jueves, 14 de febrero de 2008

En memoria de Iván Navarrete.

Antes de continuar con mi nueva etapa titulada "Empezando de Nuevo", quiero dedicar una parte de este blogspot a Iván Navarrete , un muchacho chileno que Dios y el destino pusieron una mañana en "la puerta de nuestra casa". A partir del gobierno militar del 76, los Argentinos recibíamos una información muy exitista y controlada sobre los acontecimientos relacionados con la llamada guerra contra la subversión. Personalmente creo que la guerrilla nunca contó con el apoyo de la ciudadanía. Anteriormente, todos estábamos esperando que Isabel Perón, López Rega y toda su banda de impresentables fueran retirados definitivamente de la escena nacional. Decididamente había que poner órden a un gran caos y esa acción de golpe estado, no solo puso fin al descontrol imperante, sino que también surgió como algo esperanzador. Lo que vino después, es también gran culpa de los civiles obsecuentes que se acercaban a los militares para asesorarlos o de alguna manera sacar un rédito propio y aprovecharse del "río revuelto". Si bien jamás me gustaron los comunistas y mi pensamiento siempre fué opuesto, un buen día suena el timbre de nuestra casa y me encuentro con dos chicos jóvenes. Me preguntan si necesitaba hacer algún tipo de trabajo de albañilería, porque se dedicaban a esos menesteres. Casualmente habían llegado en el momento indicado, ya que desde hacía tiempo, queríamos cambiar los viejos pisos de mosaico de nuestra casa por cerámicos. Los hicimos pasar y les comentamos lo que necesitábamos hacer. Quedaron en traernos un presupuesto de mano de obra por el contrapiso y la colocación de los pisos nuevos. Al día siguiente, los dos chicos volvieron con el presupuesto prometido. Nos pusimos de acuerdo y les pedimos que se pongan a trabajar de inmediato. A las pocas horas de iniciada la tarea de preparar la carpeta, me dí cuenta que uno de ellos no tenía la mínima idea de lo que estaba haciendo y el otro, hacía lo posible para demostrar que tenía cierta experiencia. Este último era un muchacho extremadamente delgado, muy callado, morocho y utilizaba unos gruesos anteojos de aumento. Los supuestos "trabajadores" tampoco contaban con los elementos esenciales de albañilería. No tenían un mísero nivel, mezcladora o una pala en buen estado. Fué entonces que les pedí que me muestren sus manos. Ambos exhiben sus manos con bastante verguenza y al instante les digo; ¿Porqué me mintieron?, ustedes jamás agarraron una pala. ¡Lo que están haciendo no es un contrapiso, es la Cordillera de los Andes! ¿Y por esta basura me querían cobrar? Los dos muchachos no sabían donde meterse, fué entonces que uno de ellos me reconoció que su amigo, el de los anteojos y que era quien alguna vez había trabajado en albañilería, estaba en serias dificultades y quería ayudarlo consiguiendo algo de dinero. Me pidieron disculpas muy respetuosamente y ya se disponían a retirarse, cuando un poco más tranquilo, le dije al "chico de los anteojos", que le daría la oportunidad de hacer la carpeta y que si no lo lograba en un par de días, llamaría a un profesional.
El chico de los anteojos se llamaba Iván. Iván Navarrete y era un estudiante chileno de 20 años de edad. Su padre trabajaba como director de un periódico en Puerto Montt e Iván había escapado de su país, porque a causa de su militancia en el partido comunista era buscado por el ejército de Pinochet.
Cuando Iván trabajaba tratando de hacer la base sobre la cual irían los cerámicos, no podía dismular su desconfianza y el miedo que parecía dominarlo permanentemente. Entre mate y mate con medialunas me iba contando sobre sus ideas políticas, la persecución de los estudiantes en su país y el sentirse acorralado en Argentina, donde había llegado con la esperanza de encontrar refugio. Iván era un muchacho de gran cultura. Con él podía tocarse cualquier tema y para todo tenía una inteligente respuesta.
Su amigo se "esfumó" y lo dejó solo en casa. La situación de Iván, además de comprometida, también era desesperante porque si salía a la calle, inevitablemente sería atrapado.
Decidí que se quede en casa hasta que las cosas aclaren, pero en verdad, era un chico tan simpático y respetuoso que temí por su vida y no pensé en las consecuencias graves que esta decisión de "asilarlo" podrían provocarle a mi familia.
Iván no era un terrorista, simplemente pensaba distinto, era uno de los tantos idealistas de aquella época y este era su único "delito". Los cerámicos que puso en el living y la cocina de nuestra casa estuvieron instalados hasta el 2005. Los había colocado pésimamente y recuerdo que además de hermosos, eran muy caros y hasta que logró acomodarlos, tuve que comprar varias cajas de más. Iván era un huesped que en poco tiempo se convirtió en un integrante más de nuestra pequeña familia. Jamás se animó a asomarse a la puerta de calle y aunque jamás le hicimos faltar nada, en más de una oportunidad sus ojos se llenaban de lágrimas cuando recordaba a sus padres y hermanos mirando las fotografías que guardaba en su billetera.
En una ocasión decidió probar de salir por la frontera con Brasil. Le pedí que no lo hiciera, pero lo intentó y falló. Al poco tiempo, con signos de fatiga y hambre apareció nuevamente en casa.
Para que no piense y se deprima, le hice levantar una pared en el patio. Cuando llegaba a una altura de tres metros se la hacía demoler y volver a empezar. En total debe haber estado unos ocho meses con nosotros, hasta que en vísperas de una navidad me comenta que había encontrado un paso medianamente seguro cerca de Bariloche por el que intentaría pasar a Chile. No pude hacerlo entrar en razones, estaba empecinado en pasar Navidad con su familia. Era casi la medianoche y llovía desde la mañana. Le regalé una campera impermeable con abrigo y le pedí que si lograba su objetivo me lo hiciera saber de cualquier forma. El abrazo de Iván fué interminable. Lo ví irse bajo la lluvia llevando un bolso con sus pertenencias. Al llegar a la esquina me saludó por última vez agitando su mano derecha. Y minutos antes de su partida, ni él ni yó pudimos evitar las lágrimas. Hasta hoy, nunca supe nada de Iván Navarrete. Al tiempo de partir, su madre se comunicó en dos oportunidades con nosotros preguntando por él, una clara señal que indicaba que no había conseguido pasar la frontera. Jamás lo volvimos a ver.
Una de mis asignaturas pendientes es viajar alguna vez a Chile y encontrar a la familia de Iván, entregarles las fotos que conservo de su tiempo en casa y si llegara a tener una tumba, visitarla. No me arrepiento de haber protegido a Iván. Lo volvería a hacer, no soy un héroe y aunque pensáramos distinto, compartí mi miedo con él y en ese momento simplemente hice lo que me decían el corazón y mi conciencia.

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