domingo, 3 de mayo de 2009

AQUELLAS MAGICAS NOCHES DE CABARET

En la época dorada de los años sesenta y setenta, Bahía supo contar con una extensa lista de lugares y personajes inolvidables que de alguna manera fueron los emprendedores responsables del manejo de los muchos cabarets y whiskerías de la ciudad. Había para elegir, ya que durante casi todos los días de la semana las noches se iluminaban a pleno con las coloridas luces de los diferentes sitios de diversión nocturna. Posiblemente quién fuera pionero en este tipo de negocios, fué un señor llamado “Cacho” Vera, propietario del cabaret “Odeón” que quedaba en calle Donado al 100 y fué el primer local de este tipo que visité a mis flamantes catorce años de edad, con una gran mezcla de temor y curiosidad. Allí en medio de la intensa penumbra, el humo de los cigarrillos y las risas de los muchos concurrentes masculinos asistí por fín al tan comentado show del streep tease del que tanto se hablaba en el colegio. Me acuerdo que la mujer que lo realizaba era una esbelta y escultural rubia teñida que acompañada por un grupo musical , se iba quitando la ropa con mucho estilo y sensualidad hasta quedar sola en el escenario con un minúsculo corpiño donde sus abundantes y firmes senos parecían estallar y una pequeña tanga que con ayuda del efecto de luces destacaba su generoso trasero. Aquella audaz mujer semidesnuda, además de haberme excitado sobremanera, me despertó un fuerte interés por seguir asistiendo a esos misteriosos “antros del pecado”.
Como no tenía aún un trabajo estable y era menor de edad el acceso a los cabarets me resultaba muy difícil, ya que una de las principales exigencias para ingresar, era contar con dinero suficiente como para pagar las copas de las exuberantes y provocativas señoritas que se acercaban ni bien uno traspasaba la puerta de entrada. “Flamingo” se llamaba otro popular establecimiento nocturno ubicado en calle Brown casi Fitz Roy y en ese local, que era bastante más pequeño que el legendario “Odeón” , quedé impactado por el estilo de una bella mujer que bailaba al ritmo de una movediza rumba. Impactado por los atributos de la bailarina, me quedé a ver el segundo show, en esa ocasión estaba solo y esperé hasta el final para tratar de hablar y con ella e intentar convencerla de salir juntos. Aquella mujer tendría por entonces unos 28 años, una edad justa, donde en esa época la madurez llegaba mucho antes. Ante mi insistencia, con mucha sutileza me dió a entender que yo aún era un pibe y seguramente no tenía la plata suficiente como para pagar lo que ella costaba. Me acarició con ternura, me dió un ligero beso en la boca y al despedirse me dijo; "sos muy simpático, seguí insistiendo, otra vez será". Por alguna extraña razón en mis juveniles años venideros donde ya contaba con un trabajo medianamente estable los cabarets y whiskerías dejaron de ser mi obsesión, posiblemente porque mis conquistas femeninas se producían conociendo chicas en la calle y mal no me iba. El destino quiso que a mis 23 años, y ya trabajando como creativo publicitario de Idea Publicidad y conductor de programas musicales en LU2 Radio Bahía Blanca, tuve un generoso ofrecimiento por parte del señor Santín quien estaba a punto de inaugurar en calle Soler el mítico cabaret “Diábolo”, donde me propuso oficiar como presentador de los shows. "Diábolo", fué una verdadera revolución de aquellos años porque además de su ubicación estratégica y la cálida decoración, también tenía la atracción de un escenario móvil que se elevaba desde la pista bailable mediante un perfecto e ingenioso sistema hidráulico. Santín era un hombre de pocas palabras y supo manejar su negocio con la habilidad propia de un empresario serio, innovador y responsable. Por “Diábolo”, desfilaron mujeres que además de ser auténticas profesionales del arte de desvestirse de a poco y bailar casi como Dios las puso en el mundo, eran realmente bellas y sensuales. Tiempos de cuerpos naturales donde los pechos, traseros y rostros eran genuinos, naturales y no necesitaban de la cirugía plástica. El plantel femenino de “Diábolo” se renovaba cada 30 días y la mayoría de las mujeres que hacían sus números artísticos provenían de Capital Federal donde durante el resto del año solían trabajar en prestigiosos cabarets como Karim y Karina entre otros. Estas chicas solo eran contratadas para hacer su rutina, que casi siempre consistía en un show erótico y al finalizar el mismo, se dirigían a sus camarines, donde rápidamente se cambiaban de ropa y al rato, ligeramente vestidas, generalmente con provocativas minifaldas iban hacia la sala donde se dedicaban al arte de alternar con los asistentes, ganando con esta tarea de seducción un importante porcentaje por cada una de las copas a las que eran invitadas por aquellos ansiosos clientes que se les acercaban con la finalidad de convencerlas de salir con ellos al cierre del negocio.
El hecho de haber sido el animador que tuvo el privilegio de inaugurar “Diábolo”, me dio la posibilidad de conocer muy de cerca a varias de aquellas mujeres de la noche que además de poseer elegancia y anatomías fuera de serie, en su interior eran maravillosos seres humanos. Sensibles, simples y muy sinceras a la hora de entregarse a un hombre en cuerpo y alma a un hombre querido. Por la nutrida programación semanal de "Diábolo", brillaron intensamente los cantantes de tango más famosos de Argentina, era un verdadero deleite presentar a figuras de la talla de Alfredo Belussi, el "negro" Ayala, Jorge Falcón, el "Polaco" Goyeneche, Edmundo Rivero y tantos otros. Mi condición de ser un integrante más de la casa, me permitía descubrir de cerca e íntimamente cada uno de los secretos del cabaret. En los intervalos, las chicas me invitaban a tomar mate con ellas y allí las iba conociendo casi en profundidad por la confianza que me brindaban. Recuerdo que varios e importantes empresarios bahienses acostumbraban concurrir allí casi todas las noches, dejando considerables sumas de dinero por las muchas copas de champagne que consumían las chicas que alternaban con ellos. En aquellas confesiones de entrecasa, las "cabareteras" solían contar muchas anécdotas de lo que ocurría en la sala cuando se encontraban junto a estos hombres de negocios que con mucho whisky encima llegaban a prometerles desde dejar a sus esposas e hijos para casarse con ellas y disfrutar juntos de una vida plena de placeres, lujos, viajes, etc u ofrecerles una considerable mensualidad a cambio de convertirse en sus amantes exclusivas y dejar el cabaret. Era casi normal que los días viernes, llegaran ramos de rosas rojas acompañados por alguna joya o perfumes caros destinados a diferentes mujeres que se encontraban en "Diábolo". Para la mayoría de ellas, salir a trabajar al interior, significaba ganar fácilmente y en solo treinta días, una considerable cantidad de plata que difícilmente obtendrían en los establecimientos nocturnos de Capital. En Bahía, ellas sabían muy bien como cotizar al máximo sus encantos y manejaban a la perfección la técnica de hacerse desear. Por suerte, las “chicas de la noche”, tenían muy en claro que no podían perder tiempo, porque ese trabajo tenía un límite y tarde o temprano, ya sea por el paso de los años, el desgaste que provoca la noche o el hartazgo, obligadamente tendrían que dejar esa actividad antes de convertirse en viejas chotas e indignas.
La mayoría de estas mujeres no habían llegado aún a los 30 años de edad y un ochenta por ciento de ellas, ya había logrado ganar lo suficiente como para tener su propio departamento y ahorros en algún banco. Querían asegurarse el futuro de alguna manera y confesaban que ciertas actitudes de algunos hombres les producían asco, porque solo les interesaba tener sexo con ellas y pagaban lo que sea por tenerlas desnudas y a su entera disposición en una cama para dar rienda suelta a los más oscuros instintos reprimidos. Aunque se dejaban comprar por un rato, también simulaban sentir placer cuando les tocaba hacer el amor con el pudiente caballero de turno que las había elegido. Si bien sus presencias cautivantes las mostraba vestidas y maquilladas como sexys o mujeres fatales, detrás de las sonrisas que siempre estaban incorporadas a sus rostros, las “cabareteras” en su fondo no eran lo que acostumbraban representar. Contrariamente, ya fuera de escena, solían ser introvertidas, melancólicas y necesitadas de amor y cariño verdaderos, porque si había alguna intención de conquistarlas solo bastaba una sencilla flor, alguna frase cargada de sentimiento y tratarlas con el máximo de respeto. En sus temporales estadías en Bahía, les encantaba tener lo que llamaban "un marido" o novio temporal que simplemente las quiera, alguien con quién compartir además de una cama, una cena, un paseo o ir a bailar en sus días libres. Siempre la sociedad hipócrita y pacata ha calificado a las “cabareteras” de prostitutas, cuando en muchas ocasiones, tuve la posibilidad de comprobar que en ciertos círculos de alto nivel hay muchísimo más vicio, prostitución, engaños, mezquindad y mentiras que en el ámbito de las “chicas de la noche”. Quizás porque en la actividad más vieja del mundo, la actitud de las “cabareteras” era frontal, directa y sin vueltas.
Tacos altos tipo "aguja", exóticas medias de red, lencería fina, perfumes caros, pestañas postizas, pelucas, ojos delineados como pinturas de guerra para "matar", minifaldas diminutas, labios rojos, manos suaves, palabras ardientes, maxifaldas con aberturas insinuantes, cigarrillos Benson & Hedges, andar de gacelas, desenfado, risas ensayadas, imágenes mágicas que cada noche se ponían en movimiento y simultáneamente en cada uno de esos ámbitos que de a poco se fue esfumando en el tiempo para perpetuarse en el recuerdo imborrable de las pasiones humanas.
Guardo muy buenos recuerdos de los muchos momentos que viví, disfruté y compartí durante aquellos años donde tuve mi breve paso por los inolvidables cabarets de aquella Bahía que alguna vez supo ser feliz y aventurera.

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