos de Pipo llegó un proyector Cine Graf. Una sencilla maquinita casera que le permitió fabricar sus propias 'películas' en hojas de papel manteca que cortaba linealmente para formar el rollo. Su vocación entera ya se había puesto de pie: ser un creativo en todo el sentido de la palabra.
* * *
La suya fue una infancia atípica: sin bolitas ni pelota de trapo ni barriletes. Y cerró esa etapa con un episodio que ratificó su vocación. Por entonces las primeras luces de mercurio empezaban a ahuyentar en las ciudades las tinieblas de la noche. Y la empresa auspiciante de ese fenómeno, General Electric, organizó un concurso de afiches. Un vecino, don Jorge Figueras, le dijo a Pipo:
--Vos sabés dibujar y tenés imaginación. ¿Por qué no participás?
Pipo, que ya tenía 14 años, le hizo caso. Diseñó un afiche a todo color, y lo mandó. Al poco tiempo recibió la respuesta, en efectivo: 5.000 pesos de premio.
--Me compré un auto. Pero como no lo podía manejar, porque no me daban el carnet, lo estacioné en la puerta. Disfrutaba mirándolo, hasta que, por consejo de mi familia, lo vendí.
Un año antes, Pipo había vuelto a instalarse en el hogar paterno. Es decir, en el templo de Gardel. Todo en la casa paterna hablaba de Gardel. La voz del zorzal formaba parte cotidiana de la familia. La colección de discos de pasta era una especie de tesoro sagrado que Víctor, su padre, custodiaba tesoneramente a resguardo de cualquier profanación.
--Todo en mi casa evocaba a Gardel: el ambiente, el sonido, los libros, las revistas. Nada de lo que Gardel había hecho en su vida era ajeno a mi viejo. Conocía cada tema, cuándo lo había grabado, quiénes eran los guitarristas. Tenía grabaciones que Gardel había registrado para sus amigos y otras, raras, cantadas en italiano, en francés, en inglés...
"Mi viejo estaba en la Armada y también sabía mucho sobre aviación naval. Dejó unos interesantes manuscritos sobre el origen del arma.
"A mí, Gardel me resultaba indiferente. Hasta hoy. Pero... yo tenía un Fiat 600. Un día lo dejé estacionado en la puerta y, cuando fui a buscarlo, ya no estaba. Desconsolado, se lo comenté a mi viejo y él me respondió:
--Quedate tranquilo... Gardel te lo va a encontrar.
"Y encendió una vela ante el cuadro de Gardel. A las seis de la mañana me llamaron de la policía para avisarme que habían encontrado el auto, abandonado... ¿Una casualidad? Desde entonces miré con cierto respeto a Gardel... por las dudas...".
"Más adelante mi viejo me llevó a Buenos Aires para visitar la casa de Gardel, donde vivía un hombre que hacía costuras, de mal genio o desconfiado, que no nos dejaba entrar. Ante nuestra insistencia se fue a quejar al policía de la esquina. Por fin, convencido de que no intentábamos hacer nada malo, nos permitió pasar. Mi viejo recorrió los pasillos y las habitaciones con unción. Para él, aquellas eran las paredes de un santuario y algo de Gardel permanecía vivo ahí.
* * *
En esos días Pipo decidió abandonar el Secundario y empezó a trabajar como vendedor y vidrierista de Grandes Tiendas del Sud. Con pequeños motores inventó diseños móviles --pulpos, peces, árboles-- convertidos en grandes atractivos para convocar a los transeúntes. Lo que le proporcionó un mayor reconocimiento salarial y mucho más trabajo.
"Mi viejo quería que yo practicara tiro, esgrima, fútbol, boxeo. Pero yo ya tenía otros planes. Nada de eso me interesaba. Empecé a concurrir a la Escuela Panamericana de Arte para especializarme en tinta china con dibujantes de la talla de Borisoff, Bayón y Hugo Pratt, que aparecía muy poco".
El diálogo sin fin
Cuando salió del servicio militar, Pipo encontró la huella definitiva de su futuro. A través de la agencia publicitaria de Domingo Mamana inició su carrera como creativo en radio y televisión. Fue el comienzo de una larga y fructífera trayectoria, de un inextinguible diálogo con la gente que dura hasta hoy. A la mañana conducía un programa diario en LU2.
--Ahí empezó mi encuentro con los oyentes. Supe que del otro lado del micrófono había gente que me escuchaba y respondía, a pesar de su silencio. Después alcanzamos un gran éxito con los MH Positivos, grabaciones que incluían seis temas, y que producíamos para el sello de Frank Sinatra. Fui su difusor durante diez años.
* * *
Generalmente un ascensor no es el lugar ideal, ni el más romántico, para que un hombre descubra en tan pasajera intimidad a la mujer de su vida. Pero, también en eso Pipo fue original. En el ascensor de LU2 conoció a Elvira Rabanetti, una chica del diario que, no sin alguna insistencia por parte del publicista, retribuyó el afecto hasta convertirse en su esposa.
Tras instalar su propia agencia de publicidad, Pipo fue convocado en 1985, tiempo de inquietante crisis, por las autoridades de Canal 9 para impulsar la reactivación de ese medio.
--Me dijeron que debía inventar algo para zafar del pantano... y cuando salí de la reunión, mientras me iba caminando, se me presentó la imagen de un sapo... Un sapo sabio, que sabía bastante, pero no todo. Lo bauticé de inmediato: Sapienso. Desde la pantalla Sapienso formularía un desafío a los chicos, que debían estar atentos, a lo largo del día, para responder a sus preguntas y ganar un premio. Un juego interactivo.
"Una mujer de Ingeniero White, a la que acompañamos para asesorarla, creó la mascota de tela en una noche. El impacto fue masivo. Registramos hasta 80.000 respuestas por mes.
* * *
Entre los encuentros gratos que le depararon aquellos años, repletos de experiencias, se destaca la figura de Luis Sandrini, el gran actor cómico de mirada triste. Se conocieron en Bahía Blanca, a través de un reportaje periodístico. Sandrini lo invitó a participar, ese mismo día, de una cena en el Austral. Y afloró la amistad. Durante la charla de sobremesa Sandrini le propuso a Pipo encargarse de la promoción de una gira que iba a realizar por diferentes países. Pipo no pudo acompañarlo, pero iniciaron un vínculo afectivo que concluiría mucho después, en el Sanatorio Güemes, cuando Pipo fue a despedirlo, en silencio, porque el gran actor abandonaba el último escenario de la vida.
Sus contactos con el divismo actoral le permitieron también intensificar el conocimiento de la farándula. Hasta dirigió a la gran diva Susana Giménez en un publicitario de Barrita de Oro --los célebres fideos--, que él mismo creara.
Después llegó la etapa del éxodo, con Mar del Plata por meta. Allí trabajó en televisión y radio y, ya con su hija Virginia, alcanzó gran repercusión; también con el auxilio de otro símbolo surgido del reino animal: El Conejo Alejo.
--El programa Pepsi Ring, plasmado fuera de los estudios, para conocer a las familias en sus propios hogares, nos dio muchas satisfacciones. Recorríamos, permanentemente, tanto los barrios más pobres como los más ricos y otorgábamos premios a los participantes. La gente nos esperaba.
En esa etapa le tocó concretar la nota más insólita de su larga trayectoria.
"Una vez llamamos en una casa muy humilde y nos atendió una mujer, casi llorando. Al vernos, sorprendida --íbamos con vehículo, cámaras, iluminación...-- exclamó: '¡Ah, ustedes son los de la TV! ... Y agregó: 'Llegan en mal momento. Estamos velando a mi cuñada'. Le pedí disculpas y nos dispusimos a alejarnos, cuando ella nos detuvo: 'Pero... pasen, pasen. Podemos despejar un lugar para hacer la nota'". Y, ante su insistencia, un poco desconcertados, entramos con la cámara, las luces... Hicimos la nota en pleno velorio".
* * *
La pasión de Pipo por los comics permanece latente.
Un amigo suyo fue a vivir a Barcelona y pudo ingresar como colaborador en la revista "El Papus" , de amplia difusión. Con gran entusiasmo se lo contó por teléfono a Pipo, y le mandó un ejemplar. Pipo vio que allí figuraba la dirección de la editorial y decidió enviar la tira de sus "Hasañas bélicas" (con s), una expresión irónica antibélica, para que la evaluaran. La respuesta fue inmediata. El propio director lo invitó a participar de la publicación.
--Empecé con una página y terminé ocupando hasta doce, durante doce años. Después la historieta fue repetida por una revista argentina.
Las voces que a veces oímos
El retorno de Mar del Plata a Bahía Banca, con su esposa, se produjo para reencontrarse con Virginia, que había decidido regresar a su ciudad natal. No podían asumir la separación.
Y en Bahía Blanca Pipo se reencontró también con su vieja radio. Y con la radio de la Bahía Blanca que no duerme. Cada sábado, a las 0.15, cuando la ciudad atraviesa la noche, Pipo y Virginia encienden la esperanza de un diálogo cordial con quienes comparten la vigilia nocturna. Es la hora en que los relojes serenan sus agujas y afloran con mayor autenticidad las demandas y las confidencias íntimas; como si nadie pudiera oírlas. O como si en esos momentos la verdad absoluta y omnímoda, que no tiene dueño ni edad, depusiera sus miedos y su timidez para fomentar encuentros diferentes, al margen del silencio y el descanso.
--Una vez le dimos un premio a un chico que estaba con el abuelo. Y el abuelo también habló. Tenía una historia triste, llena de carencias. Dormía en la calle, se ganaba la vida como boxeador y terminó transitando el camino obligado: el del alcohol. Se sentía estafado por la vida. Después nos contó que, con aquella confesión cruda, expresada por primera vez en nuestro programa, se había sacado de encima el resentimiento.
Paralelamente campea durante esas horas el matiz humorístico, la ironía chispeante, y el difícil arte de abarcar la amplia gama de una sensibilidad que va desde la efusividad, que significa afecto, hasta la euforia, que implica optimismo.
Pipo procura seguir siendo a través de los años el motivo de un vínculo solidario: "No quiero defraudar a la gente que confía en mí. Lo que hago lo siento con gran afecto".
Pero hay otros registros de la realidad que cunden de una manera inasible. Que ocurren y uno no sabe por qué ni de qué manera, ni si vienen de otras noches o de otros días, de otros tiempos o de otras eternidades. Como aquel que lo enfrentó con el abuelo en la vereda de la calle Dorrego, para darse el último abrazo.
También a ese blanco apunta su sensibilidad. En 1991, cuando todavía Pipo vivía en Mar del Plata, murió Víctor, su padre. Pipo viajó con Virginia a Bahía Blanca para asistir al velatorio.
"Mi viejo me había pedido que, en su sepelio, yo lo despidiera con palabras que no fueran demasiado serias ni demasiado cómicas. Como para no irse en silencio y llevarse el recuerdo de los suyos --dice Pipo.
"Y yo lo despedí con las palabras que él quería. Cuando subía al auto para volver a Mar del Plata vi cómo una mariposa blanca se posaba en mi mano izquierda y después emprendía un corto vuelo, hasta detenerse sobre mi corazón. Hizo un nuevo giro y se alejó. Con Virginia nos miramos sorprendidos. Yo lo sentí como una respuesta suya. Como una aprobación.
"Me interesa mirar más allá de lo aparente, de lo superficial. La realidad es más amplia y profunda de lo que suponemos. Tras la muerte de mi padre, estando en La Plata decidí asistir a una sesión de hipnosis. Me durmieron y, en ese estado, me encontré, de repente, con él en un lugar lleno de flores, de sol... Vi que se acercaba y me decía: 'Quedate conmigo. Todo lo que ocurre del otro lado es mentira... Acá vamos a estar bien'. Y yo me quería quedar. Cuando me despertaron estaba bañado en lágrimas".
* * *
¿Qué pensamos de estas extrañas connotaciones de la realidad que a lo largo de los siglos la humanidad incluye en sus misteriosos registros? No sabemos si provienen de fuera o de dentro de nosotros. O si ambos lugares son el mismo y único lugar. "En el jardín crecen más plantas que las que siembra el jardinero", reza un viejo adagio inglés. ¿Deberíamos pensar que tal vez habrá otros 'micrófonos' y otras voces que, solo en frecuencias complejas y en sensitivas circunstancias, pueden registrarlas nuestros oídos...? ¿Quién lo sabe?
La colección de Carlos Gardel continúa intacta en la casa paterna de Pipo. Está considerada "entre las tres más completas del mundo" en lo que se refiere al Zorzal Criollo.
Pipo mantiene también vigente el recuerdo imborrable de su querida abuela:
--De ella guardo algunas cintas grabadas que escucho de tanto en tanto. Y cuando a veces no estoy bien, por una gripe o una circunstancia especial, y tengo que hacer el programa, lo que implica un desgaste muy grande, le digo a la abuela: "Dame polenta, abuela, ayudame para llegar bien hasta el fin". Y siempre llego.
Encuentros sin fronteras Publicado en La Nueva Provincia el 19/4/09
Para Pipo la realidad es algo más que el superficial decorado que nos rodea y en el que nos movemos.
Tenía apenas cinco años cuando iba caminando por la vereda, en la primera cuadra de la calle Dorrego, y vio ante él la figura del abuelo Próspero, con su impecable traje azul. El abuelo avanzó, extendió sus brazos y lo abrazó. Cuando se separaron, corrió a contárselo a la abuela.
--¡Abuela! ¡Abuela! ¡El abuelo volvió! ¡Me abrazó! -gritó tras abrir la puerta.
Y ella también lo abrazó y se puso a llorar. El abuelo había muerto hacía una semana, y Pipo recordaba que cuando lo alzaron para que lo besara, sus labios sintieron en la carne el frío de la ausencia.
"Hasta hoy me parece verlo -dice--. El abuelo Próspero había pasado cinco años en las trincheras de Europa. Pero nunca habló de la guerra. Murió joven. Tenía 50 años. Era un hombre emprendedor. Creó las empresas de colectivos El Valle y La Acción.
"El descubrió, a pesar de que yo era muy chico, mis dotes innatas para el dibujo. Y me alentó mucho.
"Tras su muerte, me quedé a vivir con la abuela Lucy, para acompañarla. Y viví una infancia muy linda, porque nos hicimos muy amigos. Me llevaba al cine casi día por medio. Ibamos a las radios a 'mirar' las novelas de Rizzo y de Mauret, lo que fue para mí un gran descubrimiento, porque veía cómo representaban los personajes y lograban, rudimentariamente, los efectos especiales. La abuela y yo éramos muy noveleros. Los sabados a la noche escuchábamos el Radio Cine Lux.
"Con el tiempo apareció la lectura: Salgari, Verne, y despertó mi pasión por los comics. Argentina contaba entonces con los mejores dibujantes del mundo. Pero las primeras historietas que admiré fueron las de las revistas mejicanas".
Más adelante, hasta las manos de Pipo llegó un proyector Cine Graf. Una sencilla maquinita casera que le permitió fabricar sus propias 'películas' en hojas de papel manteca que cortaba linealmente para formar el rollo. Su vocación entera ya se había puesto de pie: ser un creativo en todo el sentido de la palabra.
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La suya fue una infancia atípica: sin bolitas ni pelota de trapo ni barriletes. Y cerró esa etapa con un episodio que ratificó su vocación. Por entonces las primeras luces de mercurio empezaban a ahuyentar en las ciudades las tinieblas de la noche. Y la empresa auspiciante de ese fenómeno, General Electric, organizó un concurso de afiches. Un vecino, don Jorge Figueras, le dijo a Pipo:
--Vos sabés dibujar y tenés imaginación. ¿Por qué no participás?
Pipo, que ya tenía 14 años, le hizo caso. Diseñó un afiche a todo color, y lo mandó. Al poco tiempo recibió la respuesta, en efectivo: 5.000 pesos de premio.
--Me compré un auto. Pero como no lo podía manejar, porque no me daban el carnet, lo estacioné en la puerta. Disfrutaba mirándolo, hasta que, por consejo de mi familia, lo vendí.
Un año antes, Pipo había vuelto a instalarse en el hogar paterno. Es decir, en el templo de Gardel. Todo en la casa paterna hablaba de Gardel. La voz del zorzal formaba parte cotidiana de la familia. La colección de discos de pasta era una especie de tesoro sagrado que Víctor, su padre, custodiaba tesoneramente a resguardo de cualquier profanación.
--Todo en mi casa evocaba a Gardel: el ambiente, el sonido, los libros, las revistas. Nada de lo que Gardel había hecho en su vida era ajeno a mi viejo. Conocía cada tema, cuándo lo había grabado, quiénes eran los guitarristas. Tenía grabaciones que Gardel había registrado para sus amigos y otras, raras, cantadas en italiano, en francés, en inglés...
"Mi viejo estaba en la Armada y también sabía mucho sobre aviación naval. Dejó unos interesantes manuscritos sobre el origen del arma.
"A mí, Gardel me resultaba indiferente. Hasta hoy. Pero... yo tenía un Fiat 600. Un día lo dejé estacionado en la puerta y, cuando fui a buscarlo, ya no estaba. Desconsolado, se lo comenté a mi viejo y él me respondió:
--Quedate tranquilo... Gardel te lo va a encontrar.
"Y encendió una vela ante el cuadro de Gardel. A las seis de la mañana me llamaron de la policía para avisarme que habían encontrado el auto, abandonado... ¿Una casualidad? Desde entonces miré con cierto respeto a Gardel... por las dudas...".
"Más adelante mi viejo me llevó a Buenos Aires para visitar la casa de Gardel, donde vivía un hombre que hacía costuras, de mal genio o desconfiado, que no nos dejaba entrar. Ante nuestra insistencia se fue a quejar al policía de la esquina. Por fin, convencido de que no intentábamos hacer nada malo, nos permitió pasar. Mi viejo recorrió los pasillos y las habitaciones con unción. Para él, aquellas eran las paredes de un santuario y algo de Gardel permanecía vivo ahí.
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En esos días Pipo decidió abandonar el Secundario y empezó a trabajar como vendedor y vidrierista de Grandes Tiendas del Sud. Con pequeños motores inventó diseños móviles --pulpos, peces, árboles-- convertidos en grandes atractivos para convocar a los transeúntes. Lo que le proporcionó un mayor reconocimiento salarial y mucho más trabajo.
"Mi viejo quería que yo practicara tiro, esgrima, fútbol, boxeo. Pero yo ya tenía otros planes. Nada de eso me interesaba. Empecé a concurrir a la Escuela Panamericana de Arte para especializarme en tinta china con dibujantes de la talla de Borisoff, Bayón y Hugo Pratt, que aparecía muy poco".
El diálogo sin fin
Cuando salió del servicio militar, Pipo encontró la huella definitiva de su futuro. A través de la agencia publicitaria de Domingo Mamana inició su carrera como creativo en radio y televisión. Fue el comienzo de una larga y fructífera trayectoria, de un inextinguible diálogo con la gente que dura hasta hoy. A la mañana conducía un programa diario en LU2.
--Ahí empezó mi encuentro con los oyentes. Supe que del otro lado del micrófono había gente que me escuchaba y respondía, a pesar de su silencio. Después alcanzamos un gran éxito con los MH Positivos, grabaciones que incluían seis temas, y que producíamos para el sello de Frank Sinatra. Fui su difusor durante diez años.
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Generalmente un ascensor no es el lugar ideal, ni el más romántico, para que un hombre descubra en tan pasajera intimidad a la mujer de su vida. Pero, también en eso Pipo fue original. En el ascensor de LU2 conoció a Elvira Rabanetti, una chica del diario que, no sin alguna insistencia por parte del publicista, retribuyó el afecto hasta convertirse en su esposa.
Tras instalar su propia agencia de publicidad, Pipo fue convocado en 1985, tiempo de inquietante crisis, por las autoridades de Canal 9 para impulsar la reactivación de ese medio.
--Me dijeron que debía inventar algo para zafar del pantano... y cuando salí de la reunión, mientras me iba caminando, se me presentó la imagen de un sapo... Un sapo sabio, que sabía bastante, pero no todo. Lo bauticé de inmediato: Sapienso. Desde la pantalla Sapienso formularía un desafío a los chicos, que debían estar atentos, a lo largo del día, para responder a sus preguntas y ganar un premio. Un juego interactivo.
"Una mujer de Ingeniero White, a la que acompañamos para asesorarla, creó la mascota de tela en una noche. El impacto fue masivo. Registramos hasta 80.000 respuestas por mes.
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Entre los encuentros gratos que le depararon aquellos años, repletos de experiencias, se destaca la figura de Luis Sandrini, el gran actor cómico de mirada triste. Se conocieron en Bahía Blanca, a través de un reportaje periodístico. Sandrini lo invitó a participar, ese mismo día, de una cena en el Austral. Y afloró la amistad. Durante la charla de sobremesa Sandrini le propuso a Pipo encargarse de la promoción de una gira que iba a realizar por diferentes países. Pipo no pudo acompañarlo, pero iniciaron un vínculo afectivo que concluiría mucho después, en el Sanatorio Güemes, cuando Pipo fue a despedirlo, en silencio, porque el gran actor abandonaba el último escenario de la vida.
Sus contactos con el divismo actoral le permitieron también intensificar el conocimiento de la farándula. Hasta dirigió a la gran diva Susana Giménez en un publicitario de Barrita de Oro --los célebres fideos--, que él mismo creara.
Después llegó la etapa del éxodo, con Mar del Plata por meta. Allí trabajó en televisión y radio y, ya con su hija Virginia, alcanzó gran repercusión; también con el auxilio de otro símbolo surgido del reino animal: El Conejo Alejo.
--El programa Pepsi Ring, plasmado fuera de los estudios, para conocer a las familias en sus propios hogares, nos dio muchas satisfacciones. Recorríamos, permanentemente, tanto los barrios más pobres como los más ricos y otorgábamos premios a los participantes. La gente nos esperaba.
En esa etapa le tocó concretar la nota más insólita de su larga trayectoria.
"Una vez llamamos en una casa muy humilde y nos atendió una mujer, casi llorando. Al vernos, sorprendida --íbamos con vehículo, cámaras, iluminación...-- exclamó: '¡Ah, ustedes son los de la TV! ... Y agregó: 'Llegan en mal momento. Estamos velando a mi cuñada'. Le pedí disculpas y nos dispusimos a alejarnos, cuando ella nos detuvo: 'Pero... pasen, pasen. Podemos despejar un lugar para hacer la nota'". Y, ante su insistencia, un poco desconcertados, entramos con la cámara, las luces... Hicimos la nota en pleno velorio".
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La pasión de Pipo por los comics permanece latente.
Un amigo suyo fue a vivir a Barcelona y pudo ingresar como colaborador en la revista "El Papus" , de amplia difusión. Con gran entusiasmo se lo contó por teléfono a Pipo, y le mandó un ejemplar. Pipo vio que allí figuraba la dirección de la editorial y decidió enviar la tira de sus "Hasañas bélicas" (con s), una expresión irónica antibélica, para que la evaluaran. La respuesta fue inmediata. El propio director lo invitó a participar de la publicación.
--Empecé con una página y terminé ocupando hasta doce, durante doce años. Después la historieta fue repetida por una revista argentina.
Las voces que a veces oímos
El retorno de Mar del Plata a Bahía Banca, con su esposa, se produjo para reencontrarse con Virginia, que había decidido regresar a su ciudad natal. No podían asumir la separación.
Y en Bahía Blanca Pipo se reencontró también con su vieja radio. Y con la radio de la Bahía Blanca que no duerme. Cada sábado, a las 0.15, cuando la ciudad atraviesa la noche, Pipo y Virginia encienden la esperanza de un diálogo cordial con quienes comparten la vigilia nocturna. Es la hora en que los relojes serenan sus agujas y afloran con mayor autenticidad las demandas y las confidencias íntimas; como si nadie pudiera oírlas. O como si en esos momentos la verdad absoluta y omnímoda, que no tiene dueño ni edad, depusiera sus miedos y su timidez para fomentar encuentros diferentes, al margen del silencio y el descanso.
--Una vez le dimos un premio a un chico que estaba con el abuelo. Y el abuelo también habló. Tenía una historia triste, llena de carencias. Dormía en la calle, se ganaba la vida como boxeador y terminó transitando el camino obligado: el del alcohol. Se sentía estafado por la vida. Después nos contó que, con aquella confesión cruda, expresada por primera vez en nuestro programa, se había sacado de encima el resentimiento.
Paralelamente campea durante esas horas el matiz humorístico, la ironía chispeante, y el difícil arte de abarcar la amplia gama de una sensibilidad que va desde la efusividad, que significa afecto, hasta la euforia, que implica optimismo.
Pipo procura seguir siendo a través de los años el motivo de un vínculo solidario: "No quiero defraudar a la gente que confía en mí. Lo que hago lo siento con gran afecto".
Pero hay otros registros de la realidad que cunden de una manera inasible. Que ocurren y uno no sabe por qué ni de qué manera, ni si vienen de otras noches o de otros días, de otros tiempos o de otras eternidades. Como aquel que lo enfrentó con el abuelo en la vereda de la calle Dorrego, para darse el último abrazo.
También a ese blanco apunta su sensibilidad. En 1991, cuando todavía Pipo vivía en Mar del Plata, murió Víctor, su padre. Pipo viajó con Virginia a Bahía Blanca para asistir al velatorio.
"Mi viejo me había pedido que, en su sepelio, yo lo despidiera con palabras que no fueran demasiado serias ni demasiado cómicas. Como para no irse en silencio y llevarse el recuerdo de los suyos --dice Pipo.
"Y yo lo despedí con las palabras que él quería. Cuando subía al auto para volver a Mar del Plata vi cómo una mariposa blanca se posaba en mi mano izquierda y después emprendía un corto vuelo, hasta detenerse sobre mi corazón. Hizo un nuevo giro y se alejó. Con Virginia nos miramos sorprendidos. Yo lo sentí como una respuesta suya. Como una aprobación.
"Me interesa mirar más allá de lo aparente, de lo superficial. La realidad es más amplia y profunda de lo que suponemos. Tras la muerte de mi padre, estando en La Plata decidí asistir a una sesión de hipnosis. Me durmieron y, en ese estado, me encontré, de repente, con él en un lugar lleno de flores, de sol... Vi que se acercaba y me decía: 'Quedate conmigo. Todo lo que ocurre del otro lado es mentira... Acá vamos a estar bien'. Y yo me quería quedar. Cuando me despertaron estaba bañado en lágrimas".
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¿Qué pensamos de estas extrañas connotaciones de la realidad que a lo largo de los siglos la humanidad incluye en sus misteriosos registros? No sabemos si provienen de fuera o de dentro de nosotros. O si ambos lugares son el mismo y único lugar. "En el jardín crecen más plantas que las que siembra el jardinero", reza un viejo adagio inglés. ¿Deberíamos pensar que tal vez habrá otros 'micrófonos' y otras voces que, solo en frecuencias complejas y en sensitivas circunstancias, pueden registrarlas nuestros oídos...? ¿Quién lo sabe?
La colección de Carlos Gardel continúa intacta en la casa paterna de Pipo. Está considerada "entre las tres más completas del mundo" en lo que se refiere al Zorzal Criollo.
Pipo mantiene también vigente el recuerdo imborrable de su querida abuela:
--De ella guardo algunas cintas grabadas que escucho de tanto en tanto. Y cuando a veces no estoy bien, por una gripe o una circunstancia especial, y tengo que hacer el programa, lo que implica un desgaste muy grande, le digo a la abuela: "Dame polenta, abuela, ayudame para llegar bien hasta el fin". Y siempre llego.
sábado, 16 de mayo de 2009
Que bueno, el querido sapo Sapienso, tiene un Club de Admiradores en Facebook.
Juan Cruz Fernández, el jóven productor de nuestro programa radial "Palacios en el Aire", me comentó que había descubierto un Facebook del "Club de admiradores de Sapienso". Es increíble cómo aún genera nostalgia y tantos hermosos recuerdos este personaje, del cual mucho hablo en una página que le dedico en mi Blogspot, felizmente hay mucho material que guardo de Sapienso y que muy poca gente conoce. En mis archivos de aquellos años, tengo una importante cantidad de fotos tomadas por Oscar Baleirón que era nuestro fotógrafo exclusivo, en esas imágenes se aprecian los back stage antes de cada salida al aire, el elenco en su talidad y poseo algunos videos máster de los micros con las preguntas para responder en las video tarjetas, grabados en sistema U-Matic. Posiblemente estas secuencias sean únicas, porque por alguna extraña razón, cuando Canal 9-Telenueva fué vendido al grupo Telefé, muchos archivos de programas que pertenecieron a la historia de la televisión bahiense ya no existen, quizás porque esos casettes fueron borrados o utilizados para distintas regrabaciones. Un gran error, porque en esas cintas habitaban los testimonios de valiosos contenidos locales que además de tener gran audiencia, se producían a "pulmón" e iban al aire en directo, ya que en los inicios de la TV bahiense, no existía aún el video tape. Hubo envíos como "Hoy actúa usted" entre otros tantos de la televisión pionera donde tanto en los estudios de Canal 7 o Canal 9-Telenueva, un grupo de talentosos y entusiastas técnicos, animadores, locutores y libretistas, volcaban todo su empeño en lograr puestas en el aire muy bien logradas donde todo se hacía prácticamente a pulmón. Poco o casi nada de toda aquella mágia surgida en los inicios de la pujante televisión bahiense ha quedado registrado, otro de los pecados de olvido que permanentemente cometen los funcionarios responsables de cuidar el patrimonio artístico, cultural y también arquitectónico de una ciudad que poco y nada respeta el pasado edilicio y donde de la noche a la mañana, en el sitio que hasta hace pocas horas se erigía una admirable e indefensa propiedad de principios de siglo, las topadoras la derriban para que en su lugar se levante un gélido y flaco edificio donde se contabilizan cientos de departamentos. Torres de cemento que sirven de lápidas frías para sepultar una historia que supo ser mucho más creativa. Las chicas y muchachos que ayer fueron niños y hoy son jóvenes aún con responsabilidades familiares y profesionales que se hacen un lugar en su mente para volver al ayer y revivir los momentos de "Sapienso", de alguna manera enaltecen aquel evento sin precedentes en la TV local, porque indudablemente no hubo otro igual. Cuando hace cuatro años y después de una larga ausencia, regresé a Bahía me sorprendía que chicos de poco más de treinta años se acordaran y quisieran tanto a la tierna criatura del pantano que premiaba su conocimiento. En una oportunidad, quise alquilar el Teatro Rossini para armar en esa sala mítica un lugar exclusivamente destinado a la recreación infantil llamado "El Club de Sapienso". Mi idea era aprovechar ese maravilloso ámbito teatral, renovar su diseño original, dejándo el amplio escenario que tiene para representar en el mismo obras actuadas por chicos e instalar una pantalla con el fin de proyectar únicamente películas infantiles. Había imaginado una marquesina corpórea con la figura del sapo y en el hall de acceso recrear un pantano armado con elementos tridimensionales. Mi oferta no prosperó, el dinero en dólares que pedía por el fondo de comercio el ex dueño de un malogrado boliche bailable que funcionaba en ese lugar era absolutamente descabellado. En mi interior siempre albergué el sueño de brindarle a los hijos de los miles de chicas y muchachos que vivieron la era del sapo, un centro destinado a eventos infantiles y también a exposiciones con obras de todo tipo realizadas por niños. Posiblemente sea esta una de mis asignaturas pendientes, pero aún albergo la esperanza que algún día, sin tanta dirigencia política mediocre por medio, Sapienso tendrá finalmente su merecido sitial y el tedioso gris se trocará por los colores mágicos, la música, la alegría y el brillo que despierta la ilusión sana y bien intencionada.
jueves, 14 de mayo de 2009
Tiempos de Soldado 5; Aquella loca noche de furia y motores rugientes, vivida junto a mi compañero Jorge "Pucho" Chiaradía.
A Jorge "Pucho" Chiaradía, lo conocía desde que éramos casi niños, el vivía en la calle Portugal a unos cien metros de mi casa paterna. Habíamos compartido juegos, la escuela y en aquellos los tiempos de soldado, nos tocó el servicio militar en el mismo comando. Era verano y una noche de sábado, en la que ambos teníamos un franco de fin de semana nos encontrámos a tomar un café en el centro de Bahía. Después de charlar con otros conocidos, nos pusimos a caminar por el centro de la ciudad y al cruzar una calle, muy cerca nuestro pasa lentamente, pero con un fuerte sonido de escape libre un Fiat con todas las señales de ser un auto de competición. A bordo iban dos chicas que nos miraron con evidente simpatía y allí nomás se me ocurre hacerles una seña como para que se detengan e inmediatamente, a pocos metros estacionan el vehículo. Nos acercamos y comenzamos a entablar un diálogo de "introducción". Allí nos enteramos que Eva, la muchacha que estaba al volante y había resultado ser la propietaria del coche, era una conocida y avezada corredora de autos. La joven no era muy atractiva, pero demostraba tener mucha personalidad y al cabo de unos minutos, fué ella quién tomó la decisión de invitarnos a ubicarnos en la parte trasera y al tiempo que nos indicaba que abriéramos las puertas, exclamó; "suban chicos, vayámos a tomar una copa a algún boliche". Dicho ésto, puso la primera y arrancó a gran velocidad hacia la avenida Alem. Mientras nos desplazábamos por esa arteria el vehículo parecía volar, y en cada maniobra se evidenciaban las condiciones de Eva, quién parecía estar compitiendo en un circuito. El ruido que emitía el motor preparado del Fiat nos impedía oir lo que conversábamos en el habitáculo y esto nos obligaba a hablar prácticamente a los gritos. Finalmente acordamos ir a Hostería Palihue, una confitería muy popular de esa época que estaba ubicada en el interior del Barrio Palihue. Arribamos al lugar en tiempo récord, en el sector del estacionamiento, había allí muchos vehículos, señal que el sitio estaba repleto de gente. Cuando caminábamos hacia la puerta de acceso, comprobé que Eva era algo fornida, de baja estatura y poseía un cuerpo bastante armónico. Mucho nos costó encontrar sillones para ubicarnos y gracias al mozo encargado de ubicar a los asistentes y a quién conocía bastante, pudimos al fin instalarnos en uno de los tantos ambientes casi privados que caracterizaban al negocio que funcionaba en una casa de grandes dimensiones. Eva se sentó a mi lado y previamente le ayudé gentilmente a quitarse un saco de tela liviana que llevaba puesto y en ese momento descubrí que tenía un par de senos muy grandes y atractivos, no tuve en ese momento mejor ocurrencia que con dos dedos de mi mano derecha, apretarselos suavemente como si fueran una bocina de auto y emitir con mi boca un estúpido; "beppp, beeepp". La imprevista reacción de la "pechugona" Eva fué arrojarme un fuerte puñetazo que impactó en mi rostro arrojándome hacia atrás. Ante esto solo atiné a gritarle; "¿que hacés, estás loca?". Eva que ya se había puesto de pié adoptó una guardia propia de los boxeadores y fuera de sí me respondió; ¡hijo de puta, a mí nadie me toca las tetas, te voy a matar! Apenas pude esquivar el segundo golpe que también venía dirigido hacia mi cara, fué entonces que me arrojé sobre mi "agresora", la tomé de los brazos y caímos sobre el sillón donde íbamos a sentarnos. Mi compañero "Pucho" y la amiga de Eva, creían que aquello era una broma y se reían de la lucha cuerpo a cuerpo que estábamos entablando con creciente violencia por parte de Eva que no daba ninguna señal de detenerse y seguía profiriendo insultos hacia mi persona. Había logrado ponerla de espaldas y esto le impedía mover sus brazos, hasta que en un momento parece aflojar y me dice con voz calma; "está bién, me rindo, ¿podés soltarme?" y esto hice, creyéndo que me estaba diciendo la verdad, pero de inmediato volvió al ataque, esta vez asestándome un puñetazo en el estómago que me dolió de verdad y comienzo a correrla por los diferentes ambientes de "Hostería". Las parejas que estaban allí, sentados o bailando al amparo de la penumbra no entendían lo que estaba pasando, Eva, en un momento se detiene, estaba de espaldas y allí le aplico un certero puntapié en el trasero. Ella al sentir la patada, potencia su ira y otra vez nos trenzamos en lucha y empezamos a rodar por el piso de la pista de baile, el mozo y un par de muchachos al comprobar que aquello estaba pasando a mayores, nos separan. Tanto Eva como yó estábamos agitados, comprobé que mi camisa estaba rota y me salía un hilo de sangre de la boca, todo parecía haberse calmado, aunque yo quería irme de allí cuanto antes y alejarme de aquella loca furiosa. Lo primero que hago es decirle a "Pucho" que voy a pedir un taxi para irme, Eva al escuchar esto me dice; "no, no te vayas, perdonáme, a veces me salgo de las casillas". En señal de paz me extiende su mano derecha y le hago saber que le doy la mano, pero igual me voy. Insistió en llevarme hasta el centro como una demostración de buena voluntad y no me quedó otro remedio que aceptar su propuesta. Ella se sentó al volante de su auto de carreras , se colocó el cinturón de seguridad y sonriendo me dijo; "mejor ponéte el cinturón, porque ahora sí que vas a saber lo que es el miedo".
El vehículo salió como eyectado, evidentemente aquel motor estaba preparado para correr y esto lo iba comprobando en cada una de las curvas de las sinuosas calles de Palihue, que Eva tomaba con gran destreza y prácticamente en dos ruedas. El sonido del escape libre crecía en cada acelerada, yo miraba el velocímetro y no podía creer que esa inconciente fuera tan rápido. Cuando salimos del barrio Palihue, susurró; "ahora viene lo mejor, agarráte". Ya en el sector del Parque de Mayo, Eva fuera de sí, seguramente pensaba que estaba en un autódromo porque pisó al máximo el acelerador con toda la maldita intención de provocarme miedo, algo que logró porque le grité; ¡pará, estás reloca, quiero bajarme yá mismo!. De inmediato clavó los frenos e indicándome la puerta muy secamente me respondió; "bajáte" y sin pensarlo dos veces salí del auto y cuando estaba sobre el asfalto comencé a insultarla soltándo toda mi rabia e impotencia. Ví perderse al vehículo entre la oscuridad del parque y empecé a caminar rumbo a la avenida Alem con la intención de encontrar allí un taxi que me lleve a mi casa paterna. Para acortar camino decidí avanzar entre los muchos árboles que tiene el parque cuando veo frente a mí la potente luz de una linterna, al tiempo que una voz me grita; ¡policía, alto ahí, las manos sobre la cabeza!. La luz de la linterna sobre mi rostro me encandiló, dos policías habían surgido de la penumbra y estaban allí frente a mí, preguntándome que estába haciendo a esa hora caminando por el parque. Les expliqué que era soldado conscripto y por esa razón no llevaba encima mi documento de identidad, pero que si era necesario, podían llamar al comando, hablar con el jefe de servicio y confirmar lo que estaba diciéndoles. "Tiene que acompañarnos hasta la guardia" dijo uno de ellos y fuí con ambos agentes hasta una casa pequeña, tipo chalet que por esos años, servía de puesto policial en el parque de Mayo. Ya en confianza, los policías me hicieron saber que una chica, que andaba en un Fiat, se acercó a la guardia con el fin de alertarlos sobre la presencia sospechosa de un tipo que se movía sigilosamente entre los árboles, ese tipo era yó y la denunciante; la hija de perra de Eva que con esa actitud me dió el golpe de gracia en esa noche de mierda, ya que los agentes recién me dejaron ir a las seis de la mañana. Casi cuarenta años más tarde, al finalizar una función de teatro en la actuaba nuestra hija Virginia, me encontraba en el hall cuando se me acerca una mujer de cabellos blancos y me pregunta; "¿vos sos Pipo?", sí le respondí y ...¿vos quién sos? - Eva, aquella loca desaforada que hace muchos años te agarró a piñas en Hostería, ¿te acordás?. No podía creer que cuatro décadas después, Eva y yó volviéramos a encontrarnos. Nos dimos un abrazo y cuando estábamos despidiéndonos le pregunté; "Eva, ¿como reaccionarias si ahora te pellizco una teta?". "Dale, me gustaría, respondió con una sonrisa".
El vehículo salió como eyectado, evidentemente aquel motor estaba preparado para correr y esto lo iba comprobando en cada una de las curvas de las sinuosas calles de Palihue, que Eva tomaba con gran destreza y prácticamente en dos ruedas. El sonido del escape libre crecía en cada acelerada, yo miraba el velocímetro y no podía creer que esa inconciente fuera tan rápido. Cuando salimos del barrio Palihue, susurró; "ahora viene lo mejor, agarráte". Ya en el sector del Parque de Mayo, Eva fuera de sí, seguramente pensaba que estaba en un autódromo porque pisó al máximo el acelerador con toda la maldita intención de provocarme miedo, algo que logró porque le grité; ¡pará, estás reloca, quiero bajarme yá mismo!. De inmediato clavó los frenos e indicándome la puerta muy secamente me respondió; "bajáte" y sin pensarlo dos veces salí del auto y cuando estaba sobre el asfalto comencé a insultarla soltándo toda mi rabia e impotencia. Ví perderse al vehículo entre la oscuridad del parque y empecé a caminar rumbo a la avenida Alem con la intención de encontrar allí un taxi que me lleve a mi casa paterna. Para acortar camino decidí avanzar entre los muchos árboles que tiene el parque cuando veo frente a mí la potente luz de una linterna, al tiempo que una voz me grita; ¡policía, alto ahí, las manos sobre la cabeza!. La luz de la linterna sobre mi rostro me encandiló, dos policías habían surgido de la penumbra y estaban allí frente a mí, preguntándome que estába haciendo a esa hora caminando por el parque. Les expliqué que era soldado conscripto y por esa razón no llevaba encima mi documento de identidad, pero que si era necesario, podían llamar al comando, hablar con el jefe de servicio y confirmar lo que estaba diciéndoles. "Tiene que acompañarnos hasta la guardia" dijo uno de ellos y fuí con ambos agentes hasta una casa pequeña, tipo chalet que por esos años, servía de puesto policial en el parque de Mayo. Ya en confianza, los policías me hicieron saber que una chica, que andaba en un Fiat, se acercó a la guardia con el fin de alertarlos sobre la presencia sospechosa de un tipo que se movía sigilosamente entre los árboles, ese tipo era yó y la denunciante; la hija de perra de Eva que con esa actitud me dió el golpe de gracia en esa noche de mierda, ya que los agentes recién me dejaron ir a las seis de la mañana. Casi cuarenta años más tarde, al finalizar una función de teatro en la actuaba nuestra hija Virginia, me encontraba en el hall cuando se me acerca una mujer de cabellos blancos y me pregunta; "¿vos sos Pipo?", sí le respondí y ...¿vos quién sos? - Eva, aquella loca desaforada que hace muchos años te agarró a piñas en Hostería, ¿te acordás?. No podía creer que cuatro décadas después, Eva y yó volviéramos a encontrarnos. Nos dimos un abrazo y cuando estábamos despidiéndonos le pregunté; "Eva, ¿como reaccionarias si ahora te pellizco una teta?". "Dale, me gustaría, respondió con una sonrisa".
martes, 12 de mayo de 2009
Tiempos de Soldado 4; Aquellas Guardias Eternas.
Al irse de baja casi cien compañeros, el comando había quedado totalmente desolado. Resultaba muy triste y extraño ver aquellos grandes edificios ocupados hasta hacía poco tiempo por una compañía completa, ahora se presentaban prácticamente vacíos y el movimiento cotidiano se limitaba a la rutinaria administración manejada por suboficiales y oficiales, que superaban en número a los pocos soldados que allí habíamos quedado. Yo seguí pintando las letras en los vidrios de las puertas de las oficinas solitarias ya que había muy poco por hacer y añoraba a algunos de mis compañeros que ya no estaban. Costaba mucho acostumbrarse al nuevo estado de cosas porque a partir de la reducción del número de soldados, el jefe del comando no tuvo mejor idea que elegir un grupo de conscriptos "parias" o sin ocupaciones específicas para que cumplan guardias permanentes. Yo había sido uno de los elegidos para esta misión rutinaria y deplorable, consistente en hacer guardias de 24 horas día por medio. Para este fín fuimos designados 32 soldados, de los cuales dieciséis debíamos presentarnos en cada jornada de guardia para cubrir los cuatro puestos señalados como importantes o claves para el ejército. Allí quedábamos apostados fusil en mano durante dos horas por turno con cuatro de descanso, una rutina que resultaba sumamente tediosa porque los sitios a cubrir eran muy distantes el uno del otro y allí debíamos permanecer parados como estúpidos y atentos a que en cualquier momento nos pueda sorprender el jefe de guardia con el fín de controlar personalmente si estábamos alertas y vigilantes. Muchos soldados de aquellas guardias en más de una ocasión solían quedarse dormidos y eso podría significar una seria sanción. En aquella época la Argentina aún no conocía lo que tiempo después se llamaría subversión y el Ejercito se limitaba a cumplir con viejos manuales burocráticos, sin preocuparse demasiado por superarse ya sea en su armamento o las tácticas que imponían los nuevos tiempos. Pocos recuerdos emocionantes tengo de aquellas guardias monótonas, solo algunos casos aislados protagonizados por ciertos compañeros que eran personajes muy divertidos y particulares como Luciano Percaz, un loco lindo que en una oportunidad estaba apostado en la guardia principal, un edificio en construcción que se estaba levantando en el mismo acceso al comando. Allí había una ventana si terminar que daba a la única ruta de entrada. A pocos metros de este puesto, estaba emplazada una barrera y cuando se acercaba algún vehículo, el soldado de guardia caminaba hacia el vehículo que solía detenerse a unos dos metros de la barrera baja y pedía a su conductor que se identifique. Una noche, a eso de las dos de la madrugada, a Percaz le surge una diarrea y con ella la necesidad imperiosa de defecar, como en la construcción todavía no se habían instalado los baños, en la emergencia intestinal, decide hacer sus necesidades dentro de un caño galvanizado cuya boca de pequeñas dimensiones sobresalía de un lugar donde a futuro iría instalado el inodoro. Mi compañero en apuros, se había quitado el correaje donde iban alojados los cargadores de su fusil y la bayoneta. Sus pantalones estaban bajos y con mucho esfuerzo trataba de descargar su imparable materia fecal en la incómoda e improvisada letrina, cuando los faros de un automóvil que se acercaba a su puesto, lo sobresalta. El vehículo se detiene frente a la barrera y Percaz al intentar incorporarse se ensucia por completo el pantalón y las piernas. Transcurridos unos minutos, extrañados por la asusencia del soldado de guardia, uno de los ocupantes del rodado, desciende y camina enérgicamente hacia la ventana y grita; ¡soldado de guardia!.
Percaz solo atina a colocarse su casco de acero, se asoma a la ventana, se pone en posición de firme e impostando su voz al máximo pregunta; ¿Quien vive?.
"Teniente Coronel Suarez Masson", responde un oficial alto y delgado que vestía su uniforme de gala. Percaz lejos de inmutarse y asomado con medio cuerpo a la ventana le pide que se identifique. El Teniente Coronel duda por un instante, luego busca su credencial en un bolsillo de su saco, la extrae y la extiende hacia Percaz que la observa en medio de la penumbra, acto seguido se la devuelve y le dice; "gracias mi Teniente Coronel, puede pasar". La tensión se cortaba en el aire, el oficial le pregunta; ¿que le pasa soldado?. Percaz se sincera y le responde; "estoy muy descompuesto mi Teniente Coronel".
Suarez Masson lo miró extrañado y le dijo; "continuar soldado", luego dió media vuelta y mientras caminaba hacia su auto, murmuró; "con razón ese olor insoportable que saliá por la ventana, este tipo se estaba haciendo encima".
Con su aparente parsimonia Suarez Masson, quien años más tarde se convertiría en un célebre represor de la dictadura militar, quizás el más condenado por su participación en diversos delitos contra los derechos humanos, esa noche, levantó y bajó el mismo la barrera de la guardia sin ordenar sanción o castigo alguno contra mi compañero.
En otra ocasión, me habían asignado a un puesto que estaba cerca de la ex morgue, un viejo edificio que años atrás había servido como depósito de cadáveres del Hospital Militar y en ese momento estaba abandonado. Cada vez que alguno de nosotros iba a parar a ese sitio, sabía que podría dormir tranquilo ya que los suboficiales de servicio, por cábala o alguna extraña razón, no solían acercarse para controlar al soldado de guardia. Varias veces había oído el rumor que en la morgue, los soldados allí apostados, al escuchar el mínimo ruido cerca, no dudaban en disparar sus fusiles en medio de la oscuridad. Era una noche cálida de Noviembre y sabiendo que pasaría allí dos horas apacibles, me quité el correaje y envolví el casco con la chaqueta de fajina utilizándolo como almohada y después de fumar un cigarrillo cuya colilla encendida arrojé hacia el pastizal que circundaba el sitio, me dormí profundamente bajo las extrellas y acostado sobre el suelo.
Al rato, un calor insoportable y el crepitar de llamas me sobresaltó. Los pastos se estaban prendiendo fuego a mi alrededor, pensé que seguramente el incendio se había iniciado a causa de la colilla que había tirado sin apagar. Vanamente intenté sofocar el fuego, pero todos mis intentos fueron inútiles, hacía tiempo que no llovía y las ramas secas facilitaban que las llamas se propagaran con facilidad. El puesto de guardia no podía abandonarse bajo ninguna circunstancia y nos habían ordenado que en caso de emergencia, los soldados apostados debíamos disparar tres tiros al aire con nuestro FAL (Fusil Automático Liviano), pero en ese momento recordé que siempre llevaba mi fusil sin balas y en las cartucheras donde debían estar los cargadores, solo había chocolates y masitas. En síntesis, no podía accionar mi arma porque sencillamente no tenía ningún proyectil encima. A todo esto, el incendio ya alcanzaba grandes proporciones y lo único que se me ocurrió fué quitarme el casco, el correaje, dejar el fusil y correr a pedir ayuda en el edificio donde funcionaba la sala de guardia principal, distante a unos cien metros de mi puesto. Desde la guardia principal era prácticamente imposible ver las llamas, ya que la mayoría de las ventanas allí existentes daban hacia el lado opuesto. Casi sin respiración, entré a la guardia, casi todos sus ocupantes estaban durmiendo, también lo hacía recostado en un amplio sillón y con las piernas apoyadas sobre un escritorio el propio suboficial a cargo, ante quién con toda mi voz y un sonoro taconeo le grité; "parte para el principal de guardia, el soldado apostado en el puesto número tres, me mandó a pedir ayuda porque está en medio de un incendio".
Todo fué tan rápido e improvisado que apenas pude ver la reacción del adormecido suboficial y dicho esto, regresé a toda velocidad al sitio donde se había originado el siniestro, me puse el casco, el correaje y me tizné la cara. A los pocos minutos, observé que el suboficial de guardia junto a varios soldados que empujaban un carro equipado con elementos para combatir incendios se acercaban a la carrera, fué entonces que con mi propia chaqueta simulé que estaba intentando sofocar las llamas. Mi jefe, al ver esta acción que jamás tuvo intenció heroica alguna, me dijo; "lo felicito soldado, ya hizo lo que pudo, vaya a descansar, nosotros vamos a ocuparnos de esto". Increíblemente, el suboficial responsable de la guardia, no se dió cuenta en ningún momento que yo había abandonado mi puesto.
Percaz solo atina a colocarse su casco de acero, se asoma a la ventana, se pone en posición de firme e impostando su voz al máximo pregunta; ¿Quien vive?.
"Teniente Coronel Suarez Masson", responde un oficial alto y delgado que vestía su uniforme de gala. Percaz lejos de inmutarse y asomado con medio cuerpo a la ventana le pide que se identifique. El Teniente Coronel duda por un instante, luego busca su credencial en un bolsillo de su saco, la extrae y la extiende hacia Percaz que la observa en medio de la penumbra, acto seguido se la devuelve y le dice; "gracias mi Teniente Coronel, puede pasar". La tensión se cortaba en el aire, el oficial le pregunta; ¿que le pasa soldado?. Percaz se sincera y le responde; "estoy muy descompuesto mi Teniente Coronel".
Suarez Masson lo miró extrañado y le dijo; "continuar soldado", luego dió media vuelta y mientras caminaba hacia su auto, murmuró; "con razón ese olor insoportable que saliá por la ventana, este tipo se estaba haciendo encima".
Con su aparente parsimonia Suarez Masson, quien años más tarde se convertiría en un célebre represor de la dictadura militar, quizás el más condenado por su participación en diversos delitos contra los derechos humanos, esa noche, levantó y bajó el mismo la barrera de la guardia sin ordenar sanción o castigo alguno contra mi compañero.
En otra ocasión, me habían asignado a un puesto que estaba cerca de la ex morgue, un viejo edificio que años atrás había servido como depósito de cadáveres del Hospital Militar y en ese momento estaba abandonado. Cada vez que alguno de nosotros iba a parar a ese sitio, sabía que podría dormir tranquilo ya que los suboficiales de servicio, por cábala o alguna extraña razón, no solían acercarse para controlar al soldado de guardia. Varias veces había oído el rumor que en la morgue, los soldados allí apostados, al escuchar el mínimo ruido cerca, no dudaban en disparar sus fusiles en medio de la oscuridad. Era una noche cálida de Noviembre y sabiendo que pasaría allí dos horas apacibles, me quité el correaje y envolví el casco con la chaqueta de fajina utilizándolo como almohada y después de fumar un cigarrillo cuya colilla encendida arrojé hacia el pastizal que circundaba el sitio, me dormí profundamente bajo las extrellas y acostado sobre el suelo.
Al rato, un calor insoportable y el crepitar de llamas me sobresaltó. Los pastos se estaban prendiendo fuego a mi alrededor, pensé que seguramente el incendio se había iniciado a causa de la colilla que había tirado sin apagar. Vanamente intenté sofocar el fuego, pero todos mis intentos fueron inútiles, hacía tiempo que no llovía y las ramas secas facilitaban que las llamas se propagaran con facilidad. El puesto de guardia no podía abandonarse bajo ninguna circunstancia y nos habían ordenado que en caso de emergencia, los soldados apostados debíamos disparar tres tiros al aire con nuestro FAL (Fusil Automático Liviano), pero en ese momento recordé que siempre llevaba mi fusil sin balas y en las cartucheras donde debían estar los cargadores, solo había chocolates y masitas. En síntesis, no podía accionar mi arma porque sencillamente no tenía ningún proyectil encima. A todo esto, el incendio ya alcanzaba grandes proporciones y lo único que se me ocurrió fué quitarme el casco, el correaje, dejar el fusil y correr a pedir ayuda en el edificio donde funcionaba la sala de guardia principal, distante a unos cien metros de mi puesto. Desde la guardia principal era prácticamente imposible ver las llamas, ya que la mayoría de las ventanas allí existentes daban hacia el lado opuesto. Casi sin respiración, entré a la guardia, casi todos sus ocupantes estaban durmiendo, también lo hacía recostado en un amplio sillón y con las piernas apoyadas sobre un escritorio el propio suboficial a cargo, ante quién con toda mi voz y un sonoro taconeo le grité; "parte para el principal de guardia, el soldado apostado en el puesto número tres, me mandó a pedir ayuda porque está en medio de un incendio".
Todo fué tan rápido e improvisado que apenas pude ver la reacción del adormecido suboficial y dicho esto, regresé a toda velocidad al sitio donde se había originado el siniestro, me puse el casco, el correaje y me tizné la cara. A los pocos minutos, observé que el suboficial de guardia junto a varios soldados que empujaban un carro equipado con elementos para combatir incendios se acercaban a la carrera, fué entonces que con mi propia chaqueta simulé que estaba intentando sofocar las llamas. Mi jefe, al ver esta acción que jamás tuvo intenció heroica alguna, me dijo; "lo felicito soldado, ya hizo lo que pudo, vaya a descansar, nosotros vamos a ocuparnos de esto". Increíblemente, el suboficial responsable de la guardia, no se dió cuenta en ningún momento que yo había abandonado mi puesto.
lunes, 11 de mayo de 2009
Tiempos de Soldado 3 ; Cuando una Broma Pesada me Condenó a Permanecer Seis Meses Más en el Ejército.
Al salir del Hospital Militar,le pedí al sargento ayudante encargado de la compañía que me reintegre al "Pelotón de Fajina", ya que en ese grupo había estado asignado desde mis comienzos de la conscripción, pero el suboficial no estuvo de acuerdo y me envió a ponerme bajo las órdenes de otro suboficial apodado "Ginebra". Esto se debía a por su adicción a la bebida del mismo nombre. "Ginebra" era el responsable de distribuir diariamente las raciones del kerosene destinado a alimentar las muchas estufas que funcionaban en las oficinas del Comando y la guardia principal. Mi tarea consistía en extraer ese combustible de unos tambores de gran tamaño que tenían adherida una canilla y mediante ese grifo, iba completando los respectivos bidones que traían cada mañana los soldados enviados por los jefes de las distintas secciones. Cerca del mediodía, "Ginebra" que ya se encontraba bajo los efectos del alcohol, apenas podía pronunciar una palabra, caminaba con dificultad y solo se limitaba a darle un vistazo al vapuleado cuaderno donde figuraba la lista de destinatarios y litros expendidos. Esta tarea rutinaria se llevaba a cabo en un frío y lúgubre galpón que servía de depósito y hasta allí se acercaban con sus recipientes en mano muchos soldados y cabos que formando una ordenada fila, aguardaban pacientemente que el "rusito", un soldado rubio, pecoso y que estaba bajo las órdenes de "Ginebra" como encargado de recibir los pedidos, una vez que los asentaba en el registro me decía; "ponéle cinco litros para la oficina de Operaciones", etc etc. Al tercer día de estar allí, comencé a pensar en una salida. No soportaba ni el encierro ni el trabajo aburrido que me había tocado y un mediodía, mientras me encontraba en la cantina comiendo un sandwich y bebiendo una gaseosa, se nos acerca el Teniente Coronel Vallejo, un oficial con gran conocimiento de arquitectura que estaba al mando de una sección donde se hacían todo tipo de planos. Vallejo dirigiéndose a nuestro grupo preguntó; "¿hay entre ustedes algún soldado con conocimientos de dibujo?". Instintívamente levanté la mano y le dije; "yó, mi Teniente Coronel". El oficial me pidió que lo siguiera hasta su oficina y una vez allí, en medio de tableros de dibujo, planos y mapas de todos los tamaños me dice; "vea soldado, necesito que escriba y pinte prolijamente en los vidrios de sus puertas, los nombres que identifican a todas de las oficinas del comando". Las puertas eran más de cien y esta cantidad de letras a pintar, significaba un trabajo tranquilo hasta el fin de mis días como soldado. El destino, felizmente me había alejado del galpón de "Ginebra" para comenzar una tarea mucho más gratificante. Vallejo era un oficial muy culto, sabía mucho sobre su trabajo en operaciones y una de sus virtudes era el respeto con el que trataba a sus subordinados. Una de las primeras buenas acciones que tuvo para conmigo fué facilitarme una credencial que decía; "soldado dibujante a las órdenes del Teniente Coronel Vallejo". Esta identificación me convertía en un soldado "intocable" al que ningún suboficial ni oficial, podría dar ninguna instrucción ni directiva, ya que mi jefe era uno de los hombres más importantes del comando y obviamente, a quien observara esa credencial con su firma y sello no se arriesgaría nunca a ganarse un arresto.
El mismo Vallejo me enseñó un método muy sencillo para pintar las letras en los vidrios de las puertas de las oficinas, esto era mediante la utilización de papeles transparentes en los que se escribía el texto correspondiente, luego se calaban las letras y el papel era pegado sobre los vidrios con cintas adhesivas. Una vez realizado ésto, con un pincel pequeño pintaba pasaba sobre las letras ahuecadas pintura sintética de color negro. Una vez finalizado esto, mientras esperaba que se seque la pintura, pasaba a realizar el mismo procedimiento sobre otro vidrio y así sucesivamente. Vallejo, mi jefe, una vez al día y siempre en horas de la tarde, iba recorriendo los pasillos del comando, miraba las inscripciones terminadas, asentía con la cabeza y me decía; "muy bien soldado, el trabajo queda bien, si quiere puede irse a su casa y volver mañana". Vallejo, además de ser cordial, era un militar muy culto, tenía una importante biblioteca y le gustaba la música clásica. Lo más sobresaliente de este oficial era su calma constante y el respeto con que trataba a los soldados. Recuerdo que cuando quería algo de un subordinado, era su costumbre decir; "por favor o gracias".
En algunas oportunidades me había cruzado con "Ginebra" y percibía su cara de pocos amigos cuando pasaba a mi lado, posiblemente no le había causado ninguna gracia que yo me alejara del depósito de kerosene sin despedirme de él o comunicarle que pasaba a estar bajo el mandato del Teniente Coronel.
El rumor de una baja masiva de soldados por razones de economía estaba circulando en todo el comando. Se decía que ese año, el ejército no contaba con presupuesto suficiente como para mantener a tantos soldados y habían decidido hacer una seleción de los menos útiles para la fuerza, quedándo solo aquellos que desde sus diferentes puestos realmente servían. Este era el caso de los choferes, cocineros, mozos, asistentes. mecánicos, enfermeros y oficinistas calificados, quienes seguirían cumpliendo los 12 o 13 meses de servicio militar obligatorio.
Eduardo Cenci, un destacado periodista de los medios radiales, gráficos y televisivos de Bahía, era por ese entonces el encargado de la oficina donde se administraba todo lo relacionado con la compañía a la que yo estaba asignado. Eduardo era un buen amigo mío y le pregunté si yo me encontraba en la codiciada lista de bajas. Dos días después, Eduardo me confirma que me encuentro entre los que se irán. Cuando la nómina se hace pública mediante fotocopias exhibidas por todo el comando, los favorecidos por esta elección, decidimos ir a festejar a la cantina. Al igual que yó, allí se encontraban muchos de mis compañeros que habían sido seleccionados para irse anticipádamente del ejército. La idea de retornar a la vida civil no me producía ninguna sensación de alegría, analizaba que tal mal no lo había pasado durante el medio año en que había sido soldado, ya que ese tiempo transcurrió rápido, sin rutinas y había estado lleno de pequeños desafíos que jamás imaginé me habría atrevido a protagonizar. La cantina estaba poblada de compañeros felices, todos reían y hacían planes para su inmediato retorno a la vida civil, cuando apareció el "rusito", el soldado callado y obsecuente que estaba bajo las órdenes de "Ginebra". El mismo que desde los inicios se transformó en su asistente incondicional. Al verlo, le pregunté si le había tocado irse de baja; "nó, no me tocó" me respondió con cierta tristeza. Lo primero que se ocurrió fué decirle; "claro te quedas porque a "Ginebra" le gusta que le lustres las botas todos los días, le llenes el vaso a cada rato y le hagas los mandados para su señora". Repentínamente se produjo allí un silencio sepulcral. Todos dejaron de reir de golpe y miraron hacia arriba con cara de susto, porque asomado en la planta alta de la cantina estaba nada más y nada menos que el mismísimo "Ginebra", quien evidentemente había escuchado lo que le dije al "rusito" en una clara alusión a su persona. Veloz como un rayo, el suboficial bajó hasta donde yo me encontraba, tenía la cara roja de ira y sus ojos parecían salirse de las órbitas.
Al verlo frente a mí, quedé paralizado, pero su vozarrón estalló como un volcán furioso y me dijo; "soldado, sígame". Todo evidenciaba que "Ginebra" no quería testigos y su intención era alejarme lo más posible de mis compañeros. Lo seguí a un metro de distancia y llegamos por fin a un sector del campo donde había espinos. "Ginebra" se puso las dos manos en su cintura, respiró profundo y gritó; "salto de rana, correr a mi alrededor, cuerpo a tierra, arrastrarse, carrera march." Esto se prolongó durante varios minutos que parecieron durar una eternidad, porque realmente ya no daba más, estaba exhausto y tanto mis brazos como piernas se habían lastimado al tomar contacto con las espinas y piedras esparcidas sobre el suelo del terreno. Cuando finalizó el "baile", me puse en posición de firme, casi sin aliento. "Ginebra" parecía satisfecho con el ejercicio despiadado al que me había sometido. Solo me miró con desprecio y muy cerca de mi oído, me dijo en voz baja; "por bromista te vas a quedár seis meses más aquí adentro, y de "Ginebra" no te vas a olvidar nunca". Una semana después, casi cien alegres compañeros vestidos de civil y acompañados por la banda del comando, marchaban en una larga fila después de haber sido despedidos emotivamente por el general a cargo de la guarnición. Ví perderse a mis ex camaradas al salir de la guardia y me preparé resignadamente para pasar los próximos seis meses en el ejército.
El mismo Vallejo me enseñó un método muy sencillo para pintar las letras en los vidrios de las puertas de las oficinas, esto era mediante la utilización de papeles transparentes en los que se escribía el texto correspondiente, luego se calaban las letras y el papel era pegado sobre los vidrios con cintas adhesivas. Una vez realizado ésto, con un pincel pequeño pintaba pasaba sobre las letras ahuecadas pintura sintética de color negro. Una vez finalizado esto, mientras esperaba que se seque la pintura, pasaba a realizar el mismo procedimiento sobre otro vidrio y así sucesivamente. Vallejo, mi jefe, una vez al día y siempre en horas de la tarde, iba recorriendo los pasillos del comando, miraba las inscripciones terminadas, asentía con la cabeza y me decía; "muy bien soldado, el trabajo queda bien, si quiere puede irse a su casa y volver mañana". Vallejo, además de ser cordial, era un militar muy culto, tenía una importante biblioteca y le gustaba la música clásica. Lo más sobresaliente de este oficial era su calma constante y el respeto con que trataba a los soldados. Recuerdo que cuando quería algo de un subordinado, era su costumbre decir; "por favor o gracias".
En algunas oportunidades me había cruzado con "Ginebra" y percibía su cara de pocos amigos cuando pasaba a mi lado, posiblemente no le había causado ninguna gracia que yo me alejara del depósito de kerosene sin despedirme de él o comunicarle que pasaba a estar bajo el mandato del Teniente Coronel.
El rumor de una baja masiva de soldados por razones de economía estaba circulando en todo el comando. Se decía que ese año, el ejército no contaba con presupuesto suficiente como para mantener a tantos soldados y habían decidido hacer una seleción de los menos útiles para la fuerza, quedándo solo aquellos que desde sus diferentes puestos realmente servían. Este era el caso de los choferes, cocineros, mozos, asistentes. mecánicos, enfermeros y oficinistas calificados, quienes seguirían cumpliendo los 12 o 13 meses de servicio militar obligatorio.
Eduardo Cenci, un destacado periodista de los medios radiales, gráficos y televisivos de Bahía, era por ese entonces el encargado de la oficina donde se administraba todo lo relacionado con la compañía a la que yo estaba asignado. Eduardo era un buen amigo mío y le pregunté si yo me encontraba en la codiciada lista de bajas. Dos días después, Eduardo me confirma que me encuentro entre los que se irán. Cuando la nómina se hace pública mediante fotocopias exhibidas por todo el comando, los favorecidos por esta elección, decidimos ir a festejar a la cantina. Al igual que yó, allí se encontraban muchos de mis compañeros que habían sido seleccionados para irse anticipádamente del ejército. La idea de retornar a la vida civil no me producía ninguna sensación de alegría, analizaba que tal mal no lo había pasado durante el medio año en que había sido soldado, ya que ese tiempo transcurrió rápido, sin rutinas y había estado lleno de pequeños desafíos que jamás imaginé me habría atrevido a protagonizar. La cantina estaba poblada de compañeros felices, todos reían y hacían planes para su inmediato retorno a la vida civil, cuando apareció el "rusito", el soldado callado y obsecuente que estaba bajo las órdenes de "Ginebra". El mismo que desde los inicios se transformó en su asistente incondicional. Al verlo, le pregunté si le había tocado irse de baja; "nó, no me tocó" me respondió con cierta tristeza. Lo primero que se ocurrió fué decirle; "claro te quedas porque a "Ginebra" le gusta que le lustres las botas todos los días, le llenes el vaso a cada rato y le hagas los mandados para su señora". Repentínamente se produjo allí un silencio sepulcral. Todos dejaron de reir de golpe y miraron hacia arriba con cara de susto, porque asomado en la planta alta de la cantina estaba nada más y nada menos que el mismísimo "Ginebra", quien evidentemente había escuchado lo que le dije al "rusito" en una clara alusión a su persona. Veloz como un rayo, el suboficial bajó hasta donde yo me encontraba, tenía la cara roja de ira y sus ojos parecían salirse de las órbitas.
Al verlo frente a mí, quedé paralizado, pero su vozarrón estalló como un volcán furioso y me dijo; "soldado, sígame". Todo evidenciaba que "Ginebra" no quería testigos y su intención era alejarme lo más posible de mis compañeros. Lo seguí a un metro de distancia y llegamos por fin a un sector del campo donde había espinos. "Ginebra" se puso las dos manos en su cintura, respiró profundo y gritó; "salto de rana, correr a mi alrededor, cuerpo a tierra, arrastrarse, carrera march." Esto se prolongó durante varios minutos que parecieron durar una eternidad, porque realmente ya no daba más, estaba exhausto y tanto mis brazos como piernas se habían lastimado al tomar contacto con las espinas y piedras esparcidas sobre el suelo del terreno. Cuando finalizó el "baile", me puse en posición de firme, casi sin aliento. "Ginebra" parecía satisfecho con el ejercicio despiadado al que me había sometido. Solo me miró con desprecio y muy cerca de mi oído, me dijo en voz baja; "por bromista te vas a quedár seis meses más aquí adentro, y de "Ginebra" no te vas a olvidar nunca". Una semana después, casi cien alegres compañeros vestidos de civil y acompañados por la banda del comando, marchaban en una larga fila después de haber sido despedidos emotivamente por el general a cargo de la guarnición. Ví perderse a mis ex camaradas al salir de la guardia y me preparé resignadamente para pasar los próximos seis meses en el ejército.
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