En las primeras horas del día siguiente, tal como había acordado con el "presidente" de la fábrica de medias, a las ocho y media en punto, el contador pasa a buscarme por el hotel porteño donde me estaba alojando. Con lo que me había adelantado el empresario cancelé la cuenta del hotel y el importe también me alcanzó para pagar los honorarios del grupo "Plus Ultra", los chicos de Bahía que habían grabado los jingles y se encontraban en Buenos Aires preparándo el lanzamiento de su primer disco simple en Sicamericana. Al contador le extrañó que yo cargara todo mis equipaje en su vehículo, le comenté que había dejado el hotel ya que la sorpresiva gira por la costa Atlántica se extendería por varios días y que por suerte el "presidente" me había dado un cheque para cubrir gastos. "Primero vamos a ir a Tandil, el jefe quiere que arreglemos una campaña en la radio de esa ciudad", me dice el contador que daba todo el aspecto de estar feliz con este tour y sin darme tiempo me pregunta; "¿No tenés problema en que llevemos con nosotros a una buena amiga mía?, ella vive cerca de la salida a la ruta".- "Nó, no tengo inconveniente, vamos a buscarla, le respondí". La chica estaba esperándo en la puerta de acceso a un edificio con un bolso pequeño en la mano. Era más joven que el contador , bastante atractiva y muy simpática. Ya habíamos dejado atrás la Capital Federal y estábamos rumbo a la ciudad de Tandil. Yo viajaba en el asiento trasero y la chica a quién llamaré Laura, iba adelante cebando mate y conversando animadamente.
A eso de las 11 de la mañana, se escucha un ruido bastante potente proveniente de la parte delantera. El contador detiene el vehículo en la banquina, abre el capot y se observa que una densa humareda sale desde el block del motor. "¡Cagamos, reventó la bomba de nafta!" exclama. Hacía mucho calor y por esa ruta no pasaba casi nadie, realmente estábamos en un serio problema. El contador comienza a transpirar copiosamente y dar vueltas alrededor del auto cuyo motor se había recalentado en extremo mientras que el agua hirviente del radiador se diseminaba por el asfalto. A unos doscientos metros de distancia, en medio de una arboleda podía verse una casa, la única señal de vida que surgía en medio del campo. Le sugerí caminar hacia ese lugar habitado y pedir ayuda, porque era casi seguro que alguien nos daría una mano para salir del apuro. El contador estuvo de acuerdo con la idea, ya que no quedaba otra alternativa y él mismo se ofreció en caminar hasta ese sitio. Antes de irse me pregunta; "¿Tenés la plata?". "¿Que plata?" le respondo. "El presidente me dijo que te había dado el dinero para el viaje y yo no tengo un peso", me dice. Aquello parecía un chiste de pésimo gusto, yo estaba seguro que el "presidente" le había entregado al contador una suma correspondiente al pago de gastos de viaje y el resto de mis honorarios y a su vez, el contador parecía haber caído en una nueva trampa, pensando que su jefe me dió el dinero a mí. En síntesis, los dos habíamos sido estafados. La temperatura iba en aumento, el interior del auto era un horno insoportable y el contador comenzaba a mostrar los primeros síntomas que le producían el calor y la desesperación de sentirse acorralado y sin salida. Los tres náufragos de esta pesadilla teníamos sed y en el vehículo no había una mísera botella de agua. De pronto, una vieja camioneta se detiene adelante nuestro y de ella descienden dos hombres vestidos con el típico atuendo de la gente de campo. Uno de ellos nos propone remolcarnos hasta un taller mecánico cercano a una estación de servicio distante a unos cuarenta kilómetros del sitio donde estábamos varados. No nos quedaba otra alternativa, nuestros ocasionales salvadores, utilizando una soga, iniciaron el traslado. La marcha era lenta y nosotros tres viajábamos en el vehículo averiado que era remolcado rumbo al taller que podría reparar la bomba de agua. Ninguno de nosotros tenía ánimo para decir palabra alguna, solo se escuchó la voa de Laura la amiga del contador que en un momento nos dice; "no se hagan problemas por la plata, yo tengo unos pesos en la cartera".
Finalmente llegamos hasta el taller ubicado efectivamente a la vera de la ruta y después de revisar minuciosamente el auto, el mecánico nos hizo saber que la única solución era cambiar la bomba de agua por una nueva o reparada. Este anuncio aumentó la preocupación del contador que a esta altura de las circunstancias veía que su pequeña "luna de miel" con Laura estaba empalideciendo irremediablemente. Cuando el mecánico nos dijo el costo que tendría el repuesto más su mano de obra, reunimos todo el dinero que llevábamos encima, incluído el de Laura y nos alcanzó para pagar el arreglo integral, ponerle combustible al auto y comprar gaseosas y cigarrillos.
Ya eran las seis de la tarde y la ciudad más cercana que teníamos era Tandil. Optamos por ir hacia allí, ya que consideramos era lo más conveniente. Fué entonces que recordé que en esa localidad había tenido varios contactos telefónicos con el gerente de LU22, una importante emisora AM donde se estaban emitiendo desde hacía dos años, mis microguías y programas musicales "MH Positivos". Este hombre de apellido Fernández a quién no conocía personalmente, era mi única esperanza en medio de la compleja situación en la que nos había metido el nefasto "presidente". Llegamos a Tandil y lo primero que hicimos fué ir hasta el sitio donde funcionaba la emisora. Por fortuna, el señor Fernández se encontraba aún en su oficina. Yo había decidido ir a verlo solo, el contador y su amiga me esperaban estacionados frente a la radio. No quise andar con rodeos y luego de una charla informal con Fernández, quién me dió la impresión de ser todo un caballero fuí directamente al grano y le hice saber que habíamos tenido un problema mecánico en medio de la ruta y debido a un "mal entendido" carecíamos de dinero suficiente como para regresar a Buenos Aires. Mi interlocutor me escuchó atentamente y después de mi exposición, abrió uno de los cajones de su escritorio y mirándome con una sonrisa me dijo; "Palacios, en esta vida muchas cosas tienen solución. Lo primero que le entregaré es un vale para que llenen el tanque con nafta y aquí tiene una órden de alojamiento para ustedes tres con desayuno y comida incluída en un hotel de la ciudad, todo gentileza de la radio, así que yá pueden ir al hotel a ponerse cómodos, cambiarse y bañarse porque esta noche me gustaría que usted y yó comamos un buen asado en la mejor parrilla de Tandil".
Cuando les comuniqué lo que Fernández me había ofrecido ni el contador ni Laura lo podían creer. A eso de las 22 horas, Fernández y yó estábamos cenando en un asador criollo y antes de irnos del lugar, este señor fuera de serie me preguntó si necesitaba algo más. "Sí, un pasaje hacia Bahía Blanca, es lo único que preciso, he pensado que no quiero volver a Buenos Aires". El día había sido muy tensionante para mí, realmente estaba muy cansado, solo quería dormir y regresar cuanto antes a mi casa para estar con Elvira y Virginia. Al día siguiente me despedí del contador y Laura. Desde entonces, nunca más los volví a ver. A las 22,30 el señor Fernández me llevó en su auto hasta la terminal de omnibus y nos despedimos con un fuerte apretón de manos.
Cuando llegué al departamento donde vivíamos con Elvira y Virginia además de sentirme feliz de estar con ellas, comencé a recuperarme mental y físicamente siempre pensando en que debía volver rápido a Buenos Aires y reclamarle al "presidente" lo que me debía. Quince días después, viajé especialmente a la capital Argentina con el fin de ver al "presidente", lograr que me pague e informarle a los directivos de Sicamericana que el proyecto del Long Play auspiciado por la empresa fabricante de medias femeninas no se concretaría.
Sentía mucho odio hacia el "presidente", quién no había tenido ningún escrúpulo a la hora de utilizarme para algún siniestro fin que hasta el momento desconocía, pero lo peor fué su mentira y las situaciones vividas en el viaje a Tandil. Cerca de las 15 horas llegué al edificio de la empresa, lo primero que me llamó la atención fueron los cristales rotos de la amplia vidriera de acceso. En la recepción no había nadie, solo ví en el lugar a un par de obreros sacando cables de teléfonos y parlantes. Les pregunté que había pasado y me respondieron que la firma se estaba mudando y un par de días antes un grupo de manifestantes del gremio textil había arrojado piedras sobre el frente de la firma.
Como había tomado cierta confianza con los operarios, les pregunté si en los pisos superiores del edificio había quedado algún directivo. Uno de ellos me dijo que hacía un rato solo habían visto al "presidente" llevándose una caja con papeles.
Ahí me vino a la mente la imágen de la cochera donde el empresario guardaba su auto alemán y a la cual accedía a través de un pasillo que desde el mismo edificio conducía hacia el garage que tenía salida hacia otra calle. En ese momento comenzó una lluvia débil y supuestamente pasajera, entonces se me ocurrió dar la vuelta e ir directaménte hacia la puerta por donde podría llegar a salir el "presidente".
Estuve un buen rato montando guardia junto al portón automático, hasta que en un momento éste se abre y veo el vehículo del empresario en "fuga". Allí me jugaba la recuperación de lo que me adeudaba y de paso soltarle una puteada o lo que venga por hijo de mala madre. Cuando me vió parado frente a su coche, puso el freno de mano y descendió como sorprendido, siempre con su sonrisa poco creíble. Tenía puesto un costoso impermeable de color gris claro y llevába un portafolios de cuero. Lo primero que le dije fué; "¿porqué me cagó de esa manera, con la plata que usted maneja, tenía necesidad de joder a un jóven que creyó en usted?". No dijo nada, solo apoyó la valija sobre el capot del vehículo y me respondió; "disculpemé Palacios, los acontecimientos me están superándo y lamentáblemente usted cayó en este quilombo, ¿dígame cuanto le debo, acepta un cheque bueno?". Le dí la cifra exacta que debía pagarme, buscó y eligió una chequera entre las muchas que llevaba en el portafolios y procedió a hacerme un cheque al portador. Yo solo quería llevarme ese valor e irme lo más rápido posible, pero antes el "presidente" agrega; "Cámpora será el nuevo presidente de Argentina y vendrán tiempos muy difíciles. Yo me voy a otro país, mire, ésta es la lista de mis acreedores, fíjese, a esta compañía le debo cien millones, a esta otra doscientos y a usted mi querido Palacios, solo un millón, ¿cómo puedo negárme a pagárselos?".
Había dejado de llover, guardé el cheque en un bolsillo de mi saco y comencé a caminar hacia la avenida 9 de Julio, allí entendí claramente que el "presidente" me había llevado a su empresa para que aquella campaña publicitaria que nunca salió al aire, sirviera como una especie de "fuego de distracción" para engañar al directorio y paralelamente ganar tiempo para evadir sus millonarias deudas, emprender la retirada y lamentáblemente dejar a mucha gente sin trabajo. No fué aquel un final feliz, lo tomé como una experiencia lamentable pero a su vez enriquecedora que sirvió para fortalecerme en las muchas y duras pruebas que me estarían esperando en los años venideros.
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