lunes, 31 de marzo de 2008

1994, contra todos los pronósticos, el dibujo manual vence a la computadora.

l994, la fiesta de "Charly" continuaba. La mayoría de los argentinos asalariados, seguían apostando al carnaval del "uno a uno". El país se dividía entre los sobrevivientes propietarios de pequeñas empresas o industrias, comerciantes , artesanos, productores independientes, creativos , etc, que trataban de mantenerse como podían y los empleados de distintas categorías e ingresos que se beneficiaban con la abrumadora invasión del plástico (tarjetas de crédito) y las "alegres" cuotas de electrodomésticos, los préstamos cómodos, accesibles vehículos cero kilómetro, viajes al exterior pagados a largo plazo, etc. Ya por entonces las computadoras amenazaban con exterminar a todos aquellos que como yó, aún se mantenían con los bocetos hechos a mano y dibujos pintados con acuarelas o témperas tradicionales. Las carreras de diseño gráfico brotaban como hongos y todos los chicos elegían estudiar marketing o comunicación, soñando que en algún momento formarían parte del gran planeta de ejecutivos millonarios que prometía el primer mundo del "Gran Carlitos"Yo, al menos no compré ese nuevo "espejito de colores" y una vez más, como siempre, tomé la ruta solitaria que nadie transitaba y seguí ejercitando mi pulso día a día con el dibujo clásico, método que para algunos "genios o adelantados", era obsoleto. Al poco tiempo me entero que los grandes artistas Argentinos habían emigrado y estaban trabajando en Estados Unidos y Europa con mucho éxito. Y me preguntaba: ¿Porqué razón estos dibujantes cotizan tanto allá? ¿Y las computadoras?. Estando aún en La Plata, una noche me llama Juan Romañello y me pregunta si estoy dispuesto a hacerle un diseño de etiquetas con personaje incluído, para un gran empresario de la miel. Le respondí que sí y de inmediato me puse a diseñar una abeja muy simpática con alitas y un casco antiguo como el que utilizaban los pilotos en la década del 40. A la noche, mientras Elvira me cebaba mate, desarrollé sobre un cartón grueso y pintado con témperas el original de la abeja. Al día siguiente, con el dibujo bajo el brazo, viajé a Capital donde me encontré con Juan Romañello, compartimos un café y de allí nos trasladamos hasta un edificio imponente que estaba ubicado en la Avenida Belgrano. El productor apícola, nos estaba esperando en uno de los pisos, donde funcionaba la administración de su empresa exportadora. El hombre no podía disimular su ansiedad, quería ver cuanto antes lo que había desarrollado para él. De inmediato, le mostré el dibujo y quedó extasiado. "Esto es una maravilla", exclamó feliz, mientras llamaba a su secretaria para que vea el trabajo. Al cabo de unos minutos, sacó una chequera y me dice: "Tu obra no tiene precio y quiero pagarla bien, sin que te ofendas". Cuando empecé a ver los números que estaba poniendo en el cheque no lo podía creer y Juan tampoco. Mostrándome el valor me pregunta: ¿Cinco mil está bién o le pongo un poco más?. Jamás pensé que unas pocas horas nocturnas de trabajo me iban a redituar esa plata. Juan no aceptó un solo peso de comisión, solo me pidió que a modo de retribución, le arme el diseño de una carpeta para un negocio que él iba a encarar. A partir de ese hecho y gracias a la hermosa "Abejita voladora" cuya imágen hoy recorre el mundo en miles de etiquetas de frascos de miel, estuve plenamente convencido que la computadora jamás podría superar el dibujo manual. Unos días después de aquello, y por casualidad, me dicen que un empresario hotelero cumplía 60 años y sus empleados y amigos querían regalarle una caricatura de tamaño grande para que sea firmada por todos los asistentes a una fiesta sorpresa que le estában preparando. Valiéndome de un par de fotos pequeñas del "cumpleañero" dibujé y pinté su caricatura donde aparecía como un prócer en un monumento. En esta ocasión, mis honorarios fueron algo menores, pero muy importantes al fin. El querido dibujo manual, contra viento y marea me seguía dando satisfacciones profesionales y económicas. Años más tarde, el tiempo y los hechos me darían la razón ya que si bien el diseño 3D de las computadoras tuvo su momento de esplendor, nada es comparable a la frescura que ofrecen las ilustraciones hechas a mano. Las máquinas apoyan las ideas previamente bocetadas, innegablemente son ágiles, tienen respuesta inmediata, pero al igual que la mente de un escritor, la mano del dibujante clásico continuará siendo, gracias a Dios una irreemplazable extensión del talento humano.

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