Al salir del Hospital Militar,le pedí al sargento ayudante encargado de la compañía que me reintegre al "Pelotón de Fajina", ya que en ese grupo había estado asignado desde mis comienzos de la conscripción, pero el suboficial no estuvo de acuerdo y me envió a ponerme bajo las órdenes de otro suboficial apodado "Ginebra". Esto se debía a por su adicción a la bebida del mismo nombre. "Ginebra" era el responsable de distribuir diariamente las raciones del kerosene destinado a alimentar las muchas estufas que funcionaban en las oficinas del Comando y la guardia principal. Mi tarea consistía en extraer ese combustible de unos tambores de gran tamaño que tenían adherida una canilla y mediante ese grifo, iba completando los respectivos bidones que traían cada mañana los soldados enviados por los jefes de las distintas secciones. Cerca del mediodía, "Ginebra" que ya se encontraba bajo los efectos del alcohol, apenas podía pronunciar una palabra, caminaba con dificultad y solo se limitaba a darle un vistazo al vapuleado cuaderno donde figuraba la lista de destinatarios y litros expendidos. Esta tarea rutinaria se llevaba a cabo en un frío y lúgubre galpón que servía de depósito y hasta allí se acercaban con sus recipientes en mano muchos soldados y cabos que formando una ordenada fila, aguardaban pacientemente que el "rusito", un soldado rubio, pecoso y que estaba bajo las órdenes de "Ginebra" como encargado de recibir los pedidos, una vez que los asentaba en el registro me decía; "ponéle cinco litros para la oficina de Operaciones", etc etc. Al tercer día de estar allí, comencé a pensar en una salida. No soportaba ni el encierro ni el trabajo aburrido que me había tocado y un mediodía, mientras me encontraba en la cantina comiendo un sandwich y bebiendo una gaseosa, se nos acerca el Teniente Coronel Vallejo, un oficial con gran conocimiento de arquitectura que estaba al mando de una sección donde se hacían todo tipo de planos. Vallejo dirigiéndose a nuestro grupo preguntó; "¿hay entre ustedes algún soldado con conocimientos de dibujo?". Instintívamente levanté la mano y le dije; "yó, mi Teniente Coronel". El oficial me pidió que lo siguiera hasta su oficina y una vez allí, en medio de tableros de dibujo, planos y mapas de todos los tamaños me dice; "vea soldado, necesito que escriba y pinte prolijamente en los vidrios de sus puertas, los nombres que identifican a todas de las oficinas del comando". Las puertas eran más de cien y esta cantidad de letras a pintar, significaba un trabajo tranquilo hasta el fin de mis días como soldado. El destino, felizmente me había alejado del galpón de "Ginebra" para comenzar una tarea mucho más gratificante. Vallejo era un oficial muy culto, sabía mucho sobre su trabajo en operaciones y una de sus virtudes era el respeto con el que trataba a sus subordinados. Una de las primeras buenas acciones que tuvo para conmigo fué facilitarme una credencial que decía; "soldado dibujante a las órdenes del Teniente Coronel Vallejo". Esta identificación me convertía en un soldado "intocable" al que ningún suboficial ni oficial, podría dar ninguna instrucción ni directiva, ya que mi jefe era uno de los hombres más importantes del comando y obviamente, a quien observara esa credencial con su firma y sello no se arriesgaría nunca a ganarse un arresto.
El mismo Vallejo me enseñó un método muy sencillo para pintar las letras en los vidrios de las puertas de las oficinas, esto era mediante la utilización de papeles transparentes en los que se escribía el texto correspondiente, luego se calaban las letras y el papel era pegado sobre los vidrios con cintas adhesivas. Una vez realizado ésto, con un pincel pequeño pintaba pasaba sobre las letras ahuecadas pintura sintética de color negro. Una vez finalizado esto, mientras esperaba que se seque la pintura, pasaba a realizar el mismo procedimiento sobre otro vidrio y así sucesivamente. Vallejo, mi jefe, una vez al día y siempre en horas de la tarde, iba recorriendo los pasillos del comando, miraba las inscripciones terminadas, asentía con la cabeza y me decía; "muy bien soldado, el trabajo queda bien, si quiere puede irse a su casa y volver mañana". Vallejo, además de ser cordial, era un militar muy culto, tenía una importante biblioteca y le gustaba la música clásica. Lo más sobresaliente de este oficial era su calma constante y el respeto con que trataba a los soldados. Recuerdo que cuando quería algo de un subordinado, era su costumbre decir; "por favor o gracias".
En algunas oportunidades me había cruzado con "Ginebra" y percibía su cara de pocos amigos cuando pasaba a mi lado, posiblemente no le había causado ninguna gracia que yo me alejara del depósito de kerosene sin despedirme de él o comunicarle que pasaba a estar bajo el mandato del Teniente Coronel.
El rumor de una baja masiva de soldados por razones de economía estaba circulando en todo el comando. Se decía que ese año, el ejército no contaba con presupuesto suficiente como para mantener a tantos soldados y habían decidido hacer una seleción de los menos útiles para la fuerza, quedándo solo aquellos que desde sus diferentes puestos realmente servían. Este era el caso de los choferes, cocineros, mozos, asistentes. mecánicos, enfermeros y oficinistas calificados, quienes seguirían cumpliendo los 12 o 13 meses de servicio militar obligatorio.
Eduardo Cenci, un destacado periodista de los medios radiales, gráficos y televisivos de Bahía, era por ese entonces el encargado de la oficina donde se administraba todo lo relacionado con la compañía a la que yo estaba asignado. Eduardo era un buen amigo mío y le pregunté si yo me encontraba en la codiciada lista de bajas. Dos días después, Eduardo me confirma que me encuentro entre los que se irán. Cuando la nómina se hace pública mediante fotocopias exhibidas por todo el comando, los favorecidos por esta elección, decidimos ir a festejar a la cantina. Al igual que yó, allí se encontraban muchos de mis compañeros que habían sido seleccionados para irse anticipádamente del ejército. La idea de retornar a la vida civil no me producía ninguna sensación de alegría, analizaba que tal mal no lo había pasado durante el medio año en que había sido soldado, ya que ese tiempo transcurrió rápido, sin rutinas y había estado lleno de pequeños desafíos que jamás imaginé me habría atrevido a protagonizar. La cantina estaba poblada de compañeros felices, todos reían y hacían planes para su inmediato retorno a la vida civil, cuando apareció el "rusito", el soldado callado y obsecuente que estaba bajo las órdenes de "Ginebra". El mismo que desde los inicios se transformó en su asistente incondicional. Al verlo, le pregunté si le había tocado irse de baja; "nó, no me tocó" me respondió con cierta tristeza. Lo primero que se ocurrió fué decirle; "claro te quedas porque a "Ginebra" le gusta que le lustres las botas todos los días, le llenes el vaso a cada rato y le hagas los mandados para su señora". Repentínamente se produjo allí un silencio sepulcral. Todos dejaron de reir de golpe y miraron hacia arriba con cara de susto, porque asomado en la planta alta de la cantina estaba nada más y nada menos que el mismísimo "Ginebra", quien evidentemente había escuchado lo que le dije al "rusito" en una clara alusión a su persona. Veloz como un rayo, el suboficial bajó hasta donde yo me encontraba, tenía la cara roja de ira y sus ojos parecían salirse de las órbitas.
Al verlo frente a mí, quedé paralizado, pero su vozarrón estalló como un volcán furioso y me dijo; "soldado, sígame". Todo evidenciaba que "Ginebra" no quería testigos y su intención era alejarme lo más posible de mis compañeros. Lo seguí a un metro de distancia y llegamos por fin a un sector del campo donde había espinos. "Ginebra" se puso las dos manos en su cintura, respiró profundo y gritó; "salto de rana, correr a mi alrededor, cuerpo a tierra, arrastrarse, carrera march." Esto se prolongó durante varios minutos que parecieron durar una eternidad, porque realmente ya no daba más, estaba exhausto y tanto mis brazos como piernas se habían lastimado al tomar contacto con las espinas y piedras esparcidas sobre el suelo del terreno. Cuando finalizó el "baile", me puse en posición de firme, casi sin aliento. "Ginebra" parecía satisfecho con el ejercicio despiadado al que me había sometido. Solo me miró con desprecio y muy cerca de mi oído, me dijo en voz baja; "por bromista te vas a quedár seis meses más aquí adentro, y de "Ginebra" no te vas a olvidar nunca". Una semana después, casi cien alegres compañeros vestidos de civil y acompañados por la banda del comando, marchaban en una larga fila después de haber sido despedidos emotivamente por el general a cargo de la guarnición. Ví perderse a mis ex camaradas al salir de la guardia y me preparé resignadamente para pasar los próximos seis meses en el ejército.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario