Había cumplido 16 años y estaba trabajando como vendedor y decorador de vidrieras en las “Tiendas Gran Sud” de Bahía Blanca.Por llevar casi 12 meses empleado en esa empresa, me correspondían dos semanas de vacaciones. Siempre me había atrapado Buenos Aires, la Capital de Argentina, en esa ciudad, aún estaba el viejo “conventillo del Eternauta” edificado en la por entonces empedrada calle Bustamante y también mis tías (hermanas de mi viejo Víctor).Con la esperanza de pasar un verano divertido y distinto, viajé a la gran ciudad.
Esas tías preferidas por mí eran “Tany” y “Kiko ambas eran muy atractivas, solían usar vestidos ajustados y aunque ya eran madres jóvenes, conservaban cuerpos al estilo “Divito” una silueta de moda que miles de mujeres Argentinas, pugnaban por lucir en los años 50. Esta forma femenina, fue impulsada por el genial dibujante Divito que ilustraba las portadas de su exitosa revista “Rico Tipo” con figuras de estas chicas excitantes que exhibían caderas provocativas, rostros bellos, piernas largas, senos voluminosos y cinturas casi perfectas.
Cuando arribé a Buenos Aires, hacía mucho calor y la humedad era insoportable, como siempre. Fui directamente a la casa de mi tía “Kiko" que vivía en un departamento ubicado en Marcelino Ugarte y Libertador, plena zona de Olivos. “Kiko”, era una mujer sumamente activa y muy divertida. Puedo asegurar que me quería realmente y mucho. Además de colmarme de atenciones, infaltablemente me cocinaba unas exquisitas milanesas con papas fritas, mi plato favorito. Ella vivía con mi tío Carlos, su hija apodada “Chichita” y otro hijo menor al que le decían “Chochó”.(Ambos son mis primos hermanos).
En una oportunidad, mi tía me presenta a una simpática y hermosa chica llamada Helga, que era hija única de alemanes. Helga vivía a menos de 60 metros del edificio de departamentos donde yo me alojaba. Los padres de Helga, eran gente de clase media alta y tenían un comercio de venta de calzados para ambos sexos.
“Kiko” hizo todo lo posible para que la “alemanita” y yó, tuviéramos un encuentro “casual”. Si bien nunca fui un tipo lindo, posiblemente mi altura y la personalidad que iba adquiriendo, lograban que tuviera bastante éxito entre las muchachas de mi edad, algo que comprobaba en cada una de las fiestas o bailes a los que concurría impecablemente vestido y la autoestima bien alta, como principal aliada.
Algo que siempre me ayudaba en mis conquistas juveniles, era copiar las frases que pronunciaban en sus películas, actores como Marlon Brando, Paul Neuman, James Dean u otros famosos de aquella era de oro del cine.
Generalmente adaptaba esos textos o gestos cinematográficos ante las chicas que me interesaban, mostrándome como un tipo caballeresco, romántico y dispuesto a escuchar atentamente, todo lo que quisieran contarme sobre los normales conflictos propios de la adolescencia. De alguna manera intentaba con esto, reemplazar mis carencias económicas y falta de medio de movilidad propio, procediendo como un “infante” de marina que solo contaba con sus pies, la mente y un imaginario comando virtual con el que aplicaba primera, segunda, tercera a fondo, freno, o marcha atrás, de acuerdo a las circunstancias o sensaciones de avanzar o detenerme.
Finalmente, invíto a Helga a que salgamos a bailar y quedamos en encontrarnos un viernes a las 22 horas. Puntualmente, pasé a buscarla por su casa. Ella tenía puesto un vestido colorido, casi transparente y estaba verdaderamente hermosa. Comenzamos a caminar por la Avenida Libertador. Mi plan era llevarla a un boliche bailable muy popular en aquellos tiempos, que además de ser uno de los mejores, tenía la particularidad de contar con un sector que conectaba con una playa que daba al Río de la Plata.
Yo tenía el dinero justo como para entrar a la confitería, beber un par de copas, tratar allí de seducirla y en lo posible convencerla para que finalmente pasemos el resto de la noche en algún hotel de las cercanías.
Ni bien comenzamos a andar, le pregunté si quería que fuéramos en taxi. Helga me dijo que prefería caminar porque quería disfrutar de aquella cálida noche de verano. La distancia hacia la confitería elegida era muy importante, calculo que cercana a las 20 cuadras. Unos 2000 metros que se me hicieron interminables.
Llegamos, ingresamos al lujoso sitio y nos ubicaron en unos confortables sillones que estaban frente a unos amplios ventanales con vista al río.
El mozo nos alcanzó una carta de bebidas y cuando comencé a mirarla, no podía creer lo que costaba un trago en ese lugar. Creo que comencé a rezar para que Helga no pulverice mi escaso presupuesto. Para colmo, el sitio, que era inmenso y lujosamente decorado, estaba prácticamente vacío, no habría allí más de 7 u 8 parejas.
¿Qué se van a servir? Preguntó el mozo. Helga respondió enseguida pidiéndole el trago más caro de la lista. Yo decidí tomar una gaseosa con mucho hielo. Comenzamos a charlar en la semipenumbra y sentí que la “alemanita” empezaba a ponerse mimosa. Iniciamos una sesión de “besuqueos” intensos y en un momento, Helga me dice que ordene otro trago para ella. Esta vez la copa sofisticada que había elegido, tenía unos copos de frutas y además era bastante impresionante. Yo seguía haciendo “durar” mi gaseosa y calculando mentalmente, cuanto me costaría que la bella niña siga bebiendo tragos de alto precio.
Durante las casi 3 horas que permanecimos en el boliche, Helga consumió 4 tragos sin inmutarse. Ella tenía una personalidad muy divertida, era veloz, ocurrente, y el alcohol la hacía bailar incansablemente. En un momento, los temas rápidos se interrumpieron y llegó al fin la esperada música lenta. Ese lapso, lo aproveché al máximo para “apretarla” y decirle al oído que me encantaría que nos vayámos a un sitio más tranquilo. Helga, sin vacilar dijo que sí, que no tenía problemas y que a ella también le gustaría que estemos juntos en la intimidad. Sin perder tiempo pedí la cuenta. Cuando el mozo, ayudado por una pequeña linterna me muestra la cifra, creo que me convertí en el “Capitán Frío”. Después de pagar heroica y resignadamente esa cifra bastante elevada para mis “flacos” bolsillos, me percaté que no me quedaba dinero ni para regresar en taxi. Me sentía pobre, boludo y avergonzado. Había perdido la posibilidad de llevar a Helga a un hotel y para colmo de males, ni bien salimos de la confitería, comenzó a llover. Se había desatado una maldita tormenta de verano.
Los dos quedamos totalmente empapados. Yo puteaba en todos los idiomas y a Helga, el aluvión parecía alegrarla, porque ni bien comenzaron a caer las primeras gotas, se quitó los zapatos y caminaba descalza y feliz bajo la lluvia. No me animé a confesarle que estaba sin un peso y opté por hacerme el estúpido. Un estúpido que había perdido la gran oportunidad de pasar una noche inolvidable con una chica casi perfecta.
Hicimos todo el trayecto de regreso riéndonos y hablando. Ya había parado de llover. Interiormente, no perdía mi esperanza de tener mi revancha y concretar lo más rápido posible mi deseo intenso de compartir una cama con ella.
Ya estábamos frente a su casa, a la cual se ingresaba a través de un garage. Ni bien abrió la puerta, me percaté que esa cochera era cubierta parcialmente, ya que la parte trasera no tenía puerta alguna y daba a un patio grande y lleno de flores y plantas.
-¿Me invitás a entrar al garage? Le dije.
Helga no pronunció una sola palabra, me tomó de la mano e ingresamos al lugar. Allí reinaba un silencio absoluto e iniciamos un lento momento de caricias que fué aumentando hasta envolvernos en alta temperatura juvenil.¡Bingo!,pensé. Esto vá sobre rieles. Helga suspiraba y yá estábamos entrando en un éxtasis total, cuando siento una especie de galope que provenía desde el fondo del amplio jardín de la vivienda. Miré sorprendido y no podía creer que ese ruido lo produjera un perro de grandes dimensiones que avanzaba rugiendo hacia mí.
Helga exclamó: “¡Huy, se soltó de la cadena, corré, corré que si te alcanza te mata!”. Ni lo dudé. Salí disparando como un gato con el puto perro pisándome los talones. Por suerte fui más veloz y conseguí ingresar a la puerta principal del edificio donde vivía mi tía “Kiko”. El “dogo” se quedó con las ganas y yó también, ya que después de semejante papelón, jamás me animé a llamar a la hermosa Helga. Cuando le relaté ésto, mii tía "Kiko", se meaba de la risa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario