martes, 29 de abril de 2008

Historias juveniles junto al inolvidable NELSON - "EJECUTIVOS de VENTAS"

Uno de mis anhelos, fue siempre trabajar en televisión, un medio que llegó tardíamente a Bahía Blanca a principio de los años sesenta, época en que esa “caja” mágica nos mostraba inolvidables series como “Cuero Crudo"“, "Dimensión Desconocida”,“Combate”, “Batalla Aérea”, “Los Locos Adams” y “El Zorro” entre las memorables que se producían en los Estados Unidos. Yo estaba haciendo el servicio militar cuando la TV comenzó a convertirse en una “ventana” obligada en cada hogar. En Buenos Aires, los canales producían excelentes programas como “La Campana de Cristal”, “Sábados Circulares de Mancera”, “Viendo a Biondi” y muchos otros que posicionaban a la televisión Argentina entre las mejores del mundo y un alto porcentaje de este prestigio, se le debe a Goar Mestre, un visionario y exitoso empresario cubano que durante años dirigió los destinos de Proartel (Canal 13). Cuando me dieron la baja en el ejército, un compañero de apellido Izarra, me ofreció entrar a trabajar en Canal 7 (Telba), ya que su padre era uno de los accionistas de ese medio recién inaugurado en la ciudad.
Sin dudarlo acepté e ingresé a esa teledifusora que me mostraba un mundo interior , con una realidad muy distante a la que ofrecía la fantasía de la llamada “pantalla chica”. Al principio, tuve que pagar un breve "derecho de piso" en la “cineteca”, un pequeño sitio por el que pasaban y se controlaban todos los rollos de celuloide que contenían las series y películas. Las cintas casi siempre se resquebrajaban o rompían con facilidad y había que pegarlas con un líquido llamado “Acetona”. Al poco tiempo, la tarea de la “cineteca”, me resultaba aburrida y comencé a tratar de lograr que me incorporen al departamento de ventas del canal.
En esos años, vender publicidad para TV era casi heroico. Los comerciantes si bien veían este medio como novedoso, aún no se acostumbraban a pautar publicidad en él, principalmente por los altos costos del segundaje.
Uno de los directivos de la empresa confió en mí y fui nombrado ejecutivo de ventas. Por entonces tenía aún 21 años y después de un breve curso de ventas, salí a la calle a buscar nuevos clientes. Me habían asignado un pequeño sueldo y el 2% de comisión sobre mis ventas, indudablemente un porcentaje muy poco estimulante. En ese departamento, conocí a Nelson Juarez, que tenía un par de años más que yó y también cumplía funciones como ejecutivo de ventas de Canal 7. Nelson tenía una voz grave y una innegable presencia de “galán” de telenovelas. De modales y conducta de caballero, siempre se mostraba impecablemente vestido con trajes hechos a medida, Nelson, al igual que yó se empeñaba en conseguir publicidad para el canal, algo que nos resultaba sumamente difícil y casi imposible, porque la mayoría de los comerciantes que visitábamos solo se animaban a comprarnos 10 segundos por día, una insignificancia. Yo empecé a darme cuenta que el negocio era diseñar cartones publicitarios y nó vender los espacios, ya que en Bahía, no abundaban los dibujantes de cartones o placas que se entregaban fotografiadas y dentro de un slide. Ese slide del comercio o la empresa anunciante se ubicaba debidamente numerado junto a otros dentro de un tambor emisor que el director de operaciones iba disparando ordenadamente en cada corte publicitario de una serie o película. Ya con la imágen del cartón en pantalla, el locutor de turno, leía en “off” el texto comercial, mientras en el televisor se veía la publicidad gráfica con fotos, logotipo y ofertas de cada uno de los anunciantes. Al comienzo de nuestra relación, Nelson se mostraba distante y desconfiado, hasta que comenzamos a hacernos amigos y le propuse montar una pequeña empresa productora de cartones.
En un pequeño estudio que tenía en la casa de mis padres, todas las noches me quedaba dibujando y montando cartones hasta que amanecía. Cuando comenzó a difundirse que yo me dedicaba a dibujar estos spots, el trabajo iba aumentando a tal punto que muchas veces no dormía, ya que como ejecutivo de ventas, tenía la obligación de presentarme en el canal a las 8,30 de la mañana. Siempre fui enemigo de cumplir horarios o levantarme temprano. Además, tanto mi presencia como la de Nelson, ante el gerente comercial del canal era absurda e innecesaria, porque este hombre solo quería vernos las caras, desearnos éxito y de inmediato nos despedía con un enfático “a romper la calle muchachos”. Dibujar y montar cartones me estaba redituando más que la desgastante e improductiva tarea de ejecutivo de ventas junior y ante la imposibilidad de descansar en horas de la mañana, decidí poner en práctica un sistema de efectos sonoros que durante varios meses me permitió dormir plácidamente hasta las primeras horas de la tarde.
En un grabador a cinta, había grabado distintos audios de estaciones de servicio, calles ruidosas, avenidas con tránsito, bares y confiterías, etc. Esto lo realicé utilizando discos Long Play (larga duración)de efectos que mezclaba con mi propia voz imitando mozos, canillitas, encargados de kioscos, etc. A partir de esta producción casera, cada mañana, desde mi casa y en pijama, llamaba al canal para hablar con mi jefe, el gerente comercial y al que le hacía creer que hablaba desde un teléfono público. Ni bien comenzaba mi diálogo con él, oprimía la tecla “play” y hacía oir distintos sonidos de fondo para reforzar mi puesta en escena. ¡Muy bien Palacios, lo felicito por su empeño y estar al pié del cañón a primera hora! me decía entusiasmado mi jefe que al despedirme, repetía su clásico: ¡A romper la calle Palacios!, cuando colgaba el auricular, regresaba a la cama y recién a las 15,30 horas y bien descansado, me presentaba en Canal 7.
Un buen día le dije a Nelson que quería renunciar al canal y dedicarme a dibujar cartones, porque era lo que más me rendía y gustaba hacer. A Nelson no le pareció conveniente, ya que mal o bien o aunque nos pagaran una miseria, teníamos un trabajo con sueldo seguro, aportes jubilatorios, etc.
Así seguí un tiempo, hasta que el director general de la empresa nos cita a Nelson y a mí, en su despacho a las 16 horas.
Ya sentados frente a él, nos mira fijamente y a boca de jarro pregunta: ¿Quién es el "cartonero"? ¿Cómo el "cartonero", señor? Responde Nelson haciéndose el distraído. El director general le dio un golpe a su escritorio y con tono más imperativo nos dice: ¡Sí, quiero saber quién de ustedes es el que dibuja los cartones fuera del canal, porque o se es ejecutivo de ventas o "cartonero"!
Nelson y yó guardamos silencio. El director insistió y esta vez dirigiéndose directamente a Nelson, le pregunta: ¡ Por última vez, si, usted sabe quién es el dibujante “fantasma” dígamelo y conserva su trabajo, caso contrario, los dos están despedidos!
Nelson se mantuvo callado asegurando desconocer al dibujante “fantasma”, y al día siguiente, éramos dos “felices” despedidos. Allí comenzó mi fuerte y sincera amistad con Nelson, junto a quién, muy pronto me tocaría compartir inolvidables anécdotas juveniles.

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