No puedo dejar de escribir en este diario de mis “sueños” las historias de “Lalo", un personaje único que a finales de los años 50, había sido designado director de la vieja LU7 Radio General San Martín de Bahía Blanca. Edgardo Levantesi y yó éramos por entonces dos pibes ávidos de entrar en el mágico mundo de la radio, el tío de Edgardo, Vicente Levantesi un reconocido pionero de las comunicaciones , además de ser una persona excepcional también ocupaba por esos años el cargo de directivo de LU3 Radio del Sur, pero nosotros por una cuestión de amor propio no queríamos pedirle ningún favor a su pariente y decidimos armar nuestra propia productora radial dedicada a programas de entretenimientos. Fue entonces que pedimos hablar con el señor “Lalo” y con el ímpetu propio de nuestros escasos 17 años, pactamos con él la compra integral de un espacio de tres horas que se emitiría en vivo los días sábado en el horario de la tarde. El programa se llamó “El Show Gigante de los Premios” y era conducido por el animador y locutor Juan Carlos Beltrán, una querida y recordada figura de la radio que tiempo después cobró notoriedad nacional cuando se radicó en Buenos Aires trabajando en importantes emisoras Capitalinas. A “Lalo”, tanto Edgardo como yó, le habíamos caído muy bien al punto que jamás nos escatimaba información alguna sobre futuros proyectos o las ingeniosas producciones colaterales que ponía en marcha desde el medio que él dirigía. Una de sus ideas más alocadas fue “enterrar vivo” a su mejor amigo. “Lalo” pensaba las cosas y al minuto las concretaba, así fue que con una fuerte promoción radial anunció que próximamente en un terreno que estaba ubicado frente a la plaza Rivadavia, los habitantes de la ciudad podrían ver por única vez al “enterrado vivo”. En ese predio, hizo cavar un pozo de unos tres metros de profundidad y en el fondo colocó un ataúd desde el que emergía un largo caño del tipo galvanizado. Dentro del féretro donde estaría acostado su amigo, “el enterrado”, instaló una luz que iluminaba el rostro del ocupante del incómodo y tétrico sarcófago. El día del lanzamiento de este macabro show la fila de gente que había asistido para no perderse tal fenómeno, tenía más de cien metros de extensión. El terreno donde se llevaba a cabo este insólito evento había sido cercado y para ingresar, los espectadores debían pagar una entrada. Luego eran conducidos a través de una pasarela de madera que desembocaba en un pequeño escenario del cual sobresalía la boca del caño de observación. Una vez allí, el interesado era invitado por un asistente a mirar por el agujero y desde lo alto veía la cara del “enterrado” que como parte de su "tarea" y para demostrar que estaba vivo, hacía muecas extrañas, se reía, guiñaba un ojo, etc. Esto no duraba más de un minuto por persona. “Lalo” había programado el espectáculo para un fin de semana , comenzando el viernes por la noche y tuvo un record de público, pero justamente el día domingo hubo un serio inconveniente; Entre los asistentes, se contaban muchos niños y las criaturas, movidas por su inocencia, a través de la abertura del caño, arrojaban chocolatines y golosinas diversas al “enterrado” que posiblemente aburrido y para no despreciar, se iba comiendo todos los dulces que caían desde arriba hacia el interior del féretro.
Cerca de la medianoche, tanta cantidad de chocolate y maníes, hicieron estrágos en el sufrido hígado del “enterrado” que se puso a gritar desaforadamente en medio de la noche suplicando que alguien lo saque de allí. Felizmente un sereno que había quedado en el sitio, logró desenterrarlo y llamar a una ambulancia que socorrió al desdichado “enterrado”.
“Lalo”, que era muy obstinado no se amilanó ante este pequeño percance e insistió en volver a programar el mismo espectáculo para la semana siguiente. Ya repuesto de su atracón, el “enterrado” ocupó nuevamente su puesto bajo tierra y dentro del ataúd, pero lamentablemente esta vez, también tuvo mala suerte, ya que el día sábado y con un éxito total de público, se desata una tormenta sin precedentes. Los asistentes, ante el fuerte diluvio optaron por retirarse rápidamente del terreno y se “olvidaron” del "enterrado" que desde su dificultosa posición, recibía en pleno rostro y resto del cuerpo una gran cantidad de agua que ingresaba por el caño.
Por fortuna, alguien se acordó que el “enterrado” había quedado solo en el predio y a merced de la feroz tormenta. Cuando llegaron al sitio notan que el agua y el barro comenzaban a hundir peligrosamente el terraplén de madera. Gracias a la inmediata y eficaz intervención de los bomberos, el "enterrado" pudo ser rescatado a tiempo cuando estaba a punto de morir ahogado y sepultado por una importante avalancha de agua y barro.
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1 comentario:
Hola, soy la hija mayor de Vicente Levantesi, Graciela y realmente me gustó muchísimo tu referencia hacia mi padre lo que te agradezco enormemente. Además recordé episodios y otras personas que nombrás.Yo te identifico mejor en la foto de tus 24 años porque hace 21 años que vivo en Ushuaia. Gracias y que sigas bien.
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