Con mi viejo Víctor me han sucedido episodios muy divertidos e insólitos que bien vale la pena relatarlos dentro de las respetuosas reservas, pero hay cuatro o cinco anécdotas que a él mucho le hacían reír cuando las recordábamos. Víctor estaba mucho más allá del bién y del mal, el dinero y las posesiones materiales se las pasaba por el traste, solo quería disfrutar plenamente de su pequeña gran isla de los tangos, la historia de la aviación naval y fundamentalmente su pequeña nieta Virginia a quién llenaba con grandes cantidades de ternura contenida y de alguna manera, con ella fué una especie de "padre abuelo" fuera de serie. Sinceramente, yo me perdí a mi viejo Víctor durante 14 años y fué el tiempo que estuve junto a Lucy y que de alguna manera marcó un importante período de ausencia y desencuentros porque lo veía de tanto en tanto y sin continuidad alguna. Siempre sentí que cada vez que mi viejo me venía a buscar era para intentar que yo sea el hijo que él siempre había querido que fuera. Centralizaba en mí una serie de expectativas que para mí eran difíciles de cumplir y eso con menos de 10 años de edad, me generaba una gran confusión. En una oportunidad me llevó a las instalaciones del Tiro Federal, donde en un momento dado me encontré acostado sobre una especie de camilla acolchada empuñando un largo y pesado fusil Máuser con cargador de 5 tiros y recarga manual a cerrojo. El estaba entusiasmado y junto a un instructor me repetía una y otra vez cómo había que apuntar, quitar la cápsula de la recámara, la forma de apoyar la culata del arma, etc. Cuando llegó el momento de accionar el Máuser y apreté el gatillo el mundo pareció estallar porque el ruido que producía cada disparo era insoportable y ni hablar de la "patada" que provocaba el retroceso sobre mi hombro derecho. De los tiros al blanco, al tiempo pasé a la esgrima y allí estaba con una máscara enrejada y un "peto" (protector de pecho) con un pesado florete en la mano intentando meter una estocada al movedizo profesor que tenía enfrente. Al tiempo un tal Langoni, un porteño que era experto en golf y conocía a mi viejo, me estaba en enseñando cómo utilizar los palos a la hora de impulsar la pelotita, etc. Tampoco faltaron los guantes de boxeo, el puchinball, la bolsa rellena con arena, la natación en el Club Argentino y una extensa serie de deportes que supuestamente debía aprender en un curso acelerado. Víctor se había criado en un ámbito violento, su padre además de escatimarle amor, era un golpeador que le jodió la existencia a toda su numerosa familia y creo que mucha de su agresividad obedecía a estas carencias afectivas. Después de los relatados episodios de la "colimba" y otros, donde mi viejo acudió rápidamente en mi ayuda, comencé a sentirlo como a un amigo incondicional, porque en verdad así era. Jamás conocería a alguien tan generoso como él, el dinero le explotaba en las manos y si hubiera sido un hombre rico, no habría vacilado en repartirlo para hacer felices a quienes lo rodeaban. Por suerte cuando comencé a vivir con Elvira y nació Virginia, desde la nada, comenzámos a crecer económicamente y a contar con mucho trabajo. Siendo aún muy jóvenes, ya teníamos nuestra propia casa totalmente paga y logramos cumplir el sueño de montar Ricardo Palacios Publicidad, una agencia pequeña que se iba haciendo grande y nos estaba dando grandes satisfacciones económicas. Una noche, a eso de las tres de la madrugada, recibo un llamado de mi viejo diciéndome que se sentía mal y le dolía mucho el pecho. Le pedí que me espere que iba para allá de inmediato. La casa de mis viejos aún está a solo un par de cuadras de la nuestra y en contados minutos lo fuí a buscar con el Torino partiéndo rumbo a un conocido sanatorio privado. Ya en la guardia, le hice saber al enfermero que busque urgente a un médico, porque los síntomas de mi padre eran similares a los de un infarto y no había tiempo que perder. Los minutos iban pasando y el médico no aparecía, a todo esto, también había llegado mi hermano Jorge y los tres estábamos impacientes esperando que alguien revise a Víctor, quién de pronto se pone de pié y grita: ¡A la mierda, yo no espero más, voy a romper todo! , dicho esto último levantó con sus dos brazos un pesado cenicero de metal y lo estrelló contra el piso del pasillo de la guardia. El enfermero, al escuchar el ruido descomunal salió de su pequeña oficina para ver que estaba ocurriendo y cuando preguntó que pasaba, mi viejo le colocó una piña en la cara que lo tiró hacia atrás y lo dejó fuera de combate. En ese mismo momento, el médico de guardia baja por las escaleras, venía del primer piso y daba todo el aspecto de despertarse recientemente. La escena era de película, porque sin mediar palabra, Víctor se le abalanza y en medio de un torrente de puteadas comienza a boxearlo, el agredido y asombrado facultativo, solo atinaba a tratar de parar la lluvia de puñetazos, en medio de este pandemonium, el enfermero se incorpora y trata de intervenir, pero vuelve a recibir otro golpe y queda definitivamente sin sentido. La batalla iba creciendo, mi hermano Jorge y yó tratábamos de detener a mi viejo, pero estaba tan fuera de sí que parecía no distinguirnos y también tiraba golpes a diestra y siniestra en forma simultánea contra el médico y nosotros dos. Mi hermano recibe una de las "piñas" perdidas y cae sobre una pequeña mesa con instrumental, es allí que mi viejo pide que se detenga la pelea y todos los involucrados ubican al caído sobre una camilla con la intención de recuperarlo.
Transcurridos unos minutos, Jorge reacciona y mi viejo que seguía "caliente", se quita la camisa y decide continuar la pelea, ahora con mayor intensidad. Por esas vueltas de la vida, el médico que es hoy un prestigioso cirujano, había sido compañero mío en la escuela primaria y secundaria, además de haber compartido juntos varios momentos de la infancia y la adolescencia, esto agravaba mucho más la situación caótica en que nos veíamos involucrados. Ante la imposibilidad de calmar los ánimos, soy yó quién comienza a increpar a mi viejo, quién finalmente se tranquiliza y junto a mi hermano y yó, se retira del sanatorio prometiéndole al médico volver en otro momento para definir la pelea.
Ya en su casa y más sereno le preguntámos porqué había hecho ese papelón, y riéndose como un chico travieso, nos dice que todo ese "quilombo" le había hecho bien y ahora se sentía mucho mejor. Entendí que había provocado ese lío para descargar sus nervios, pero antes de retirarme le dije: "Sos un boludo, ojalá no tengas que caer en algún momento en manos de ese doctor".
Y así fué porque a las pocas semanas comenzó a dolerle el estómago y mi madre llamó a un médico para que venga a verlo, paradójicamente quién ingresaba era precisamente el mismo profesional a quién días atrás mi viejo había insultado y agredido aquella noche de furia. Cuando Víctor vió al médico a través de la ventana de su habitación muy infantilmente y para evitar que éste lo reconozca, solo atinó a taparse con las sábanas hasta los ojos.
El doctor diagnosticó cálculos en la vesícula recomendándo previos exámenes y una operación de urgencia. Cuando ya estaba a punto de ingresar al quirófano, por esas cosas del destino, iba a ser intervenido en el mismo sanatorio donde ocurrieron los hechos relatados y operado precisamente por el facultativo oportunamente agredido.
Felizmente, el médico no había resultado rencoroso y Víctor salió airoso de aquella intervención quirúrgica.
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