Algo había fallado cuando en la revisación médica que me hicieron en el Ejército, un sargento enfermero me anotó como "Apto R", ese apto relativo significaba que además de ser un soldado a "medias" por tener pié plano, igual serviría para algo, porque a partir de ese momento, inevitablemente tendría que cumplir con el servicio militar obligatorio de aquellos años sesenta. Durante los tres primeros meses, los reclutas éramos sometidos a un intenso período de instrucción, donde se nos sometía al llamado "movimiento vivo", esto significaba saltar, arrastrarse cuerpo a tierra, hacer flexiones y correr como un boludo a resorte desde la primera hora de la mañana hasta el atardecer. Como ya relaté antes, mi destino era el Comando del Quinto Cuerpo de Ejército, allí estábamos los 200 chicos que la patria intentaría convertir en sus fieles y valientes servidores. Una mañana nos prepararonn para hacer prácticas de tiro al blanco, algo que nos despertaba curiosidad desde que habíamos ingresado a la fuerza, porque lo primero que pudimos comprobar era que el arsenal estaba repleto de armas vetustas. A cada uno de los que iniciaríamos el largo camino hacia un lugar llamado balneario Maldonado, zona elegida para poner a prueba nuestra destreza como tiradores, se nos proporcionó un fusil FAL (Fusil Automático Liviano), arma de orígen Belga que dispone de un cargador de 20 municiones y puede funcionar tiro a tiro o a repetición. Además del fusil, también teníamos que llevar encima cargadores suplementarios y todo indicaba que esa marcha la tendríamos que hacer de a pié.
Esa era una jornada de sol y muy calurosa, posiblemente una de las últimas del verano en pleno mes de marzo. Por entonces, mi cabello era largo y lo usaba al estilo de los Beatles, para que no me rapen salvajemente y evitar hasta el límite que me dejen "pelado", trataba de ocultar el pelo dentro de mi gorra de recluta y hasta ese día había tenido bastante suerte ya que venía escapando de las garras del soldado Melo, un morocho fornido que cumplía una larga condena por desertor y oficiaba de peluquero. La marcha rumbo a la playa comenzó, al frente y montado en un hermoso caballo iba un teniente primero robusto, gritón, rubio y de ojos celestes muy saltones que desde que lo conocimos daba toda la sensación de ser un verdadero hijo de perra. También venían de a pié, varios suboficiales y detrás de la columna un camión con un soldado chofer y la caja vacía. A los pocos minutos de partir, la mayoría de nosotros sentía los efectos del calor y también cierto cansancio, algo que parecía molestar sobremanera al teniente primero, ya que constantemente hacía galopar a su caballo a nuestro alrededor y en cada giro aprovechaba para insultarnos o tratarnos de "señoritas". En un momento dado, el viento me hace volar la gorra de fajina y queda al descubierto mi pelo largo, con tal mala fortuna que el teniente primero me vé y comienza a tirarme el caballo encima al tiempo que gritaba; "Un mariquita, tenemos aquí a un mariquita de pelo largo, a éste le voy a enseñar lo que és ser hombre".El tipo estaba fuera de sí, su cara grande se había puesto roja y parecía a punto de estallar, rápidamente ordenó a un sargento que me carguen otro FAL al hombro y una cartuchera de municiones suplementaria como para hacerme más dificultosa la maldita caminata.
Al cabo de dos horas, llegamos al fin a la playa solitaria que en época estival solía ser utilizada como balneario por la gente humilde de Bahía Blanca. La marea estaba baja y a unos 500 metros de distancia y dentro del agua se distinguían varios blancos de gran tamaño que habían sido emplazados allí para probar nuestra "destreza" y condición de tiradores.
El teniente primero nos dió la órden de descansar 15 minutos. Ese escaso tiempo lo aprovechamos para tirarnos sobre la arena caliente, quitarnos de encima los pesados fusiles y fumar. Estábamos empapados por el sudor, nuestros piés ardían del dolor que provocában los incómodos borceguíes (botines de cuero) y teníamos mucha sed, pero nadie parecía haber previsto el importante detalle de traer agua. En un momento dado, escuchamos las campanillas de la "cantina ambulante", un colectivo viejo y muy pintoresco que el cantinero del batallón cargaba con sandwiches y gaseosas frescas para acercar comida y bebida a los soldados en maniobra. La presencia del vehículo nos provocó gran alegría y cuando comenzámos a avanzar hacia la "cantina ambulante", se oyó un fuerte sonido de silbato y al segundo el vozarrón del temible teniente primero ordenando: "Que la cantina se retire inmediatamente de la playa, se terminó el descanso, yá comenzarémos la práctica de tiro". El perverso oficial que había bebido abundantemente los líquidos que llevaba en su heladera portátil, parecía estar feliz con esta órden, porque sonreía cuando el colectivo repleto de gaseosas, hielo y sandwiches, iba desapareciendo entre los médanos hasta perderse.
Yo pensé en ese momento que el tipo se había olvidado de mí, pero estaba totalmente equivocado ya que movido por el presentimiento cada vez que me daba vuelta, ahí estaba, montado sobre su caballo y clavándome la mirada. En ese momento, solo disparé tres tiros de fusíl, los únicos que efectué durante mis 14 meses como soldado y debo haber acertado todos los balazos en el mismo orificio, porque al salir de baja, con gran asombro descubro que en mi libreta de enrolamiento figuro como "tirador". El pretexto que dieron en esa mísera evaluación fué que no había suficientes municiones. Cerca del mediodía, la instrucción había llegado a su fín, el teniente primero ordena que todos aquellos soldados que sufran principios de insolación o estén lastimados suban al camión para ser transportados hasta la enfermería del comando. Sin vacilar un segundo fuí uno de los primeros en trepar a la caja del vehículo, en eso estaba, cuando siento que una mano me aprieta fuertemente el hombro derecho y me tira hacia atrás, al caer al suelo, me doy cuenta que quién me había sacado de allí era el mismísimo teniente primero quién con una sonrisa irónica me grita: "¿No le dá verguenza hacerse el enfermo?, los mariquitas como usted no tienen lugar en ese camión, regresará caminando y con dos fusiles al hombro".El retorno fué infernal, tenía los pies lastimados, ni hablar del dolor que las correas de los putos FAL causaban en mis hombros, el calor del mediodía era insoportable y la boca estaba reseca. Por suerte, la gente de la zona aledaña a la ruta, se compadecíó de nuestros aspectos deplorables y nos alcanzaron botellas y vasos con agua fresca, este hecho solidario calmó nuestra sed y alivió en gran forma el insólito peregrinar.
Lo peor nos estaba esperando al llegar al comando cuando el teniente primero, nos hace saber que lamentablemente ya no quedaba comida en la cocina y como compensación, nos daba dos horas de descanso en la cuadra (dormitorio).
Cuando hambrientos y resignados ingresamos al sitio donde los 200 soldados nos alojábamos, se nos impartió la órden de dirigirnos en silencio hacia nuestras respectivas camas. Yo había elegido permanecer en el tercer piso de la cucheta donde dormía y hasta allí trepé esperándo la órden de quitarnos los pesados e incómodos botines. Cuando esto al fin sucedió, el teniente primero, parado sobre una especie de tarima alta ubicada en el entremo de la amplia sala nos dice: "Los soldados solo pueden permanecer acostados en sus literas, sin moverse de las mismas y aquel que desobedezca mi órden, será castigado".Dicho esto, el tipo desapareció de la escena y aproveché el momento para bajar velózmente de mi cama y dirigirme al baño con el propósito de comer un alfajor que llevaba encima, fumar y tomar agua.
Una vez más me equivoqué cuando pensé que aquel nefasto personaje vestido de verde, se había ido a rascar los huevos a sus aposentos del cómodo casino de oficiales, porque en el preciso instante en que me encontraba trepando hasta mi alta cama, irrumpe sorpresivamente en la barraca y me descubre in fraganti.
Esta vez sí que había logrado enfurecerlo de verdad, como un poseído empezó a gritar y se me vino encima subiendo con rapidez por la cucheta, en pocos segundos su gigantesco rostro colorado, se enfrentó al mío y mirándome con odio me gritó: ¡Lo agarré, lo agarré desobedeciéndome, usted es un soldado de mierda, una verguenza para el comando, lo voy a destruir como a una rata! ¿Que prefiere, duelo a espada, karate o boxeo? Elija.Yo había quedado petrificado, el tipo me estaba insultado y desafiando cara a cara, no entendía nada y no paraba de putearme con alma y vida. No le dije nada, solo atiné y con gran esfuerzo a sostenerle la mirada, finalmente ante mi forzada pasividad terminó diciéndome: "No quiero conmigo a una basura cobarde como usted, daré instrucciones para que mañana lo embarquen en el primer tren y sea trasladado a cuartel más alejado del sur".
Cerca de las 17 horas, después de tomar mate cocido con leche, Poloni, un compañero que estaba cumpliendo funciones en las oficinas, me viene a avisar que yo estaba en la lista de traslados a una guarnición militar en Cobunco y que mi apellido figuraba en el pizarrón de novedades del día. Hijo de puta, pensé, este tipo no estaba jodiendo. ¿Y ahora?. Aproveché el tiempo del recreo y corrí hasta el teléfono público más próximo, el único que podía salvarme era mi viejo Víctor y confieso que recé para que en ese momento estuviera en casa y me atendiera. Felizmente así fué, rápidamente le conté lo que me estaba pasando con el teniente primero y que mi traslado al sur estaba confirmado. Mi viejo solo me dijo: "Quedáte tranquilo, voy para allá".
Asustado y muy confundido regresé a la cuadra donde comenzaban a reunirnos para una próxima instrucción de ejercicios físicos que por suerte fué bastante tranquila y duró apenas una hora. Cuando ordenadamente y en fila volvíamos al edificio del comando, veo al teniente primero mirando inquieto hacia los soldados, parecía que estaba buscando a alguien. Traté de ocultarme entre mis compañeros, pero me descubrió y vino directamente hacia mí. ¡Quiero hablar con usted, soldado, venga!, fué lo que me ordenó, pero esta vez con voz calma. Me apartó del resto y tomándome del hombro, me conduce hacia un sector del edificio, donde sonriente me dice: "Soldado, soldado, ¿que es eso de molestar a su padre y hacerlo venir hasta acá para que boxee con el teniente primero?
Yo le estaba hablando en broma ¿o acaso pensó que en verdad lo iba a mandar al sur?".
Solo me quedé mirándolo, no comprendí ese tan cambio tan repentino en tamaño cabrón, que dándome una palmada en la espalda finaliza diciéndome: "Vaya soldado, vaya tranquilo, acá no ha pasado nada y de esto...Ni una sola palabra a nadie, ¿entendió?". Comprobé que milagrosamente mi nombre había sido borrado de la lista del pizarrón y los compañeros que en ese momento estaban de guardia y fueron testigos de los hechos, entre ellos Jorge Chiaradía, me dijeron que mi viejo Víctor, había bajado del colectivo que conducía hasta los cuarteles y pidió hablar personalmente con el teniente primero. Cuando el suboficial a cargo del puesto le preguntó el motivo le dijo: "Para cagarlo bien a trompadas, dígale que el padre del recluta Palacios lo está esperándo para que pruebe de hacerse el macho conmigo y nó con un muchacho". Esto ocurrió tal como lo relato en esta parte, ya que mi viejo era muy capaz de acciones como ésta, al punto que el teniente primero no se animó a salir para hablar con Víctor y por suerte, dió marcha atrás con su amenaza, que seguramente sin la intervención oportuna y rápida de mi padre, habría cumplido para mi mal.
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