Me he enterado que muchos lectores de este blogspot, disfrutan mucho al leer mis historias juveniles, algo que relato con agrado porque esos insólitos episodios forman parte de mi vida y sería muy estúpido de mi parte negarlos o archivarlos en los cajones del olvido. Si hay algo que me llena de orgullo y satisfacción es haber hecho siempre lo que sentí y tratar de apartarme de los convencionalismos o la obsesiva búsqueda del éxito, porque éste es sumamente efímero. Dios y el destino me han puesto ha prueba muchas veces y he salido airoso utilizándo recursos simples a la hora de sortear escollos. Cuando miro hacia atrás recuerdo las diferentes etapas de mi alocada existencia y las revivo con verdadera felicidad, porque sobrevivir para contarlo es defínitivamente una innegable victoria. En una oportunidad, a bordo de mi querido "fitito" estaba recorriendo la avenida Alem de la ciudad de Bahía Blanca. Era una tarde de verano y hacía mucho calor, como siempre, en esas incursiones mi intención era encontrar y conquistar alguna chica para pasarlo bién. Esa arteria, en aquellos años sesenta era el paseo obligado de quienes la recorrían ya sea en auto o simplemente caminando, por sobre todas las cosas para disfrutar de una tarde cálida. Esta costumbre aún se mantiene, con la diferencia que en la actualidad el parque vehicular ha crecido desmesuradamente y esto le quitó el encanto de las apacibles caminatas de la época que estoy describiendo, donde Alem era un desfile de gente distendida e impecablemente vestida de sport, recorriendo sin prisa alguna uno de los sitios más atractivos y concurridos de Bahía. La joven era rubia, muy bonita y estaba sola, sentada en uno de esos bancos de mármol con respaldo que para comodidad de los habitantes estaban diseminados a lo largo de toda la avenida.
Detuve el Fiat 600 frente al lugar donde estaba la chica, descendí y me senté junto a ella, que inmediatamente y en forma espontánea se prestó a entablar conversación conmigo con confianza y como si nos conociéramos desde siempre.
Casi media hora después, la niña estaba a mi lado rumbo al Parque de Mayo, el lugar donde ella quería llegar para bajar al arroyo que lo recorre. El agua de este brazo del arroyo Napostá estaba transparente y muchos visitantes solían instalarse junto al arroyo con la intención de pescar o introducirse en el mismo, algunos lo hacían arremangándose sus pantalones o diréctamente con sus propios shorts de baño. La jovencita se había quitado sus zapatos y había ingresado al arroyo mojándose hasta la altura de las rodillas, estaba feliz chapoteándo allí y la veía radiante y divirténdose como una nena traviesa que juega a salpicarme con agua utilizándo sus piés.
De pronto, su euforia imparable se convirtió en una especie de melancolía, nos sentamos sobre unas piedras y con mirada triste, casi perdida permaneció inmóvil durante varios minutos, hasta que en un moménto, pasándo su brazo sobre mi hombro, se recuesta y dice: "Estoy cansada, ¿porqué no nos vamos a dormir un rato?". Naturalemente, pensé que aquello era una clara y dirécta invitación a una acelerada relación íntima, subimos al "fitito" y sin dudarlo partí hacia un hotel alojamiento.
Ya en la habitación, entré al baño y mientras me duchaba la escuchaba cantar. Cuando salí no la ví en ese cuarto de pequeñas dimensiones, pensé que se había ido, algo que podría resultar descabellado porque su ropa, consistente en un vestido liviano y prendas interiores, estaban depositados sobre una silla. Repentínamente, escucho su voz que con un fingido tono "aniñado" emergía debajo de la cama. ¿Que hacés allí? le pregunté siguiendo su aparente juego, ella se las había arreglado para ubicarse en ese incómodo lugar y siempre hablando como una nena repetía; "buscándo mi muñeca, quiero mi muñeca y hasta que no la encuentre no salgo". La supuesta broma se iba haciendo demasiado larga y la niña no quería salir de su escondite, fué entonces que presentí que aquello era algo mucho más serio y ante mis inútiles esfuerzos por lograr que termine con su insólita actitud, decidí comenzar a vestirme, en eso estaba cuando escucho; "está bién, voy a salir" y efectívamente salió; abrió la puerta de la habitación y completamente desnuda la chica comenzó a correr por el exterior de las instalaciones del hotel. Su velocidad era increíble, por suerte esa tarde, solo dos o tres habitaciones estában ocupadas, pero me resultába imposible pararla y ella no se cansaba de dar vueltas por el sector del estacionamiento. Finalmente, exhausta regresó a la habitación. No le dije una sola palabra, su rostro mostraba una gran fatiga. ¿A donde te llevo? fué lo único que le pregunté. "Alem e Irigoyen, me respondió con resignación".
Creo que esa tarde, mi Fiat 600 "voló" hacia la esquina indicada, cuando lo detuve frente a una imponente mansión para que baje, la chica se negaba a hacerlo y repetía; "no quiero volver allí". Una de las puertas de la casa se abrió y salió una mujer vestida como enfermera que vino diréctamente hacia mi auto. Hubo pocas palabras entre esta mujer, la niña rubia y yó. La mujer me miró y simplemente me dijo; "Gracias por traerla, se nos había escapado, siempre hace lo mismo, pero por suerte es muy tranquila". La casa era un lugar de internación destinado a enfermos mentales, propiedad de un conocido siquiatra de la ciudad.
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