domingo, 23 de marzo de 2008

"LEON", mi Amado Perro Platense.

Muchas veces me compadezco de las pobres personas que marginan o directamente no quieren a los animales porque definitivamente, son tan mezquinos que tampoco se quieren a sí mismos. Gracias a Elvira, yo aprendí a conocer los sentimientos y la fidelidad que permanentemente brindan los perros. Felizmente, hace muchos años que convivimos con animales simples, o los comunmente llamados "callejeros". En los diferentes hogares y ciudades en los que nos tocó vivir durante nuestra "movida" existencia, siempre tuvimos la fortuna de compartir la casa con los mejores amigos del hombre; los perros. Para nosotros, esas queridas mascotas, además del cariño y atención que merecen, también tienen los mismos o mayores privilegios que un simple ser humano. Nuestros perros nos han dado permanentes muestras de amor con sus demostraciones espontáneas y por sobre todas las cosas, sinceras. Es poco probable que un perro traicione. Contrariamente, es agradecido, demostrativo, compañero y puede percibir perfectamente los estados de ánimo de sus "dueños". Cuando nos fuimos a trabajar a La Plata con el concurso "Arme La Góndola" para supermercados "Pinocho", ni bien llegamos, nos encontramos con "León", un hermoso e inteligente Collie dorado, más conocido como "Lassie", que salió a recibirnos alborozado. La dueña de "León", era mi cuñada Elena Rabanetti, quién a principios de los años 90, se fué a trabajar al Hospital Regional de Comodoro Rivadavia. En ese momento, Elena, que es médico, no sabía si se adaptaría o nó a esa lejana ciudad sureña. Ella creía que en algún momento, ya vencido su contrato, regresaría a La Plata y en su ausencia, "León", había quedado como único ocupante y responsable de la casa. En el 94, cuando llegamos a la ciudad de las diagonales, "León", estaba firme en su puesto. Bien cuidado y alimentado, tenía un amplio parque a su entera disposición donde podía desplazarse a gusto, pero nuestra presencia le fué cambiando la vida y pasó a integrarse cada vez más con Elvira y yó. Recuerdo que todas las noches me quedaba dibujando o escribiendo en el living de la vivienda y "León" se acostaba a mis piés quedándose a mi lado hasta que llegaba el amanecer, momento en que ambos nos íbamos a dormir. Casi siempre, en horas de la tarde, solíamos salir a caminar por el barrio y "León" caminaba a mi lado con la elegancia propia de un lord inglés. Cuando me paraba a mirar alguna vidriera o conversaba con algún vecino, él también se detenía y esperaba pacientemente. Ambos nos sentíamos muy bien con esos paseos que llegaron a convertirse en una saludable costumbre cotidiana. Pero un día, "León" no se sintió bien. Los años habían pasado para el esbelto animal al que querían y admiraban casi todos los vecinos. Su salud se iba resintiendo día a día y aunque no se escatimaron medios para que cuente durante las 24 horas con la mejor asistencia veterinaria, "León" empeoraba. Digno y luchador, aún con sus escasas fuerzas, salía dificultosamente al parque a hacer sus necesidades. En un momento dado, ya no podía valerse por si mismo y fué entonces que Fabio Marrero, un chico que alguna vez el destino acercó a nosotros, convirtiéndolo en un hijo más y que estaba viviendo desde hacía varios años en la casa de La Plata, lo levantaba en brazos y con sumo cuidado lo llevaba al exterior. En ese momento triste, Elvira no se encontraba allí y durante varios días, Fabio y yó, dormíamos junto a la cama de "León", atentos a sus fuertes dolores y listos para cambiarlo de posición y aliviarlo. Una veterinaria muy sensible venía todas las tardes a controlarlo y acordamos con ella que bajo ningún concepto "León" sería sacrificado y que lo cuidaríamos todo el tiempo que fuera necesario. Ya los calmantes no le hacían efecto alguno y una tarde de lluvia, la vida del "rey" se apagó para siempre. No sé porqué razón, mis pérdidas afectivas suceden en días de lluvia. Cuando falleció mi viejo Víctor, durante las 4 horas de trayecto desde Mar del Plata a Bahía, llovía torrencialmente al punto que no podíamos ver la ruta y perdimos 3 escobillas del limpiaparabrisas. Lo mismo ocurrió cuando Lucy enfermó gravemente e hicimos ese mismo recorrido en medio de un temporal. La tarde en que "León" partió, el cielo se oscureció y la lluvia se tornó más intensa, posiblemente para mezclarse con nuestras lágrimas. Tenía necesidad de contar esta historia, porque con "León", el amado Collie al que alguna vez Pierino bautizó como "cara de tubo", me eligió, acompañó y devolvió con creces el amor que sentía por él. Cada vez que vamos a la casa de La Plata e ingresamos al living, imagino a mi querido amigo "León"estirado cómodamente sobre el sillón grande de cuero donde solía descansar.

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