Karina había sido internada en un centro de rehabilitación muy reconocido que se especializaba en tratamiento y recuperación de drogadictos. El lugar tenía probada fama de eficiencia profesional y funcionaba en una localidad de la Provincia de Buenos Aires. Sus padres iban a visitarla cada 15 días y cuando regresaban, siempre me llamában para hacerme saber como estaba la salud de su hija. En una de las últimas conversaciones teléfónicas, su padre me hizo saber que "Kari" había superado la etapa crítica y evolucionaba favorablemente. Por esta razón y debido a una promesa que había hecho a una vírgen cuyo santuario estaba en el balneario Monte Hermoso me pidió que lo acompañe hasta allí para agradecerle a la vírgen por la mejoría de "Kari". Gracias a Dios y los médicos, la jóven estaba saliendo del infierno de la droga. Quedámos en partir de Bahía a las 13 horas. Era un día de semana y el invierno estaba llegando a su fin, pero esa tarde además de hacer bastante frío, también llovía. El padre de Karina era un alto funcionario de una empresa del Estado y acordámos que pasaría a buscarme por mi casa. Apareció puntualmente con una camioneta del organismo para el cual trabajaba. Ibamos sentados en la parte trasera y quién conducía era un chofer muy simpático. El padre de Karina trataba de ser agradable, pero no le quedaba bien, tenía la típica personalidad del profesional (era ingeniero) directivo que tiene incorporada una máscara de "tipo duro", aunque creo que a esa altura de las circunstancias, se sentía muy mal por haber perdido el control de su jóven hija. Confieso que cuando lo ví por primera vez en aquella noche fatal, me pareció un verdadero tipo de mierda, pero a medida que lo fuí tratando, empecé a verlo como a una buena persona que estaba haciendo todo lo humanamente posible para recuperar a Karina. Estábamos saliendo de la ciudad, ya habíamos dejado atrás el cementerio local y nos disponíamos a ingresar en la ruta, cuando en una curva de la ruta y bajo la lluvia, vemos a una chica vestida con guardapolvo blanco y un portafolios en su mano derecha haciendo "dedo".El chofer nos miró por el espejo retrovisor como preguntando; ¿Que hacemos?. Yo me adelanté y en voz alta dije; "Creo que debemos parar, la pobre chica se está empapando". El padre de Karina estuvo de acuerdo. El vehículo se detuvo y la chica vino corriendo y se sentó en la parte delantera junto al chofer.
La lluvia se estaba intensificando y el cielo se había tornado gris oscuro. No había ninguna señal que indicara que esa tormenta se fuera a detener.
La chica a quien llamaré Alejandra era sumamente simpática y espontánea. Sus cabellos eran rubios y no aparentaba tener más de 25 años. Entusiasmada nos contaba detalles de su actividad como maestra, anécdotas breves, etc. En todo momento no dejaba de agradecer que nos hayamos detenido y la traslademos hacia Monte Hermoso, sitio hacia donde ella también se dirigía.
La charla de ese viaje breve se había hecho amena y en un momento le pregunto; ¿Alejandra vos vivís en Monte?. Nó, me responde, yo vivo y trabajo como maestra en Bahía, pero voy a Monte para "bañarme en el mar". En principio, creo que todos lo tomamos como una broma y seguimos hablando de temas varios, sin darle importancia a esa respuesta.
Cuando llegamos a la ciudad balnearia, el frío parecía haber aumentado debido a la cercanía del mar. Antes de despedirnos de Alejandra, el padre de Karina, nos invita a tomar un café en un bar aledaño a una estación de servicio.
Cuando estábamos en la mesa observo que Alejandra se había puesto tensa y denotaba cierta angustia. Durante el viaje no había parado de hablar y reir, pero ni bien entramos en ese bar, parecía haberse transformado. Sus ojos grandes y celestes parecían estar al borde del llanto. Para romper el "hielo", le dije; ¿Así que venís a bañarte?, linda tarde elegiste para meterte en el agua. La joven maestra apenas me escuchó. Tenía la mirada perdida y con voz débil, me responde; "No importa, igual me voy a bañar, el mar me está esperando".
El padre de Karina y el chofer escucharon esto último con real preocupación y cuando la chica se levantó para dirigirse al baño, tomé su portafolios, lo abrí y ví que entre otras cosas, también llevaba dos cajas con ansiolíticos de una conocida marca. El padre de Karina y su chofer me miraban sin entender nada. "Creo que estamos ante un problema serio, les dije. Esta chica está medicada y no la veo bien, algo le pasa. Si hace falta, dénme una mano para evitar una tragedia".
Quien más se comprometió fué el chofer. El padre de Karina se había quedado en silencio y se limitó a "tamborillear" nerviosamente sus dedos sobre la mesa.
Alejandra salió del baño y se sentó nuevamente con nosotros. La miré y le pregunté; ¿Que te está pasando? Decíme la verdad, vos viniste aquí con una idea rara, nó? La chica comenzó a llorar desconsolada y entre lágrimas, nos comenta que dos días atrás había sepultado a su abuelo, que era la única persona que amaba en esta vida y no podía aceptar que ya no estuviera más a su lado.
Esta vez mi pregunta fué más directa; ¿Y por eso decidiste suicidarte?. Alejandra no paraba de llorar. Tomé nuevamente su portafolios, saqué una de las pastillas tranquilizantes, le alcancé un vaso con agua y le dije; "Tomála por favor y si intentás ir hacia el mar te lo vamos a impedir por la fuerza. Vos te volvés con nosotros." Después de varios minutos, la chica comenzó a calmarse. Le propuse al padre de Karina dejar la promesa a la vírgen para otro momento y trasladar sin pérdida de tiempo a Alejandra a una clínica de Bahía y avisarle a sus parientes cercanos. En el viaje de regreso, Alejandra se había dormido profundamente. Al parecer, el medicamento había hecho efecto. Yo conocía a los responsables de una clínica siquiátrica que estaba ubicada a unas pocas cuadras del centro de Bahía. Le expusimos la situación al médico de guardia y llamé a una tía que Alejandra había mencionado en dos o tres oportunidades y cuyo teléfono saqué de su agenda personal. La lluvia se había detenido. La tía de la jóven maestra llegó rápidamente y se hizo cargo de la situación. El padre de Karina, su chofer y yó, nos quedamos en la clínica hasta cerca de las 22 horas. Esa tarde habíamos sido protagonistas de un episodio poco común y por alguna razón, Dios y el destino nos habían puesto en el camino de Alejandra para impedir su suicidio, algo similar a lo que me había tocado vivir cuando junto a "Cholo Sárden", Figueroa y la gente del Hospital Municipal pudimos ayudar a Karina.
Alejandra estuvo internada en esa clínica unos dos meses y fué tratada por un cuadro de depresión. Un día a la semana, iba a visitarla. Charlábamos en el patio cubierto sobre dibujo, pintura y poesías. Siempre le llevaba algún libro y guardo una biblia que me regaló con una hermosa dedicatoria. No supe más nada de Alejandra. La última comunicación con ella fué telefónica, estaba viviendo con su tía y gracias a Dios, ya había salido de su crísis.
A Karina la volví a ver años más tarde cuando yo vivía en Mar del Plata. Fué un encuentro casual en la Avenida Colón. Ella iba acompañada por sus padres, me comentó que estaba trabajando en una conocida cadena de hamburguesas. Tenía muy buen aspecto y se sentía muy contenta de vivir en "La Feliz".
Finalmente, confieso que jamás perderé a mi niño interior, porque me ayuda a aguantar las hipocresías y mentiras inconducentes de políticos o dirigentes supuestamente serios. Yo solo les creo a los superhéroes cómo "El HombreAraña", "Bátman","Súperman" y tantos otros que conviven conmigo en sus distintas formas. "Todos tenemos un superhéroe en nuestro interior. eso nos ayuda a ser mejores personas y pasar por la vida dignamente para finalmente morir con honor".
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario