EL DIA QUE NUNCA OLVIDARE HOY: RICARDO HECTOR PALACIOS (PIPO)
Encuentros sin fronteras Publicado en La Nueva Provincia el 19/4/09
Para Pipo la realidad es algo más que el superficial decorado que nos rodea y en el que nos movemos.
Tenía apenas cinco años cuando iba caminando por la vereda, en la primera cuadra de la calle Dorrego, y vio ante él la figura del abuelo Próspero, con su impecable traje azul. El abuelo avanzó, extendió sus brazos y lo abrazó. Cuando se separaron, corrió a contárselo a la abuela.
--¡Abuela! ¡Abuela! ¡El abuelo volvió! ¡Me abrazó! -gritó tras abrir la puerta.
Y ella también lo abrazó y se puso a llorar. El abuelo había muerto hacía una semana, y Pipo recordaba que cuando lo alzaron para que lo besara, sus labios sintieron en la carne el frío de la ausencia.
"Hasta hoy me parece verlo -dice--. El abuelo Próspero había pasado cinco años en las trincheras de Europa. Pero nunca habló de la guerra. Murió joven. Tenía 50 años. Era un hombre emprendedor. Creó las empresas de colectivos El Valle y La Acción.
"El descubrió, a pesar de que yo era muy chico, mis dotes innatas para el dibujo. Y me alentó mucho.
"Tras su muerte, me quedé a vivir con la abuela Lucy, para acompañarla. Y viví una infancia muy linda, porque nos hicimos muy amigos. Me llevaba al cine casi día por medio. Ibamos a las radios a 'mirar' las novelas de Rizzo y de Mauret, lo que fue para mí un gran descubrimiento, porque veía cómo representaban los personajes y lograban, rudimentariamente, los efectos especiales. La abuela y yo éramos muy noveleros. Los sabados a la noche escuchábamos el Radio Cine Lux.
"Con el tiempo apareció la lectura: Salgari, Verne, y despertó mi pasión por los comics. Argentina contaba entonces con los mejores dibujantes del mundo. Pero las primeras historietas que admiré fueron las de las revistas mejicanas".
Más adelante, hasta las manos de Pipo llegó un proyector Cine Graf. Una sencilla maquinita casera que le permitió fabricar sus propias 'películas' en hojas de papel manteca que cortaba linealmente para formar el rollo. Su vocación entera ya se había puesto de pie: ser un creativo en todo el sentido de la palabra.
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La suya fue una infancia atípica: sin bolitas ni pelota de trapo ni barriletes. Y cerró esa etapa con un episodio que ratificó su vocación. Por entonces las primeras luces de mercurio empezaban a ahuyentar en las ciudades las tinieblas de la noche. Y la empresa auspiciante de ese fenómeno, General Electric, organizó un concurso de afiches. Un vecino, don Jorge Figueras, le dijo a Pipo:
--Vos sabés dibujar y tenés imaginación. ¿Por qué no participás?
Pipo, que ya tenía 14 años, le hizo caso. Diseñó un afiche a todo color, y lo mandó. Al poco tiempo recibió la respuesta, en efectivo: 5.000 pesos de premio.
--Me compré un auto. Pero como no lo podía manejar, porque no me daban el carnet, lo estacioné en la puerta. Disfrutaba mirándolo, hasta que, por consejo de mi familia, lo vendí.
Un año antes, Pipo había vuelto a instalarse en el hogar paterno. Es decir, en el templo de Gardel. Todo en la casa paterna hablaba de Gardel. La voz del zorzal formaba parte cotidiana de la familia. La colección de discos de pasta era una especie de tesoro sagrado que Víctor, su padre, custodiaba tesoneramente a resguardo de cualquier profanación.
--Todo en mi casa evocaba a Gardel: el ambiente, el sonido, los libros, las revistas. Nada de lo que Gardel había hecho en su vida era ajeno a mi viejo. Conocía cada tema, cuándo lo había grabado, quiénes eran los guitarristas. Tenía grabaciones que Gardel había registrado para sus amigos y otras, raras, cantadas en italiano, en francés, en inglés...
"Mi viejo estaba en la Armada y también sabía mucho sobre aviación naval. Dejó unos interesantes manuscritos sobre el origen del arma.
"A mí, Gardel me resultaba indiferente. Hasta hoy. Pero... yo tenía un Fiat 600. Un día lo dejé estacionado en la puerta y, cuando fui a buscarlo, ya no estaba. Desconsolado, se lo comenté a mi viejo y él me respondió:
--Quedate tranquilo... Gardel te lo va a encontrar.
"Y encendió una vela ante el cuadro de Gardel. A las seis de la mañana me llamaron de la policía para avisarme que habían encontrado el auto, abandonado... ¿Una casualidad? Desde entonces miré con cierto respeto a Gardel... por las dudas...".
"Más adelante mi viejo me llevó a Buenos Aires para visitar la casa de Gardel, donde vivía un hombre que hacía costuras, de mal genio o desconfiado, que no nos dejaba entrar. Ante nuestra insistencia se fue a quejar al policía de la esquina. Por fin, convencido de que no intentábamos hacer nada malo, nos permitió pasar. Mi viejo recorrió los pasillos y las habitaciones con unción. Para él, aquellas eran las paredes de un santuario y algo de Gardel permanecía vivo ahí.
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En esos días Pipo decidió abandonar el Secundario y empezó a trabajar como vendedor y vidrierista de Grandes Tiendas del Sud. Con pequeños motores inventó diseños móviles --pulpos, peces, árboles-- convertidos en grandes atractivos para convocar a los transeúntes. Lo que le proporcionó un mayor reconocimiento salarial y mucho más trabajo.
"Mi viejo quería que yo practicara tiro, esgrima, fútbol, boxeo. Pero yo ya tenía otros planes. Nada de eso me interesaba. Empecé a concurrir a la Escuela Panamericana de Arte para especializarme en tinta china con dibujantes de la talla de Borisoff, Bayón y Hugo Pratt, que aparecía muy poco".
El diálogo sin fin
Cuando salió del servicio militar, Pipo encontró la huella definitiva de su futuro. A través de la agencia publicitaria de Domingo Mamana inició su carrera como creativo en radio y televisión. Fue el comienzo de una larga y fructífera trayectoria, de un inextinguible diálogo con la gente que dura hasta hoy. A la mañana conducía un programa diario en LU2.
--Ahí empezó mi encuentro con los oyentes. Supe que del otro lado del micrófono había gente que me escuchaba y respondía, a pesar de su silencio. Después alcanzamos un gran éxito con los MH Positivos, grabaciones que incluían seis temas, y que producíamos para el sello de Frank Sinatra. Fui su difusor durante diez años.
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Generalmente un ascensor no es el lugar ideal, ni el más romántico, para que un hombre descubra en tan pasajera intimidad a la mujer de su vida. Pero, también en eso Pipo fue original. En el ascensor de LU2 conoció a Elvira Rabanetti, una chica del diario que, no sin alguna insistencia por parte del publicista, retribuyó el afecto hasta convertirse en su esposa.
Tras instalar su propia agencia de publicidad, Pipo fue convocado en 1985, tiempo de inquietante crisis, por las autoridades de Canal 9 para impulsar la reactivación de ese medio.
--Me dijeron que debía inventar algo para zafar del pantano... y cuando salí de la reunión, mientras me iba caminando, se me presentó la imagen de un sapo... Un sapo sabio, que sabía bastante, pero no todo. Lo bauticé de inmediato: Sapienso. Desde la pantalla Sapienso formularía un desafío a los chicos, que debían estar atentos, a lo largo del día, para responder a sus preguntas y ganar un premio. Un juego interactivo.
"Una mujer de Ingeniero White, a la que acompañamos para asesorarla, creó la mascota de tela en una noche. El impacto fue masivo. Registramos hasta 80.000 respuestas por mes.
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Entre los encuentros gratos que le depararon aquellos años, repletos de experiencias, se destaca la figura de Luis Sandrini, el gran actor cómico de mirada triste. Se conocieron en Bahía Blanca, a través de un reportaje periodístico. Sandrini lo invitó a participar, ese mismo día, de una cena en el Austral. Y afloró la amistad. Durante la charla de sobremesa Sandrini le propuso a Pipo encargarse de la promoción de una gira que iba a realizar por diferentes países. Pipo no pudo acompañarlo, pero iniciaron un vínculo afectivo que concluiría mucho después, en el Sanatorio Güemes, cuando Pipo fue a despedirlo, en silencio, porque el gran actor abandonaba el último escenario de la vida.
Sus contactos con el divismo actoral le permitieron también intensificar el conocimiento de la farándula. Hasta dirigió a la gran diva Susana Giménez en un publicitario de Barrita de Oro --los célebres fideos--, que él mismo creara.
Después llegó la etapa del éxodo, con Mar del Plata por meta. Allí trabajó en televisión y radio y, ya con su hija Virginia, alcanzó gran repercusión; también con el auxilio de otro símbolo surgido del reino animal: El Conejo Alejo.
--El programa Pepsi Ring, plasmado fuera de los estudios, para conocer a las familias en sus propios hogares, nos dio muchas satisfacciones. Recorríamos, permanentemente, tanto los barrios más pobres como los más ricos y otorgábamos premios a los participantes. La gente nos esperaba.
En esa etapa le tocó concretar la nota más insólita de su larga trayectoria.
"Una vez llamamos en una casa muy humilde y nos atendió una mujer, casi llorando. Al vernos, sorprendida --íbamos con vehículo, cámaras, iluminación...-- exclamó: '¡Ah, ustedes son los de la TV! ... Y agregó: 'Llegan en mal momento. Estamos velando a mi cuñada'. Le pedí disculpas y nos dispusimos a alejarnos, cuando ella nos detuvo: 'Pero... pasen, pasen. Podemos despejar un lugar para hacer la nota'". Y, ante su insistencia, un poco desconcertados, entramos con la cámara, las luces... Hicimos la nota en pleno velorio".
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La pasión de Pipo por los comics permanece latente.
Un amigo suyo fue a vivir a Barcelona y pudo ingresar como colaborador en la revista "El Papus" , de amplia difusión. Con gran entusiasmo se lo contó por teléfono a Pipo, y le mandó un ejemplar. Pipo vio que allí figuraba la dirección de la editorial y decidió enviar la tira de sus "Hasañas bélicas" (con s), una expresión irónica antibélica, para que la evaluaran. La respuesta fue inmediata. El propio director lo invitó a participar de la publicación.
--Empecé con una página y terminé ocupando hasta doce, durante doce años. Después la historieta fue repetida por una revista argentina.
Las voces que a veces oímos
El retorno de Mar del Plata a Bahía Banca, con su esposa, se produjo para reencontrarse con Virginia, que había decidido regresar a su ciudad natal. No podían asumir la separación.
Y en Bahía Blanca Pipo se reencontró también con su vieja radio. Y con la radio de la Bahía Blanca que no duerme. Cada sábado, a las 0.15, cuando la ciudad atraviesa la noche, Pipo y Virginia encienden la esperanza de un diálogo cordial con quienes comparten la vigilia nocturna. Es la hora en que los relojes serenan sus agujas y afloran con mayor autenticidad las demandas y las confidencias íntimas; como si nadie pudiera oírlas. O como si en esos momentos la verdad absoluta y omnímoda, que no tiene dueño ni edad, depusiera sus miedos y su timidez para fomentar encuentros diferentes, al margen del silencio y el descanso.
--Una vez le dimos un premio a un chico que estaba con el abuelo. Y el abuelo también habló. Tenía una historia triste, llena de carencias. Dormía en la calle, se ganaba la vida como boxeador y terminó transitando el camino obligado: el del alcohol. Se sentía estafado por la vida. Después nos contó que, con aquella confesión cruda, expresada por primera vez en nuestro programa, se había sacado de encima el resentimiento.
Paralelamente campea durante esas horas el matiz humorístico, la ironía chispeante, y el difícil arte de abarcar la amplia gama de una sensibilidad que va desde la efusividad, que significa afecto, hasta la euforia, que implica optimismo.
Pipo procura seguir siendo a través de los años el motivo de un vínculo solidario: "No quiero defraudar a la gente que confía en mí. Lo que hago lo siento con gran afecto".
Pero hay otros registros de la realidad que cunden de una manera inasible. Que ocurren y uno no sabe por qué ni de qué manera, ni si vienen de otras noches o de otros días, de otros tiempos o de otras eternidades. Como aquel que lo enfrentó con el abuelo en la vereda de la calle Dorrego, para darse el último abrazo.
También a ese blanco apunta su sensibilidad. En 1991, cuando todavía Pipo vivía en Mar del Plata, murió Víctor, su padre. Pipo viajó con Virginia a Bahía Blanca para asistir al velatorio.
"Mi viejo me había pedido que, en su sepelio, yo lo despidiera con palabras que no fueran demasiado serias ni demasiado cómicas. Como para no irse en silencio y llevarse el recuerdo de los suyos --dice Pipo.
"Y yo lo despedí con las palabras que él quería. Cuando subía al auto para volver a Mar del Plata vi cómo una mariposa blanca se posaba en mi mano izquierda y después emprendía un corto vuelo, hasta detenerse sobre mi corazón. Hizo un nuevo giro y se alejó. Con Virginia nos miramos sorprendidos. Yo lo sentí como una respuesta suya. Como una aprobación.
"Me interesa mirar más allá de lo aparente, de lo superficial. La realidad es más amplia y profunda de lo que suponemos. Tras la muerte de mi padre, estando en La Plata decidí asistir a una sesión de hipnosis. Me durmieron y, en ese estado, me encontré, de repente, con él en un lugar lleno de flores, de sol... Vi que se acercaba y me decía: 'Quedate conmigo. Todo lo que ocurre del otro lado es mentira... Acá vamos a estar bien'. Y yo me quería quedar. Cuando me despertaron estaba bañado en lágrimas".
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¿Qué pensamos de estas extrañas connotaciones de la realidad que a lo largo de los siglos la humanidad incluye en sus misteriosos registros? No sabemos si provienen de fuera o de dentro de nosotros. O si ambos lugares son el mismo y único lugar. "En el jardín crecen más plantas que las que siembra el jardinero", reza un viejo adagio inglés. ¿Deberíamos pensar que tal vez habrá otros 'micrófonos' y otras voces que, solo en frecuencias complejas y en sensitivas circunstancias, pueden registrarlas nuestros oídos...? ¿Quién lo sabe?
La colección de Carlos Gardel continúa intacta en la casa paterna de Pipo. Está considerada "entre las tres más completas del mundo" en lo que se refiere al Zorzal Criollo.
Pipo mantiene también vigente el recuerdo imborrable de su querida abuela:
--De ella guardo algunas cintas grabadas que escucho de tanto en tanto. Y cuando a veces no estoy bien, por una gripe o una circunstancia especial, y tengo que hacer el programa, lo que implica un desgaste muy grande, le digo a la abuela: "Dame polenta, abuela, ayudame para llegar bien hasta el fin". Y siempre llego.
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