Frente a nuestra casa de La Plata, viven unos "tanos" muy simpáticos, solidarios y buena gente en extremo. El jefe de esta familia, es "Gaspar", un hombre a quien empecé a querer desde el primer día en que lo conocí. Con "Gaspar", en una casa muy grande, también habitan su hija Estela, su nieta y un hijo, ya que este personaje es viudo. Una tarde, yo estaba sacando el auto para ir hasta la central de "Pinocho". Recuerdo que Fabio me estaba ayudando a abrir el portón de rejas cuando desde la casa de "Gaspar" escuchamos gritos muy fuertes. En la puerta de su casa, estaba su hija Estela gritando desesperadamente. Primeramente pensamos que los estaban asaltando, nos cruzamos y le preguntamos que le estaba pasando. "Mi tía, mi tía se cayó en la bañadera y se está muriendo", nos repetía angustiada y en estado de shock. Sin dudarlo Fabio y yó entramos a la casa y lo primero que vimos fué al hijo de "Gaspar" parado frente a la imágen de una vírgen y con el auricular del teléfono en la mano. Creo que no se percató de nuestra presencia allí, ya que parecía estar paralizado ante los sucesos. Resueltamente me encaminé hacia el baño, donde estaría la tía de los "Gaspar". La mujer era bastante obesa y estaba caída en la bañera con la lluvia abierta. Mucho no entiendo de estas cosas de primeros auxilios, pero la señora tenía todo el aspecto de estar desmayada. No ví a Fabio junto a mí, posiblemente estaría tratando de comunicarse con Emergencias y sin dudarlo cerré la lluvia, y comencé a sacar a la mujer de esa incómoda posición. El cuerpo inerte pesaba demasiado, pero en ese momento, lo único que me importaba era llevarla hasta el dormitorio principal. Tomándola de los brazos por la parte de atrás, logré trasladarla hacia la habitación y caímos juntos sobre la cama.
Ya en ese sitio comencé a darle palmadas en la cara e intentar que abra los ojos. Cuando los abrió, me abrazó con fuerza y me dijo: "Dottore, dottore, me moro, ío me moro". Nó, no te vas a morir, ya llega la ambulancia, aguantá le decía sin saber que hacer. La señora estaba reaccionando y en un momento le pregunto como se sentía y me responde: "Las piernas, las piernas están muertas, no las siento, estoy paralítica".
Se me ocurre una idea muy estúpida y le pido a Estela, que había entrado a la habitación que traiga corchos. Estela no dijo nada y a los pocos minutos volvió con un balde de plástico lleno de corchos. (los tanos no tiran nada, pensé). Tomé los corchos y comencé a cubrir las piernas de la mujer con ellos. Estela, no paraba de llorar y le frotaba las extremidades con los corchos. En un momento se me ocurre mirar hacia la ventana que daba a la calle y había en ella al menos diez personas (vecinos) observando la extraña y ridícula escena. Finalmente llegó la ambulancia. Un médico muy alto y corpulento fué el primero en entrar, atrás lo seguía un enfermero muy delgado y bajito. Ni bien escuchamos que había arribado el auxilio, Estela dijo: "Los corchos, saquemos los corchos, el doctor va a pensar que somos unos ignorantes".
El médico revisó a la mujer, le aplicó una inyección con sedante y le pidió al enfermero que traiga la camilla para trasladarla hasta la ambulancia y llevar a la señora hasta el hospital.
Yo a esta altura de los acontecimientos y con el cuerpo más frío, sentía que se me partía la espalda. Posiblemente el haber hecho tamaño e inusual esfuerzo para mover a la "víctima", me estaba causando ese dolor tan insoportable.
El médico me dice: ¿Me dá una mano? ¿Puede ayudar al enfermero a cargar a la señora hasta el final del pasillo?. Evidentemente me estaba pidiéndo ésto porque el pasillo que conducía desde la habitación al exterior era estrecho y la camilla no pasaba por allí. El dolor de mi espalda seguía en aumento y encima tenía que volver a cargar con la mujer que era bastante pesada. Dirigiéndome al médico le pregunto: ¿Porqué la tengo que llevar yó? Me mira y me dice: "Mire, estoy operado de hernia y no puedo hacer esfuerzos, por eso le pido este favor".
El enfermero petiso la tomó de las piernas y dejó para mí la peor parte; La cabeza y los hombros. No había tiempo para discutir ni objetar nada, así que irremediablemente volví a cargar a la señora. Antes que la ambulancia se vaya, le pedí al médico que me recete una inyección que alivie mi dolor de espalda. "Me hubiera dicho antes, me respondió muy tranquilo mientras me indicaba un medicamento".
Tres días después de aquel episodio grotesco, yo estaba cortando el cesped del jardín de nuestra casa. Los "Gaspar" se habían sentado en la vereda con sus reposeras. Era una tarde calurosa y la tía, que había caído en la bañera, también y "milagrosamente", había salido del hospital y se encontraba entre ellos.
Todos vieron que estaba cortando el cesped. Me saludaban a los gritos desde sus asientos y hasta me prometieron una comida de agradecimiento por mi buena acción para con la "tía".
En un momento, la extensión de la cortadora se desenchufa y me agacho para arreglarla, cuando al intentar incorporarme siento un "crack" en la espalda y quedo tan inmovilizado y doblegado por el dolor que tuve que arrastrarme utilizando los codos hasta el interior de la casa. Una vez adentro, y antes de tomarme un fuerte calmante pude escuchar que los "Gaspar", desde enfrente gritaban: "¿Pipo, Pipo, donde estás, desapareciste?, cruzáte a tomar una cerveza".
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