Mis anécdotas de mi larga estadía en Mar del Plata son muchas, todas insólitas pero reales. En esta parte, contaré algo que a principio de los noventa, nos tocó vivir o sufrir junto a Julio Aro, "el soldado", quién una mañana me dice que en el hotel de Luz y Fuerza, está alojado un productor brasilero que llegó a la ciudad con la intención de llevar a cabo en el Super Domo un gigantesco festival latinoamericano de la canción con la presencia de Xuxa y Roberto Carlos entre los muchos nombres de artistas famosos de su país, que decía representar y tener contacto telefónico casi a diario. Según el brasilero, también se incluirían importantes figuras locales con el fín de extender durante tres días este evento único en la "Feliz". Julio, de quién he hablado en páginas anteriores era un chico de convicciones sólidas, había crecido de golpe como tantos otros pibes durante su permanencia en el frente de la guerra de Malvinas y trabajaba incansablemente en favor de sus camaradas veteranos con la sana intención de crear un centro de ex combatientes que sea reconocido por el gobierno de entonces.
Tanto a él como a un grupo de empresarios convocados por el brasilero, les interesó la propuesta, ya que se había acordado que una parte de lo recaudado en este evento de gran convocatoria, se destinaría al centro de ex combatientes. Julio me pidió que colabore en todo lo relacionado a la difusión y junto a varias personas comenzamos a reunirnos y planificar con el brasilero todo lo relacionado con la realización del proyectado festival. Los días transcurrían y nos llamó la atención que el brasilero estuviera siempre vestido con la misma ropa, un traje blanco que poco a poco, por sus arrugas y manchas iba dando señales de ser el único que tenía. El personaje era muy simpático, verborrágico, permanentemente estaba sonriendo, bromeando y haciendo llamadas telefónicas a su país de orígen y según él, todas estas numerosas comunicaciones tenían la finalidad de convocar a más estrellas de la canción carioca. No recuerdo bién quienes eran el resto de los cotizados artistas, pero prometía que vendrían todos. Otra de las costumbres del misterioso brasilero era pedir cotidianos adelantos de dinero para "moverse" y aseguraba que el importe de estos viáticos a cuenta, los reintegraría con las ganancias que oportunamente se obtendrían con el ambicioso festival.
El gerente del hotel, era un hombre serio y muy cordial con el que tanto Julio como yó manteníamos una excelente relación, en algunas charlas con él, nos enteramos que el brasilero no pagaba por su estadía y que ésto era un aporte desinteresado del hotel para colaborar con la idea que indudablemente beneficiaría a la comunidad Marplatense. Con el transcurrir del tiempo, notábamos que el accionar del brasilero se iba dilatando, siempre tenía una excusa a la hora de dar explicaciones sobre el porqué de la permanente falta de respuestas y era su costumbre pasarle la culpa a los muchos contratos de actuación que mantenían ocupados a los cantantes invitados de su país.
Otro de los hechos que nos llamaban la atención era que el brasilero estaba casi todo el día sin salir de su habitación y un empleado del hotel llegó a descubrir que solo se alimentaba en base a galletitas con "paté". Se lo veía cada vez más delgado y también huidizo, lo que nos hizo sospechar que en cualquier momento desaparecería de la ciudad dejándonos la triste sensación de una nueva decepción o estafa moral y material.
Una mañana, Julio y Miguel, un entusiasta y reconocido empresario marplatense que era uno de los que más dinero había invertido en el proyecto del festival de la canción, deciden reunirse con el brasilero y lograr que confiese cuales eran sus verdaderas intenciones. Por pedido de Julio, yo estaba presente en ese encuentro y en un momento dado, el brasilero muy nervioso, cubierto de transpiración y con escasísimos argumentos en su defensa, termina diciéndo que en realidad lo único que tenía era su reloj de oro y proponía dejarlo como garantía de pago por todas las molestias y gastos ocasionados, pero su propuesta naufragó cuando Miguel lo increpó duramente diciéndole que el reloj era "trucho", una imitación de la pieza original y de escasísimo valor. Allí, el brasilero se quebró, lloró, pidió disculpas, se declaró insolvente y en un intento de conmovernos hasta amenazó con suicidarse. Entregado por completo y con un hilo de voz, pidió disculpas, dijo que no tenía un solo peso ni podía devolver el dinero que el grupo de empresarios le había confiado anticipadamente e insistía con quitarse la vida. La situación era tensa y en medio de ese clima patético se me ocurre proponerle al desmantelado brasilero que no todo está perdido y aún estamos a tiempo de sacar un rédito importante si ponemos en funcionamiento tres o cuatro cámaras de video en simultáneo y grabamos el momento en que te arrojás del piso doce del hotel y te estrellás contra el suelo. ¿Te imaginás lo que van a pagar todos los canales del mundo por esta secuencia? Tanto Julio como Miguel, celebraron mi humor negro, pero al "negro" la broma macabra no le gustó ni medio, me clavó sus ojos por unos segundos y esa mirada de odio lo dijo todo. Nunca más se supo nada de aquel brasilero delirante y estafador de poca monta que esa misma noche se fué del hotel sin despedirse.
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