martes, 29 de abril de 2008

Historias juveniles junto al inolvidable NELSON. "ENCERRADOS en un CLAUSTROFOBICO PLACARD"

Cuando obligadamente renunciamos al canal, yo seguía dibujando placas o cartones para televisión y Nelson se dedicaba a vender publicidad en forma independiente, esto le permitía sobrevivir medianamente bien, aunque ni a él ni a mí nos sobraba nada. Nuestra relación de amistad se fue fortaleciendo cada vez más, ya que jamás olvidaría su actitud caballeresca cuando prefirió perder su empleo antes de delatarme ante el director general del canal. Otra persona en su lugar, no habría vacilado en confesar que yó era el “cartonero” invisible, pero Nelson optó por guardar silencio e irse conmigo rumbo a un destino incierto.
El alquilaba un pequeño y pintoresco departamento en calle Alvarado de Bahía Blanca y ese lugar modesto, se había convertido en nuestro “nido” de aventuras. Una noche de sábado, fuimos a una confitería bailable muy conocida en la década del 60, que se llamaba “La Central” y era frecuentada por hombres y mujeres solas. “La Central” era un lugar exitoso que generalmente se llenaba de publico habitué. Nelson se imponía por su presencia impecable y siempre atraía la atención del público femenino. Carismático, con su voz grave y segura, lograba seducir fácilmente a determinadas representantes del sexo opuesto. En esa oportunidad notamos la presencia de dos mujeres bastante atractivas. Una de ellas era alta, delgada y tenía colocados anteojos de sol. La otra, era más baja, rubia y con un cuerpo exuberante. Nelson me miró y sin dudar un instante, comenzamos a caminar hacia la mesa donde estaban sentadas las dos mujeres.
En aquella época, se estilaba “cabecear” a cierta distancia a la mujer elegida. Era una leve señal con la cabeza, donde se la invitaba a bailar. Si la mujer aceptaba, inmediatamente se levantaba de su silla, esperaba al hombre y juntos iban hacia la pista.
En esta ocasión, optamos por sentarnos junto a ellas. Nelson pidió whisky con hielo para los cuatro y al rato, percibimos que les habíamos caído muy bien y todo indicaba que esa prometía ser una noche maravillosa. En el momento de la música lenta, junto a la chica de las gafas oscuras, fui a la pista. Los temas “mimosos” de Paul Anka, Nat King Cole y Elvis Presley, eran los que facilitaban el acercamiento con las chicas y era la oportunidad única para bailar “mejilla a mejilla”, abrazarlas y decirles palabras seductoras al oído.
Cerca de la una y treinta de la madrugada, las dos mujeres nos invitan a su departamento que estaba en un edificio ubicado a solo unos 300 metros de la confitería bailable. Para asegurarnos una estadía placentera, Nelson compró una costosa botella de whisky importado. En pocos minutos llegamos al lugar y una de las mujeres, la rubia abrió la puerta principal de acceso.
Entramos al ascensor y desde allí llegamos al tercer piso. Antes de ingresar al departamento, por pura casualidad, ví que en la pared de enfrente y casi a ras del suelo, había un agujero muy similar al de un impacto de bala.
¿Ché, quien anda disparando al piso?, pregunté a la chica de las gafas oscuras, que pareció hacer caso omiso a mi pregunta, se quitó el abrigo y fue hasta la cocina a buscar vasos y cubitos de hielo.
Yo me quedé con ella sentado en el living y Nelson, se encerró en el dormitorio con la rubia que daba todas las señales de ser la dueña del departamento.
Yo quería avanzar y besar a mi acompañante sin pérdida de tiempo. ¿Para qué querés los anteojos, si es de noche? le dije, al tiempo que se los quitaba suavemente. Grande fue mi impresión cuando me percaté que a la chica le faltaba el ojo izquierdo y que lo había reemplazado por uno de vidrio.
Inmediatamente le pedí disculpas y volví a poner las gafas en su sitio.
En ese mismo momento, se escucha el timbre del portero eléctrico. Mi acompañante se sobresalta. ¿Quién puede ser a esta hora?, Le pregunto.
Creo que el marido de mi amiga, me dice muy nerviosa. ¿Qué hacemos?, insisto. El timbre seguía sonando repetidamente. La chica se levanta y atiende.
Del otro lado se escucha claramente a un hombre que gritaba: ¡Abrí estúpida, ¿Qué estás esperando? Abrí de una vez!.La mujer vacilaba, mirándome con sus anteojos oscuros me dice: “Salgan rápido de aquí, él anda siempre armado con un revolver”. Cuando escuché esto último, abrí la puerta del dormitorio,allí estaban desnudos y en la cama Nelson y la dueña del departamento. ¡Ponéte la ropa, el marido de tu amiga está abajo y tiene un arma!,le dije desesperado a mi sorprendido amigo.
La chica de los anteojos no tuvo otra alternativa que abrir la puerta principal del edificio. Se escuchó el fuerte cierre de la puerta del ascensor. Evidentemente el hombre del revólver estaba subiendo.Nelson estaba paralizado, ya no teníamos posibilidades de huir, porque ahora se escuchó nítidamente que el ascensor se detenía en el piso donde nos encontrábamos.
¡El placard del lavadero, escóndanse allí! Nos indica la dueña de casa. Empujados por las dos mujeres, entramos a un pequeño mueble destinado a guardar escobas, secadores de piso, cajas con jabón en polvo, botellas de detergente, etc.
Las puertas del placard se cerraban por fuera con una traba. Apenas cabíamos en ese “sepulcro” de madera. Estábamos cara con cara en una oscuridad total.
El aire escaseaba y no queríamos emitir ruido alguno por temor a la reacción del “hombre del revólver”. Tanto Nelson como yó, presentíamos que si el tipo se deba cuenta de nuestra presencia, no dudaría en disparar contra el frágil mueble y traspasarlo de lado a lado como si fuera de cartón.
Bañados en transpiración, con miedo y al borde la asfixia, estuvimos allí hasta el amanecer. Por suerte, el “hombre del revólver” había descubierto la botella que compró Nelson y luego de tener sexo con su pareja, bebió whisky abundantemente hasta dormirse por completo. Cuando a eso de las siete de la mañana las dos mujeres abrieron por fin la puerta del placard, la posición incómoda y tensionante de tantas horas de encierro nos había acalambrado totalmente. Solo el deseo de salir cuanto antes de ese departamento, hizo posible que bajáramos los tres pisos por la escalera en tiempo record. Ya a salvo y rumbo al legendario bar Londres, Nelson me dice: Pipo, ¿vos sabías que yo practico boxeo?. Nó , no sabía y eso que tiene que ver, le respondo.
Y… Hubiera sido más fácil que yo me ocultara detrás de la puerta y cuando entraba el tipo, le pegaba una piña, lo ponía fuera de combate y nos evitábamos tantas horas de encierro. Era una mañana llena de tibio sol, no le respondí nada, simplemente lo abracé y le dije: ¡Tenémos que festejar Nelson, hoy sí que nacimos de nuevo!.

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