Esto sucedió durante una insoportable tarde del verano Bahiense. La alta temperatura reinante y la falta de aire tornaban más agobiante esa jornada. Eran más o menos las 14 horas, obligada hora de la “siesta” donde la gran mayoría de los habitantes permanecían descansando a la sombra de sus hogares. La ciudad estaba completamente vacía y yo me encontraba transitando en mi querido Fiat 600 rumbo a la casa de mis padres cuando al pasar por el acceso a la estación local de trenes, veo en medio de la soledad imperante a una chica que estaba parada en la vereda principal del edificio ferroviario. Era rubia, estaba humildemente vestida y junto a ella, depositada en el suelo, había una vieja valija de cartón de gran tamaño.
Detuve mi pequeño vehículo frente a la joven y la invité a subir amablemente, hecho que aceptó sin dudar. Le pregunté hacia donde iba, porque no tenía problemas en llevarla a donde sea. Me respondió que no tenía ningún pariente ni amistades en Bahía y que había tomado la determinación de irse del pequeño pueblo donde vivía, porque estaba harta de los maltratos de su padrastro y la falta de oportunidades laborales. ¿Dónde vas a alojarte?, le pregunté. No tengo plata para un hotel y tampoco para comer, solo me vine con esta valija que tiene un poco de ropa, contestó.
Le propuse comprarle algo para comer y llevarla al departamento de Nelson.
Me acuerdo que en una rotisería céntrica, pedí un pollo con papas al horno y una gaseosa para llevar. Cuando llegamos al departamento, Nelson no se encontraba presente, la “chica de la valija” prácticamente “devoró” la comida en contados minutos, esto era una contundente prueba del hambre que tenía.
Después de comer se dio una ducha. Me preguntó si allí había un televisor y le respondí que nó, que aún no habíamos podido comprar uno. Me pidió permiso para descansar y le ofrecí que se acueste tranquila en cualquiera de las dos camas que había disponibles en otra habitación más pequeña y contigua a la principal, donde dormía Nelson.
“La invitada” se manejaba allí con absoluta confianza, como si estuviera en su propia casa. La dejé durmiendo y salí para hacer unas entrevistas que tenía programadas para las 16 horas. La chica no usaba maquillaje, tenía en verdad una belleza natural y un cuerpo de 18 años casi perfecto. En ningún momento quise verla como a una “hembra”, ni me interesó insinuarle una mínima intención de deseo, ya que me sentía bien conmigo mismo al ayudarla brindándole comida y un techo. Por otra parte, jamás fui participe de aprovecharme de las necesidades humanas, un código que me había inculcado mi viejo Víctor. Cuando regresé a la noche, trayendo más comida, gaseosas, champú y desodorante para la jóven rubia, encontré a Nelson tomando mate con la muchacha. Los dos estaba conversando animadamente en la cocina del departamento.
Los tres compartimos unos mates y noté que entre ellos dos había “feeling”, ante este evidente chispazo que había surgido espontáneamente entre mi amigo y la “muchacha de la valija”, inventé una excusa y me retiré del lugar.
Habían transcurrido tres días desde que la encontré en la estación del ferrocarril, Nelson estaba viviendo un fogoso romance con la chica y eso me pareció maravilloso. Al cuarto día, le pedí a Nelson que me acompañara a visitar a un cliente que conocíamos y que quería hacer publicidad en televisión. Regresamos a eso de las 18 horas y con gran extrañeza notamos que la chica no se encontraba en la vivienda, tampoco había señales de su ropa ni de su "valija de cartón". Por la puerta no pudo haber salido, me dice Nelson, porque la dejé encerrada con llave. ¿Cómo encerrada? , sos un boludo celoso, ¿Qué pasa si tuvo un problema, o necesidad de salir a la calle por alguna razón? Le pregunté. Se hizo un prolongado silencio que sorpresivamente quebró la potente voz de Nelson, llamándome desde el pequeño patio del departamento. “Pipo, vení, mirá esto, me dice”. En una de las paredes, había apoyada una escalera de mano. Nelson se rascaba nerviosamente la cabeza y estaba como petrificado mirando una y otra vez la escalera y la pared, hasta que me pregunta: ¿habrá salido por aquí?
Yo tuve el impulso de asomarme y mirar hacia el otro lado del muro, y ví un amplio parque lleno de flores y árboles , donde podía apreciarse la parte trasera de una casa muy linda, con grandes ventanas y pintada de blanco.
En el parque estaba un hombre de unos cincuenta años regando las plantas. Nelson lo saluda y le pregunta si no había visto a una chica joven y rubia. El hombre, deja la regadera y viene hacia nosotros que seguíamos asomados a la pared. ¿Ustedes buscan a Mariana, la chica que canta como los dioses? Sí, le respondimos a coro, ¿acaso lo vió?. Sí, la escuché cantar en el patio de ustedes, me asomé y nos presentamos, me dijo que estaba aburrida y la invité a pasar a mi casa para ver televisión, ahora está en el living viendo el teleteatro de la tarde, pero no se preocupen, está cómoda y sin problemas, si quieren le digo que venga. “la muchacha de la valija” acompañada por su ocasional anfitrión, salió de la vivienda y apareció en escena, estaba más bonita que nunca, tenía puesto un vestido de colores vivos casi transparente y notamos que el hombre la tenía tomada del hombro.
“Gracias por todo chicos, pero decidí quedarme a vivir aquí”, nos dijo sonriente. Nelson se quedó muy triste y no alcanzaba a entender lo que había sucedido tan rápidamente. Un año y medio más tarde, paseando por una conocida galería céntrica ví a Mariana, llevando un costoso cochecito de bebés. Estaba vestida como una señora rica y la acompañaba una mujer, que había resultado ser su empleada doméstica. Se alegró mucho de verme, me dijo que había sido madre y se había casado legalmente con el hombre que por esas cosas del destino, aquella tarde de verano conoció “pared por medio”. Al tiempo, Nelson y yó nos enteramos que el flamante esposo de Mariana era el propietario de un comercio muy importante.
Nos alegramos por la nueva vida de la “muchacha de la valija”, ya que al igual que el cuento "La Cenicienta" había encontrado al fin a su "príncipe azul" que además de brindarle un buen pasar económico la había convertido en madre y mujer enamorada. En esos días, ya me encontraba trabajando en LU2, la emisora que me dio la oportunidad de despertar en ese sueño maravilloso de conducir programas radiales. A Nelson lo perdí de vista durante algunos años, hasta que me enteré que había fallecido en un terrible accidente cuando conducía su automóvil por una ruta cercana a Bahía.
Siempre lo recordaré como a un excelente ser humano que murió muy jóven, y en lo mejor de su vida, ya que se encontraba trabajando exitosamente en una empresa internacional de reconocido prestigio. A veces, me parece verlo en alguna calle céntrica, caminando erguido, siempre impecable luciendo sus trajes hechos a medida, y con su sonrisa al estilo "Carlos Gardel" diciéndome con su voz inconfundible: ¡Hola macho!, al tiempo que me dá un fuerte abrazo.
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