Corría enero del 2001, en un sábado de mucho calor en la ciudad de La Plata, estaba junto a Elvira, mi cuñada Elena, Fabio y mis sobrinos "Offo", Alejandra y la pequeña Josefina pasando el fin de semana en la casa de Parque Sicardi, un sitio muy tranquilo y pintoresco ubicado a unos siete kilómetros del centro platense. Yo me estaba bañando en la parte profunda de la pileta que en ese sector tiene casi dos metros cuando siento que me invade un fuerte dolor en el pecho, lo primero que pensé fué que había llegado el temido infarto. Cuando esto ocurre, estaba solo en medio del agua y lo primero que intenté hacer fué apoyarme en los bordes de la pileta para tratar de llegar a la parte baja y salir de allí, siempre y cuando el dolor que seguía aumentando me lo permitiera. Elvira, Elena y Fabio estaban en el interior de la casa y por suerte me escucharon cuando los llamé. Tanto Elena como "Offo" son médicos y lo primero que recomendaron fué realizar un estudio, ya que ellos presumían que mi dolencia podía derivar de un posible problema de vesícula. Siempre estuve afiliado a SAL, Sociedad Argentina de Locutores, donde además de ser un antiguo socio, también cuento con cobertura médica en todo el país, y si bien la he usado en contadas ocasiones con excelente atención y respuesta por parte de mi gremio, jamás imaginé que en medio de la ecatombe del 2001, mi obra social no era aceptada en los principales centros asistenciales Platenses por falta de pago.
Acompañado por "Offo" y Elvira me hacen los estudios pertinentes en una clínica privada y efectivamente, estaba padeciendo un gran problema de piedras en la vesícula, algo que requería una operación de urgencia para extraerlas y evitar consecuencias mayores. Otro inconveniente de aquella crísis eran los insumos de quirófanos y lo ideal era que la intervención sea mediante el método de laparoscopía y nó con el tradicional bisturí. "Offo" me propone que vayamos hasta el hospital de Berisso, donde él está a cargo del sector cardiología y contemplar la posibilidad de ser operado allí por el doctor Albina, un eminente cirujano de La Plata, quién al enterarse que yo también hacía retratos, con una sonrisa me dice; "No hay problema, yo lo opero y usted me hace una caricatura, siempre soñé con tener un retrato mío antes de jubilarme". Todo se arregló para que el doctor Albina y su equipo me intervengan en los próximos días, pero el hospital estaba atestado de gente que requería atención y el personal se veía desbordado de trabajo. Recuerdo que los pasillos estaban llenos de personas de todas las edades y ni hablar de las salas de internación, ya que otra de las carencias era la falta de camas.
Por fín llegó el día y acompañado por Elvira y Fabio, salimos rumbo al hospital donde previamente me prepararían para ser operado al día siguiente. Yo no estaba muy convencido, el temor era más fuerte y tenía muchas ganas de salir volando de allí, ya que aquella sería mi primera intervención quirúrgica. Una enfermera me conduce a una sala muy grande y me indica una cama que estaba vacía, pidiéndome que me quede allí junto a mis pertenencias. En ese lugar habían ingresado recientemente varios muchachos víctimas de un serio accidente de tránsito. Todos estaban vendados, algunos sangraban, otros no podían soportar los fuertes dolores y en medio de la confusión reinante lo primero que se me ocurrió fué irme de allí. En eso estaba cuando en la puerta aparece otra enfermera que me mira y pregunta: ¿Quién es el que se vá a operar de vesícula?. Espontáneamente y señalándo a Fabio que estaba inocentemente sentado en "mi cama", le digo: "El, él es el que se opera". Fabio no entendía nada y quedó mudo, porque de inmediato la mujer le dijo que se desvista. Mientras esto ocurría yo había ganado la salida y me dirigía hacia una parada de taxis con la firme y cobarde decisión de escapar cuando soy sorprendido e increpado por Elvira que junto a "Offo" me habían descubierto y abortaron mi fuga.
Por suerte, "Offo", el personal de administración y el propio doctor Albina me alojaron en la habitación destinada a los médicos. La temida operación fué rápida y muy precisa al punto que no sentí absolutamente nada y en dos días sin mi vieja vesícula fuí dado de alta.
Cumplí con mi pacto y el excelente cirujano tuvo su anhelada caricatura donde lo dibujé tal cual en medio de un quirófano bizarro rodeado de horribles enfermeras con bigotes, etc etc.
Días después, concurrí al consultorio del doctor Albina y grande fué mi sorpresa cuando en una de las paredes ví mi dibujo prolijamente enmarcado en un cuadro muy original que le había regalado su esposa para exhibir mi obra.
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