jueves, 13 de marzo de 2008

JULIO ARO, el SOLDADO de MALVINAS

Como ya relaté anteriormente, Mar del Plata, me adoptó en muy pocos meses y tuve grandes satisfacciones, no solo en lo profesional, sino también a nivel personal. Entre las muchas buenas personas que conocí en la "Feliz", quiero destacar a Julio Aro, un excelente muchacho que había combatido en la guerra de Malvinas y aún cargaba sobre su alma con las secuelas de lo vivido durante la batalla de las islas.
Julio se movílizaba en su moto de pequeña cilindrada e infaltablemente llevaba puesto un viejo casco de color negro. Muchos chicos Marplatenses, habían estado allá. A Julio, lo habían destacado a operaciones en la pista de aterrizaje de Puerto Argentino (la única que funcionaba para el aterrizaje y despegue de nuestros aviones) y era el blanco más castigado por los incesantes bombardeos de la armada inglesa.
Durante el tiempo que duraron las acciones, cientos de misiles, bombas y granadas estallaron en la pista y sus alerededores. Los soldados afectados a la reparación de los hoyos de bombas, tenían la misión de rellenarlos y repararlos en contados minutos y en ese intento, se exponían al constante fuego enemigo, ya que los ingleses querían anular la pista a toda costa.
En más de una oportunidad, Julio solía quedar con su mirada perdida y los recuerdos, volvían a su mente por algunos segundos interminables. En esos "lapsus", nos aseguraba que veía las imágenes de los compañeros heridos de su batallón. Algunos gritando de agonía y pidiendo auxilio, otros yacían muertos y lo que más le dolía y angustiaba era recordar cuando debían cargar con el cadáver destrozado de algún compañero o amigo de Mar del Plata.
Julio estaba casado con Silvia, una chica excepcional que se había recibido de abogada y empezaba a abrirse paso en su profesión. A Julio le resultaba muy difícil conseguir un trabajo en su propia ciudad. No tenía pretensiones, solo quería un ingreso mínimo que le permita colaborar en su modesto hogar. Por entonces, él era otro de los mal llamados "Loquitos de Malvinas" y se lo pasaba repartiendo currículums sin obtener respuesta alguna. En una oportunidad me comenta que un diputado, durante uno de sus estúpidos discursos de retaguardia, había prometido públicamente darle a los ex combatientes un local para que allí funcione su centro y también una cierta cantidad de vehículos habilitados como taxis, que servirían para que "los chicos de la Guerra" se ganen la vida dignamente.
El tiempo iba pasando y ninguna de las promesas del diputado se cumplían. Una mañana, Julio, apareció en casa acompañado por varios de sus compañeros y con tristeza y preocupación me contaron el problema. Les pedí una foto del político e hice una caricatura del personaje donde se lo veía en una playa, rodeado de chicas, bebiendo, mostrando su prominente barriga y con un broche en la boca. Este dibujo tenía un texto que decía: "Calláte bocón, dejá de jugar con el sentimiento de los que pusieron los huevos". Hice imprimir unos 30 mil volantes en blanco y negro, que en la portada mostraban la agresiva ilustración y en su interior, un relato llamado "El pozo del Zorro". "El pozo del Zorro", contaba las duras vivencias de los soldaditos de 18 años que pasaron varios días en medio del frío, la soledad, el hambre y el miedo. Soldados que aún eran niños y tuvieron que crecer de golpe frente a la adversidad de aquella contienda. Los que volvieron se encontraron con un país que les dió la espalda, simplemente porque habían perdido una guerra que ellos no buscaron. Esta invasión de volantes y afiches que fueron vistos por toda Mar del Plata, incluyendo al diputado, resultaron de gran efecto, porque en solo una semana, convocó a los "ex combatientes" e hizo efectiva su promesa. Hoy Julio Aro y varios de sus camaradas del frente, se ganan el sustento a bordo de sus propios taxis y tienen su Centro de Veteranos cerca del edificio del Casino Marplatense. Dicen que una palabra vale más que mil cañones, en este caso, con una simple y mordaz caricatura del "bocón arrepentido", sucedió lo mismo, porque del ridículo no se vuelve.

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