Tiempos escolares. Mi época escolar resultó bastante buena. Las maestras de la era Peronista eran como blancas palomitas. Siempre almidonadas y bien peinadas. Impecables señoras y señoritas que me atraían por su femeneidad y simpatía. El alumno escolar Pipo, comenzaba a querer adivinar que había debajo de aquellos guardapolvos inmaculados. Al gobierno de Perón, le importaban los niños y los pobres. Creo que fué la única vez, que en las escuelas argentinas, no faltaba nada y los edificios de los colegios olían a nuevo. En los recreos nunca faltó el chocolate con los bollitos calientes ni libros, cuadernos o lo que hiciera falta a los chicos carenciados. Cuando estaba transitando el cuarto grado, aún vivía Evita, una mujer que con el pasar de los años comencé a admirar y respetar profundamente, porque hay miles de hechos debidamente probados que su fundación trabajó intensamente para que en argentina, los únicos privilegiados fueran los niños.
Los Reyes Magos eran Peronistas; Aunque en mi familia no existía ningún adepto al gobierno de Juan Domingo y Eva "Evita" Perón y supuestamente yo pertenecía a una clase media pudiente, me agradaba ver las largas filas de chicos humildes esperando su regalo de reyes en el edificio de Correos. Jamás olvidaré esas caras de felicidad de los niños que recibían sus juguetes sin distinción alguna. Juguetes de calidad, como caballitos hamaca, hermosos autos de un material similar a la chapa, juegos de mesa y "Mecanos", que eran piezas metálicas para armar y libros, miles de libros titulados "Mamá te Mima, Evita te Ama".
A los "contras" de Perón, se los llamaba "Gorilas" y esta porción, fué la que definitivamente, después de la nefasta "Revolución Libertadora" generó la argentina especulativa, improductiva y endeudada. Antes de la caída del gobierno de Perón, argentina era conocido como "El granero del mundo", ya que enviaba cientos de toneladas de cereales a los empobrecidos países europeos de la post guerra.
En tercer y cuarto grado, las maestras de la escuela Nº 4 a la que concurría, se dieron cuenta que Pipo dibujaba y muy bien. Esa condición de artista, hizo que durante esos dos años me destinaran a dibujar y pintar murales montados sobre estructuras de cartón que eran colocados en las paredes del amplio salón de actos del edificio.
Las "obras" estaban relacionadas con el poder del ahorro, el llamado "Plan Quinquenal" y otros mensajes peronistas destinados a captar la sicología infantil.
Delgadez extrema y el colegio de curas. Si bien seguía viviendo con Lucy y Osvaldo, mis padres empezaron a precuparse por mi cuerpo flaco y mi alimentación escasa y nó precisamente por falta de comida. Con la terapia y muchos años después, supe que yo no quería comer porque mi abuelo Próspero, había fallecido por no cuidarse en sus comidas. Esa huelga de hambre de mi subconciente jamás podría haber sido percibida por mis familiares y menos aún en los años 50, donde la sicología era lo más parecido a una puteada.
Entonces, a modo de solución, no tuvieron mejor ocurrencia que enviarme como "medio pupilo" a un conocido colegio de curas. Esa institución tenía fama de haber educado a profesionales de renombre y era un sinónimo de rectitud y enseñanza.
Mi tiempo en ese colegio, fué lo más parecido a estar internado en Auswichz. Al negro de las sotanas de los sacerdotes y sus miradas tan oscuras como sus polleras, le sumaba el mal trato al que éramos sometidos. Los almuerzos eran miserables y aunque no era económico estar internado allí, los curas nos obligaban a oficiar de "servidores". Esto significaba hacer de mozos y servir los respectivos platos en las largas mesas donde comían mis compañeros.
Este entorno nefasto y opresivo, me hizo más rebelde. Definitivamente decidí no abrir ningún libro de estudio y darle la espalda a todo lo que allí enseñaban. Nada me importaría de matemáticas, geografía, castellano, educación cívica, física, ni un carajo. Nada, no quería aprender absolutamente nada.
En una oportunidad, estaban sirviéndonos manzanas quemadas como postre. Estas manzanas eran mis preferidas, porque siempre me las hacía la abuela Lucy. Como tampoco probaba un bocado de lo que allí cocinaban, tuve la tentación de comerme otra manzana quemada. Esta acción "delictiva" fué descubierta por un maestro alcahuete que hacía el "trabajo"de celador. Sin mediar palabra, el tipo se me vino encima con una campana de bronce que solía usar para poner órden en los recreos o llamar a misa, etc. Todo lo hacían con esas campanas de mierda.
Lo primero que sentí fué un golpe en la cabeza con el mango de la campana, luego otro y otro, hasta que ví todo nublado, con las famosas "estrellitas" incluídas y sentí la sangre que comenzaba a salir de las heridas en la cabeza.
El perverso celador no se conformó con ésto y se abocó a pegarme patadas en todas las partes de mi frágil cuerpo que yacía indefenso en el suelo.
Un compañero intentó detenerlo diciéndole que pare, pero el hijo de perra estaba pasado de furia y comenzó a pegarle a mi inocente compañero.
Como final de este episodio, nos "condenó" a permanecer parados contra una pared en el patio del colegio. Recuerdo que el sol de primavera nos pegaba en el rostro y la sangre de mi lastimada cabeza seguía brotando al igual que las lágrimas de rabia e impotencia.
Casi dos horas y media estuvimos allí pagando el costo de la manzana quemada.
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