Con mi abuela Lucy, siempre escuchábamos la radio, principalmente los "radioteatros" que como dije antes, eran emitidos en tiras diarias continuadas, con una duración de aproximádamente 30 minutos cada envío.
En Bahía Blanca, la principal figura radioteatral era la de Don Javier Rizzo que junto a su esposa Valentina de La Cruz, encabezaban una exitosa compañía que llevaba más de 20 años de permanencia en LU2 Radio Bahía Blanca. Yo era un gran seguidor de aquellos radioteatros de Don Javier, imaginaba las escenas y también sus personajes gracias a la artesanal creatividad de los operadores de sonido (hoy estos, serían los encargados de efectos especiales).
Los radioteatros se hacían en vivo, hecho que convertía cada puesta en aire en un verdadero desafío para los interpretes, ya que su actuación debía salir perfecta.
Durante más de 2 décadas, el radioteatro de Don Javier Rizzo, "paralizaba" la ciudad todas las tardes. Estas novelas se escuchaban de lunes a viernes a las 15 horas.
La televisión por aire seguía ingresando en los hogares de la ciudad y el aparato de grandes dimensiones, que en sus inicios era un artículo de lujo bastante costoso, se tornaba ahora accesible y amenazaba con opacar a los radioteatros y los cines.
En 1966 yo estaba conduciendo mi programa matinal por LU2 y en el edificio de la radio, siempre solía encontrarme con Don Javier Rizzo y su esposa Valentina.
Una noche me invitaron a tomar un café a su casa, que quedaba en la calle Zeballos casi Belgrano. Yo siempre había vivido en esa zona y los conocía de oírlos y verlos actuar en escenarios teatrales. Esa noche, tuve el privilegio de descubrir a una familia fuera de serie.
Don Javier y Valentina, eran generosos en extremo. Su casa siempre estaba abierta a a amigos y vecinos. Don Javier era un ser humano diferente; carismático y talentoso, también poseía una sonrisa genuina y contagiosa. Bohemios y dueños de su tiempo y espacio, la familia Rizzo disfrutaba de sus extensas y divertidas reuniones con amigos. Gracias a Dios, tuve la fortuna de compartir esas veladas colmadas de anécdotas que tenían con ver con la radio y el teatro.
El destino me había puesto frente a mis ídolos. En una de esas charlas en la noche, Don Javier me propone ser "galán" de su compañía, recuerdo que me dijo; "te ganás unos mangos y de paso paseás, pibe.Vas a conocer un montón de pueblos. ¿Que te parece?".
jamás había pasado por mi mente el ser actor. Don Javier me alentó y después de algunas pruebas, me dió el papel de "Rafael", el galán de "Cachimba, la fea de Valle Grande", la próxima obra radioteatral que comenzaba a ensayar Don Javier y su elenco.
Los Rizzo eran como un "clan", Sus hijas "Pirucha", "Pirula" y María Inés, trabajaban desde niñas junto a sus padres. Las recuerdo como chicas dotadas de gran simpatía y humildad. No creo que hasta hoy, alguien haya alcanzado en Bahía y su zona, la fama tan arrolladora y duradera de los Rizzo.
Mi nombre artístico era; Rafael Casares, "el galán de los hogares". Así me bautizó Don javier. Mi papel era el de un muchacho que vivía en "Valle Grande", trabajaba como maquinista de un tren que salía del pueblo y demoraba un tiempo respetable en volver. También en la ficción me enamoraba de "Cachimba", obviamente la chica fea que daba lugar a la historia. Este papel principal, lo hacía "Pirucha" Rizzo.
Debutámos en una localidad pampeana llamada Mazza. En un lugar muy grande que era algo así como un club, nos estaban esperando un poco más de 800 personas.
Don Javier, Valentina y todo el elenco fueron agasajados en un cena por las autoridades del lugar. Terminamos de cenar y nos encaminámos hacia el "teatro". Esta iba a ser mi primera actuación en público. Como estaba bastante nervioso, Ricardo Soler, otro grande del radioteatro, que siempre hacía papeles de villano me aconsejó; "Tomáte un buen vaso de ginebra con hielo. Eso te va a dar un coraje bárbaro".
Siguiendo su sugerencia, me tomé un vaso grande de ginebra y subí al escenario. Lo primero que sentí fué un fuerte mareo. Veía todo doble y hasta podía asegurar que el escenario se movía. Cuando aparecí, "Pirucha" estaba sola y yo debía saludarla, pero me confundí y saludé al público. La gente, que al principio estaba en silencio absoluto, me respondió a coro con gran educación; "Buenas don. buenas noches.".
De reojo y a pesar de mi leve embriaguez, divisé la cara horrorizada de Don Javier.
El efecto de la ginebra había sido terrible. Para sacarme de ese estado, mis compañeros me daban café y aspirinas. Al final, en uno de los últimos actos sucedió algo peor. En la obra, yo regresaba de mi largo, casi eterno viaje en tren y al arribar a Valle Grande, me comentan que mi novia ("Cachimba") había quedado embarazada y había tenido un hijo. (pero al parecer, el niño no era mío y alguien del pueblo, había ocupado mi lugar y mi cama).
El libreto marcaba que yo debía increparla y decirle muy enojado; "Quiero que me muestres al hijo del pecado". Ella debía llorar arrepentida y entregarme a la criatura, que en la ficción era un muñeco de plástico envuelto en una manta.
Como aún seguía mareado tomé al "niño" por los pies, con tan mala suerte que tiré los piecitos hacia mí y le arranqué al muñeco una de sus piernas articuladas.
Esto me tomó tan de sorpresa que dejé caer la piernita al suelo y ésta empezó a rebotar por el escenario hasta que se detuvo.
Es ahí, que desde la platea surge una voz fuerte que grita; "Mierda que había sido flojo el pibe, ché".Risas, aplausos y a seguir como se pudo. Ese fué mi accidentado debut. Estaba seguro que era mi primera y última vez en la compañía, pero Don Javier, lejos de enojarse, me dijo; "Está bien pibe, a cualquiera le puede pasar, sos un buen actor cómico".
Seguí trabajando con los Rizzo durante casi 2 meses, y como era habitual, teníamos funciones todos los fines de semana y a sala llena.
Esta fué una experiencia inolvidable. Había resultado ser un pésimo actor, pero eso era lo de menos porque tuve el privilegio de trabajar y compartir grandes momentos junto a gente maravillosa.
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