Me acuerdo de él permanentemente, lo imagino apareciéndo sorpervisamente en nuestra casa o en los cafés a los que solíamos concurrir habitualmente. Se llamaba Omar Gasparini y le decían "Bocha". Era un tipo sumamente simpático, culto en extremo y consecuente a ultranza con sus amigos. Lo conocí gracias a Norbert Degoas, ya que ambos eran compinches inseparables de las correrías nocturnas que ambos protagonizaban noche a noche en la Bahía de los años sesenta. Su sonrisa particular lo diferenciaba del resto, ya que todo lo miraba con ojos de niño y para él, la vida era una cosntante aventura. Proveniente de una conocida familia de relojeros y joyeros, "Bocha" no tenía apremios económicos, vivía junto a su madre en un departamento ubicado en Brown y O´Higgins, pleno centro de la ciudad y estudiaba psiquiatría, una carrera que siempre le había apasionado. Estos estudios, que realizaba en Capital Federal, los llevaba a cabo sin urgencia alguna y de tanto en tanto, viajaba para rendir las materias respectivas. En una oportunidad, decidió irse a recorrer el mundo y no tuvo mejor idea que hablar con una importante empresa naviera y se embarcó en un carguero mercante. Estaba casi amaneciendo cuando lo fuimos a despedir al puerto local. El barco era de mediano porte y desde el muelle, junto a Degoas y otros amigos, lo saludábamos. "Bocha" estaba en la popa, sonreía feliz y agitaba un pañuelo, hasta que el buque se fué haciendo cada vez más pequeño en el horizonte.
Meses después regresó con un bagaje de las muchas anécdotas que había protagonizado en el viejo mundo, ya que había partido con escaso dinero y costeó su tour realizando diferentes trabajos. Las chicas de aquellos años, pugnaban por ser las "novias" de "Bocha", un seductor nato, que además de ser muy bien parecido era uno de los pocos del grupo de amigos, que al igual que Degoas tenía automóvil propio. El de "Bocha" era un imponente Chevrolet 400 y con él, siempre en buena compañía femenina solía recorrer la noche bahiense. Años más tarde, finalmente se recibió de médico psiquiatra, aunque había decidido no ejercer la profesión y sí dedicarse a los negocios, que por diversas razones nunca le salían bién. A principios de los setenta, Elvira y yó estábamos formando una pequeña familia, Virginia había nacido y estábamos abocados a de lleno a impulsar nuestra agencia de publicidad, aunque era una constante, encontrarnos con "Bocha" y quedarnos con él hasta altas horas de la noche riéndonos a carcajadas de las ocurrencias que iban surgiendo espontánemente. En una ocasión, "Bocha" nos comunica que había decidido alquilar un local de grandes dimensiones ubicado en la esquina de Alsina y Soler con la finalidad de instalar allí una heladería donde contaría con el apoyo de la prestigiosa empresa Noel. Mientras estaba decorando el negocio, en el mes de Noviembre, ya se sentía el fuerte calor de otro inminente verano bahiense, donde era casi imposible salir a la calle, principalmente a la hora de la siesta. Las altas temperaturas que reinaban en esos años solían recalentar el asfalto y todo indicaba que el emprendimiento de "Bocha", sería todo un éxito. Pero por alguna inexplicable razón, la imponente heladería aún con record de calor, siempre estaba vacía y eran muy escasos los clientes que allí entraban buscando deleitarse con ese exquisito producto. Tanto nosotros como "Bocha" no podíamos creer que ese negocio no funcionara. Lejos de amilanarse, "Bocha" buscaba refugio en la parte alta del local y se distendía escuchando hasta el cansancio temas de Barry White, su cantante preferido.
Con aquella heladería había perdido una considerable cantidad de dinero, pagó todas las deudas y la cerró al final de la nefasta temporada. No pasó mucho tiempo de aquello y "Bocha" apareció con la idea de montar una casa de venta de discos que funcionaría en un local de la galería "Paseo del Angel". Allí en pleno suceso de los Bee Gees, se instaló entusiasmado, aunque tampoco en esta nueva empresa, las cosas funcionaron y cansado de los Long Play , casettes y discos simples, "Bocha" nos ofreció en venta la disquería. Tanto yó como Elvira, sabíamos que ser comerciantes no era la nuestro, tampoco teníamos tiempo para atender ese negocio que de alguna manera nos complicaría, pero no podíamos fallarle a "Bocha" y le compramos todo el stock y las instalaciones. Empezamos a notar que durante largos períodos "Bocha" desaparecía de los lugares que solía frecuentar y permanecía encerrado en la habitación del departamento que compartía con su madre. Yo era uno de los pocos a quién le permitía el ingreso y hasta allí fuí a verlo en más de una oportunidad, encontrándome con un "Bocha" desconocido que pasaba horas en la cama, con barba crecida y pacientes en el pasillo reclamándo su atención profesional. Esas crísis respondían a la enfermedad que padecía; esquizofrenia, un mal que él mismo con su amplio conocimiento, se trataba. Conocía al detalle los síntomas, las épocas de los brotes y luchaba estoicamente contra ese padecer que tanto daño le causaba tanto en lo físico como lo mental. Cuando se recuperaba de aquellos "picos", "Bocha" reaparecía con su sonrisa de siempre, aunque no era difícil percibir que detrás de aquella mirada de chico inocente, se ocultaba una tristeza profunda. Cuando nos fuimos a vivir a Mar del Plata, perdimos contacto con él y sabíamos que estaba trabajando en el Hospital Penna, ocupando un cargo en el sector psiquiatría. En uno de los tantos viajes a Bahía, nos enteramos que "Bocha" había fallecido. Era muy jóven cuando decidió quitarse la vida, posiblemente atormentado por su enfermedad y también por la muerte de su madre, la única mujer que lo entendió, contuvo y amó con toda su alma. No pudo resitir esa ausencia y en la soledad del amplio departamento, tomó la iniciativa de ponerle fin a su atormentada existencia. Siempre recordaremos a "Bocha" como a un personaje único que además de su amistad sincera, e incondicional también colmó de alegría muchos momentos de nuestra vida.
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