Después de mi rotundo fracaso en el intento de tener una relación íntima con Helga, la “alemanita” de Olivos y la sorpresiva aparición de su maldito perro en un momento decisivo, comencé a olvidarme de la chica e hice todo lo posible para no encontrarme con ella. Realmente, aquello me había parecido un bochorno y me sentía muy avergonzado. Mi viejo Víctor, muchas veces me hablaba de un compañero y amigo suyo de la Aviación Naval que vivía en una localidad llamada Santos Lugares. Mi viejo también me relataba que su camarada tenía dos hijas y un varón que había fallecido hacía poco más de un año en un accidente de aviación. Antes viajar a Buenos Aires, mi padre me había facilitado el teléfono de esta familia y también me había pedido que en lo posible los visitara. Un día jueves, me decidí a llamarlos para hacerles llegar los saludos de Víctor. Durante varios minutos hablé con el jefe de esta familia, que se puso muy feliz por mi comunicación, pidiéndome que al día siguiente fuera a visitarlos, porque tenían muchos deseos de conocerme y recibirme en su casa. La idea me pareció buena y le dije que al día siguiente, en horas del mediodía, tomaría el tren y estaría en Santos Lugares.
Por aquellos años, el ferrocarril era un medio de transporte práctico, económico y puntual. Recuerdo la limpieza de los vagones de pasajeros, la amabilidad de los guardas y boleteros y el respeto por los horarios de salida y llegada, quizás, esto se debía a la herencia de los procederes, puntualidad y seriedad de los ingleses, provenientes de la época en que los ferrocarriles estaban manejados por ellos.
El viernes a las 12,30 horas, llegué a Santos Lugares. Era una jornada de mucho calor e increíblemente, en la estación, que era muy atractiva, me estaban esperando el amigo de mi padre, su esposa y las dos hijas que eran realmente muy bonitas. Una era morocha y la otra, rubia. La casa de esta familia estaba a pocas cuadras de de la terminal ferroviaria. La vivienda era muy grande y estaba rodeada de árboles, lo que hacía posible que la propiedad se mantuviera fresca. Los 4miembros de la familia, constantemente mostraban su sincera y sana alegría ante mi presencia en su hogar colmándome de atenciones. Después de almorzar ravioles caseros, me pidieron que me aloje en la habitación que había pertenecido a su hijo fallecido.
Ese cuarto parecía tener vida. Si bien solo lo abrían para limpiarlo, todo estaba tal cual lo había dejado el muchacho que lo habitaba hasta horas antes de perecer trágicament cuando estaba tripulando un avión de caza, que se estrelló por una falla del motor.
Después de la siesta, las 2 chicas, estaban en el comedor de la casa esperando que yo despierte para invitarme con una torta de chocolate que ellas mismas habían preparado. Estuvimos charlando animadamente por espacio de una hora y me propusieron salir a bailar esa noche a una discoteca llamada “Coconor. Para llegar cómodos hasta ese sitio que era bastante alejado, también habían invitado a un amigo de ellas que tenía un vehículo Fiat rural y cuyos padres eran los dueños de la panadería más importante de Santos lugares.
A eso de las 21 horas, las dos hermanas habían terminado de “arreglarse”. Ambas lucían vestidas con impecables vestidos de última moda, además de bonitas eran muy femeninas y por sobre todas las cosas, tenían personalidades sumamente divertidas. Antes de las 22, llegó "el panadero", era un chico gordito, bastante bajo de estatura, pero muy simpático y yo no tenía aún en claro, cual de las dos hermanas “salía” o le gustaba al muchacho.
Después de un trayecto bastante largo, llegamos a la confitería bailable que estaba colmada de jóvenes. La algarabía era total y recuerdo que esa noche, en el momento de la música movida o festiva, por primera vez escuché el tema “Es Preferible”, interpretado por Peret que el disc jockey del lugar anunció como primicia. Al poco tiempo, ese tema pegadizo y de mucha fuerza, se impuso como un hit nacional. La pista estaba repleta y allí me dí cuenta por fin que al “panadero” le atraía la morocha. Cuando llegó el momento de los “lentos”, todo evidenció que yo le caía muy bien a la rubia, la otra hermana.
A las 6 de la mañana con un luminoso amanecer de verano, salimos del lugar. Habíamos pasado una noche muy divertida y el “panadero”, tiene una idea brillante: “Chicos, ¿que les parece si nos vamos a pasar el domingo al Tigre?", nos pregunta. Todos estuvimos de acuerdo con su propuesta. Quedamos en ir nuevamente hasta Santos Lugares, ponernos ropa de baño y en tanto, las hermanas se ocuparían de todo lo relacionado con los comestibles destinados al picnic.
Ayudadas por su madre, las chicas se abocaron a cocinar milanesas, hicieron ensaladas y cerca de las 11 apareció el “panadero” con atuendo playero y cargando una gran heladera portátil repleta de gaseosas.
Era un mediodía de calor agobiante, por fin llegamos a la zona balnearia, que estaba atestada de familias porteñas que habían llegado hasta allí en procura de recreación, aguas refrescantes y un domingo distendido en un lugar ideal para todos aquellos habitantes que por distintas razones debían quedarse en la gran urbe de cemento caliente.
En principio era imposible encontrar un mísero lugarcito para instalar la sombrilla, las reposeras, la heladera portátil y nuestras humanidades agobiadas por el insoportable calor. “El panadero” fue quién descubrió al fin, un pequeño espacio de tierra bastante distante de las aguas. Era lo único que estaba disponible y allí pusimos el “traste”. Lo primero que noté era que había grandes oleadas de mosquitos sobrevolando a nuestro alrededor y ningún árbol cerca, solo unos arbustos casi secos que poco y nada podrían protegernos del fuerte sol.
“El panadero” había llevado una radio a pilas de la marca “Spica” y se lo veía feliz, poniéndole un líquido bronceador a la morocha. Yo hice lo mismo con la rubia y luego ella, muy delicadamente se abocó a cubrirme a mí con ese líquido protector. Los mosquitos se tiraban “en picada” sobre mi cuerpo pálido. Pienso que era la víctima ideal para estos insectos “chupasangre” que no me dejaban en paz. Para colmo, ni el “panadero” ni las 2 hermanas se habían acordado de traer un repelente de mosquitos.
Lo único que podía salvarme era el río, tomé de la mano a la rubia y hacia el agua fuimos. Yo siempre había practicado natación, era el único deporte que me gustaba y lo hacía muy bien. En el sector playero, se levantaba un viejo muelle de madera, seguramente destinado a las lanchas de quienes habitaban en la zona. Para impresionar a la rubia, me lanzaba a las oscuras aguas, buceaba y me desplazaba por la parte profunda tratando de "impresionarla".
Debajo de la sombra del muelle nuestras miradas y caricias crecían al ritmo de la canícula reinante. En un momento, la chica me pide que vayámos a comer algo.
“El panadero”, se estaba devorando un gigantesco sándwich de milanesa cargado de mayonesa. Nos sentamos junto a la pareja y empezamos a comer y beber una gaseosa que se llamaba “Spur cola”. A esta altura del picnic, los mosquitos me habían dejado como un colador. Estaba con el cuerpo cubierto de picaduras y creí que iba a volverme loco. “El panadero” tenía puesto un gorro y parecía darse cuenta de mi caótica situación. Cada tanto me miraba, sonreía, guiñaba un ojo y levantaba el pulgar de su mano derecha hacia arriba. Y cada vez que hacía esto yo pensaba; “Porqué no te meterás el dedo en tu culo gordo”. Cerca de las 15 horas, mi cabeza estaba a punto de explotar. Averiado por los mosquitos y con una insolación extrema, comencé a sentir fiebre y una horrible sensación de calor mezclado con frío.
No tuve otro remedio que confesar mi calamitoso estado a las chicas y al “panadero”, que sin muchas ganas dijo: “Sí, se te vé bastante mal, seguro que te insolaste, volvamos a Santos Lugares”.
El camino de regreso fue una pesadilla. Veía estrellitas flotando a mi alrededor, transpiraba sin parar y la fiebre me había vencido. Ibamos en la parte trasera de la Fiat Rural, la rubia se había solidarizado con mi situación y preocupada me tenía abrazado y apretaba fuertemente mi mano, como dándome una señal de fuerza y valor.
Cuando llegamos a la casa de las hermanas, la madre de las chicas trató de sacarme la insolación utilizando un vaso con agua que puso en mi cabeza,
Después me acosté en la habitación del hijo fallecido, tenía pesadillas, no podía pegar un ojo y muy maltrecho, les pedí que me lleven a la estación de trenes. Quería ir cuanto antes a la casa de mi tía “Kiko” en Olivos. A eso de las 19 horas, el “panadero”, las dos hermanas y sus padres, me acompañaron hasta la estación. Me llenaron de recomendaciones y reiteraban sus saludos para mi viejo Víctor y mi madre Elcira. La rubia me miraba con una mezcla de cariño y compasión. El tren partió puntual , lo último que ví desde la ventanilla fue la imagen de la esbelta y bella chica que me saludaba con la mano.
Me dormí en mi asiento. Creo que estaba desmayado. Una voz me despierta y dice: “Pibe, ¿adonde ibas? , te quedaste dormido”. Era el guarda del tren haciéndome saber que me había pasado varias estaciones y que para volver a Olivos debía tomar el tren de regreso.
Llegué a Olivos casi a la medianoche. Por suerte la estación estaba a solo unas 4 cuadras de la casa de mi tía. Cuando llegué y llamé a su puerta, “Kiko” me mira alarmada y me dice: “Pipo, ¿Qué te pasó? estás hecho mierda, parece que vinieras de una guerra".
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