El día en que despertaron mis sueños.
Recuerdo que era un niño de apenas 5 años cuando falleció mi abuelo.Se llamaba Próspero. Era un inmigrante italiano que llegó a la Argentina ni bien finalizó la primera guerra mundial. Con sus veinte y pocos años encima, y los recuerdos frescos del horror durante sus 4 años de estadía en las trincheras, Próspero, como tantos otros miles, buscó la llamada América. Argentina era entonces una gran tierra vírgen, rica y llena de oportunidades para quienes perseguidos por el hambre, la muerte y las secuelas de aquella guerra despiadada estaban seguros que aquí encontrarían un destino mejor. En poco tiempo, con objetivos claros y muchas horas de trabajo Próspero Abitante (ese era su apellido) fué construyendo un presente digno. Se casó con Lucía De Lucca, quien se convertiría en mi abuela y madre a la vez. Una capricorniana que al igual que su marido, también había conocido las miserias de una Italia empobrecida. Próspero y Lucía tuvieron dos hijos; Elcira y Osvaldo. A los veinte años de Elcira nací yó. Y fué mi abuelo quien me bautizó con el apodo de "Pipo". Por entonces mi padre Víctor estaba en la Marina de Guerra y pasaba mucho tiempo fuera de casa. Recuerdo que mis abuelos me daban un cariño muy fuerte, posiblemente porque aquel nieto les había llegado como un pequeño símbolo humano de ternura e ingenuidad.
Próspero y Lucía habían logrado un buen pasar económico que se basó en sus sacrificios, la perseverancia y la intuición. El hombre de pocas palabras que alguna vez, obligadamente había sido soldado, se hizo sastre. Días y noches interminables de aguja, hilo y telas, lo condujeron a invertir en una sociedad de transportes automotores. Junto a otros visionarios fundó la empresa de colectivos "La Bahiense" y más tarde vendrían "El Valle" y "La Acción". La ciudad de Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires, era la base y punto de partida de estos exitosos emprendimientos. Bahía Blanca, una ciudad enclavada cerca del Océano Atlántico, a la que iban llegando la "gente de los barcos". Allí estaban los italianos aprendiendo el idioma a fuerza de necesidad imperiosa que junto a los inmigrantes Españoles conformaban mayoría e iban construyendo en medio de la inmensidad barrida a diario por el viento, lo que más tarde se convertiría en la capital del Sur Argentino.
La historia de Bahía Blanca está cimentada por el innegable esfuerzo de los italianos a quienes apodaban "Tanos" y los Españoles, muy mal llamados "Gaitas" o "Gallegos".
La construcción de los principales edificios que hacen al patrimonio histórico de esa ciudad estuvo a cargo de los italianos. Ellos pusieron en esas obras su mano de obra inconfundible y horas de sudor y esfuerzo.
El abuelo Próspero siempre me llevaba a pasear en su auto marca De Soto. De esos viajes de corta distancia con él, siempre recuerdo un accidente que felizmente no tuvo mayores consecuencias. Habíamos ido a buscar manzanas a un lugar donde él compraba al por mayor. Cuando salimos de ese sitio, yo iba apoyado contra una de las puertas delanteras que había quedado abierta y caí al camino que era de tierra.
Las imágenes de esa caída, las sueño de tanto en tanto y me veo boca abajo, llorando y llamando al abuelo que parecía perderse a lo lejos en una nube de polvo. Esa fué la primera vez que ví llorar a mi abuelo. Yo trataba de calmarlo y él conducía con los ojos llenos de lágrimas y sin dejar de culparse por lo sucedido.
En ese corto tramo de 5 años junto a Próspero y Lucy, tuve hermosas e inolvidables vivencias. Vivíamos en una casa muy grande, que contaba con un patio también amplio y un sótano, donde guardaban patas de jamón, conservas caseras, vinos y todos los "tesoros" de los que podían merecidamente disfrutar quienes habían conocido el hambre de verdad. A Próspero lo recuerdo impecablemente vestido y muy serio en su comportamiento habitual. Seriedad que perdía cuando íbamos en tren a la Capital de Argentina, Buenos Aires y salíamos a almorzar y pasear por aquella ciudad que aparecía gigante ante los ojos de un niño.
Esos viajes fueron varios y al abuelo le encantaban mis primeros dibujos. Veía su entusiasmo e incredulidad cuando garabateaba un cuaderno con imágenes de los "Piccoli di Podreca", unos títeres increíbles y mágicos que habíamos ido a ver a un teatro bahiense.
Una noche, mi padre Víctor me despertó. Apenas recuerdo que me dijo; "Pipo, cambiáte, el abuelo está mal, tenés que ir a verlo". Hicimos unos doscientos metros y llegamos a la casa del abuelo. Todos lloraban y él estaba allí en un féretro. ¿El abuelo duerme?, pregunté.
Tenía rostro de paz. Había mucha gente en la casa. El estaba en el living, mi padre me levantó en brazos, le dí un beso en la cara y esta vez pregunté; "¿Porqué el abuelo está frío?
Por mi escasa edad o quizás por la discreción de mi abuela o mi joven tío Osvaldo, que por entonces era un muchacho, no me había dado cuenta que mi amado abuelo estaba muy enfermo. No había percibido que padecía de diabetes y no hacía ningún esfuerzo por seguir el consejo de los médicos.
Próspero estaba grave, muy grave y alcanzó a hacerme con sus propias manos mi torta de cumpleaños.
Se me borran las imágenes de ese momento. Lucy había quedado viuda, muy jóven. Próspero murió con 51 años. Y por esas cosas del destino, a partir de entonces y hasta mis 14 años, aquél fué mi hogar.
Lucy era tan digna, tan íntegra que lloraba de espaldas para que yo no la viera. Entonces la tomaba de la mano y nos sentábamos en un pequeño banco de plazas que había en el patio.
Muchas veces ví las lágrimas de Lucy brotar a cada recuerdo del abuelo y yo me metía en ella para que no piense más y busquemos algún juego.
Aquel patio circundado de canteros con plantas, una parra colmada de uvas, comenzó a ser el escenario real donde daba rienda suelta a mi fantasía. Fantasía alimentada por las películas que veíamos en los cines con Lucy. Ir al cine, era por aquellos tiempos (años 50) todo un acontecimiento.La pantalla grande estaba en su mejor momento y las producciones de Hollywood eran infatigables fábricas de ilusiones y aventuras que nos colmaban de felicidad.
En Bahía Blanca, operaban por entonces unos 8 cines ubicados en el centro urbano que renovaban sus carteleras todas las semanas. Y allí, siempre en la fila 10 ó 15, con el inflatable helado Noel, íbamos con Lucy.
Películas inolvidables como "Casablanca", Gunga Din", "Las 4 Plumas", "King Kong", "La Strada","Lo que el Viento se Llevó" y tantas otras, se mezclaban con los episodios de "Flash Gordon", "Jim de la Selva", "Súperman", "Dick Tracy" o el "Hombre Cohete" que se exhibían en formato de series continuadas, antes que comiencen las películas principales.
Muchas de aquellas salas cinematográficas llegaban a exhibir hasta 3 películas en lo que se llamaba función continuada y era tana avasallante la cantidad de estrenos que con Lucy llegábamos a marearnos de tanto cine.
Conocer a artistas como Errol Flynn, Humprey Bogart, Charlton Heston, Gary Cooper, John Wayne y tantos otros, me iba haciendo pensar que ese era el mundo que quería alcanzar alguna vez.
Me volvían loco las actrices de la era dorada del cine de los "teléfonos blancos", mujeres impecables, hermosas y esculturales que se movían en medio de ambientes amplios, llenos de glamour y eran capaces de cualquier cosa por el hombre amado. Posiblemente y a la distancia, aquellas actrices que tanto me atraían, resultaron en su vida real una pobres mujeres que sucumbieron en el alcohol, las drogas, suicidios y otras consecuencias del deterioro del paso del tiempo.
Vivian Leight, Liz Taylor, Olivia de Havilland, Lana Turner y otras de la época, eran definitivamente "mis reinas" encriptadas en la idealización que ofrece una pantalla plana donde en medio de rollos de celuloide sucedía una historia. Fantasías que en aquella década, también nos ofrecía la radio a través de los "Radioteatros" diarios y semanales. En estos radioteatros, todo se imaginaba con el audio donde brotaba la voz de los interpretes, generalmente dotados de muy buenas voces y excelente interpretación en vivo, ya que poco se conocía sobre los sistemas de grabación en cinta y generalmente, estas series radiales se emitían en vivo.
En la misma cama de bronce donde había agonizado el abuelo Próspero, Lucy y yó, convivíamos entre las novelas de la radio, las revistas "Radiolandia", "Patoruzito", "Rico Tipo", "Misterix", "Pato Donald" y el infaltable y esperado "Libro de Oro de Patoruzú", que llegó a vender unos 500 mil ejemplares en cada aparición anual.
Los días sábados, jamás nos perdíamos el "Radiocine Lux", donde escuchábamos la versión completa de alguna película exitosa, pero con forma de radioteatro.
jamás me había interesado el estudio. Siempre pensé que para eso estaba mi tío Osvaldo, a quien siempre ví como a un hermano. Osvaldo había prometido a mi abuelo que se recibiría de ingeniero y así lo hizo a sus 23 años. Osvaldo estudiaba y trabajaba. Mi abuelo no había dejado ninguna fortuna, solo propiedades que estaban alquiladas y eran el ingreso de la casa. También la familia percibía algunas ganancias provenientes de las empresas de transportes colectivos en las que poseían acciones.
En síntesis, Osvaldo, al fallecer su padre, había tomado el timón del hogar y con su madurez y objetividad genética, supo mantener firmeza en el río de nuestras vidas sin malversar lo que tanto había costado a sus padres.
Más adelante, les contaré porqué comencé a creer que esta existencia humana es solo un escalón hacia alguna planta superior. Y esto tien que ver con algo que me sucedió al poco tiempo de fallecer el abuelo Próspero. Una tarde a eso de las 17 horas, salí a la calle utilizando como siempre el garage de la casa. De pronto, ante mí apareció el abuelo vestido con impecable traje con chaleco, como siempre. Estaba sonriente, feliz y abrió sus brazos como la clásica señal de que corra hacia él para abrazarme y alzarme en sus brazos. Pero mi alegría pudo más y entré corriendo a ver a Lucy que estaba en la cocina. Agitado le grité; "Volvió, el abuelo volvió. Vení, está ahí afuera". Practicamente la arrastré hacia afuera y no había nadie. Lucy volvió a llorar y abrazándome me dijo; "No, el abuelo no va a volver Pipo".
Jamás pude borrar esa imágen del abuelo de mi mente, incluso ahora, que estoy escribiendo esto dudo muchísimo que aquella aparición haya sido producto de la imaginación de un niño de 6 años. Lo tomo como un señal, ya que hasta el momento, tanto el espíritu de Próspero y Lucy, permanecen en mi vida como almas protectoras a las que jamás podré aceptar como definitivamente muertos.
El Patio de Los Primeros Sueños.
Sin demasiada voluntad, iba a la escuela primaria que estaba a unos 100 metros de la casa de Lucy y Osvaldo.
En tanto, lo único que me importaba era ir al patio y "jugar con el palo". Esto consistía en tomar un palo de escoba e imaginar situaciones de ficción en el patio de la casa. Allí armaba situaciones donde yó era el protagonista principal. El escenario lo dibujaba con la mente y las acciones transcurrían en la Legión Extranjera, la selva de "Tarzán" o los desembarcos en Iwo Jima o Normandía. Me encantaba ser un marine de los EE.UU que luchaba contra los japoneses o los "Nazis". Mi palo de juegos, era una ametralladora Thompson, un fusil automático o una lanza. Incluso ese único elemento de juegos mentales, superaba a cualquiera de los cientos de costosos y buenos juguetes que jamás me faltaron. Debo reconocer que aquella costumbre de "construir" mundos o situaciones con la imaginación, la mantuve hasta poco más de mis 50 años, pero sin "palo" y utilizando un simple peine.
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